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lunes, 25 de abril de 2011

Manuel Toledo: Gonzalo Rojas, un poeta libertino y divino

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/



Tu poesía fue un regalo
de los dioses, gran Gonzalo
Rojas, y por eso el cielo
sin tu voz está de duelo.
Gonzalo Rojas ganó el Premio Cervantes en 2003.

"Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa. / No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día".

Así comienza el poema "Contra la muerte", del libro homónimo de Gonzalo Rojas, quien acaba de fallecer en Santiago de Chile.

"¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas / a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos / con volar más allá del infinito / si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir / fuera del tiempo oscuro?".

Cuando lo escribió, en 1964, vaticinaba que le faltaban "unos diez o veinte años para irme de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento, allá abajo".

Por suerte para él y para sus lectores, vivió mucho más.
Reconocimientos

"Contra la muerte" era apenas su segundo libro. El primero, "La miseria del hombre", lo había publicado en 1948.

Su primer poema publicado fue "La litera de arriba", en 1935.

Según don Gonzalo, mientras su primer poemario tuvo "un grado de audiencia dispar, pero intensa", el segundo "situó mi nombre en América Latina".

Cuando por fin se fue de bruces, a sus 93 años, su obra ya era conocida en toda Hispanoamérica, se había traducido a muchas lenguas y le había merecido reconocimientos como el Premio Nacional de Literatura de Chile y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, ambos en 1992, el José Hernández de Argentina y el Octavio Paz de Poesía y Ensayo de México, en 1998, el Walt Whitman en 2001 y el Cervantes en 2003.

Muchos apostaban a que sería el tercer Premio Nobel chileno, después de Gabriela Mistral y Pablo Neruda, pero él se reía de eso.

Según le dijo a BBC Mundo cuando ganó el Cervantes, no le importaban mucho los premios, aunque reconocía que algunos lo ayudaban desde el punto de vista financiero.

Lo que sí le alegraba es que en Chile, a pesar de que en su opinión todavía era un país "muy conservador", los jóvenes estuvieran leyendo cada vez más su poesía.

Infancia

El poeta nació el 20 de diciembre de 1917 en Lebu, la capital de la sureña provincia de Arauco, en la VIII Región del Bío Bío.

"La infancia es la edad más fecunda y es muy decisiva para la creación poética. Por eso, no quiero dejar de jugar"

Gonzalo Rojas

Su padre, un minero, murió cuando él tenía cuatro años y su madre se tuvo que hacer cargo de él y de sus siete hermanos.

"Todavía soy ese niño al que le gustaban el mar, las piedras y un potro colorado que mi padre me regaló. Me gustan mucho los caballos", me dijo, una vez que lo visité en su casa, en la ciudad de Chillán.

"Sigo siendo ese niño. Seguramente a ti te pasa igual. La infancia es la edad más fecunda y es muy decisiva para la creación poética. Por eso, no quiero dejar de jugar", añadió.

Exilio

Rojas estudió derecho y pedagogía en la Universidad de Chile y durante muchos años dio clases en Valparaíso y en Concepción, donde enseñó lo que para él era, según me confesó, "el tema más aburrido del mundo, la teoría literaria".

A principios de la década del 70, fue diplomático en China y en Cuba.

Tras el golpe militar de Augusto Pinochet, estuvo exiliado en la República Democrática Alemana, donde fue empleado por la Universidad de Rostock, aunque, según él, no lo dejaban enseñar, y en Venezuela, donde fue profesor en la Universidad Simón Bolívar.

De 1980 a 1994, vivió principalmente en Estados Unidos e impartió clases en las universidades de Columbia, Chicago y la Brigham Young University en Utah.

¿De qué más se te acusa?

En 1994 regresó a Chile y varios de sus libros más memorables aparecieron en los años siguientes, incluidos "Diálogo con Ovidio" (1999), "Metamorfosis de lo mismo" (2000), "¿Qué se ama cuando se ama?" (2000) y "Réquiem de la mariposa" (2001).

Su último libro fue publicado por la editorial Pfeiffer en 2010.

Su último poemario publicado fue "Con arrimo y sin arrimo", en 2010, en cuyo título le hacía un guiño a San Juan de la Cruz, uno de sus poetas favoritos, junto a Ovidio, Santa Teresa de Jesús, Ezra Pound, Miguel Hernández y Marina Tsvietáeieva, entre muchos otros.

En él incluyó "De qué más se te acusa Gonzalo Rojas", un poema que demuestra que hasta el final de su vida seguía jugando.

La lista de las acusaciones es larga, entre ellas de ser "libertino y adivino, ciego por fuera pero no por dentro, de bazofia y más bazofia"; "de mear contra el cielo, de escupir a Dios por escupir"; "de apestado por los premios, yo no concursé"; "de viudo inconsolable sin ninguna de las dos" (las dos mujeres con quienes se casó, María Mackenzie e Hilda May, madres de sus hijos Rodrigo y Gonzalo); "de no haberme encatrado con la Tsvietáieva y esa sí que hubiera sido" y "de llegar desnudo a los diez mil y que se hunda el Mundo".

Al final, por ahí andará don Gonzalo, con su risa de muchacho y un vaso de whisky en la mano, burlándose de sus acusadores y hasta de la Muerte, a la que en "Materia de testamento" le legó "un crucifijo grande de latón".
 
Tomado de: BBC Mundo

jueves, 21 de abril de 2011

Otto René Castillo: Selección de poemas

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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El que muere por el pueblo
vive en su viento de fuego
en su corazón guerrero
en su triunfo venidero

Libertad

Tenemos
por ti
tantos golpes
acumulados
en la piel,
que ya ni de pie
cabemos en la muerte.

En mi país,
la libertad no es sólo
un delicado viento del alma,
sino también un coraje de piel.

En cada milímetro
de su llanura infinita
está tu nombre escrito:
libertad.

En las manos torturadas.

En los ojos,
abiertos al asombro
del luto.

En la frente,
cuando ella aletea dignidad.

En el pecho,
donde un aguante varón
nos crece en grande.

En la espalda y los pies
que sufren tanto.

En los testículos,
orgullecidos de sí.

Ahí tu nombre,
tu suave y tierno nombre,
cantando en esperanza y coraje.

Hemos sufrido
en tantas partes
los golpes del verdugo
y escrito en tan poca piel
tantas veces su nombre,
que ya no podemos morir,
porque la libertad
no tiene muerte.

Nos pueden
seguir golpeando,
que conste, si pueden.

Tú siempre serás la victoriosa,
libertad.

Y cuando nosotros
disparemos
el último cartucho,
tú serás la primera
que cante en la garganta
de mis compatriotas,
libertad.

Porque
nada hay más bello
sobre la anchura
de la tierra,
que un pueblo libre,
gallardo pie,
sobre un sistema
que concluye.

La libertad,
entonces,
vigila y sueña
cuando nosotros
entramos a la noche
o llegamos al día,
suavemente enamorados
de su nombre tan bello:
libertad.


Nuestra voz

Para que los pasos no me lloren,
canto.

Para tu rostro fronterizo del alma
que me ha nacido entre las manos:
canto.

Para decir que me has crecido clara
en los huesos amargos de la voz:
canto.

Para que nadie diga: ¡tierra mía!,
con toda la decisión de la nostalgia:
canto.

Por lo que no debe morir, tu pueblo:
canto.

Me lanzo a caminar sobre mi voz para decirte:
tú, interrogación de frutas y mariposas silvestres,
no perderás el paso en los andamios de mi grito,
porque hay un maya alfarero en su corazón,
que bajo el mar, adentro de la estrella,
humeando en las raíces, palpitando mundo,
enreda tu nombre en mis palabras.

Canto tu nombre, alegre como un violín de surcos,
porque viene al encuentro de mi dolor humano.

Me busca del abrazo del mar hasta el abrazo del viento
para ordenarme que no tolere el crepúsculo en mi boca.

Me acompaña emocionado el sacrificio de ser hombre,
para que nunca baje al lugar donde nació la traición
del vil que ató su corazón a la tiniebla ¡negándote!


Vámonos patria a caminar

Vámonos patria a caminar, yo te acompaño.

Yo bajaré los abismos que me digas.

Yo beberé tus cálices amargos.

Yo me quedaré ciego para que tengas ojos.

Yo me quedaré sin voz para que tú cantes.

Yo he de morir para que tu no mueras,
para que emerja tu rostro flameando al horizonte
de cada flor que nazca de mis huesos.

Tiene que ser así, indiscutiblemente.

Ya me canse de llevar tus lagrimas conmigo.

Ahora quiero caminar contigo, relampagueante.

Acompañante en tu jornada, porque soy un hombre
del pueblo, nacido en octubre para la faz del mundo.

Ay, patria.

A los coroneles que orinan tus muros
tenemos que arrancarlos de raíces,
colgarlos de un árbol de rocío agudo,
violento de cóleras de pueblo.

Por ello pido que caminemos juntos. Siempre
con los campesinos agrarios
y los obreros sindicales,
con el que tenga un corazón para quererte.

Vámonos patria a caminar, yo te acompaño.


Distante de tu rostro

Pequeña patria mía, dulce tormenta,
un litoral de amor elevan mis pupilas
y la garganta se me llena de silvestre alegría
cuando digo patria, obrero, golondrina.

Es que tengo mil años de amanecer agonizando
y acostarme cadáver sobre tu nombre inmenso,
flotante sobreo todos los alientos libertarios,
Guatemala, diciendo patria mía, pequeña campesina.

Ay, Guatemala,
cuando digo tu nombre retorno a la vida.

Me levanto del llanto a buscar tu sonrisa.

Subo las letras del alfabeto hasta la A
que desemboca al viento llena de alegría
y vuelvo a contemplarte como eres,
una raíz creciendo hacia la luz humana
con toda la presión del pueblo en las espaldas.

¡Desgraciados los traidores, madre patria, desgraciados!
¡Ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte!
¿Por qué nacieron hijos tan viles de madre cariñosa?

Así es la vida de los pueblo, amarga y dulce,
pero su lucha lo resuelve todo humanamente.

Por ello patria, van a nacerte madrugadas,
cuando el hombre revise luminosamente su pasado.

Por ello patria,
cuando digo tu nombre se rebela mi grito
y el viento se escapa de ser viento.

Los ríos se salen de su curso meditando
y vienen en manifestación para abrazarte.

Los mares conjugan en sus olas y horizontes
tu nombre herido de palabras azules, limpio,
para lavarte hasta el grito acantilado del pueblo,
donde nadan los peces con aletas de auroras.

La lucha del hombre te redime en la vida.

Patria, pequeña, hombre y tierra y libertad
cargando la esperanza por los caminos del alba.

Eres la antigua madre del dolor y el sufrimiento.

La que marcha con un niño de maíz entre los brazos.

La que inventa huracanes de amor y cerezales
y se da redonda sobre la faz del mundo
para que todos amen un poco de su nombre:
un pedazo brutal de sus montañas
o la heroica mano de sus hijos guerrilleros.

Pequeña patria, dulce tormenta mía,
canto ubicado en mi garganta
desde los siglos del maíz rebelde:
tengo mil años de llevar tu nombre
como un pequeño corazón futuro
cuyas alas comienzan a abrirse a la mañana.


Arte poética

Hermosa encuentra la vida
quien la construye hermosa.

Por eso amo en tí
lo que tú amas en mí:

La lucha por la construcción
hermosa de nuestro planeta.


Viudo del mundo

Compañeros míos
yo cumplo mi papel
luchando
con lo mejor que tengo.

Que lástima que tuviera
vida tan pequeña,
para tragedia tan grande
y para tanto trabajo
No me apena dejaros.

Con vosotros queda mi esperanza.
Sabéis,
me hubiera gustado
llegar hasta el final
de todos estos ajetreos
con vosotros,
en medio de júbilo
tan alto. Lo imagino
y no quisiera marcharme.

Pero lo sé, oscuramente
me lo dice la sangre
con su tímida voz,
que muy pronto
quedaré viudo del mundo.


Los amantes

Se habían
encontrado hace poco.

Y hace pronto
se habían separado,
llevándose
cada uno consigo
su nunca o su jamás
su afirmación de olvido,
su golpeador dolor.

Pero el último beso
que volara de sus bocas,
era un planeta azul.

Girando
en torno a su ausencia.

Y ellos
vivían de su luz
igual que de su recuerdo.


De los de siempre

Usted,
compañero
es de los de siempre.

De los que nunca
se rajaron,
¡carajo!

De los que nunca
incrustaron su cobardía
en la carne del pueblo.

De los que se aguantaron
contra palo y cárcel,
exilio y sombra.

Usted,
compañero,
es de los de siempre.

Y yo lo quiero mucho,
por su actitud honrada,
milenaria,
por su resistencia
de mole sensitiva,
por su fe,
más grande y más heróica
que los gólgotas
juntos
de todas las religiones.

Pero, ¿sabe?
los siglos
venideros
se pararán de puntillas
sobre los hombros del planeta,
para intentar
tocar
su dignidad,
que arderá
de coraje,
todavía.

Usted,
compañero,
que no traicionó
a su clase,
ni con torturas,
ni con cárceles,
ni con puercos billetes,

Usted,
astro de ternura,
tendrá edad de orgullo,
para las multitudes
delirantes
que saldrán
del fondo de la historia
a glorificarlo,
a usted,
al humano y modesto,
al sencillo proletario,
al de los de siempre,
al inquebrantable
acero del pueblo.

Selección proporcionada por Moravia Ochoa.

viernes, 15 de abril de 2011

Julio Carmona: César ve lejos

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir"
es el lema de http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/


La mirada del poeta
avizora el porvenir,
aunque esté lejos la meta,
aunque antes deba morir.
Se suele decir de César Vallejo -y no es erróneo- que es un poeta universal. De la talla de un Goethe, de un Dante, de un Cervantes. Y eso lo corrobora la misma intelectualidad universal. Por ejemplo, tres estudiosos de la literatura (paisanos de los genios nombrados, respectivamente): J.M. Cohen (Poesía de nuestro tiempo), Roberto Paoli (Los mapas anatómicos de César Vallejo) y Luis Monguió (La poesía post-modernista en el Perú), así lo dejan establecido en esas obras encerradas entre paréntesis.

Pero, pese a ese consenso irrefutable, es menester hacer algunas precisiones. Puede suponerse que una visión universalista dará como resultado una pérdida de la particularidad o nacionalidad de esos poetas. Un poco como si dijéramos que la contemplación del bosque nos impedirá distinguir el árbol. Pero -aunque suene a paradoja- hay que señalar que ocurre todo lo contrario: es, precisamente, su particularidad la impulsora de su universalidad. Goethe, Dante y Cervantes son poetas nacionales por antonomasia: de Alemania, Italia y España. Son los intérpretes de sus pueblos.

Lo mismo ocurre con nuestro César. Y fue mérito (es menester destacarlo) de José Carlos Mariátegui el haber sido el primero en precisarlo y reconocerlo así. Con Vallejo -dijo- se inicia un nuevo período en la literatura peruana: el período nacional, Los heraldos negros -afirmaba Mariátegui- podía haber sido su obra única. No por eso Vallejo habría dejado de inaugurar en el proceso de nuestra literatura una nueva época”. Y agregaba: “El gran poeta de Los Heraldos Negros y de Trilce- ese gran poeta que ha pasado ignorado y desconocido por las calles de Lima -tan propicias y rendidas a los laureles de los juglares de feria- se presenta, en su arte, como un precursor del nuevo espíritu, de la nueva conciencia”; porque -para Mariátegui- Vallejo “condensa la actitud espiritual de una raza, de un pueblo”. Pero, al mismo tiempo relevaba su universalidad diciendo que “Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal. Su alma ‘está TRISTE hasta la muerte’ de la tristeza de todos los hombres”.

Todo lo dicho por J.C. Mariátegui y por los intérpretes posteriores a él sobre la poesía de Vallejo, debe ser comprobado en su poesía misma. Y, si somos acuciosos, veremos que la mayor parte de los temas (y la forma de tratarlos) de su poesía tiene un punto de referencia: el Perú. Empero, son temas que no dejan de estar ligados a la humanidad. Esto lo universaliza sin desarraigarlo; aquello lo enraíza sin aprisionarlo. Recordemos en esta ocasión uno solo y quizá uno de los más conocidos de sus poemas: “Piedra negra sobre una piedra blanca”:

Me moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo.
me moriré en París- y no me corro-
talvez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
Todos si que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los hesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…

De inmediato se reconoce en los dos primero cuartetos el ensimismamiento del poeta. El está concentrado en sí mismo, al extremo de darnos una aparente “premonición de su muerte”. Y decimos ‘aparente’ porque racional o ideológicamente es algo que está fuera de su aceptación. En su libro, El Arte y la Revolución, Vallejo dice: “… la anticipación expresa y rotunda de hechos concretos, no pasa de un candoroso expediente de brujería barata y es cosa muy fácil. Basta ser un inconsciente con manía de alucinado. Así hacen las sibilas vulgares. No importa que se realice o no lo que anuncian”.

De tal suerte, pues, que Vallejo no estaba interesado en “predecir su muerte”. Lo que debe entenderse con esa expresión poética es la “sensación” de que así como muere todos los días, así ha de morir cualquier otro día (por eso es que, paradojalmente, ‘tiene el recuerdo’ de algo que “todavía no ha ocurrido”). Y “tal vez” -dice- será “un jueves”, porque –precisamente- es jueves cuando está escribiendo ese poema en un ambiente otoñal (es decir: triste, gris, opaco o sea tonalidades propicias para crear una sensación de deceso, de muerte), y, lo que es más importante, será jueves porque en ese jueves - como nunca- está solo. Y la soledad, como la muerte, es lo más personal del individuo, pero, al mismo tiempo, es lo más común del ser humano: para sentir la sensación de la soledad se tiene que estar solo (es lo particular), y es una sensación que todos la sentimos (es lo universal). Y, asimismo, la sensación de la propia muerte: ese “futuro temor” de que hablaba Rubén Darío. Esa imbricación del uno en el todo será también ‘teorizado’ por Vallejo en su libro Contra el secreto profesional: “Más profundo y poético es decir ‘yo’ -tomado naturalmente como símbolo de ‘todos’.”

El ‘yo’ Vallejiano está -además- en esa ciudad mundana que es París (el “centro del mundo” para la época). Todos los hombres presentes en ese París Universal’, están asimismo concentrados en el ‘yo’ del poeta, unidos por ese elemento común a todos: el aguacero, el agua, la humedad que hace -dígase de paso- doler los huesos (los húmeros que el poeta ‘se ha puesto a la mala’).

Y el yo poético se hará asaz personal con la autodenominación. Cuando nuestro poeta escribe: “César Vallejo ha muerto, le pegaban”, está formalizando en la práctica artística, la concepción dialéctica de unir los contrarios: lo particular en lo universal. Ese autonombrarse particulariza el hecho como si nos dijera: ‘Este hombre, con estos documentos de identidad en los que además del nombre está la nacionalidad: peruano, este hombre “particular ha muerto”. Pero también nos dice que antes de morir y durante toda su vida (‘en todo su camino’), le pegaban “todos sin que él les haga nada;/ le daban duro con un palo y duro/también con una soga”. Y el padecer esos golpes los sufre como hombre, como ser humano, y no porque caigan en su cuerpo literalmente, sino en su humanidad, pues él es parte de la humanidad: de toda la humanidad, la que sufre (los oprimidos) y la que hace sufrir (los opresores), pues todos le pegan: unos por no dejar de hacer sufrir a los oprimidos, y éstos por no rebelarse definitivamente contra esa opresión.

Es así, entonces, que el ciudadano Vallejo se funde con el humano Vallejo para universalizar lo particular. Y de ese dolor, de ese sufrimiento termina diciéndonos que “son testigos”/…la soledad, la lluvia, los caminos…”, es decir, los mismos elementos de la unidad dialéctica de contrarios: Lo particular dentro de lo universal. La soledad – ya lo hemos visto- es propia del individuo, del hombre solo, particular; pero asimismo nos dice que puede testificar la lluvia que es común a todos (como decíamos del ‘aguacero’): no olvidemos el refrán que dice “cuando llueve todos se mojan”. Y también son testigos los caminos, o sea la vida, propiamente, pues -así como a los caminos- a la vida la hacemos todos, en tanto (como decía otro grande de la poesía universal y humana, Antonio Machado): “caminante, no hay camino, / se hace camino al andar”.

Finalmente -y hay que subrayarlo- el destacar ese aserto de la universalidad vallejiana, no implica estar enajenando a Vallejo de lo nuestro, e, inversamente, el hecho de reclamar su esencia nacional no lo hace inaccesible a los hombres de otras latitudes. Y si esa cualidad especial de nuestro poeta la hemos ejemplificado con un poema en el que enuncia su muerte (por razones de espacio no podemos tocar otros temas y poemas múltiples e inagotables), eso tampoco es óbice para pensar, creer o hacer creer que él - en realidad- está muerto (aunque así lo sea físicamente).

Cuando se recuerda la fecha de su muerte, pues, con propiedad se está recordando al mismo tiempo su nacimiento a la inmortalidad, es decir la vigencia de una vida que sigue siendo vigente desde hace setenta y tres años (1938-2011). Y que seguirá siéndolo (como ocurre con Goethe, Dante o Cervantes) porque -entre otras cosas- todo lo por él escrito fue hecho para el pueblo, para los pobres, los oprimidos, incluso para los analfabetos: “Hacedlo por la libertad de todos” (escribió Vallejo en su poema Himno a los Voluntarios de la República), “por el analfabeto a quien escribo”. Y esta otra paradoja se explica porque cuando pasados los años ya no haya analfabetos en la tierra, los millones de seres que ya no lo sean, se deslumbrarán con la belleza de esa poesía, con la luz de su profundidad humana que hoy la oscuridad más inhumana -el analfabetismo- les impide gozar. Y -lo que es más importante- esos analfabetos de hoy, hombres libres de mañana, tendrán en la poesía de Vallejo el alimento solidario de su libertad, como hoy tienen en ella a una voz de lucha que reclama por sus derechos de doliente humanidad: “Señor Ministro de Salud: ¿Qué hacer?/ ¡ah! Desgraciadamente, hombres humanos,/ hay, hermanos, muchísimo que hacer”.

lunes, 4 de abril de 2011

Martín Guerra: "Los premios de Arguedas"

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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Pintura de Bruno Portuguez

02 de abril de 2011.

Durante el mes de enero de este año la directiva del Gremio de Escritores del Perú tuvo el acierto feliz de organizar una serie de homenajes a José María Arguedas los días miércoles del mes, siendo tan exitoso que en febrero se continuó con lo mismo. Fue en una de estas fechas en las que un miembro del público planteó -ante la crítica que uno de los expositores realizaba a la obra literaria de Mario Vargas Llosa- su desacuerdo y además señaló que Vargas Llosa era un escritor galardonado muchísimas veces y preguntó luego ¿qué premio había obtenido Arguedas para pretender que su obra fuera tan o más importante que la de Vargas?

Preguntas como esta, además de equivocadas en su perspectiva, encierran en su génesis un problema muy grande, el creer que los premios validan a los premiados. Y necesariamente no es así. Claro que hay muchísimos artistas, científicos, profesionales, trabajadores y deportistas galardonados que merecen muchísimo más que el laurel o laureles que se les otorga, por el valor crucial de su obra en el campo que esta se haya desarrollado. Pero eso no asegura de ninguna manera que ineludiblemente el ganador sea auténticamente eficiente en lo que hace o más talentoso u original que otros. Sería, además de pueril un criterio estrecho.

En la actualidad por citar un ejemplo, existen organizaciones privadas y/o públicas que crean condecoraciones con nombre propio, es decir compran premios o los establecen de acuerdo a su conveniencia, sin un jurado calificador, sin un concurso, sin opiniones calificadas y muchas veces falsificando la realidad. En esta sociedad actual en donde la sinceridad es una práctica cada vez más difícil de hallar en la vida pública de las instituciones, se observa esto tanto en premios desconocidos, conformados para una situación precisa, como por ejemplo hacer sobresalir a alguien que no tiene méritos propios, para - como dice la canción - “de un fondo de botella, hacer un rubí”; hasta en las famosísimas primas, como el Nobel. ¿Quién puede tomar en serio el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a un obsecuente interventor de las soberanías nacionales como Barack Obama?

Lo que anida en el fondo de esta concepción, es que el valor de un trabajo se debe sustentar en la manifestación pública de concordancia. De ser esta una sociedad colectivista aquello sería maravillosa, pero viviendo en una sociedad fragmentada, en donde la educación se elitiza paulatinamente, y en donde cada vez más lo formal se impone sobre lo real, esta visión se torna falsa y embaucadora.

No obstante, y para responder al defensor de Vargas Llosa; José María Arguedas si fue premiado muchas veces, en una época en donde no existían tantos concursos como ahora, y en donde los premios no se compraban ni se imponían como muchos de ahora.

Arguedas recibió tres premios internacionales: En 1935, el Segundo Premio en el Concurso Internacional de “Revista Americana” de Buenos Aires, por el libro “Agua”; en 1955, el Premio por el Concurso de Cuento del diario “El Nacional” de México, por la narración “La muerte de los hermanos Arango”; en 1963, el Certificado de mérito de la Fundación William Faulkner de Estados Unidos por la novela “Los ríos profundos”.

Y obtuvo cuatro distinciones nacionales: En 1958, el Premio Fomento a la Cultura “Javier Prado”, por su Tesis “La evolución de las comunidades indígenas”, para obtener el bachillerato en Etnología; en 1959, el Premio Fomento a la Cultura “Ricardo Palma” por la novela “Los ríos profundos”; 1962, el Premio Fomento a la Cultura “Ricardo Palma” por la novela “El Sexto” y en 1968, el Premio “Garcilaso de la Vega”, patrocinado por la Beneficencia Pública de Lima, para el “escritor peruano de género narrativo, poético, dramático o de ensayo, cuya obra constituya por su trascendencia, continuidad y ejemplaridad, una contribución objetivamente valiosa al arte y a las letras del Perú”[1].

Obtuvo también una beca de la UNESCO en 1958, para efectuar investigaciones en España y en Francia en el lapso de siete meses, producto de los cuales surge su tesis para lograr el doctorado, titulada “Las comunidades de España y del Perú” de 1963.

Por su extraordinaria labor como docente y difusor cultural recibió las Palmas Magisteriales en el grado de Comendador en julio de 1964 y una Resolución Suprema firmada por la presidencia de la República en agosto de 1964, reconociendo los “servicios prestados a favor de la cultura nacional”. Estas dos preseas se le asignaron durante el gobierno de Fernando Belaúnde, lo que no impediría que José María Arguedas renunciara inmediatamente después –en agosto- a la dirección de la Casa de la Cultura del Perú, por los impedimentos que causaba el grupo parlamentario aprista en lo referente a los temas de rescate cultural del país; así como criticara duramente la firma del Acta de Talara, que entregaba el país al capital norteamericano en setiembre de 1968, en carta a Francisco Igartúa, de la revista “Oiga”[2].

Hay que señalar también que perdió un concurso en 1953, el Premio Fomento a la Cultura “Ricardo Palma”, por la obra “Diamantes y pedernales”, que fue – creemos – injustamente declarado desierto. Luego de esta decepción Arguedas pensó no presentarse más a ningún concurso. Felizmente desechó esta opción. Es justamente “Diamantes y pedernales” una novela pequeña que ha merecido un estudio de antropología de la música el año 2007 por Chalena Vásquez[3]. Esta misma obra hizo rectificar al maestro Antonio Cornejo Polar un primer juicio equivocado respecto a ella. Dijo en 1977 Cornejo: “En mi libro sobre la obra narrativa de José María Arguedas dejé sin estudiar Diamantes y pedernales, una breve novela que apareció en 1954. Pensé entonces que dentro del conjunto global de la obra de Arguedas, Diamantes y pedernales era un texto menor, de “importancia discutible”. Aunque sin duda alguna la comparación con las otras novelas no le es favorable, pienso ahora que Diamantes y pedernales tiene mucha mayor significación de la que originalmente pude captar.”[4]. Esta extraordinaria narración hace sobresalir el tema de la discriminación racial y de género como manifestación de la desigualdad social, pero introduce además el maravilloso elemento de la expresión musical como principal canal comunicativo. El personaje indio y músico pretende además a una mujer imposible para sus ansias. Ya imaginamos el criterio del jurado para declarar desierto este concurso. Y tal vez para comparar novelas o cualquier producto artístico haya que establecer criterios, pues cada obra responde a momentos creativos y de evolución en la personalidad del autor, sujeta a las transformaciones del contexto social y político, diferentes.

Él mismo fue jurado en un sinnúmero de certámenes, siendo tal vez los más difundidos, el Concurso Folklórico de 1967 en Puno, y el Premio “Casa de las Américas” de Cuba, en 1968. Siempre tuvo como criterio de selección aquellas obras que mostraran una manifestación personal pero al mismo tiempo general del alma humana, que trabajando con los elementos mestizos, es decir con aportes culturales heterogéneos, desarrollaran su proceso creativo “viviéndolos y manejándolos con sabiduría e inspiración máximas”[5].

Y así como creemos que confrontar obras merece un tratamiento delicado y tal vez toda una teoría de la estética, pensamos también que comparar ingenua o simplemente a Arguedas con Vargas Llosa no tiene sentido, pues ambos responden a realidades diversas, pues tanto ética como conceptualmente la literatura y la ciencia fueron utilizadas y desarrolladas de formas diametralmente opuestas por los dos escritores. Arguedas escribió para rebelar y revelar en hermosa paronimia revolucionaria. Vargas Llosa lo hace para someter y desfigurar. Que si el autor de “La ciudad y los perros” ha obtenido más premios. Sí, es cierto, pero hay que decir que aunque no se tomaran en consideración las advertencias reseñadas al iniciar este escrito, y todo se convirtiera en un tema de competencia, entonces diremos que los premios a José María Arguedas por su obra incluyen reconocimientos por su trabajo en disciplinas tan diversas como la literatura, la antropología, la etnología, la pedagogía, el fomento a la cultura como folklorista y promotor cultural; así como el inmenso y eterno recuerdo de los hombres y las mujeres del Perú, agradecidos por su labor en defensa de las manifestaciones culturales de nuestros pueblos atávicamente abusados por los que hasta ahora y por ahora ejercen el poder. Mayor galardón no habría soñado Arguedas. Sólo por eso, Vargas Llosa está derrotado aún antes de morir, con la pluma todavía en ristre, por el olvido al que el pueblo lo someterá por siempre. ¿Adivinamos el futuro? Claro que no. Lo dirá la historia. Y la historia es el pueblo vivo.


[1] Todos estos datos se pueden ampliar revisando el trabajo de Mildred Merino de Zela, José María Arguedas, vida y obra / Bibliografía. En: José María Arguedas veinte años después: Huellas y horizonte (1969 – 1989). Escuela de Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos / Ikono Ediciones. Lima – Perú, 1991. Págs. 97 – 144.

[2] En la Biografía de José María Arguedas Altamirano, escrita por el profesor universitario Humberto Collado Román (Editorial San Marcos, Lima – Perú, 2005) se ubica esta carta equivocadamente en octubre del año 1968, resultando Arguedas crítico al golpe de Estado del General Juan Velasco Alvarado. Inclusive se le amonesta por no haberse expresado sobre “la muerte de los miembros del MIR por parte del Ejército. Pudo haberlo opinado favorable o desfavorablemente, pero no lo hizo.” (Pág. 115), dice el biógrafo. Sin embargo nada dice del Discurso pronunciado ante los estudiantes de la Universidad Nacional de Ingeniería en un homenaje a Javier Heraud, miembro del ELN, asesinado en 1963, en donde Arguedas dice: “Hasta el día de hoy, quienes tienen la responsabilidad del gobierno y del destino del Perú no han permitido sino un sólo campo de acción para quienes anhelan la justicia verdadera, es decir, el camino abierto hacia la igualdad económica y social que a la igualdad de la naturaleza humana corresponde: ése es el camino de la rebelión, el del acoso y el de la muerte.” Este texto fue publicado por primera vez en el número 53 del periódico “El caballo rojo”, en mayo de 1981 y vuelto a editar el año 2008 en “Unión Libre”, boletín del Gremio de Escritores del Perú. Claro que podría argumentarse que estas palabras fueron compuestas por un hecho ocurrido antes del gobierno de Belaúnde. Leamos ahora que dice Arguedas de este último y de los apristas, en artículo publicado en la revista “Oiga” el 05 de diciembre de 1969, pero escrito en julio: “El local del monstruoso partido que se hizo representar por los presidentes de las dos Cámaras en el Acta de Talara; el partido elector y socio de Prado; el que torpedeó, en desembozada alianza con la oligarquía y el imperialismo, los primeros intentos de reforma de Belaúnde a quien después incorporaron también en la “gran” alianza (…)” (El ejército peruano. Tomado de: ARGUEDAS, José María. ¡kachkaniraqmi! ¡Sigo siendo! Textos Esenciales (Compilación y notas: PINILLA, Carmen María). Fondo Editorial del Congreso del Perú. Lima – Perú, 2004. Págs. 581 - 584.).

[3] Revisar este texto en: http://www.lailatina.com.ve/index.php/opinion/1412-antropologia-de-la-musica-en-la-obra-literaria-de-arguedas.[4] CORNEJO POLAR, Antonio. Los universos narrativos de José María Arguedas. Editorial Horizonte. Lima – Perú, 1977. Pág. 138.

[5] ARGUEDAS, José María. La cultura: Un patrimonio difícil de colonizar. En: ¡kachkaniraqmi! ¡Sigo siendo! Textos Esenciales (Compilación y notas: PINILLA, Carmen María). Fondo Editorial del Congreso del Perú. Lima – Perú, 2004. Pág. 553.).