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jueves, 1 de mayo de 2014

ADIÓS, GABO: NOS DEJASTE UNA «MANERA NUEVA DE PREPARAR GARBANZOS»

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C. "Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com

A unos más que a otros, en este archipiélago de opiniones que es la América Latina, ha conmovido la noticia sobre la desaparición física de Gabriel García Márquez —aunque no era inesperada: por los últimos informes médicos de su delicada salud—. Ha sido una noticia que generó como reacción en cadena un sinnúmero de textos de toda índole, la mayoría de ellos laudatorios —y bien merecidos— para nuestro afamado poeta (no hay que mezquinarle el título, y al hacerlo estoy obviando los textos reprobatorios). Visto así el panorama, sería redundante referirme aquí a sus méritos personales y artísticos.

Pero en tanto nuestra revista no puede omitir el hecho, dada la calidad humanística y en gran medida socialista de tan insigne representante intelectual de Nuestra América, creo pertinente (y hasta productivo) desarrollar un tema que no he visto que haya sido tratado por otros comentaristas de su obra: ¿cuál era el nivel de importancia que Gabriel García Márquez le asignaba a la literatura? Y es una respuesta que se puede encontrar en muchos de sus escritos. Y es de ahí, obviamente, de donde pienso extraer uno de esos indicios de respuesta a una visión garcíamarqueana de la literatura. Pero adelanto que es una visión contradictoria, mas no porque se niegue a sí misma, sino por su carácter dialéctico, de unidad de contrarios.

Se trata de ubicarse en uno de los múltiples asuntos que se desarrollan en el Macondo de Cien años de soledad. Aquel que involucra al grupo de adolescentes que acompañan a un Gabriel que los críticos han propuesto como representante del autor (por varios indicios que este da relacionados con otros de su biografía). Es un grupo de amigos que suele visitar al sabio y viejo librero Catalán. Se sabe de este casi al final de la novela, cuando el último Aureliano —Aureliano Babilonia— conversa con el fantasma de Melquíades y éste le indica cómo debe hacer para leer su manuscrito: aprender el sánscrito, y le precisa que el libro que ha de enseñarle ese idioma se encuentra en la librería del sabio catalán. Y es este —prototipo del «escritor puro», en el mejor sentido de la expresión, que: «Estuvo media vida en la calurosa trastienda, garrapateando su escritura preciosista en tinta violeta y en hojas que arrancaba de cuadernos escolares, sin que nadie supiera a ciencia cierta qué era lo que escribía»—, fue él —digo— quien les transmite a los cuatro amigos y a Aureliano Babilonia la primera definición de literatura que interesa para mi propósito, y será pensada por Aureliano Babilonia. Dice el narrador: «No se le había ocurrido pensar hasta entonces que la literatura fuera el mejor juguete que se había inventado para burlarse de la gente (…). Había de transcurrir algún tiempo antes de que Aureliano se diera cuenta de que tanta arbitrariedad tenía origen en el ejemplo del sabio catalán, para quien la sabiduría no valía la pena si no era posible servirse de ella para inventar una manera nueva de preparar los garbanzos.»

Y ya en ese convencimiento está el germen de lo que es la literatura para estos personajes (y para su alter ego, Gabriel García Márquez): que es arbitraria y, por ello, con tendencia a lo irreal, lo cual contradice al espíritu del hombre utilitario, quien no se da cuenta que en esa arbitrariedad se encierra algo importantísimo: seguir preservando la vida, buscándole la novedad, la maravilla, que es su alimento para mantenerse invicta, es decir, para seguir siendo vida. Esta es una interpretación de aquella «manera nueva de preparar garbanzos»; asumirla de manera literal es quedarse en el callejón sin salida del hombre utilitario, aquel que se encorajina con el hijo que lee poesía y le pronostica el peor de los futuros: «morirse de hambre».

Y esa doble faz de la literatura de insignificancia/trascendencia, se verá graficada con la acción ya definitiva del sabio catalán. De él se dice que «Su fervor por la palabra escrita era una urdimbre de respeto solemne e irreverencia comadrera. Ni sus manuscritos estaban a salvo de esa dualidad.» Y se refiere que uno de los cuatro amigos de Aureliano Babilonia: «Habiendo aprendido el catalán para traducirlos, Alfonso se metió un rollo de páginas en los bolsillos, que siempre tenía llenos de recortes de periódicos y manuales de oficios raros, y una noche los perdió en la casa de las muchachitas que se acostaban por hambre. Cuando el abuelo sabio se enteró, en vez de hacerle el escándalo temido comentó muerto de risa que aquel era el destino natural de la literatura»; es decir: perderse en el burdel es el destino de la literatura; pero «el burdel» como símbolo de la vida. No en vano el maestro de Gabo (así reconocido por él en su discurso del premio Nobel) William Faulkner decía que el lugar ideal para escribir es el burdel: con un silencio sepulcral en el día y una explosión de vivencias infinitas en la noche. Y ese hecho de que la literatura se pierda en el burdel —es decir: en la vida— equivale a decir que el poeta no se va a desesperar porque su verso sea recordado por otros, sin que figure su nombre, pues eso es solo una muestra de que ha logrado enriquecer la vida, regalándoles a los seres humanos una «manera nueva de preparar garbanzos».

Pero la anécdota se completa con la reacción opuesta a aquella rijosa del burdel. Leemos: «En cambio, no hubo poder humano capaz de persuadirlo de que no se llevara los tres cajones cuando regresó a su aldea natal, y se soltó en improperios cartagineses contra los inspectores del ferrocarril que trataban de mandarlos como carga, hasta que consiguió quedarse con ellos en el vagón de pasajeros. “El mundo habrá acabado de joderse —dijo entonces— el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga”.»

Lo dicho: esa «urdimbre de respeto solemne e irreverencia comadrera», se puede graficar con las dos caras de Jano, el dios de los romanos, para simbolizar que a la literatura no hay que creerle que el personaje de Kafka se pueda dar en la realidad, tal como él lo describe; pero sin mezquinarle importancia —y eso significa creerle—: que esa imagen representa al hombre enajenado de su humanidad; convertido en algo no-humano, en un insecto (ya sea una cucaracha o un escarabajo), aquel ser humano que se ve obligado a buscar su alimento en la basura.

Y no hay que creerle mucho a la literatura porque también, subliminalmente, puede estar pretendiendo manipular las conciencias, insinuando, por ejemplo, que «toda violencia es mala» —como lo hace Mario Vargas Llosa en su, formalmente buena novela, La guerra del fin del mundo. Cuando —desde la dialéctica— se sabe que la violencia también tiene dos caras: la violencia que aniquila a los seres humanos convirtiéndolos en esclavos del capital, enajenándolos de su ser humano, negándoles su calidad de sujetos, degradándolos al nivel de cosas, de objetos; y el lado opuesto de esa «violencia»: la que esos seres humanos asumen, en una huelga, en una marcha, en la lucha definitiva contra ese sistema criminal.

No es, pues, tampoco, como propuso Pier Paolo Pasolini, que Cien años de soledad no pasaba de ser una versión indigna de lo literario sin trascender las limitaciones del guión cinematográfico, y menos resultan certeras las insidiosas —y pretendidamente irónicas— críticas que le hace esa especie de «Alonso Fernández de Avellaneda» que es el paisano de Gabo, Fernando Vallejo, pues ambos críticos han pasado por alto esa visión dialéctica de la literatura, y que es sintetizada por la siguiente frase de Gabo: «Un escritor puede escribir lo que le dé la gana siempre que sea capaz de hacerlo creer.» Y el hacerlo creer no es un timo al lector: es darle algo nuevo para enfrentar la vida: «una manera nueva de preparar los garbanzos.»

viernes, 4 de abril de 2014

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C. "Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com


Rosina Valcárcel, A la sombra del árbol de la acacia
 
Por: Julio Carmona

 

Rosina Valcárcel nació poeta. Con ella se confirma el aforismo que dice: «El poeta nace y no se hace». Si no fuese un vulgarismo, diría —como los materialistas del siglo XIX— que ella produce poesía, así como el cerebro producía ideas imitando al hígado que producía bilis. (He hecho, sin proponérmelo, una preterición: aparentar que no se quiere decir lo que se está diciendo). Pero creo que la evasiva adquiere valor, porque tratándose de Rosina se puede convenir que su formación de antropóloga la hizo asumir la filosofía materialista, no la del mecanicismo antes aludido sino la dialéctica. Y, desde esa concepción, no podemos menos que identificar la reflexión poética de Rosina en relación con su visión del mundo, materialista.

A veces se piensa y se dice que la poesía está reñida con la filosofía materialista, aunque no se dice ni se piensa lo mismo respecto de la filosofía idealista. Y esa inconsecuencia conduce a una contradicción mayor: a dudar de la existencia del mundo material, pero no a hacer lo mismo con la existencia del mundo ideal. Y tanto una como otra, posturas, no pasan de ser inveteradas falacias con las que las fuerzas oscuras, que dominan la realidad, pretenden hacernos comulgar. Y en muchos casos —demasiados— lo logran. Sin embargo, la respuesta opuesta, aunque tenga menos adeptos, no se deja confundir ni arrastrar. Por eso es digno destacar a «una mujer que canta en medio del caos», como heredera de una tradición contestataria, que no se resigna a transigir, que se resiste a dejarse morir, y que suma su nombre: Rosina Valcárcel, entre las voces del viento que anuncia tempestad.

Y esto lo digo a propósito de la lectura que acabo de realizar de su último libro de poesía publicado, Contradanza (Fondo editorial Cultura peruana, Lima, 2013), pues la sensación que me dejó el primer acercamiento a él —y se reafirmó en los sucesivos— es su materialidad. No solo los temas —divididos en seis apartados— sino los poemas en sí que los integran (relacionados con la familia, los amigos —vivos y fallecidos—, los amores, la música, los colores, hasta las visiones aparentemente ideales o míticas y los dedicados a esa realidad tan delicada que es la política), todo el libro trasunta ese hálito de materialidad que aquí acuso y que, desde mi perspectiva, le da ese tono vital que es característico de su poesía total. Y, sin ir muy lejos, me remito a su penúltimo libro Naturaleza viva (Hipocampo, Lima, 2001), título que por sí mismo contradice el tópico pictórico de la «naturaleza muerta».

Y en Contradanza creo percibir también esa impronta dialéctica: así como la muerte tiene su negación en la vida, la danza asimismo tiene su contrario: en la poesía, que es —como diría Scorza— una danza inmóvil, una «contradanza», sonora como ella sola. Y la poesía en Rosina es una forma de esa vida. Y no porque —como aspiran ciertos puristas— se sienta vivir en el aire o en mundos aparte, sino porque siente y sabe que el reino de la poesía y de la vida es de este mundo. Un mundo que se ve —como lo expresa la simplicidad popular— «con estos ojos que se ha de tragar la tierra». Por eso el primer poema del apartado «Álbum de familia» hace referencia a los ojos del padre, ojos de poeta, ojos que han envejecido llenándose de mundo. Y Rosina dice haberle preguntado: «Papá, ¿adónde vas?» Y la respuesta es: «A buscar mis viejos ojos». Ojos que son la entrada del alma. Alma que rebosa de mundo. «Y se va papá, / Vuelve en la noche, / Vuelve al día siguiente, / Y se vuelve a ir/ Tras sus viejos ojos.» En este punto inicial hay algo que se debe rescatar como distintivo de la poesía de Rosina, y se percibe desde este primer poema: que hay en él un solo adjetivo: «viejos». En este y los otros poemas predominan los sustantivos y los verbos. Y esa reticencia a la adjetivación no es un efectismo de academia, es otro índice de la materialidad poética sugerida.

Del superrealismo decía J.C. Mariátegui que era una forma de acercarse a la realidad. Y Rosina usa la expresión (aunque en su versión simplificada) como título de la segunda estancia «Carta surrealista». Y aquí también cabe detenerse para precisar que la mayoría de las estancias adoptan el título de uno de los poemas que las integran. Cuando no ocurre así (los dos últimos casos) se debe asumir como una ruptura de lo armónico, es decir, la inarmonía (recurso musical) que rompe con la monotonía, y que, como efecto de la contradanza, nos acerca una vez más a la realidad, en la que los matices, variaciones y rupturas de la linealidad contribuyen a exaltar su riqueza y versatilidad. Volviendo a J.C. Mariátegui, su perspicacia crítica o sagacidad estética lo hizo vislumbrar en el superrealismo algo que, a muchos, en su época solo les permitió ver un aparente alejamiento de la realidad, y que para él constituye la captura de sus esencias que, como las entrañas, siempre están ocultas. Y se convirtió en una opción artística que circunstancialmente fue puesta en vigencia por los cultores del movimiento superrealista, pero que era y es un recurso ínsito del arte de todos los tiempos. Cito un fragmento de la «Carta surrealista» de Rosina: «Otra vez es noviembre y el amor renace de mis entrañas. Rojo, debe ser rojo, y no me quejo. Los trenes pasan y tu llamada tarda. Una mano invisible levanta mis faldas y la piel relincha como yegua en celo. Por ti perdí la realidad. Roedor  de fantasías, no me dejes.» Obviamente, es un poema de amor, prosa poética cuyo dominio nuestra poeta ejerce casi a diario en sus envíos por Internet. Y, cabe preguntar, ¿quién al ser tocado por la magia del amor no ha sentido transportarse más allá de los linderos de su realidad? Sin olvidar también que es el amor el que nos obliga a creer en la realidad externa (Marx), pues es en ella que descubrimos y cubrimos al otro para formar ese nosotros que tarda, a veces, pero que llega, siempre. Así como la primera estancia está integrada por poemas que exaltan el amor familiar (a los padres, las hijas, los hermanos) la estancia segunda remite a las amistades más amadas y a los amores más amicales: «Te recordamos mucho, Poeta, amigo de puta madre. ¿Qué más, qué más? Solo un verso limpio y justo en tu corazón». («Juan Ramírez Ruiz»).

La tercera estancia, «La pradera reverdece entre libros y música de Bach», es una ampliación temática de la anterior (aunque exclusiva para la amistad). Y se corresponde con el título de uno de los poemas. Dijimos al comienzo que la música es uno de los referentes temáticos de nuestra poeta. Y el título de la estancia lo hace ostensible. Pero no hay incidencia solo en la música clásica. También está la música popular representada por el tango que, vertical, «me enreda en el aire» y queda la satisfacción de que «No hay fin para esta melodía». Como no hay fin para la presencia de la pintura, con la alusión a los colores preferidos de la poeta (sepia, amatista, carmesí, caoba, ámbar, rojo, negro, púrpura, obsidiana, azafrán, cerúleo, turquesa, etc.) y son colores que remiten a sus cultores, Van Gogh, Frida Kahlo, Diego Rivera, Humareda, Ostolaza. Y Ostolaza está presente como Zorba y lo está con sus dibujos de estilo inconfundible, con que ilustra cada una de las estancias y motiva la portada.

La cuarta estancia da título al libro, Contradanza. Y el primer poema, «Actor griego», engarza con lo dicho al final del párrafo precedente, la referencia al pintor Carlos Alberto Ostolaza (poema dedicado a él, obviamente) y a su apelativo de Zorba. Un poema en el que «la arisca ciudad de Lima» sirve de trasfondo para recrear el amor que une a Valquiria y a Zorba. Y Valquiria se vuelve «aire tímido en el lecho/ (y) es agosto en el sur/ y la cordura un sueño inútil.» Y esta estancia termina con un segundo tango, reviviendo los caligramas de Apollinaire, para dar paso a las «Visiones diurnas», título de la quinta estancia, que busca el efecto de Naturaleza viva, y de Contradanza, pues las «visiones» por lo común están asociadas a la noche. Incluso en uno de los poemas de esta estancia, titulado «Invierno», destaca la intertextualidad de San Juan de la Cruz con su clásico Noche oscura del alma, que, a su vez, fuera intertextualizado por Jorge E. Eielson con su Noche oscura del cuerpo, y que en el caso de nuestra poeta adquiere la forma de «Oscura mañana del alma». Hasta llegar al poema «Visión» que se adhiere al título de la estancia, dedicado al valioso escritor argentino, y mejor amigo, Raúl Isman, para recordar «Héroes, libros, presagios/ Que hoy siguen poblando/ La buhardilla de Alejandra Pizarnik».

Y este recorrido, por los cinco continentes previos del libro, conduce a la última estancia que es, sin lugar a dudas, la prueba de fuego de esa materialidad que ha servido a nuestra poeta para dar vida al mundo de Contradanza, que es su mundo espiritual, reflejo de aquella materia que sus ojos de lechuza (como ella misma se alucina, «Tango 2») han sabido absorber para transmitirla en forma de canción, ¿y no es acaso —desde los griegos— la lechuza el símbolo de la sabiduría, representada por Palas Atenea acompañada de esa ave, y que el modernismo americano último reivindicó en la voz del mexicano Enrique González Martínez, en su «Tuércele el cuello al cisne»? Y nuestra poeta nos lo dice, en el poema de la última estancia: «Una mujer fragmentada canta/ y traga los ojos de la adversidad». («Muchacha desnuda en Cajamarca»).

«Zona liberada» es el título de esta estancia peliaguda. Y es tanto así que nuestra poeta ampara sus dudas en este epígrafe de Paul Éluard: «Revolución sabré colorear tal palabra?» Pero Rosina Valcárcel sale airosa de su propio reto. Y, en principio, a nivel formal logra el círculo perfecto, enlazando el primer poema de la primera estancia con el primero de la última, a través de la imagen del padre poeta y poeta revolucionario (digno homenaje): «Al caer el Muro de Berlín registra:/ —‘Qué dolor, y ni un solo disparo’.» Y luego vienen los homenajes a Manuel González Prada, Juan Pablo Chang, Víctor Jara, Fidel Castro y Víctor Polay. Personajes, actores y testigos —todos— de «un tiempo derrelicto» (para usar una expresión cara al poeta Juan Ojeda). Un barco abandonado es la imagen. Y Rosina lo describe así, en el poema dedicado a Polay: «La prisión se extiende/ La humedad las hojas de la urbe/ Como quien torea el patíbulo/ La tarde del 6 de abril/ Con sus ojos abiertos/ El héroe aguarda al filo de un pozo/ Me cede un libro de cuentos/ Sereno se mueve en la escena y dice: / —«Nadie podrá atarnos el espíritu/ He soltado una cometa».

Parafraseando a Antonio Cornejo Polar, puedo decir que si Rosina Valcárcel no hubiera escrito poesía, tal vez no la extrañaríamos, porque ella misma lo es. Porque ella ha sabido captar el ser mujer, desde su visión realista de la vida. Y lo dice: «Una mujer es misterio / rito / laberinto», como el amor, como la vida, como la materia, como la poesía, como la mujer… y todo lo que tocan sus manos de creadora universal. Y, tras los golpes, ella aprendió a ironizar: «A la sombra del árbol de la acacia / En el pórtico de tu jardín / Una parte de mi vientre cuida tus sueños / Entre ritmos y olor a caña dulce / Mientras cabalgas río arriba // Pero no me pidas danzar».

 

Piura, 4 de Abril de 2014.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Julio Carmona: “Tenía que ser mujer”

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C. "Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com

“Tenía que ser mujer”                                                             

por: Julio Carmona

Es esta una reseña que hago al libro titulado Naomi Klein, de José Luis Herrera Zavaleta[1]. Libro que, obviamente, aborda el pensamiento de la referida autora, a quien Herrera llama —en el subtítulo— «Símbolo de la antiglobalización». Y en realidad tanto el título como el subtítulo dicen poco, aparentemente. Del mismo modo como es engañoso el título de esta reseña. Porque los tres se refieren a «una mujer».

Comenzaré aclarando el título de la reseña. Es una frase que empezó a ser usada por los choferes hombres, para devaluar la pericia femenina en la conducción vehicular. Y luego se generalizó a otras actividades, adquiriendo un estatus de calificación negativa. Sin embargo, aquí lo uso en sentido contrario. Para relevar los actos positivos de la mujer, los mismos que (por oposición al cliché originario) se convierten en patrimonio exclusivo del sexo femenino. Y con ello no hago sino reafirmar mi adhesión al método dialéctico de investigación científica, para el cual toda tesis encierra, en sí misma, su contrario, y este pasa a ser una negación que, a su vez, engendra su propia negación. Es lo que el gurú de la ideología liberal (Karl Popper) adoptó en su esquema metodológico como la teoría de la «falsación» (que toda ley científica, para demostrar su validez, debe ser susceptible de ser negada o, en el lenguaje popperiano, falseada), aunque tal adopción la hiciera Popper sin reconocer la precedencia.

Por lo que se refiere al nombre de Naomi Klein —debo ser honesto en reconocerlo—, me pareció intrascendente. Pensé que se trataba de una Susan Sontag más o, en el mejor de los casos, otra Simone de Beauvoir, aunque —pensé— ligada al feminismo (lo que no es poco decir). Pero esa cavilación era producto de mi ignorancia. Lo digo con hidalguía, pese a que dicha ignorancia pueda tener la justificación de ser, a su vez, producto de la «cultura de la ignorancia» que impone a nuestro país el capitalismo salvaje con su exaltación del modelo que nos inflige a través de esa suerte de panacea perversa que autodenomina «globalización», aun cuando esta no sea otra cosa que un cambio de nombre a su esencia condensadora de poder, la «monopolización». Esta es la razón de ser del capitalismo, del mismo modo como la globalización (o condensación de poder en todos los órdenes: económico, político, social, cultural) lo ha sido de todos los imperios que en el mundo son y han sido. Ya Marx y Engels dijeron —hacia 1847— en el Manifiesto Comunista que el capitalismo tiende a “universalizarlo todo lo que es favorable a su interés”, pero también —y ello está incluido en la sentencia marxista— a restringir la existencia de todo lo que le es adverso. Naomi Klein —lo dice José Luis Herrera— «A pesar de la enorme importancia de su obra, su lectura está prácticamente prohibida en muchos países del Tercer Mundo. Las multinacionales de la edición, en el mejor de los casos, ejercen una censura velada por la que sus obras no están en las librerías, o se exhiben como una rareza bibliográfica que hay que pedir con meses de anticipación. En otros países, simplemente no existe.» (19).

Lo dicho hasta aquí explica o da razón de ser al subtítulo del libro reseñado: «Símbolo de la antiglobalización». Y, después de leer el libro, coincido plenamente con él. Y es preciso decirlo —sin reticencia ni mezquindad de ninguna especie— que la tarea asumida por José Luis Herrera, de difundir el pensamiento y la lucha ideológica de Naomi Klein, se hace merecedora de todo encomio. Porque no se trata de alcanzar logros personales (ni de la autora ni del difusor de sus ideas) sino de fundamentar y proporcionar herramientas condenatorias del crimen organizado por las grandes transnacionales con la complicidad de los gobiernos genuflexos a su poder. El poder económico de esos colosos del mal ha logrado instaurar la más perversa de las maquinarias criminales que los genios de la miseria humana han podido concebir, y que reduce a su mínima expresión los horrores que Borges describe en su Historia de la infamia.

El neoliberalismo enarbola las banderas de la libertad y la democracia para avanzar como un barco de guerra de destrucción masiva, lo cual es una aberración de origen. Porque para «imponer» su receta curalotodo, previamente destruye todas las células sanas del cuerpo al que dice que va a «salvar». Y para ello recurre a los mecanismos de publicidad que controla con el mismo impulso privatizador, globalizador, monopolizador. «La enorme publicidad de las multinacionales, nos ha hecho creer que el libre cambio está ligado a la libertad y a la democracia. El enorme mérito de Naomi Klein es haber demostrado todo lo contrario: el libre cambio está unido al crimen, al saqueo y a las dictaduras más brutales y a los desastres.» (65). Y nos dice que uno de los recursos más usados en las últimas décadas (a partir de los años setenta del siglo pasado) es la «doctrina del shock» que, como terapia psiquiátrica —nos lo recuerda Herrera—, «inicialmente por los años 50, fue aplicado por la psiquiatría. Posteriormente utilizado como un método de tortura, el electroshock produce en los individuos la pérdida del control sobre el cuerpo y la mente. Estos individuos quedan desorientados, reducidos, indefensos. Fue la CIA la que primeramente se dio cuenta de que esto puede funcionar de manera idéntica a nivel social.» (Íbid.).

En Perú lo padecimos con el golpe de Estado de Alberto Fujimori, quien no hizo sino aplicar —por orden de sus amos imperialistas— lo mismo que había hecho su congénere Pinochet, en Chile (de ahí que el ingenio criollo, tan propio de la viveza limeña, bautizara al dictador nativo como el «Chinochet»). El tan temido «shock» que se atribuyó a Mario Vargas Llosa, contendor electoral del «Chino», y que este negara con cínica energía, fue aplicado en nuestro país con —lo que después sería en él— típica insania. Claro que el escribidor había anunciado que iba a aplicar dicha política del shock, porque ya —desde esa época— se perfilaba él como ferviente admirador del neoliberalismo, y entonces nada hace pensar que hubieran sido distintos los resultados en un gobierno del que después sería Premio Nobel de Literatura 2012, Mario Vargas.

Y, precisamente, en este libro se destaca el uso que hacen las transnacionales del referido premio. Uno de los capítulos del libro se titula, precisamente, «Pinochet y el Premio Nobel», pues este —se dice ahí— fue concedido al economista Nilton Friedman, padre indiscutible de ese engendro llamado neoliberalismo o globalización, para cuya imposición usa la terapia asesina del shock (por algo fue que el ministro de economía que lo implantó en Perú, en el régimen dictatorial del Chinochet, exclamara por televisión al anunciar su implementación: «Que Dios nos ampare»). Y después de los varios experimentos en países del Tercer Mundo (como Chile, Uruguay, Argentina, y —bueno— Perú, Colombia, México, los Tigres Asiáticos: Malasia, Corea del Sur y Tailandia, además de Polonia, Rusia, e Irak), la genialidad de este «Premio Nobel» de economía resultó ser un fiasco, y a quien debiera llamársele, mejor, un «premio innoble», en tanto lo único que hizo es favorecer a las grandes transnacionales creándoles una teoría económica ad hoc, Economía y libertad, que mejor debió titularse «Esclavitud y mortandad». Transcribo la descripción que de este bluf se hace en el libro:

«Las transnacionales, a través de un Banco de Suecia (Severis Riksbank), crearon un premio de economía en 1969 que querían publicitar al máximo, hasta hacerlo el más importante del mundo; es decir, convertirlo en una súper marca. Esto les permitiría, dentro de un movimiento circular, premiar a economistas acordes a sus intereses, y a su vez que estos economistas den visos académicos a los saqueos y fechorías de estas corporaciones. El saqueo, principalmente del Tercer Mundo, se disimularía simplemente como la aplicación de una “brillante” teoría económica, “que es buena para todos”. La publicidad haría el resto. Pero luego se percataron que esa súper marca ya existía, eran los premios Nobel, una marca hábilmente vinculada a las multinacionales de la edición. Remarcamos que el Nobel no solo se ha convertido en el premio más importante del planeta, sino que, subliminalmente, la publicidad comunica el absurdo de que el autor que tiene ese premio es el mejor del mundo. Y ese es el negocio. Las multinacionales de la edición solo esperan los resultados del premio para actuar [o de que los mismos premios Nobel actúen indicando quiénes son los nuevos mejores autores a quienes ellos dan el espaldarazo]. Este es un aspecto de lo que se llama la cultura del sistema: el Nobel no es sino una marca, como Nike, como Levy Strauss, Mc Donald’s o Sara Lee. Los escritores del sistema tampoco son escritores, se han convertido en marcas. Son un asunto de mercadotecnia.» (91).

En definitiva, la terapia del shock hace que todo el costo social recaiga sobre los más pobres, mientras la globalización —aprovechando el estado de shock en que quedan sumidos los países— «en complicidad con las dictaduras más feroces ha diezmado naciones enteras». Naomi Klein con su trabajo de investigación —que implica haber comprobado in situ los desastres de la globalización— «desenmascara el modelo económico que las transnacionales imponen, el modelo del lucro, el modelo de un sistema compulsivo de consumo, de una publicidad perversa y de trabajo esclavo.»

Pero no todo está dispuesto para hundirse en el desánimo, el pesimismo o la desesperación. Naomi Klein —se dice en el libro— ha descubierto en la misma realidad el antídoto contra ese desmadre. «Nuestro norte es el Sur”, lema de Telesur, el prestigioso canal venezolano de televisión, puede ser aplicado a la conclusión a que ha llegado Naomi Klein. Los gobiernos progresistas de algunos países de Sudamérica están demostrando que el peor camino a seguir es entregarle todo al libremercado que controlan las transnacionales. La alternativa es la organización «del poder descentralizado en la colectividad. Así —concluye Herrera—, la formidable obra de Naomi Klein, planteada como un proceso en marcha, conjuga una teoría y una praxis de lucha nuevas, que están enfrentando con éxito a un mundo globalizado dominado por las transnacionales, y constituye, sin duda alguna, el ataque más eficaz y deslumbrante que se haya efectuado contra estas corporaciones y todo el sistema que ellas representan. Demuestra de manera evidente que el libre cambio solo puede aplicarse en regímenes dictatoriales y mediante el terror. Su obra diseña, además, una nueva alternativa del poder descentralizado en la comunidad, y constituye uno de los mayores esfuerzos por esclarecer el panorama socio económico actual». (201). Todo porque «el sueño de la igualdad económica es muy popular» y porque «es muy difícil de ser derrotado en una lucha justa, es por lo que se adoptó desde un principio la doctrina del shock.» Existiendo ese sueño en el imaginario colectivo ninguna pesadilla puede hacerlo naufragar.

Me felicito, pues, de haber sido presentado al eficiente conocedor y divulgador del trabajo de Naomi Klein, José Luis Herrera Zavaleta, en casa de la excelente poeta y mejor amiga, Rosina Valcárcel, en donde él tuvo la generosidad de obsequiarme un ejemplar del libro que me permitió tener acceso a Naomi Klein, el libro, que hace honor a Naomi Klein la intelectual y luchadora en contra de ese enemigo, la globalización, casi siempre «invisible», pero siempre reconocible en los esperpentos que lo representan (los bushs, los yeltsins, los pinochets, etc.); por lo que bien puedo reiterar aquí que son totalmente acertados el título y el subtítulo que José Luis Herrera ha puesto a su libro: Naomi Klein. Símbolo de la antiglobalización. Y me reafirmo en el título que he puesto a esta reseña: «Tenía que ser mujer».


[1] José Luis Herrera Zavaleta (2010). Naomi Klein. Lima: Benvenuto Editores.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C. "Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com

LA UNIVERSIDAD PERUANA ¿SE SALVARA O SEGUIRÁ EN EL POZO?
Por Jorge Rendón Vásquez

No es que el debate sobre una nueva Ley Universitaria se caliente ahora.
Estuvo caliente desde que los rectores en funciones o potenciales y sus clanes se enteraron de que el proyecto consideraba la creación de una Superintendencia Nacional de Educación Universitaria con la modesta función de supervisar y acreditar la calidad educativa de las universidades.
No les gustó el proyecto, porque la distorsionada autonomía universitaria ha sido utilizada por ellos para instituir un archipiélago de pequeños estados independientes donde pueden crear las carreras que quieran, enseñar lo que quieran, hacer profesores a quienes quieran, tengan o no los requisitos académicos para enseñar, disponer de los recursos públicos que les son atribuidos como quieran, pagarse lo que quieran oficial o extraoficialmente, etc. Y todo esto, prescindiendo absolutamente de las necesidades de nuestro país y de la conveniencia de los educandos.
Hace unos días un funcionario de una entidad estatal con quien tengo cierta amistad me llamó para pedirme que recibiera a un rector de una universidad de provincia. Ésta había decidido establecer en Lima una facultad de Derecho, como su filial, y necesitaban un docente con el grado de doctor para hacerlo decano y encargarle su organización. Le pregunté a ese funcionario si sabía cuántas facultades de Derecho hay en Lima. No lo sabía, y probablemente tampoco el rector comitente. Y es posible que ni les interesara.
En cambio, los rectores sí saben positivamente que una gran parte de los jóvenes egresados cada año de la Educación Secundaria, que son decenas de miles, aspira a ingresar a alguna universidad, como el horizonte más promisorio para su promoción social, y que sus padres harán incluso sacrificios económicos por encima de sus posibilidades para pagarles los estudios superiores. Vale decir que hay un gran mercado universitario y que corre mucho dinero por él. En la lógica crematística de los rectores y sus clanes sería tonto perderlo.
En este festín, el convidado de piedra es el país que, para ellos, no tiene voz ni voto, como la efigie de alguien que fue notable en un mausoleo.
Que la mayor parte de las universidades resulten un adefesio, no es una materia compatible con el mercado, aunque sí con la autonomía.
Por lo tanto, es explicable que los rectores se aferren a la autonomía, la invoquen como una diosa (que debe ser pariente cercana de Proserpina) y paguen contra el proyecto de Ley Universitaria costosos avisos en los diarios, no con dinero suyo, sino metiendo la mano a las arcas universitarias que legalmente no están para eso. (¿Qué dirá la Contraloría sobre esto?).
La autonomía universitaria recibió su espaldarazo en la Constitución de 1979. La fórmula fue: “Cada universidad es autónoma en lo académico, económico, normativo y administrativo, dentro de la ley.” (art. 31º). La expresión “cada universidad” fue propuesta por el camaleónico representante Enrique Chirinos Soto, en ese momento perteneciente al Partido Aprista, y en nombre de éste. La apoyaron los representantes del PPC y de algunos grupos de izquierda. Todos ellos sabían cuánto podía rendirles política y económicamente la autonomía universitaria, gobernando cada universidad como una ínsula. (Y hay quienes adoran todavía a la Constitución de 1979.) Por fortuna, alguien añadió que esa autonomía debía operar “dentro de la ley”.
En la Constitución de 1993 se repitió la fórmula de la autonomía, mas sin la expresión “dentro de la ley”, la que fue sustituida por la declaración de que “Las universidades se rigen por sus propios estatutos en el marco de la Constitución y de las leyes.” (art. 18º). La educación universitaria quedó también englobada en la norma más genérica alusiva a toda la educación: “El Estado coordina la política educativa. Formula los lineamientos generales de los planes de estudios así como los requisitos mínimos de la organización de los centros educativos. Supervisa su cumplimiento y la calidad de la educación.” (art. 16º).
No hay pues en nuestro ordenamiento constitucional una autonomía universitaria irrestricta, como pugnan por aducir hasta la desesperación los rectores y sus clanes.
Si a los rectores se les preguntara si ellos responden por la pésima calidad de la formación profesional en casi todas las universidades de nuestro país, voltearían la cabeza y responderían: “No se oye, padre.”
Sin son ellos los principales causantes de ese desastre ¿con qué ejecutoria moral y profesional se alzan ahora contra una ley que podría empezar a rescatar a la universidad peruana del oscuro pozo en cuyas tinieblas gobiernan?
Hace algunos meses, en uno de mis comentos sobre Arequipa, me ocupé de los 367 doctorados “bamba” que los rectores de la Universidad de San Agustín habían conferido entre los años 2000 y 2006, por simples resoluciones rectorales, incluyéndose ellos mismos como beneficiarios, sin los estudios comprensivos, sin acreditar el conocimiento de dos idiomas extranjeros y sin tesis. (El colmo de la audacia ¿no?, como los conquistadores que decían que cada uno tenía en el bolsillo una real cédula que disponía: “Este español está autorizado a hacer lo que le da la gana.”). Gracias a esos doctorados, ascendieron de categoría, aumentándose los sueldos y, cuando se retiraron de la Universidad, obtuvieron pensiones más altas. La Asamblea Nacional de Rectores lo supo y no dijo ni pío, puesto que la Universidad de Arequipa había procedido en virtud de la autonomía universitaria. El rector de esta Universidad, protagonista de ese escándalo, es ahora Vicepresidente de la Asamblea Nacional de Rectores y una de las voces más calificadas del coro contra el proyecto de nueva Ley Universitaria.
La necesidad de una entidad cuya función sea controlar la calidad de la educación universitaria es clamorosa para nuestro país y para los estudiantes universitarios. Sin cuadros profesionales egresados de universidades calificadas el desarrollo económico se retarda. La mayor parte de los egresados universitarios actuales tiene que formarse necesariamente en el trabajo durante varios años hasta alcanzar el nivel adecuado que deberían haber tenido al egresar. Forzosamente, entonces, la dirección de las empresas y otras entidades al más alto nivel tiende a ser confiada a profesionales venidos del extranjero o con maestrías y doctorados obtenidos en el extranjero. Porque no se puede jugar con la responsabilidad de  producir bien, tanto en el servicio público como para el mercado.
En todos los países europeos, la formación universitaria está dirigida o supervisada por los gobiernos centrales y por las regiones o comunidades autónomas donde éstas existen. La autonomía universitaria esta limitada a la elección de las autoridades universitarias. Los regímenes de estudios, las carreras, las facultades y los doctorados, el régimen de ingreso a la docencia universitaria y a seguir estudios en la universidad están determinadas centralmente. Se entiende en esos países perfectamente que el desarrollo económico y la marcha misma de la sociedad y del Estado dependen en buena parte de la formación profesional universitaria, y más aún cuando la competencia económica es el medio natural de su existencia.
He tenido la oportunidad de ver personalmente el funcionamiento de la universidad en Europa y en Estados Unidos.
Forma parte de un sistema integral de formación profesional que comprende a las escuelas de educación inicial y secundaria, a los institutos de carreras no universitarias para la provisión de mandos medios, a las universidades, a los centros de formación de profesionales de nivel superior y a las academias de investigación. Y este sistema está dirigido y coordinado por una autoridad colectiva central, de manera que nada concerniente a la formación profesional queda librado a la autonomía de los funcionarios, autonomía que no existe y que la organización de la economía y del Estado sencillamente no toleraría.
¿Podrían las universidades peruanas soñar siquiera con el nivel de las universidades de los países más desarrollados?
Tal vez los señores rectores atrincherados en la Asamblea Nacional de Rectores puedan absolver esta pregunta y con gran soltura de huesos me digan que sí, como me respondió el decano de una Facultad de Derecho hace ya algunos años cuando le pregunté por que no promovía la incorporación a la docencia de ex alumnos que se habían doctorado en Francia y en Italia.
Todo es posible en la dimensión desconocida de la osadía del subdesarrollo.
(2/12/2013)
Matando el árbol de los frutos de oro.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C. "Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com

PLAN DE ATAQUE


 Voy a buscar más de dos pies al gato
Voy a cascabelear con sus bigotes
Voy a ponerme yugo en el cogote
Voy a hacer de mi vida un garabato
Voy a gusto a sacar los pies del plato
Voy a desesperar viendo ese escote
Voy a darle en la yema a ese cigote
Voy a morir de amor como un novato
Después regresaré a mi solitaria
Madriguera donde armo esta estrategia
Y me pondré a sudar la gota diaria
Y después muy después con prosa regia
Liberaré a mi musa presidiaria
Para verla volver con risa egregia.


Julio Carmona

viernes, 8 de noviembre de 2013

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C. "Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com

ESCLAVO O SUICIDA

Ella tenía el sol y yo la luna
Y yo tenía luz solo por ella
Su nombre era perfecto de una estrella
Y su piel para espejo de aceituna
Se fue acercando con razones bellas
Construir la ficción de una laguna
Despertar abrazados a una duna
Inaugurar la escultura de una huella
Y vivir para siempre en la retina
De eso que llaman pueblo y es la vida
Entonces fue su luz cauda y felina
La que llenó de flores mis heridas
La que hizo trizas mis llagas intestinas

Convirtiéndome en esclavo o suicida

Julio Carmona


martes, 1 de octubre de 2013

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C. "Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com

PROFESIÓN DE FE

Acostúmbrate a nunca decir nunca
Acostúmbrate siempre a decir siempre
Acostúmbrate a ser lo que siempre eres
Acostúmbrate a estar siempre sin dudas

Si puedes mantener las manos juntas
Nunca sientas lejanos tus diciembres
Que tu llanto sea siempre por quereres
No niegues al amor premio y ayuda

Si todo tiene revés y derecho
No te creas jamás centro del mundo
O que la vida gira en tu redor

Solo si no naciste derecho y hecho
Podrás sentir que todo es nauseabundo
Sin saber cómo hallar tu buen amor

JULIO CARMONA