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miércoles, 31 de marzo de 2010

Julio Piñones Lizama: LA SIGNIFICACIÓN SEMIÓTICA EN DIARIO DE MUERTE DE ENRIQUE LIHN

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com



Introducción


En primera instancia, esta ponencia consiste en aplicar el concepto barthesiano de “significación” (2), a los conjuntos significantes de DDM con el fin de “apreciar la pluralidad que los constituye” (3). En consecuencia, se procurará hacer evidente el volumen significante de la obra, su polifonía y el dinamismo de sus significaciones; como también, la multiplicidad de correlaciones, nexos, connotaciones y citaciones que interactúan en estos textos, pudiéndose ingresar, tentativamente, al final, al problema de la reconstitución positiva o negativa del código al cual responden .


Enseguida, se procurará concretar las capacidades que se le reconocen a la connotación y a la función poética para establecer vinculaciones de distinto orden entre significantes estético / lingüísticos y nuevos significados generados por los sujetos de la enunciación, disponiendo para ello: de los discursos del enunciador, del destinatario implícito (también, productor de significados similares a los de la escritura); y de las contribuciones marginales que pudieran ofrecer los diversos actantes en este proceso de lectura. En suma, se pretende ofrecer al término de este ejercicio algunos resultados necesariamente abreviados y provisorios de lo alcanzado, configurando un perfil aproximado de lo que podría emerger de esta actividad como propuesta problemática de la “significación” de DDM, de E. .L. en el contexto de la poesía chilena contemporánea.


Para los efectos señalados, se proyectará una serie de operaciones de lectura sobre los conjuntos significantes de esta obra, reconociéndose que se hace uso de terminologías meta-lingüísticas procedentes de diversos autores que han hecho aportes en este terreno metodológico. En primer término, consideremos que Roland Barthes (RB) precisa la conceptualización que él atribuye al término “significación”, cómo distingue el empleo que le da a éste en sus investigaciones, cómo remarca las diferencias de este término y cómo lo distancia de las definiciones y acepciones corrientes de este vocablo. Son interesantes para los objetivos de esta ponencia el que la “significación” haya sido considerada por RB como: dinámica; integradora y productiva (4) y el que Ferdinand de Saussure (FS) hubiera remarcado el carácter intralingüístico de los signos que constituyen dicha “significación” (5).


Roberto Hozven (RH) ha remitido la configuración de la matriz conceptual básica de la investigación sobre este término, a la noción saussuriana de “valor”, destacando ante el destinatario que: “la unión del significante y del significado no agota el acto semántico, ya que el signo vale también por lo que lo rodea” (6). Además, RH pone sobre relieve una afirmación que, aunque no dicha en la definición saussuriana, en efecto, se encuentra implícita en ésta: “la pertenencia del signo a un sistema que es la lengua” (7). Considerando, tanto este “téngase presente” consistente en que el valor de los signos radica en su distintividad confrontados a otros signos del sistema (8); como, también, haciendo ingresar en esta matriz conceptual, la afirmación de Benveniste, quien sostiene que: “Cada signo entra en una red de relaciones y oposiciones que lo definen y lo delimitan en el interior de la lengua” (9); como también incorporando a estos fundamentos el concepto de “poeticidad” jakobsiano (10), equivalente, a su modo, al concepto de “connotación”; acordemos que tal marco metalingüístico fundamental hace posible contar con términos acotados, los cuales se proyectarán sobre el objeto de conocimiento anunciado, esto es, Diario de muerte, de Enrique Lihn.


Desarrollo


El aspecto diferencial que en primera instancia se revela al enunciatario de la obra estudiada, es decir, el primer relieve semiótico ineludible que corresponde asumir al destinador implícito, corresponde a, lo que antes que nada, se presenta ante él, esto es, el título de esta obra. Casi automáticamente, dicho título remite a este destinatario a una particular especie escritural existente en la tradición literaria universal: la del “Diario de vida” (DDV). Al ser transformada esta expresión, que contiene los múltiples caminos de la vitalidad, por medio de la nueva acuñación de lo denominado como DDM; se patentiza en esta transformación, cómo este último texto define su enunciación, insertándola en una ineluctable vía consistente en el discurso de un enunciador que transita hacia el fin de sus días. Este procedimiento, parcialmente conmutativo, genera una “correlación” opositiva que RB incluiría en su concepción del término “sentido” (11). Advirtiéndose este recurso del enunciador, es evidente que se ha empleado una “citación” de DDV para generar los rasgos letales del texto de DDM, esto es, la proyección de los caracteres de cada una de estas formas escriturales da como resultado semiótico la lectura de la distintividad entre ambas formas.


La comunidad de lectores que asuma el acontecer de esta “correlación” analógica y opositiva, podrá disponer de un primer dato textual que sintetiza y marca decisivamente las seriaciones posibles de los conjuntos significantes de DDM; como, a la vez, también contribuirá a perfilar una fundamental percepción de su volumen significante. Para realizar las operaciones del caso sobre el “correlato” señalado, consideremos como ejemplos estéticos relevantes de la forma escritural DDV: “El oficio de vivir”, de Cesare Pavese (12); “Noches de amor y de guerra”, de Eduardo Galeano; y, el “Diario íntimo”, de Gabriela Mistral, obra recientemente publicada gracias al trabajo del poeta Jaime Quezada (13), quien configuró y dotó de sentido a esta obra.


Al oponer las especies escriturales de ambos conjuntos significantes, ratificamos, en primera instancia, la existencia de una seriación opositiva de índole semiótica, fuertemente contrastante entre ellas por las diferenciaciones e implicancias de todo orden que derivan de la constitución de cada una de estas formas. En una segunda instancia, también debe explicitarse que la “citación” del “Diario de vida” es concurrente junto a dichas oposiciones en una segunda lectura que revela lo que RB llama “sentido”; puesto que la analogía que conecta los dos “Diarios.., es una “citación” parcial que remite el texto de E.L. al tradicional DDV, mostrándolos como hechos significativos existenciales desde el momento en que nace la denominación de DDM.


Se verifica así, no sólo la distintividad, sino que también la vinculación de un “sentido” extratextual de nexos que relacionan ambas literaturas que participan de las condiciones propias de dos tipos de escritos que remiten a un mismo “código” (14) y a lo connotado en este código, esto es, el pertenecer ambos a una clase de escritura en que se expone el transcurrir existencial por medio de un texto que se escribe, más o menos, día a día. Esta conexión puede permitirnos acceder al inicio de los “códigos” de ambas formas literarias y a su posterior devenir. Desde la concepción barthesiana de “código”, DDM está constituido por conjuntos poéticos significantes que apuntan hacia perspectivas referidas al mundo que se está abandonando; hacia expectativas realizadas o frustradas de una historia personal; son lazos presentes que se imbrican con un pasado lejano; huellas que conducen hacia un fin próximo. En torno al código de DDM, se reúnen todas las relaciones semióticas que se oponen al término Vida.


Este tipo de correlación extra-textual de DDM remite a otro espacio escritural, tal rasgo relaciona su acontecer a la seriación histórica personal de quien escribe un DDV, lo que, connotativamente, remarca la índole inversa de DDM como un destino que se cierra; así como el desarrollo de un DDV es un camino de apertura a expectativas felices o desgraciadas; las cuales participan, en todo caso de un camino personal que supone la inmortalidad de los mortales, esto es, la desaprensión con que se suele existir. DDM es, de este modo, la develación de una verdad desnuda y desde ésta surgen los enunciados del destinador que vive con lucidez el fatalismo que enfrenta. Tal lucidez posibilita que su visión de la realidad contenga capacidades comprensivas que plasman textos únicos por la capacidad de sus sistemas expresivos para manifestar el dolor humano.


Los conjuntos significantes de DDM expresan discursos cuyas relaciones connotativas se constituyen en huellas semióticas de un proceso de escritura que va dejando un registro textual propio de la lenta extinción del sujeto de la enunciación. Las “marcas” semióticas de tal registro se encuentran a lo largo de la enunciación de DDM de modo recurrente. Desde el punto de vista del enunciatario, estas “marcas” son reconocibles como ingresos cognoscitivos experenciales de un destinador implícito que navega en el río de una temporalidad que fatalmente terminará en el vacío.


Otra operación de lectura opositiva que es posible realizar por medio de este ejercicio, singulariza, con rasgos textuales propios de DDM, lo vital con la categoría semántica de la distinción “vida / muerte”, que se ha considerado como “una primera articulación del universo semántico individual” (15). Esta serie opositiva puede proyectarse hacia la categoría afectiva desde la cual el destinador implícito enuncia los temples de su agonía: en la antítesis de otra posible binomia, los términos euforia / disforia, se connota lo disfórico como emoción predominante del sujeto de la enunciación.


Los diferentes términos del discurso de este último reciben una “sobredeterminación” (16), por medio de connotaciones letales y de un conjunto identificable de factores de poeticidad que remarcan este fenómeno, sobre todo, por el rol actancial de la muerte que impone su sello a este discurso poético. Esto acontece desde los primeros versos de DDM que citaremos:


“Nada tiene que ver el dolor con el dolor


Nada tiene que ver la desesperación con la desesperación”(17)


En una primera aproximación, estas enunciaciones son perceptibles como formas de meta-lenguaje acontecidas al interior del texto por medio del enunciador, quien –lejos del tópico romántico-- plantea la imposibilidad de manifestar estas emociones límites por medio de las posibilidades expresivas que le brindan los medios del sistema lingüístico dentro del cual operan los actos de habla de sus poemas. Las segundas apariciones de las voces “dolor” y “desesperación” pueden considerarse como “citaciones” exactas de las primeras escrituras de los mismos vocablos y, sin embargo, aquéllas se constituyen en diferenciaciones semióticas de éstas por medio de las negaciones absolutas que presiden el paralelismo de ambos versos.


Viendo estas unidades versales con independencia una de otra, la segundo de éstas actúa como “paráfrasis” del verso anterior, entendiendo este término como “una operación meta-lingüística consistente en la producción, dentro de un mismo discurso, de una unidad discursiva semánticamente equivalente a otra unidad producida con anterioridad”(18).


Aplicando el concepto de significado para FS, el significado semiótico del primer verso de DDM habría que reconocerlo en la opositividad que se produce al confrontar una unidad lingüística con otros términos de la lengua. Sin embargo, aquí, es más, pues el destinador implícito declara que dos términos morfológicamente idénticos no guardan correspondencia alguna entre sí, es decir, ya no se trata de una confrontación de un signo con otro signo del sistema; sino que de la oposición dada entre dos vocablos iguales dentro de un mismo verso.


Benveniste había escrito que lo propio de cada signo es su diferenciación con relación a otros signos lingüísticos ¿y qué distingue al primer uso del vocablo “dolor” del segundo empleo del vocablo “dolor”? El mismo autor había condicionado la existencia del signo según fuera reconocido como significante por una comunidad lingüística, e, incluso, agregaba que dicho signo debería evocar, individual y colectivamente, similares asociaciones y oposiciones. Para cualquier comunidad lingüística, la reiteración escrita de un signo no presenta diferenciación alguna, los diversos contenidos con que cada subjetividad lee tal reiteración puede variar, ciertamente, en alguna medida; pero no en los términos de la negación absoluta que declara, categóricamente, el enunciador de los versos iniciales de DDM.


Siendo ésta la problematización metalingüística que nos plantea el enunciador, parece ser que su especificidad escapa a las precisiones de los autores citados y que nos encontraríamos ante un discurso que fractura la teorización semiótica, sistémica e individual, incluyendo el propio lenguaje del destinador; pues, en seguida, los versos posteriores incorporan a este proceso parafrástico, equivalencias semánticas similares a la impotencia expresiva del enunciador, aquél cuyo acto de lenguaje había revelado la dicotomía entre las disponibilidades de la lengua para transmitir por medio de un vocablo del sistema, la voluntad frustrada de expresar como él quisiera la magnitud inabarcable del sufrimiento que padece. Tal frustración se da con relación a otros, sus lectores, quienes, nunca conocerán la dimensión de este dolor, hasta que alcancen un conocimiento de la proximidad de la muerte, como el enunciador ha tenido acceso a este amargo conocimiento directamente. El siguiente verso metalingüístico dará carácter extensivo al problema expresivo planteado:


“Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas” (19)


Por una parte, diríamos que las palabras no tienen un estatuto ajeno a lo que le acontece a las experiencias y a todo el universo humano: su inevitable desgaste. Por otra parte, el grado de lucidez o desquiciamiento en que se encuentra el destinador es tal, que descubre la ruptura de un aspecto central de esta ponencia: el quiebre del significante con relación a lo significado en el proceso de significación, escisión que extiende su validez como paráfrasis ya formulada en los dos versos iniciales del poema y que viene a desconfigurar las conceptualizaciones iniciales de este trabajo. Las palabras han perdido esa transparencia que les permitía realizar los actos de significar. Se diría esto del lenguaje denotativo, usado cotidianamente; sin embargo, esto se está expresando por medio de un lenguaje artístico y, en esta medida, es una crítica que se vuelve en contra de quienes han ejercido la escritura literaria, contribuyendo a su desquiciamiento, dentro del cual, se incluye el propio enunciador:


“todas nuestras maneras de referirnos a las cosas están viciadas
y éste no es más que otro modo de viciarlas” (20)


El enunciador de un poema del autor español Blas de Otero, sumergido en la derrota, escribió que, a pesar de todo: “Nos queda la palabra”. Lo que se evidencia en esta problematización inicial de DDM, es, en cambio, hasta la pérdida de la fuerza de las palabras poéticas, llamadas, entre otros propósitos, a fulgurar en medio de la opacidad mediocre de los seres y de las cosas.


Otros datos textuales confirman esta recurrencia sobredeterminativa que pesa sobre el discurso del destinador, por ejemplo, en casos en que lo viciado del lenguaje es una condición de la cual participa la muerte; en que esta última actante es transformada, por medio de un procedimiento zoomórfico en las series que siguen:


“...viciada espera la muerte a sus nuevos amantes”


“...esa bestia tufosa es una tremenda devoradora”


“...la muerte (puede ser para “los médicos”) –la niña de sus ojos—un


querido problema”


“Quiero morir (de tal o cual manera)....” (21)


Y en un espacio más extenso, podrían citarse muchos otros ejemplos textuales que incluyen perífrasis, metáforas y otras determinaciones que, desde la “poeticidad” del texto aparecen rompiendo lugares comunes, frases hechas, escrituras, conductas sociales repelentes y convencionalistas, las cuales serían descodificables por medio de estrategias de lectura que cualquier enunciatario, de largo aliento, podría desplegar si se incorpora en este proceso receptivo.


Así, establecida la gravitación de este fenómeno actancial sobre el discurso de DDM, es posible avanzar en la anunciada dualidad abarcadora de las oposiciones dadas entre muerte y lenguaje. El meta-lenguaje del enunciador contribuye, desde las enunciaciones internas de sus textos, a expandir y profundizar esta confrontación por medio de la descalificación del “morir” como un “verbo descompuesto y absurdo” y en el sin sentido que resulta, siquiera, formular su voluntad de extinción vital; cuando en su situación ya hay una actante mortal manifestándole un fatalismo que no le ofrece ninguna opción; sino que le impone su tatuaje, su sello indeleble. Por ello, los textos meta-lingüísticos del enunciador pueden ser valorizados como factores substanciales en el proceso de reconocimiento escritural específico del gran tema binario que emerge de la relación connotativa que se establece entre muerte y lenguaje en esta obra, pues, además de todo lo anterior, el sujeto de la enunciación expresa que:


“No hay nombres en la zona muda” (22)


Esta afirmación podría validarse por unanimidad, con ligereza, como juicio universal absoluto; pero, aquí, sobre todo, estamos en presencia de un verso que responde a la marca que pesa sobre el futuro próximo del sujeto de la enunciación. Y esta marca se constituye en un signo de reconocimiento de la situación que rodea al destinador, quien tiene clara consciencia que se trata de un fenómeno que le acontecerá a él, como agonizante que vive la más extrema experiencia de un sentimiento nunca imaginado con tal profundidad, el cual no es posible, siquiera, verterlo hacia los demás y hacia sí mismo, por medio de acto de habla alguno.


Conclusiones provisorias:


I. La lectura presentada ha utilizado un método y un meta-lenguaje semióticos para ingresar en un objeto de estudio, esto es, los conjuntos significantes de DDM. Se ha buscado producir, como resultados de la actividad desarrollada, la “significación” y el “sentido” que emergen de tales poemas y del volumen significante de DDM. Estos soportes conceptuales se han proyectado como herramientas teórico/prácticas por medio de las cuales la escritura del enunciatario ha seguido las huellas relevantes de las enunciaciones formuladas por el destinador implícito.


II. Se ha evidenciado, que los fundamentos conceptuales de la semiótica expuestos en la introducción de esta ponencia, han sido puestos en jaque, por las frases de los sujetos de la enunciación y de los actantes que han excedido estos cimientos teóricos, cuando estos actos de lenguaje de DDM han sido cotejados con las conceptualizaciones semióticas sometidas a los embates rupturistas y a las declaraciones de nihilismo lingüístico absoluto del enunciador de DDM; en lo cual no deja de estar presente el problema de las condiciones del contexto que rodean a este destinador sobrederminado por los factores que actúan desde el entorno de su agonía.


III. La apertura de este campo problemático amaga la continuidad de los discursos de RB y FS con relación al discurso de DDM. Tales autores han postulado el concepto de “significación” como un proceso lingüístico que unía significantes y significados. La contradicción surge en esta lectura por la escisión entre ambos términos en los conjuntos significantes de DDM, según fuera comprobado por el enunciatario al relacionar e interpretar los actos de habla de aquel destinador. El discurso de éste no hace cuestión del ámbito comunicativo social; sino que la serie de expresiones meta-lingüísticas del enunciador destacan que el lenguaje poético ha perdido su capacidad de significar, por el desgaste y el desquiciamiento que revelan los vocablos requeridos para manifestar los estados de angustia en que se encuentra este destinador. Así es relevante la dicotomía reconocida por medio de la cual los alcances de un vocablo como “dolor” o “desesperación” no cubrían el vasto universo afectivo indefinible e intraducible de un ser humano situado al borde de la muerte.


IV. Sobre este hecho, Pedro Lastra en su “Nota preliminar” de DDM, destaca la adhesión de E.L. en favor de una “poesía situada”, la cual vincula al “texto con la circunstancia de sus enunciados”; el estudioso sostiene que, siendo esta posición constante en la obra de E.L.: “...tal vez ninguno de sus libros corrobore más intensamente ese propósito que Diario de muerte” (23). El enunciador de DDM al declarar las limitaciones del código lingüístico, lo hace desde la situación de agonía en la cual se encuentra la insoslayable referencia al autor real de esta obra.


V. Los relieves de “poeticidad” y la generación de los significados connotativos acontecidos en esta lectura de DDM han permitido exponer, su “significación”, su volumen significante y el sentido barthesianos de esta obra. La serie de citaciones asumidas han permitido identificar las constelaciones de signos de una “poesía situada” entre la Vida y la Muerte. Destinador y destinario han participado del fenómeno existencial expuesto bajo el prisma lingüístico problemático que ha revelado las dimensiones de una tragedia personal, morosa, cruel e implacable que remite al acontecer universal de una experiencia extensiva a todos los mortales.


VI. La aplicación del método semiótico constituyó, en todo caso, un aporte para esta exploración al orientar la escritura del enunciatario en torno a los aspectos subjetivos del discurso poético, dejando abiertas las expectativas que este trabajo no da por agotadas, sino que busca provocar otras investigaciones sobre el lenguaje, tema que atrajera hace décadas la atención de Martín Heidegger y que, en la actualidad sigue interesando, al ser profundizado por el discurso meta-lingüístico de Jacques Derrida. Por último, el discurso de DDM problematiza el acontecer presente y futuro de la poesía chilena, presentando el vacío y la crisis de su escritura.


NOTAS BIBLIOGRÁFICAS


1. Enrique Lihn, Diario de muerte, Santiago: Ed. Universitaria, 1990.


2. Roland Barthes, concepto de “significación”, en: BARTHES, BREMOND, METZ y otros. Elementos de semiología. La semiología. B. Aires: Tiempo Contemporáneo pp. 15-69. Citado por Roberto Hozven, “Glosario semiótico literario”, en El Estructuralismo literario francés, Stgo.: DEH, U. de Chile, 1970, p. 157.


3. RB, “principio de pluralidad”, en RH, op, cit., p. 144.


4. Tales características pueden inferirse de RB, considerando que: “ la significación puede ser concebida como un proceso; es el acto que une el significado y el significante, acto cuyo valor es el signo...”. RB citado por RH, op, cit., p. 157.


5. Según FS: “La significación no es (...) más que la contraparte de la imagen auditiva. Todo queda entre la imagen auditiva –Significante—y el concepto –Significado--, en los límites de la palabra considerada como un dominio cerrado, existente por sí mismo”. En RH, Ibíd.


6. FS en RH, Ibíd., op, cit, p. 170.


7. RH, Ibíd.


8. RH, Ibíd.


9. Benveniste, en Greimas y otros, Sémiotique, Madrid: Gredos,1982,436.


10. Roman Jakobson, citado por RH., op, cit., pp. 144-145.


11. Haciendo extensivo a DDM, visto como una especie de relato, lo dicho por RB sobre la comprensión del relato, consideramos como una primera correlación del “sentido” a lo que el autor francés expresara sobre esta otra diferenciación conceptual de este término, cuando escribiera que: “(...) llamamos sentido a todo tipo de correlación (...); a todo rasgo del relato que nos remita a otro momento del relato o a otro lugar de la cultura necesario para comprender el relato: (...) a todos los nexos (...), a todos los hechos significativos (...)”. RB, citado por RH, op, cit., 157.


12. Cesare Pavese, El oficio de vivir, Torino: 1952.


13. Jaime Quezada, editor, Bendita mi lengua sea / Diario íntimo de Gabriela Mistral, Santiago: Planeta / Ariel, 2002.


14. RB, citado por RH, op, cit. p. 94.


15. Sémiotique, op, cit., p. 436.


16. Freud, citado por RH, op, cit., p. 164.


17. E.L., DDM, op, cit. p. 13.


18. Sémiotique, op, cit., pp. 298-299.


19. E.L., DDM, op, cit., p. 13.


20. Ibíd.


21. E.L., DDM, pp. 13-14.


22. E.L., DDM, p. 13.


23. Pedro Lastra, en NOTA PRELIMINAR a DDM, op, cit., p. 11.


Texto proporcionado por Luis E. Aguilera (Chile).

domingo, 28 de marzo de 2010

Felipe Alcaraz: Miguel Hernández, ¿poeta comunista o comunista poeta?

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27-03-2010
El poeta granadino Javier Egea, que dedicó un gran esfuerzo a la producción de una poesía por fin materialista, al margen de la subjetividad burguesa, puso el siguiente pórtico a su concepción literaria: “Sólo hay dos formas de enfrentar la poesía. Y éstas no son otras que dejar claro desde el discurso poético que la propia poesía o está con la explotación o está contra ella”.


En el caso de Miguel Hernández Gilabert, nacido en Orihuela en octubre de 1910, su poesía y teatro tienen su asiento más definitorio en la delimitación marcada por Egea. Una definición que adquiere un discurso poético de primera magnitud, que no se rebaja por su popularidad: la gente “entiende” a Miguel Hernández no porque sea un poeta simple, sino porque es un poeta pleno; es, en todo caso, un poeta sencillo, es decir, un poeta que no oculta su entrega incondicional a una lucha sin cuartel, donde su poesía y teatro no buscan ningún balneario de neutralidad, ningún prestigio al margen de la apuesta poética (y vital) por otro mundo y por la defensa de la libertad hasta las últimas consecuencias. Se trata precisamente de eso: una literatura hasta sus últimas consecuencias. Sobra, pues, toda protección “paternalista” y académica a este poeta del pueblo en lucha. No sólo, pues, un poeta del pueblo, sino un poeta del pueblo en lucha. Y esa es su enorme “calidad”, aparte de la plenitud de su lenguaje.


E inmediatamente es preciso agregar algo que explica la apuesta: Miguel Hernández era comunista. Resulta que Miguel Hernández era comunista. ¿Se entendería su poesía sin aclarar este punto? Posiblemente sí. ¿Hubiera sido posible elaborarla sin la apuesta histórica concreta? Quizás no. Pero en todo caso es éticamente imposible ocultar algo que no es una etiqueta, ni “reduce” al escritor o lo “politiza”, tal como pueden enfocar su centenario los poetas y críticos postmodernos, de los que tan sobrados estamos en estos días: resulta que hay demasiados seguidores de Fukuyama, pero resulta también que vamos a celebrar, sin ningún intento de reducción, el centenario de un comunista: de un comunista poeta y de un poeta comunista; de alguien donde se funden, cosa que no siempre ocurre, una vida que no debemos olvidar y una obra que no envejece y se defiende perfectamente a sí misma, y a los intentos de reinterpretación y digestión desde el sistema.


La poesía y la vida de Miguel Hernández adquieren su sentido total en el frente (“El 18 de julio de 1936… entro yo, poeta, y conmigo mi poesía, en el trance más doloroso y trabajoso, pero más glorioso, al mismo tiempo, de mi vida”). Y es, a veces, una poesía a dentelladas. Dentelladas rojas y republicanas, dentelladas siempre desde la paz anhelante y la persona como amor y dignidad. Por eso muere, y ahí radica la “pequeña” historia de una resistencia final: “No me perdonarán nunca los señoritos que haya puesto mi poca, o mi mucha inteligencia, mi poco o mi mucho corazón, desde luego las dos cosas más grandes que todos ellos juntos, al servicio del pueblo de una manera franca y noble. Ellos preferirían que fuera un sinvergüenza. No lo han conseguido ni lo conseguirán”. Así, después de varios intentos fracasados por hacerle renegar de su poesía (y sus ideas) a cambio de libertad, muere en la prisión de Alicante, como si se cumpliera de todas formas la ejecución dictada. Murió con 31 años, enfermo de un tifus que degeneró en tuberculosis, dejando inacabado su libro “Cancionero y Romancero de ausencias”.


Esa ausencia inolvidable, es la que vamos a explicar, disputándole a las opciones postmodernas, neutrales, el sentido real de su vida y obra, y pretendiendo, desde el principio, que se anulen los procedimientos judiciales contra él. Es decir: no vamos a celebrar el centenario de un gran poeta, que lo era, aislando sus textos y deshuesándolos de historia e ideología. Vamos a defender y celebrar otra cosa: esa lucha que también se da en literatura, sin que por ello descienda un escalón técnico-artístico la obra, y que tiene su matriz en esa compresión del mundo desde el punto de vista, y contra, la explotación y el dominio. Una lucha durísima, sin componendas, pero que a veces se da de manera enteriza, como en el caso de Miguel Hernández.


Precisamente esta lucha, muchas veces a contracorazón (“Tristes guerras/ si no es amor la empresa.//Tristes, tristes”.), es la que necesita disfrazar u ocultar el sistema. Y esto es así porque ese sistema, pertrechado de los argumentos normalizadores de lo políticamente correcto, no resiste la mirada (literaria) de los perdedores, sobre todo si son perdedores pero no vencidos; y más todavía: si son perdedores pero no arrepentidos. Y como resulta claro que este no es el caso de Miguel Hernández, van a intentar por todos los medios digerir su figura, salvarla del “sectarismo de sus camaradas”. Porque en el fondo no quieren remediar su ausencia, sino trucarla, ya que no pueden construir el olvido. Y a esta nueva batalla, para salvar el rostro verdadero de Miguel, estamos convocados los comunistas.


http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article14044

sábado, 13 de marzo de 2010

MIGUEL DELIBES: UNA VOZ MÁS QUE SE APAGA DEL SIGLO XX

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
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El mundo de las letras se viste de luto. Miguel Delibes fue un escritor español, maestro de periodistas, académico de la Lengua y escritor premiado con los máximos galardones de las letras españolas, como el 'Príncipe de Asturias' y el 'Cervantes'. A sus 89 años ha fallecido el novelista español por excelencia del siglo XX que situó en el mapa las costumbres, la gente, los paisajes y los caminos de una Castilla "la vieja" (Castilla -León) olvidada por muchos.

"El cazador que escribe", como se calificó el mismo, nació en Valladolid el 17 de octubre de 1920. Antes del estallido de la guerra civil estudió Comercio, Modelado y Dibujo. Ante la inminencia de ser movilizado se enroló como marinero voluntario en Canarias. Tras finalizar su carrera de Comercio, inicia la de Derecho y se matricula en la Escuela de Artes y Oficios, lo que le sirvió para mejorar sus dotes artísticas y ser contratado en 1941 como caricaturista en El Norte de Castilla, el diario vallisoletano por excelencia y decano de la prensa diaria española.

A partir de ese momento, se abrieron las puertas del periodismo para un joven Delibes de apenas 21 años. Publicó su primer artículo periodístico en El Norte, titulado “El deporte de la caza mayor”, y obtuvo el carné de periodista profesional en 1943, tras un curso intensivo en Madrid. El diario le otorgó el cargo de redactor, ocupándose de la sección dedicada a las críticas cinematográficas mientras continuaba realizando caricaturas. Dos años más tarde, obtuvo la cátedra de Derecho Mercantil, por lo que comenzó a impartir clases en la Escuela de Comercio

Dos años después de casarse con Ángeles de Castro (su mujer, su inspiración, su compañera y su apoyo), publica La sombra del Ciprés es alargada, la cual gana el Premio Nadal de 1948.

En 1949 publica su segunda novela, Aún es de día, con numerosos recortes de la censura. Además presenta, como libro de texto para sus clases, una Síntesis de Historia de España que será retirada al curso siguiente por no comentar adecuadamente los acontecimientos de la historia española más reciente. En 1952 es nombrado director de El Norte de Castilla, que intentará convertir en una trinchera contra el régimen.

En 1950 se inició una nueva etapa en la carrera literaria del escritor: tras sufrir un brote de tuberculosis publicó El camino, su tercera novela, en la que narra el proceso que sufre un niño en el descubrimiento de la vida y de la experiencia ante la amenaza de dejar el campo y marchar a la ciudad, obra que constituye su consagración definitiva en la narrativa española de la Posguerra. En 1952, fue nombrado subdirector del diario El Norte de Castilla, por lo que sus enfrentamientos con la censura se volvieron cada vez más directos y frecuentes. El escritor abrió una etapa en la que publicaba una nueva obra de manera prácticamente anual, a saber: Mi idolatrado hijo Sisí (1953), La partida (1954), Diario de un cazador (1955) -Premio Nacional de Narrativa-, Un novelista descubre América (1956), Siestas con viento sur (1957) -Premio Fastenrath-, Diario de un emigrante (1958) y La hoja roja (1959), de contenido existencialista, donde un fotógrafo rememora su vida al borde de la jubilación. En 1962 publica Las ratas, que obtiene el premio de la Crítica. Todo ello le lleva, en 1973, a ocupar el sillón "e" de la Real Academia Española.



Tras la muerte de Franco en 1975 publicó algunos de sus libros mayores, como Las guerras de nuestros antepasados (1975), El disputado voto del señor Cayo (1978) o Los santos inocentes (1981), adaptada para el cine con éxito por Mario Camus en 1984. Conseguido el reconocimiento literario, el oficial no tardó en llegar: en 1991 recibe el Premio Nacional de las Letras Españolas y en 1993 el Premio Cervantes. Aún ganaría, en 1999, el Premio Nacional de Narrativa por El hereje, publicada el año anterior y la que se convertiría en su última novela.

Paradojas de la vida, el mismo día que terminó de escribir El Hereje, le detectaron un cáncer de colon. Él mismo escribiría: "Aunque viví hasta el año dos mil..., el escritor Miguel Delibes murió en Madrid el 21 de mayo de 1998, en la mesa de operaciones de la clínica de La Luz (...) El cazador que escribe se termina al tiempo que el escritor que caza. Y bien: cuando mi obra, dicho lo dicho, está concluida, y por tal la doy, veo con satisfacción que los prestigiosos editores de Círculo de Lectores y Ediciones Destino se ocupan ahora de recopilarla y reunirla en siete volúmenes. Cada volumen, además, irá prologado por un destacado estudioso de mi obra. ¿Qué hacer sino sentirme halagado y agradecido? Si mi primera novela apareció en 1948 -hace ahora sesenta años- y la última en 1998, ha sido media centuria, la segunda del siglo XX, la que me he ocupado escribiendo y publicando libros. Y siempre, con el beneplácito de mis lectores. También a ellos, y a cuantos ahora se asomen a las páginas de estas Obras completas, quiero agradecer sinceramente su benevolencia y fidelidad".

(Texto proporcionado por Centro Cultural de España en Lima, Perú).

jueves, 11 de marzo de 2010

WINSTON ORRILLO: UN COPLERO MODERNO: JULIO CARMONA


Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/


“No requiero intermediarios
Cuando debo hablar con Dios,
Mi trato con él a diario
Es siempre de tú y vos”.

J.C.


Fuego en cenizas dormido (Grupo Editorial Arteidea) es una singular colección de coplas, producto del esfuerzo creativo de un vate de allende la metrópoli, el norteño Julio Fernández Carmona, quien firma como Julio Carmona.

Él, es un poeta cuya tesitura popular se le impone siempre, a pesar de que, en la llamada poesía culta (“Mar revuelta”, “A nivel de la arcilla, “No solo de amor”, “Nada más que derramar el corazón”, “·Espinas las de las rosas”) es un excelente lirida. Amén de que, asimismo, él no es un declamador sino que se le conoce como un excelente intérprete oral de la poesía.

Conozco al vate desde la década del 60, en que fue mi alumno universitario, Desde entonces viene su vocación impertérrita por la literatura y por la certeza de que el mundo no está bien hecho.

Bardo popular, por antonomasia, no se quedó en la mera repetición de las monsergas que, a veces, limitan la expresión de muchos en este género, sino que JC buscó la propia superación: obtuvo su Licenciatura, luego su Maestría y el año próximo pasado, con una brillante tesis, obtuvo su Doctorado. Por qué menciono esto, porque al poeta no le hace nada mal el estudio, sin caer, por cierto, en el intelectualismo de que hacen gala algunos poetas-docentes-universitarios.

Pero, además, Julio no es de los que se queda callado frente a las vedettes mediáticas de la cultura, y ha participado en numerosas polémicas, siempre al lado de las causas nobles que son las que, más temprano que tarde, harán amanecer a esta gran humanidad que ha dicho ¡basta! Y ha echado a andar, como se dice en las inmortales palabras de la 2ª Declaracion de La Habana.

Mientras tanto este nuevo y breve libro suyo es un repositorio de preseas. Hay que leerlo con esa mezcla de admiración y agradecimiento que sentimos cuando nos es servido un manjar inefable. Basta citar, en el área del amor:

“No preguntes dónde ha estado
mi corazón -prisionero-
Busca en tu pecho primero,
lo hallarás allí encerrado.”

Y en el de la filosofía, que subyace en toda gran poesía:

“Pasas la vida a la espera
De un milagro antes del fin.
Pero ándate dando cuenta
Que es un milagro el vivir”.