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jueves, 24 de febrero de 2011

Eduardo Galeano: La independencia es otro nombre de la dignidad

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/


* Palabras pronunciadas el 22 de febrero de 2011, en la ceremonia de entrega de la Medalla 1808, que el jefe de Gobierno de la ciudad de México, Marcelo Ebrard, otorgó al escritor Eduardo Galeano


Publicado el 23 Febrero 2011

Quiero dedicar este homenaje a la memoria viva de dos Carlos: Carlos Lenkersdorf y Carlos Monsiváis, amigos muy queridos que ya no están, pero siguen estando.

***

Y empiezo por decir gracias: Gracias, Marcelo, por este regalo, esta alegría. Te digo gracias en nombre propio y también en nombre de los muchos sureños que jamás olvidarán su gratitud a México, el país de su exilio, refugio de perseguidos en los años de mugre y miedo de nuestras dictaduras militares.

Y quiero subrayar que México merece, por eso y por muchos otros motivos, toda nuestra solidaridad, ahora que esta tierra entrañable está siendo víctima de la hipocresía del narcosistema universal, donde unos ponen la nariz y otros ponen los muertos, y unos declaran la guerra y otros reciben los tiros.

***

Este acto generoso me honra por venir de quien viene. La ciudad de México está a la vanguardia en la lucha por los derechos humanos, en un amplio abanico que va desde la diversidad sexual hasta el derecho a respirar, que ya parecía perdido.

Y mucho me honra recibir esta ofrenda, porque mucho tiene de desafío: en nuestros países la independencia plena es todavía, en gran medida, una tarea por hacer, que nos convoca cada día.

***

En la ciudad de Quito, al día siguiente de la independencia, una mano anónima escribió en una pared: Último día del despotismo y primero de lo mismo.

Y en Bogotá, poco después, Antonio Nariño advertía que el alzamiento patriótico se estaba convirtiendo en baile de máscaras, y que la independencia estaba en manos de caballeros de mucho almidón y mucho botón, y escribía: Hemos mudado de amos.

Y el chileno Santiago Arcos comprobaba, desde la cárcel:

-Los pobres han gozado de la gloriosa independencia tanto como los caballos que en Chacabuco y Maipú cargaron contra las tropas del rey.

***

Todas nuestras naciones nacieron mentidas. La independencia renegó de quienes, peleando por ella, se habían jugado la vida; y las mujeres, los analfabetos, los pobres, los indios y los negros no fueron invitados a la fiesta. Aconsejo echar un vistazo a nuestras primeras Constituciones, que dieron prestigio legal a esa mutilación. Las Cartas Magnas otorgaron el derecho de ciudadanía a los pocos que podían comprarlo. Los demás, y las demás, siguieron siendo invisibles.

***

Simón Rodríguez tenía fama de loco, y así lo llamaban: El loco. Decía locuras, como éstas:

-Somos independientes, pero no somos libres. La sabiduría de Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son, en nuestra América, dos enemigos de la libertad de pensar. Nuestra América no debe imitar servilmente, sino ser original.

Y también:

-Enseñemos a los niños a ser preguntones, para que se acostumbren a obedecer a la razón: no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre como los estúpidos. Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra.

Don Simón decía locuras, y hacía locuras. Allá por mil ochocientos veinte y pico, sus escuelas mezclaban a los niños y a las niñas, a los pobres y a los ricos, a los indios y a los blancos, y también unían la cabeza y las manos, porque enseñaban a leer y a sumar, y también a trabajar la madera y la tierra. En sus aulas no se escuchaban los latines de sacristía y se desafiaba la tradición del desprecio por el trabajo manual. Poco duró la experiencia. Un clamor de indignadas voces exigía la expulsión de este sátiro que ha venido a corromper a la juventud, y el mariscal Sucre, presidente del país que ahora llamamos Bolivia, le exigió la renuncia.

A partir de entonces, anduvo a lomo de mula, peregrinando por las costas del Pacífico y las montañas de los Andes, fundando escuelas y formulando preguntas insoportables a los nuevos dueños del poder:

-Ustedes, que imitan todo lo que viene de Europa y de los Estados Unidos, ¿por qué no les imitan la originalidad, que es lo más importante?

Este viejo vagabundo, calvo, feo y barrigón, el más audaz y el más querible de los pensadores de América, estaba cada día más solo, y solo murió.

A los ochenta años, escribió:

-Yo quise hacer de la tierra un paraíso para todos. La hice un infierno para mí.

***

Simón Rodríguez fue un perdedor. Según la escala de valores de este mundo, que sacraliza el éxito y no perdona el fracaso, los hombres como él no merecen memoria.

Pero, ¿acaso no está vivo don Simón en la energía de dignidad que hoy recorre nuestra América de norte a sur? ¿Cuántos hablan por su boca, aunque no lo sepan, como hablaba en prosa aquel personaje de Molière que no sabía que hablaba en prosa?

¿Acaso don Simón no nos sigue enseñando, un siglo y medio después de su muerte, que la independencia es otro nombre de la dignidad? Es verdad que todavía pesa, y mucho, la herencia colonial, que aplaude la copia y maldice la creación y admira, como denunciaba don Simón, las virtudes del mono y del papagayo. Pero también es verdad que son cada vez más los jóvenes que sienten que el miedo es una cárcel humillante y aburrida, y libremente se atreven a pensar con sus propias cabezas, sentir con sus propios corazones y caminar con sus propias piernas.

***

Yo no creo en Dios, pero sí creo en el humano milagro de la resurrección. Porque quizás se equivocaban aquellos dolientes que se negaban a creer en la muerte de Emiliano Zapata, y creían que se había marchado a Arabia en un caballo blanco, pero sólo se equivocaban en el mapa. Porque a la vista está que Zapata sigue vivo, aunque no tan lejos, no en las arenas de Oriente: él anda cabalgando por aquí, aquí cerquita nomás, queriendo justicia y haciéndola.

Y fíjense ustedes lo que ha ocurrido con otro perdedor, José Artigas, el hombre que hizo la primera reforma agraria de América, antes que Lincoln y antes que Zapata.

Hace casi dos siglos, él fue vencido y condenado a la soledad y al exilio. En años recientes, la dictadura militar del Uruguay le erigió un ampuloso mausoleo, queriendo encerrarlo en cárcel de mármol. Pero cuando la dictadura intentó decorar el monumento con algunas de sus frases, no encontró ninguna que no fuera subversiva. Ahora el mausoleo tiene fechas y nombres de batallas, y ninguna frase. Involuntario homenaje, involuntaria confesión: Artigas no es mudo, Artigas sigue siendo peligroso.

Cosa curiosa: con tantos vivos que hablan sin decir, en nuestras tierras hay muertos que dicen callando.

***

Bienaventurados sean los perdedores, porque ellos cometieron la insolencia de amar a su tierra, y por ella se jugaron la vida. Pero está visto que el patriotismo es el honorable privilegio de los países dominantes: sólo los que mandan tienen el derecho de ser patriotas. En cambio, los países dominados, condenados a obediencia perpetua, no pueden ejercer el patriotismo, so pena de ser llamados populistas, demagogos, delirantes: nuestro patriotismo se considera una peste, peste peligrosa, y los amos del mundo, que nos toman examen de Democracia, tienen la mala costumbre de conjurar esta amenaza a sangre y fuego.

Bienaventurados sean los perdedores, porque ellos se negaron a repetir la historia y quisieron cambiarla.

Bienaventurados sean los perdedores, y malditos sean quienes confunden el mundo con una pista de carreras y lanzados a las cumbres del éxito trepan lamiendo hacia arriba y escupiendo hacia abajo.

Bienaventurados sean los indignados, y malditos sean los indignos.

Maldita sea la exitosa dictadura del miedo, que nos obliga a creer que la realidad es intocable y que la solidaridad es una enfermedad mortal, porque el prójimo es siempre una amenaza y nunca una promesa.

Bienaventurado sea el abrazo, y maldito sea el codazo.

***

Sí, pero… Cuántos perdedores, ¿no?

Cuando algún periodista me pregunta si soy optimista, yo contesto, sinceramente:

-A veces. Depende de la hora.

Siempre me parecieron más bien inhumanos los optimistas full time.

Creo que el desaliento es un derecho humano, y de algún modo es también la prueba de que somos humanos, porque no sufriríamos el desaliento si no tuviéramos aliento.

Hay que reconocer que no es muy alentadora la realidad, que tiene la jodida costumbre de recompensar a los exprimidores del prójimo y a los exterminadores de la tierra, el agua y el aire. Y en cambio, las más apasionantes aventuras de transformación de la realidad suelen quedarse a mitad de camino, o se extravían y se pierden, y muchas veces terminan mal.

Hay que reconocerlo, digo, pero también cabe preguntar: Cuando esas lindas experiencias colectivas terminan mal, ¿de veras terminan? ¿No hay nada que hacer, sólo nos queda resignarnos y aceptar el mundo tal cual es, como si fuera destino? Hace pocos años, se puso de moda la teoría del fin de la historia. Más de uno se tragó ese sapo, a pesar de que el sentido común nos demuestra, con poderosa sencillez, que la historia nace de nuevo cada mañana.

Lo mejor de este asunto de vivir está en la capacidad de sorpresa que la vida tiene. ¿Quién podía presentir que los países árabes iban a vivir este huracán de libertad que están ahora viviendo? ¿Quién iba a creer que la plaza de Tahrir iba a dar al mundo esta lección de democracia? ¿Quién iba a creer lo que ahora puede creer ese muchachito plantado en la plaza durante días y noches, cuando dice: Nadie nos va a mentir nunca más?

Al fin y al cabo, cuando la historia dice adiós, o eso parece decir, ella nos está diciendo, o al menos murmurando: hasta luego, hasta lueguito, nos estamos viendo.

Y yo me despido de ustedes, ahora, que ya es hora, como la historia me enseñó, diciéndoles gracias, diciéndoles: hasta luego, hasta lueguito, nos estamos viendo.

(Tomado de La Jornada)

domingo, 20 de febrero de 2011

Carlos Valencia: "Camino de serpiente" de Roger García Clavo

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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La luz no viene del cielo
sino de tu corazón:
aunque estés bajo del suelo
te ilumina su ilusión.

El poemario consta de tres partes diferenciadas, Camino de serpiente, Amor de quebrada y Marañón en esta última es la que el poeta habla con él río.

Los ríos vistos desde la estratosfera hacia el planeta tierra, se asemejan a las venas -fuentes sanguíneas- de las personas. Entre los pobladores autóctonos del norte de Méjico, existía la creencia que la sangre de los difuntos se fusionaba en la biomasa de los ríos, principalmente entre los caídos en combate.

La masa acuática de los ríos sirve de sustento de vida natural a los pobladores, además de ser en curso un medio de transporte. Por la senda de los ríos se trazan caminos o cruzan puentes, (la poesía es un puente entre dos soledades dijo Jaime Sabines), y por más dinamitazos el río encuentra su cauce. El poeta proviene del río primigenio que asemeja el líquido amniótico. El murmullo de un río distorsiona o imita al cri cri de un grillo. Anotamos esto “Pero cuando silbas con la libertad del viento,/ eres el río que no habla”, el fulgor de una luciérnaga lo refleja y el río que responde como una luz votiva en sus aguas, acompañada de cómplice luz lunar. El poeta Roger García en nombre de todos los humanos, además de la fauna y flora de la selva peruana le agradece al río-vida-eterna. Esta paráfrasis asentamos 'cuando hay río hay esperanza'. El poeta Roger ha necesitado ser poeta para reverenciar al río o el río-hermano. En forma latente dice: "Sería el dolor de los puentes o de las flores" p.20. Suele ser común que los ríos caudalosos derrumban puentes y se culpabiliza a los ríos injustamente.

El fluir de los ríos asemejan la continuación de una vida en movimiento, los remolinos provocarán muertes dolorosas donde testigos son rocas y piedras = quietud. Las personas, fauna y flora silvestre subsisten gracias a los ríos y su encantamiento mítico de creencias populares, cantos de sirena. "Eres el camino de serpiente/ que con ojos de luna verde/ embrujas a los hombres/ al día o la muerte" p.15. La simbología es consistente en la representación humana que hace del río. Con un mismo madero -"un bejuco de árbol caído"- se puede hacer una cruz. "Cuando muera,/ lloraré en cada madera/ o ajetreo/ que se crucifica conmigo" p.23. Pero el río cargará su cruz " Soy el cuento de una cruz que sufre/pero no soy el pez que se hace evidente/ en un anzuelo por la garganta" p.33 El nacimiento de un río tiene sus apóstoles de culto, los poetas “Camina niño viajero/ como yo el río/ que lleva el árbol/ crucificado en ramas” p.41. Hay también cruces blancas en cementerios de arena.

El solemne río Marañón-amigo suspira en el aguacero, es la inquietud del sufrimiento, el río que no habla, río que hace suyas a las mujeres y al canto del poeta. Las pozas turbias no amedrentan al río alegre de libertad. ¡Oh Marañón! Devuélveme el agua de la lluvia/ en fruto:/ un hombre nuevo” p.47 el poeta se despersonaliza y le ofrece su vida en este río inmortal con sus duendes y duendecillos vigilantes. Los hombres entre los payos, con el playero desde su huaro, cuando canta el pugo, con el color de los guayos, junto a los huarangos, la pitaya y las cucuyas.

Un poemario notable que nace en la misma orilla del río Marañón y que es bienvenido en toda antología del porvenir y por venir.


CAMINO DE SERPIENTE. Roger García Clavo. A.F.A Editores. Lima, 2006. (48 pp.)
Comentario de Carlos Valencia.

sábado, 5 de febrero de 2011

Gabriel García Márquez: Frases del recuerdo

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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Diz que la imaginación
es recuerdo y es trabajo
pero un poco más abajo
pide voz el corazón.

(Nota del administrador del blog: Se hace la salvedad de que como algunas de las frases aquí publicadas tienen imprecisiones de fondo, puede que hayan sido armadas posteriormente o mal trascritas de su versión original. Por otra parte, algunas pueden ser apócrifas).


1 Poder. “Dicen que tengo obsesión por el poder. Que me fascina. No es cierto. En realidad, los poderosos se fascinan conmigo. Me buscan y me confían cosas”.

2 Política. “Me gusta más la diplomacia que la política. Me encanta conspirar: soy un gran conspirador clandestino”.

3 Lealtad. “Fidel Castro sabe que jamás voy a traicionarlo. Que jamás publicaría las cosas que él me ha confesado”.

4 Vocación. “Desde que terminé la escuela secundaria quise ser periodista y escribir novelas. No pensaba en la fama. Sólo sentía la necesidad de hacer algo para vivir y tener una sociedad más justa”.

5 Rutina. “Me levanto todos los días a las cinco de la mañana, leo un libro hasta las siete, me cambio de ropa, leo los diarios, y a las diez, pase lo que pase, me siento a escribir hasta las dos y media de la tarde. Si quieren llamarme ‘genio’, adelante… Pero soy un trabajador”.

6 Dinero. “Créase o no, lo que gané con el premio Nobel estuvo depositado dieciséis años en una cuenta suiza. ¡Juro que me olvidé de que lo tenía!”.

7 Periodismo. “En Barranquilla, al principio de mis días como periodista, dormía en una pieza que alquilé en un conventillo. Pero no tardé en conseguir que me encargaran editoriales y que me mandaran de viaje. Entonces comprendí que había nacido periodista”.

8 Azar. “El diario El Espectador me mandó a Europa. Mientras cubría notas en varios países, el gobierno cerró el diario. Vendí mi pasaje de vuelta, me quedé en París, y un año después publiqué La hojarasca, (sic) mi primera novela. Fue un golpe de suerte, sí. Aunque alguien dijo que Dios no juega a los dados…”.

9 Botas. “En Caracas, durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, fui a cubrir una reunión a puerta cerrada de los altos mandos militares. De repente, la puerta se abrió, salió un general con su arma en la mano y las botas llenas de barro, y nos dijo que Pérez Jiménez había sido destituido, y que el nuevo líder de Venezuela sería el almirante Wolfgang Larrazábal. Quedé impresionado. ¿Cómo el poder se decidía así, en una simple reunión? ¡No lo podía creer! Esa experiencia fue la semilla de mi novela El otoño del patriarca”.

10 Ideal. “La unidad latinoamericana es la única causa por la que yo sería capaz de morir. Y no es una frase de ocasión, porque si hay algo que me da rabia, rabia, ¡rabia!, es la muerte”.

11 Tecnología. “Mientras escribía el primer capítulo de El amor en los tiempos del cólera empecé a usar una computadora. Antes, mi promedio era un libro cada siete años, pero desde entonces es uno cada tres años. Es una máquina maravillosa, a pesar de que muchos escritores la rechazan”.

12 Oficio. “Lo confieso en muy pocas palabras: si paro de escribir… ¡me muero!”.

13 Cerebro. “Desde que me levanto hasta que me acuesto, la cabeza me bulle de ideas, de palabras, de imágenes, y no puedo detenerlas. ¿Será una forma de libertad, o de esclavitud? No lo sé, y a esta altura ni siquiera intento averiguarlo. Lo único que me importa es escribir. Mi libro Doce cuentos peregrinos contiene historias que ya había escrito para la televisión, y sin embargo las reciclé. ¿Por qué? Para mantener la mano (el brazo) caliente…”.

14 Padre. “Mi padre quería que yo tuviera un diploma. Empecé a estudiar abogacía, pero la abandoné por un primer y oscuro puesto en un diario. Muchos años después gané el premio Nobel, pero mi padre no se alegró demasiado: seguía añorando mi diploma…”.

15 Casas. “Tengo varias casas, pero me cuesta mucho acostumbrarme a ellas. Al principio las siento como una escafandra, como una armadura de acero, y tengo que amansarlas como a un par de zapatos nuevos”.

16 Reportajes. “No me gustan los reportajes. Entre otras cosas, porque me lleva tres años escribir un libro, y lo primero que me preguntan es cosas acerca de ese libro. ¿Para qué? ¡Si ya lo escribí! Que lo compren, lo lean, y se enterarán de todo. Si a pesar de eso no se enteran, yo no puedo resolverles el problema”.

17 Kafka. “Ninguna novela puede ser juzgada por un capítulo o un capítulo y medio. Hay que leer y leer. Son muy pocas las que empiezan como La metamorfosis, que en la primera línea te agarra, ¡así!, del pescuezo, y ya no hay nada que hacer: hay que seguir hasta el punto final”.

18 Tenis. “De siete a ocho de la tarde, por prescripción médica, juego al tenis. Pero eso no es un partido: es sudar y sudar hasta la última pelota. En mi caso no es un deporte: es una tortura”.

19 Sueño. “Cuando era chico dormía poco y mal, aterrado por las historias fantásticas que me contaban mis abuelos y mis padres. Ahora, ya viejo, duermo apenas seis horas, de noche. Y durante el día soy como los perros: cierro los ojos cuando y donde puedo, y duermo un minuto, dos, tres…”.

20 Amistad. “Yo vivo de mis amigos. Los necesito. Y reservo las horas para ellos como si tuviera un turno con el dentista. Porque sin amigos, ya no queda más nada. Los llamo, los busco, y nos encontramos para la más formidable de las aventuras: hablar, hablar, hablar…”.

21 Argentina. “La crisis y los padecimientos han latinoamericanizado a la Argentina. Y eso es bueno. Porque lo otro, lo europeo, ya lo tenían. Las grandes obras de teatro se estrenaban en Londres, en París… y en Buenos Aires”.

22 Nacimiento. “Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran: la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez, a modelarse, a transformarse, a interrogarse (a veces sin respuesta), a preguntarse para qué diablos han llegado a la tierra y qué deben hacer en ella”.

23 Vida. “La vida no es otra cosa que una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir”.

24 Sabiduría. “La sabiduría nos llega… ¡cuando ya no nos sirve de nada!”.

25 No. “Lo más importante que aprendí a hacer después de los cuarenta años fue a decir No cuando es No, y a no arrepentirme de lo dicho”.

26 Vejez. “El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad. Porque la vejez y la soledad son tan irreversibles como la muerte. Por fortuna, recién empecé a pensar en esas cosas bastante pasados los sesenta años”.

27 Miedo. “Nunca releo mis libros, porque me da miedo. Y ya que hablo del miedo, confieso que fue mi primer sentimiento, y el que todavía me domina. Mi recuerdo más remoto data de cuando tenía un año, me había hecho caca encima, y lloraba aferrado a los barrotes de la cuna esperando que me cambiaran el pañal. Pero no por sentirme mojado y maloliente: por miedo a que la caca ensuciara un mameluco con florcitas azules que acababan de comprarme. Digamos que mi primer miedo… fue un miedo estético”.

28 Mundo. “No tenemos otro mundo al que podernos mudarnos. Aquí nacimos y aquí moriremos, aunque la especie humana deje su huella en la Luna, en Marte o más lejos aun”.

29 Besos. “Mi casa se puebla de arlequines cuando hay ruido de besos en el aire”.

30 Amor. “Debemos arrojar a los océanos del tiempo una botella de náufragos siderales para que el universo sepa de nosotros lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán: que aquí existió un mundo donde prevalació el sufrimiento y la injusticia, pero donde conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad”.

31 Verdad. “¿Qué es la verdad? ¡Qué pregunta tan difícil de responder…! Porque detrás de la verdad siempre hay otra verdad. Y acaso detrás de esa otra verdad, otra y otra más”.

32 Memoria. “Los recuerdos verdaderos parecen fantasmas, mientras que los falsos son tan convincentes que sustituyen a la realidad”.

33 Dios. “Me desconcierta tanto pensar que Dios existe como pensar que no existe. En todo caso, Dios es la más inquietante y poderosa de las ideas”.

34 Infidelidad. “Hay que ser infiel, pero nunca desleal”.

35 Amor (II). “El amor es tan importante como la comida. Pero no alimenta…”.

36 Che. “Durante mucho tiempo, los argentinos no se sintieron latinoamericanos. Pero después del Che Guevara… ¡creen que son los únicos latinoamericanos!”.

37 Ego. “Me atribuyen cosas que jamás dije. Por ejemplo, circula este chiste: ‘El ego es ese pequeño argentino que todos llevamos dentro’. Dicen que lo inventé yo, pero es falso. Me molesta, me irrita, pero por desgracia no puedo hacer nada contra eso”.

38 Respeto. “Soy muy cuidadoso con las cosas que digo. Nunca diría o haría algo que pudiera dolerle a alguien. No conozco a ninguna persona a la que me gustaría hacer sufrir. Y lo digo con mucho orgullo…”.

39 Siembra. “Nunca he sembrado tempestades. Sin embargo, las estoy cosechando. Es muy injusto, aunque sea uno de los precios insoslayables de eso que llaman fama…”.

40 Envidia. “Tengo una gran suerte: la envidia no me llega. Si alguien, por envidia, habla mal de mí, me duele, y mucho. Pero dos días después, juro por mi madre que no me acuerdo…”.

41 Olvido. “Me considero un profesional de la memoria. He vivido toda la vida de la memoria. Sin embargo, ahora empiezo a olvidar los números de teléfono. Es como si mi disco duro estuviera lleno, y tuviera que empezar a ayudarlo con disquetes, y tampoco tuviera disquetes”.

42 Madre.”Mi madre fue una gran madre. Su drama fue siempre alimentar a tanta gente: un marido y once hijos. Alrededor de ella creó una especie de sistema planetario. El que más rápido salió de su órbita fui yo, pero volví a ella en cada Año Nuevo”.

43 Retorno. “Es posible que jamás vuelva a la Argentina. Antes no iba porque estaban los militares, y ahora, porque son capaces de matarme de amor. Por exceso de amigos”.

44 Machismo. “Por desgracia, el machismo es producto del matriarcado. De las duras mujeres que nos formaron. Eso viene de antiguo. Las mujeres griegas les decían a sus hijos cuando partían a combatir: ‘Regresas con el escudo o regresas sobre el escudo’”.

45 Realidad. “La realidad no es la realidad concreta. La del golpe en la cabeza, por ejemplo, y su consecuencia inmediata: la rotura de la cabeza. La realidad también son los muertos que reaparecen, la magia, Dios, los milagros, todo. No hay una frontera…”.

46 Ideología. “Cada vez que escribí sobre amores no hice otra cosa que contar la historia de amor de mi padre y de mi madre. Fueron mis únicas musas. Mi padre era conservador, y mi madre, duramente liberal. Cuando se enamoraron hubo una verdadera catástrofe ideológica. Pero eso no impidió que de tal enfrentamiento político nacieran once hijos”.

47 Colombia. “Una de las cosas que puede salvar a mi patria es tener una mujer presidente. Nos está haciendo falta… Si eso sucede y ella saca el país adelante, sería el presidente más importante del mundo”.

48 Inspiración. “No hice otra cosa en la vida que preguntarle cosas a la gente. Por eso soy periodista, y por eso también soy escritor. Cuando escribo tengo las ventanas abiertas para que entren los ruidos, los gritos, los olores. Y todo eso va a parar a mis libros. El verdadero realismo mágico está en todas las calles y en todas las gentes”.

49 Peligro. “Sé que al escribir Noticias de un secuestro corrí grave peligro. Es más: fue la única vez que mi madre me imploró que no escribiera algo, porque sabía que, publicada esa historia, habría una bala destinada para mí. Pero no me importó, porque los riesgos me encantan. Eso sí: no me meto en un riesgo si no tengo la seguridad de poder eludirlo”.

50 Edad. “Después de los cincuenta años, los cumpleaños deberían celebrarse por décadas. Y después de los setenta no se debe perder un golpe: hay que ser absolutamente certero. La juventud es un gran despilfarro de golpes. La vejez, todo lo contrario”.

51 Muerte. “Lo único malo de la muerte es que es para siempre. Todo lo demás es manejable, pero la muerte…. ¡Esa sí que es la gran trampa!”.

52 Bioy. “En los relatos de Bioy Casares siempre mueren los hombres… y él se dedica a consolar a las viudas. En sus buenos tiempos, según dicen, se quedó con todas…”.

53 Libertad. “No puedo caminar libremente por ninguna parte del mundo. Es muy halagador, pero también es una opresión y un riguroso límite. Entiendo muy bien por qué Borges dijo que hubiera querido ser el hombre invisible”.

54 Exito. “En los últimos veinticinco años no tomé un avión sin encontrar por lo menos a un pasajero leyendo un libro mío. Esa es mi estadística del éxito”.

55 Borges. “Borges y yo nunca pudimos encontrarnos, nunca coincidimos. No tengo la menor idea de cómo era. Me intimidaba mucho. Siento un gran respeto y un gran asombro por él, y lo leo siempre. Sus libros están en la cabecera de mi cama”.

56 Periodismo. “Tengo una gran nostalgia por la profesión de reportero. El periodismo es la profesión más hermosa del mundo. Por eso la enseño en mis talleres y trato de perpetuarla y de honrarla”.

57 Humo. “Jamás pude escribir una línea sin fumar, hasta que no soporté más el cigarrillo. El cigarrillo me dejó a mí, y tuve que aprender a escribir sin humo, como también le pasó a Norman Mailer, que después de dejar de fumar estuvo paralizado un año frente a la hoja en blanco. Para colmo, me sucedió mientras escribía El otoño del patriarca, que es mi novela más trabajosa”.

58 Libros. “No sé si soy un escritor o un atleta. ¡Firmé más de un millón de libros! He llegado a creer que un libro mío no está terminado hasta que no me siento a la mesa de la librería y empiezo a firmarlo”.

59 Aviones. “Siempre tuve pánico de viajar en avión. Pero a veces pienso que es el único lugar donde uno está a salvo de un terremoto”.

60 Timidez. “Hacer el ridículo me aterroriza: soy un gran tímido, un tímido esencial. Me preparé para ser escritor, pero nunca estaré preparado para la fama. Es halagadora, pero no sé qué hacer con ella…”.

61 Pobreza. “Antes del éxito de Cien años de soledad fui muy pobre. Mientras la escribía, Mercedes, mi mujer, casi enloquece de tantas privaciones. Tardé un año y medio en escribirla, y durante ese tiempo empeñamos todo, vivimos de prestado y le debíamos a cada santo una vela. Sólo nos teníamos a nosotros mismos y a unos pocos amigos. Después del éxito de la novela me sepultó una avalancha de amigos. Pero sólo confié en los anteriores, en los amigos de la pobreza”.

62 Felicidad. “Qué cosa extraña es la felicidad… Dura muy poco, y uno recién se da cuenta de que la tuvo… ¡cuando ya pasó!”.

63 Yo. “Creo que mi verdadero oficio no es el periodismo ni la literatura. Mi verdadero oficio… es ser yo. Tengo que cargar con eso… ¡y es jodidísimo! Pero me lo busqué”.

64 Hemingway. “Durante mucho tiempo me aterró la página en blanco. La veía y vomitaba. Pero un día leí lo mejor que se escribió sobre ese síndrome. Su autor fue Hemingway. Dice que hay que empezar, y escribir, y escribir, hasta que de pronto uno siente que las cosas salen solas, como si alguien te las dictara al oído, o como si el que las escribe fuera otro. Tiene razón: es un momento sublime”.

65 Infancia. “De chico, cada noche leía historias maravillosas en un libro incompleto y sin tapa. Pero sin esas páginas y esas imágenes no sería quien soy. Sí: yo soy un hijo de Las mil y una noches”.

66 Aracataca. “Volví a mi pueblo luego de ganar el Nobel. Fui de noche, en jeep, y recorrí la plaza. De pronto, todo el mundo quiso beberse una copa conmigo. ¡Qué fácil es regresar a Aracataca!”.

67 Fe. “Cuenta mi hermano Jaime que mientras yo pasaba en limpio La hojarasca, mi primera novela, me oyó decir: ‘Escribiré una novela que será más leída que El Quijote’. Siempre tuve fe y voluntad a toda prueba. Sin eso es difícil ser escritor”.

68 Confesión. “La infancia es el territorio y el tiempo de los miedos, las incertidumbres y los fantasmas. A veces pienso que no he logrado salir de mi infancia, y ya es demasiado tarde para intentarlo”.

69 Abuelo. “¡Cuánto le debo! El me inició en la triste realidad de los adultos con sus relatos de batallas sangrientas y explicaciones sobre el vuelo de los pájaros y el misterio de los truenos al atardecer”.

70 Nostalgia. “Es una trampa. Borra lo malo del recuerdo, y deja lo bueno. Es el gran dispositivo de defensa de la especie humana”.

71 Obsesión. “Jamás vuelvo a leer un libro mío luego de publicado. Jamás. La última lectura que hago es la prueba de galera. Estoy seguro de que si los leyera ya publicados, empezaría a corregirlos una y otra vez. Más que un perfeccionista, soy un obsesivo”.

72 Hombres. “He viajado por todo el mundo, he conocido infinidad y todo tipo de hombres, y ninguno me ha asombrado. Ninguno. Después de tratar a tantos hombres, he llegado a la conclusión de que, en el fondo de cada uno, habita un hombre bueno”.

73 Nobel. “Quiero desmitificar el Nobel. Por lo menos, el mío. No me sirvió para vender más libros, porque ya antes vendía muchos. Ese día, mi madre siguió tejiendo en su casa como si nada hubiera pasado. Cuando lo gané ya no era pobre, de modo que el dinero no me cambió nada. El teléfono de mi casa estaba descompuesto, y el Nobel no (sic) ayudó a que me lo compusieran. En realidad, creo que para lo único que me sirvió fue para no hacer cola en ninguna parte”.

74 Juventud. “Dicen que estoy cada día más joven, y me piden la receta. Bien. Como repollo licuado, camino siete kilómetros por día, en lo posible a la mañana, hago yoga, y medito. A mí, ese régimen me sirve. Pero a otro puede matarlo”.

75 Deseo. “Con bastante frecuencia, en esos reportajes que detesto pero a los que a veces accedo, no falta una pregunta clásica: ‘¿Qué le hubiera gustado hacer y nunca pudo?’ Y siempre contesto lo mismo: ‘Pilotear un jumbo’”.


(Tomado de la Revista Digital "Cañasanta")

jueves, 3 de febrero de 2011

Eduardo Galeano: "Sinfonía circular para países pobres, en seis movimientos sucesivos"

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/


Para que sean los brazos obreros cada vez más obedientes y baratos, los países pobres necesitan legiones de verdugos, torturadores, inquisidores, carceleros y soplones.

Para alimentar y armar a esas legiones, los países pobres necesitan préstamos de los países ricos.

Para pagar los intereses de esos préstamos, los países pobres necesitan más préstamos.

Para pagar los intereses de los préstamos sumados a los préstamos, los países pobres necesitan aumentar las exportaciones.

Para aumentar las exportaciones, productos malditos, precios condenados a caída perpetua, los países pobres necesitan bajar los costos de producción.

Para bajar los costos de producción, los países pobres necesitan brazos obreros cada vez más obedientes y baratos.

Para que sean los brazos obreros cada vez más obedientes y baratos, los países pobres necesitan legiones de verdugos, torturadores, inquisidores...

lunes, 31 de enero de 2011

Pablo Cingolani: De este lado del mundo, la estrella de los cielos me hablará de ti

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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Arguedas, Arguedas: me mira desde la pared donde tengo colgada su foto. Cuatro chinches lo prenden, en diagonal a Vallejo. Me mira con esa su mirada mineral, de ágata, de acero, pero triste.

Me mira desde la inagotable belleza de sus textos, la belleza con la cual tejió cada una de sus palabras, que se amarraron a mi corazón, y no saldrán de allí jamás. Me mira desde el silencio infinito que eligió para decirnos todo lo que no hubo escrito y que es el silencio de las montañas y el silencio del indio. Todos los silencios.

Me mira, José María. Me mira, desde el fondo de la historia y desde el fondo de las quebradas, y voy sintiendo esa mirada, de cielo profundo, de piedra que habla, de piedra que canta y canta; y cantará siempre: ternura y espanto en la mirada, horror y amor que cargan los siglos de los siglos, furia y encanto, miel y dolor escondidos en cada hondonada.

Me mira, Arguedas, y en sus ojos veo tanto Perú, tanto a los Andes, tanto milenario vuelo, tanta titánica tarea, encendiendo los valles, besando las nieves y las selvas, danzando, danzando, danzando… que me mira, Arguedas, y me estremezco, y recuerdo cada vez su huayno del arpista y maestro Oblitas, el papacha Oblitas:

Aún estoy vivo,
el halcón te hablará de mí,
la estrella de los cielos te hablará de mí,
he de regresar todavía,
todavía he de volver.
No es tiempo de llorar,
mariposa manchada,
la saywa que elevé en la cumbre
no se ha derrumbado,
pregúntale por mí.

Y le preguntaré, Amauta, a la apacheta le preguntaré por ti. Y también me preguntaré con vos: ¿quién puede ser capaz de señalar los límites que median entre lo heroico y el hielo de la gran tristeza?

Ellos, todos los que sabemos, deberían preguntarse lo mismo. Y reflexionar sobre cuestiones tan profundas que tampoco has dejado a un lado. Has dicho: “¿Hasta dónde entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico. Has dicho: Imitar desde aquí a alguien resulta algo escandaloso. En técnica nos superarán y dominarán, no sabemos hasta qué tiempos, pero en arte podemos ya obligarlos a que aprendan de nosotros y lo podemos hacer incluso sin movernos de aquí mismo. Mierda, Arguedas, eso es ser un hombre cabal, como Fanon, como el Che, como ninguno de los que hoy se llenan la boca con supuestas rebeldías.

Ahora que se cumplen cien años de tu nacimiento, y algunos, muy pocos, te celebran, nos beberemos todas las lágrimas y seguiremos la lucha debida, de vida: cien mil toros vendrán a levantarnos, cien mil cóndores abrirán sus alas, cien mil ponchos, cien mil aguayos, y su sombra abolirá cada desgracia. Entonces, cuando eso suceda, iremos juntos, iremos todos, a criar, a cuidar, a los pececillos, como cantaba a los apus del cosmos el papacha que todos, como vos, deberíamos llevar dentro de nosotros.

Somos de este lado de la tierra, que puede que siga siendo ancha y ajena, pero es un orgullo serlo porque de acá, de este lado, eres vos: de este lado del mundo es José María Arguedas.


Nota: el huayno está impreso en la página 138 de la edición de la Biblioteca Ayacucho de Los Ríos Profundos. Las dos citas corresponden al discurso de Arguedas que brindó con motivo del acto de entrega a su persona del Premio "Inca Garcilazo de la Vega". (Lima, octubre de 1968). José María Arguedas nació en Andahuaylas el 18 de enero de 1911. Se suicidó en 1969.





Río Abajo, 7-8 de enero de 2011

Bolivia
 
Texto proporcionado por Rosina Valcárcel

domingo, 30 de enero de 2011

Carlos Meneses: Prohibido odiar a Arguedas

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
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José María Arguedas se enfrentó al APRA y cumplió condena por ello. Recientemente le negaron a este 2011 llevar el nombre del escritor, a cien años de su nacimiento. Sin embargo, todos quieren a José María; nadie al APRA.

Sólo lo vi una vez, fue en Lima, me parece que en 1957. Él hablaba pausadamente con los que estaban más próximos, en la mesa del bar. Yo sólo escuchaba. No tuve una nueva oportunidad de verlo y, sobre todo, de poder conversar con él.

Era una de las deudas que tenía conmigo mismo. La lectura de “Los ríos profundos” me había impresionado más que esa reunión con el autor, pero yo sabía que conversando con él esa diferencia desaparecería, la obra y el autor estarían a la misma altura.

Sólo unos 7 u 8 años más tarde viviendo ya fuera del Perú, tuve la satisfacción de leer “Todas las sangres”. Cada página que concluía era un retrato de lo que significa la desigualdad. Una porción del dolor del auténtico peruano maltratado. Sentía voces lanzadas con ferocidad, y ayes, quejidos como toda respuesta.

De las páginas del libro salían los indios heridos, sus mujeres violadas, los niños sin alfabeto y trabajando desde que tenían uso de razón. ¿Y quién tiene la culpa? ¿Y quién queda indiferente ante ese cuadro? ¿Y quién manda y se adueña de todo?

Uno piensa cuando termina la lectura de “Todas las sangres”, ¿Arguedas estuvo presente en ese mundo? ¿Arguedas los vio sufrir? ¿Arguedas supo quién tiene la culpa? Y también uno se entera. Arguedas aprendió primero quechua que castellano. Arguedas alimentó su imaginación con los cuentos de las sufridas y valerosas mujeres indias.

Arguedas se afilió al Partido Comunista para luchar más abiertamente contra la injusticia. Arguedas vive, ha vivido, vivirá a través de su obra, defendiendo a esos otros peruanos humillados. Demostrando la insolidaridad de muchos y clamando por la igualdad, por los mismos derechos para todos. Y al terminar de leer “Los ríos profundos”, “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, “Agua”, “Todas las sangres”, los otros libros en los que Arguedas escribe acerca de la realidad peruana como sobre un pentagrama de dolor, uno se pregunta: ¿Y todo va a seguir igual? ¿Y a pesar de esta denuncia emocionada e inteligente, no habrá cambio? ¿Continuará la indiferencia? ¿La sociedad peruana seguirá fragmentada en muchas partes, por culpa de complejos raciales e injusta distribución de la riqueza? Y así ha seguido.

Y aunque se han levantado otras voces después de Arguedas, y se levantaron otras (Mariátegui, Vallejo y más) antes de Arguedas, no hay variante. Hay apego a la costumbre de la indiferencia total. Hay aquello de “yo vivo bien, allá los otros”.

Y finalmente uno se dice, y dice a los demás, y escribe: ¿pero a Arguedas no se le tendría que aplaudir unánimemente? ¿Acaso no ha retratado al Perú con nitidez poniendo el alma? ¿No ha sido él quien ha mostrado en toda su plenitud el drama? ¿No hay premio para su memoria?

El año que corre, el de sus cien años de nacido, merecía ser llamado “Año de José María Arguedas”. ¿Y por qué no se le llamó así? Pregunta con fácil respuesta. No pertenecía a la clase de los indiferentes. Se significó como defensor del indio. Mostró las lacras del país. Quiso un Perú mejor donde unos no pisaran el cuello de los otros.

Sobre todo, el año no llevará su nombre porque Arguedas era comunista. Porque era como Oquendo de Amat, es decir: porque se enfrentó al APRA. Y eso se castiga; lo estamos viendo. Solo hay que leer “El Sexto”, el libro en el que muestra la ferocidad de la cárcel, el enfrentamiento entre comunistas y apristas tras las rejas de la prisión.

Carlos Meneses

martes, 25 de enero de 2011

Nelson Manrique: “Sobre héroes y tumbas: Alfredo Torero y José María Arguedas”

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De izquierda a derecha: Ciro Alegría, José María Arguedas y
Antonio Cornejo Polar 

2011: AÑO DEL PRIMER CENTENARIO DE VIDA DEL AMAUTA JOSÉ MARÍA ARGUEDAS



Alfredo Torero es uno de los intelectuales peruanos de mayor valía del siglo XX y su contribución a la comprensión de la historia social andina es fundamental. Estudió derecho en San Marcos y lingüística en la Sorbona, en París. Decidió abordar la historia social andina utilizando la lengua como fuente histórica para entender procesos histórico-sociales fundamentales.

Reconstruir la historia social andina plantea un reto metodológico. Las sociedades andinas no desarrollaron una escritura que permitiera contar con documentos que narren su historia. De acuerdo con la concepción tradicional, según la cual la historia comienza con la escritura, las sociedades andinas precolombinas serían “prehistóricas”. Y, sin embargo, al momento de la conquista eran ampliamente superiores a Europa en varias ramas fundamentales, como la agricultura, la medicina, la organización política estatal, etc. Están en juego 3000 años de historia de las altas civilizaciones andinas. El aporte de Alfredo Torero para reconstruir esta historia es fundamental.

¿Cómo hacer una historia sin textos? Todo producto humano puede ser leído como un texto histórico. De esa manera se utilizan los ceramios, los textiles, las esculturas, las edificaciones, los restos funerarios, etc., como evidencias históricas que contienen una información valiosa.

La lengua, en tanto producto cultural, puede ser también usada como una fuente histórica; el problema es cómo utilizarla. La forma como Alfredo Torero lo hizo constituye el meollo de su aporte más perdurable. Utilizando la glotocronología léxico-estadística, un método que permite determinar si dos lenguas contemporáneas están emparentadas o no y, de estarlo, hace cuánto tiempo que se separaron del tronco lingüístico común, pudo reconstruir la historia de dos de los tres idiomas generales del Perú: el quechua y el puquina, determinando sus fases de dispersión, su proceso de dialectización y la emergencia de lenguas distintas, ininteligibles entre sí. Las implicaciones de este trabajo son trascendentales. La expansión o contracción del área de dispersión lingüística de una lengua tiene una evidente correlación con la expansión o la contracción de la influencia de la sociedad que la habla, sea esta económica, social, política, cultural o religiosa. El trabajo de Alfredo Torero permite pues tener una visión dinámica de la forma cómo las distintas sociedades andinas ocuparon el espacio de los Andes e impusieron su dominación sobre la naturaleza y sobre otros pueblos, sea por conquista militar, económica o religiosa. Correlacionando sus resultados con los de las investigaciones de Martha Hardmann sobre el aymara surge un conjunto de hipótesis revolucionarias que obligan a repensar todo lo que sabemos sobre la historia social precolombina, incluida la supuesta filiación quechua de los incas del Cusco. Torero comparó sus resultados con los testimonios de los cronistas de la conquista y echó luz sobre cuestiones desconcertantes, como el hecho de que cincuenta años después de la conquista la ciudad del Cusco fuera una isla de quechua en medio de un mar de pueblos aymara parlantes (tiempo después pude comprobar que también en Arequipa, y en particular en el Valle del Colca, el aymara seguía teniendo una muy fuerte presencia aún en el siglo XVII). Su trabajo ha sido singularmente fecundo, aunque por desgracia muchos de los que lo han utilizado no han reconocido su deuda intelectual con él.

JOSÉ MARÍA

“¿Ha leído usted mi última novela?”. José María Arguedas se había detenido, volvió sobre sus pasos, y tímidamente me planteó esa pregunta. “No doctor, aún no”. “Entonces, me gustaría obsequiársela”. Nos dirigimos a su viejo Volswagen y sacó un ejemplar de Todas las sangres. “¿Cómo apellida?”, me preguntó. A continuación escribió muy serio: “Para el señor Nelson Manrique, con el aprecio de José María Arguedas”. Me entregó el libro, se despidió con esa su sonrisa única y se marchó a su oficina.

Yo estaba boquiabierto. Estaba en el Centro Federado de Ciencias Sociales en la Universidad Agraria cuando él asomó. No recuerdo a quien estaba buscando, pero yo estaba solo en el local. Tampoco recuerdo cómo se inició la conversación, aunque después supe que era muy fácil hablar con él. Empezó a conversar con tal simpatía que se me quitó la timidez y charlamos animadamente de muchas cosas de las cuales no guardo memoria. Le interesó saber si era provinciano y se animó aún más cuando le conté que era huancaíno. Por entonces yo ignoraba que él había vivido en Huancayo cuando estudió la secundaria. En algún momento le dije que estaba sorprendido de su incapacidad de sentir odio. Esto le intrigó y me pregunto por qué. “Imagino que El Sexto es autobiográfico, doctor Arguedas”, le dije. “Sí, completamente –contestó-, ¿por qué?”. “Porque no se cómo después de haber vivido todo eso usted puede estar tan limpio de rencor”. “¡Qué alivio!”, me contestó con una gran sonrisa. “Pensé que se refería a otra cosa. Durante un tiempo fui director de la Casa de la Cultura y eso me trajo unos dolores de cabeza que usted no se imagina”. Sólo tiempo después supe de su primer intento de suicidio, en la Casa de la Cultura.

Corría junio de 1968 y José María Arguedas era ya una figura intelectual de primer orden. En la facultad lo veíamos a diario, yendo a clases, a su oficina, o buscando a sus dos grandes amigos, Manuel Moreno Jimeno y Alfredo Torero. Lo admiraba, como todos, pero esa era la primera vez que conversaba con él. Después de un rato terminamos la plática, nos despedimos y empezaba a irme cuando me llamó y me obsequió su novela autografiada. ¡Y era la primera vez (felizmente no la última) que conversamos!

ALFREDO

Estaba en Piura cuando recibimos la noticia de que José María Arguedas se había pegado un tiro. Algunos estudiantes de la Agraria habíamos decidido dejar la universidad para irnos a trabajar con los campesinos, cuando la reforma agraria empezaba. La noticia nos dejó aturdidos. Estaba con Rosita Guerra cuando nos enteramos. Su primera reacción fue: “¡Cómo va a afectar esto a Alfredo Torero!”. Yo sabía que los dos eran muy buenos amigos pero ignoraba hasta qué punto Alfredo se sentía aislado, por razones ideológicas, en la universidad, y en qué medida ambos habían sido durante esos años un respaldo uno para el otro. Sólo años después, cuando nos hicimos amigos, supe cuán entrañable había sido la relación entre los dos. “El muy bandido se las arregló para hacerme recorrer el lugar donde iba intentar suicidarse, horas antes de hacerlo. ¡Dos veces!”, me contó Alfredo risueñamente un día. Después supe que Arguedas le había confiado los sobres con sus cartas póstumas, en la oficina donde un momento después se dispararía el balazo definitivo.

Siempre me sorprendió que nunca se tutearan, y que conservaran el formal trato de “usted”, pero creo que eso correspondía a la formación de José María Arguedas. Con Alfredo llegamos a tutearnos, a pesar de que nos separaba la edad; es evidente que se sentía cómodo con el trato en confianza, pero él entendía que para Arguedas era fundamental la cortesía serrana que había aprendido en su infancia.

Alfredo Torero es, con el mayor derecho, una de las personas a las que puedo llamar mi maestro. Curiosamente fue mi profesor apenas dos semanas, hasta que un receso universitario canceló definitivamente el curso de Introducción a la Lingüística que había empezado a enseñarnos. Pero, cuando decidí virar desde la sociología hacia la historia, él fue quien me guió en las lecturas imprescindibles. Fue el interlocutor con el que pude articular una visión del país que me sirvió para comenzar. Tuve la suerte de tener excelentes profesores, pero con el tiempo uno descubre que lo esencial se aprende de los maestros; aquellas personas que ejercen una influencia definitiva en nosotros.

SOBRE HÉROES Y TUMBAS

Alfredo Torero fue para mi generación un maestro de ciencia y de vida. Su honestidad, integridad y valor fueron la demostración práctica de que siempre se puede ser coherente con aquello en que uno cree, a pesar de lo difíciles que puedan llegar a ser las circunstancias. De una manera u otra siempre estuvo más bien solitario. No lo buscaba, pero tampoco le temía a la soledad. Afrontó los últimos años con la misma integridad con que vivió toda su vida.

Conversé por teléfono con él pocas semanas antes de su muerte. Sabía que su cáncer era terminal. Estaba solo en Holanda, desconocía el idioma y no sabía qué iba a ser de él, pero mantenía la entereza de siempre. Por fortuna, sus hermanas pudieron llevarlo a Valencia y murió acompañado de sus seres queridos, entre gente que hablaba su idioma. Con él murió su ilusión de poder retornar al Perú. Una deuda más que reclamarle al Perú oficial.

La vida tiene ironías y para mí una de ellas es que la muerte sea motivo para volver a asociar a José María y Alfredo. José María Arguedas empieza a tener el reconocimiento que merece, pero su cadáver no tiene descanso. En su “¿Último diario?” (el mismo que le confió a Alfredo y en que dejó testimonio de su cariño por él) dejó instrucciones muy detalladas sobre lo que quería que se hiciera con su cuerpo. Entre ellas no figura que se trasladaran sus restos.

Alfredo Torero murió solo, lejos del país que amaba y al que le dedicó todo su trabajo, desconocido para la mayoría de los peruanos, que ni siquiera tienen idea de la magnitud de la pérdida que significó su muerte para todos, y que ignoran la envergadura de su legado intelectual. Ojalá algún día se le brinde el homenaje de estudiarlo, de aprender de su inimitable magisterio. Que no sea su destino el que sus restos mortales se conviertan en un botín en disputa. Porque si no se trabaja por difundir y desarrollar sus ideas, los héroes culturales terminan siendo fetiches, útiles para las ceremonias oficiales, despojados de lo que los pone por encima de su terrena mortalidad: su rol de guías permanentes de sus colectividades.