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domingo, 18 de mayo de 2008

ARDIENTE SOMBRA, Juan ojeda


I


Abierto
Irremediablemente
Al fruto descarnado
De tu ausencia,
Atestado
De pieles nocturnas,
Cargando moradas
De polvo y osamentas:
Heme aquí,
Viendo a la muerte
Ocultar
El ruido profundo
De tu lámpara.


II


Ay, Javier,
Si vieras
Cómo escarbo en el aire
De las calles
Buscando inútilmente
Tu presencia.

Y sólo encuentro
Un adverso follaje
De días enterrados,
Sólo
Ácidas cuevas
Alejando tu distancia.


III


Y yo digo,
Y me repito
Golpeándome los párpados:


¿Quiénes osaron
Arrojar su abismo
Sobre el pecho fulgurante
Del poeta?


¿Quiénes,
Quiénes hundieron
Sus cuchillos
En el agua tranquila
De su pecho…?


IV

También la noche,
También
Su hueso ciñéndonos
De lápidas oscuras,
Inaugurando
Desoladas alamedas,
Mientras un vaho
De ojerosa espuma
Derriba los regresos.


Pero tu pecho jamás,
Jamás la noche
En la clara habitación
De tus andanzas.


V


¿Dónde la inscripción
Del diamante que golpea
Su luz bajo los días?


Ay, Javier,
Sólo tus manos viudas
Tocando ahora
El harpa iluminada
De la sombra.


Sólo tu sombra
Anegándonos de luz
La antigua estancia.


Juan Ojea,
Perú


sábado, 17 de mayo de 2008

LETANÍA A JAVIER HERAUD, Julio Carmona

Ay, Javier de las cortas primaveras,
francamente no he podido,
no he tenido valor
para llorarte. Tú comprendes,
altísimo gorrión, ay, río inagotable.

No te puedo mirar
en mis paredes (todas
las llenas: tu presencia vigila
mis poemas), repito: no te puedo tener
ante mi vida, sin tu sangre quemándome
la angustia, el amor, la rebeldía... Y...
ya ves, cuando quiero llorar
tus aguas rotas, te siento
en mi guitarra; siento
que me impones
su silencio desgarrado y unas ganas enormes de seguirte
o de odiar (mejor: seguir odiando todavía)
las gorras y las botas y
su correo negro
que vaciaron tus aguas
a ese río
de ti inagotable.

Me ha sucedido siempre,
Javier de eternas alboradas,
siempre que tu presencia
me renace en el pecho,
en la camisa,
en el sol
que voy tragándome sin asco...

Lo sé y te pido
perdón, hermano mío,
por no poder llorarte todavía,
por no poder decirte:
Camarada,
“Las montañas,
los pájaros
y el mar
para siempre nos
pertenecen.”


Julio Carmona,
Perú

viernes, 16 de mayo de 2008

EL RETORNO DE JAVIER, Cecilia Heraud

Cecilia recuerda a Javier

La presenta César Hildebrandt, en el espacio periodístico que le cede:


Cecilia Heraud Pérez, hermana de Javier, ha escrito el texto que hoy ocupa, con todo derecho, el espacio de esta columna que, en días pasados, recordó al poeta asesinado el 15 de mayo de 1963, hace exactamente 45 años. Ella tuvo la generosidad de agradecerme, en nombre de la familia Heraud, lo que yo apenas pude balbucear en aquellas líneas que ­evocaron la imagen de un poeta que sólo quería que su patria fuera hermosa y justa y que pereció acribillado en ­“ese paraje humeante” que más tarde, en su discurso de aceptación del premio Rómulo Gallegos, recordaría también, doliente e indignado, Mario Vargas Llosa. Hoy le toca a Cecilia recordar a su presente hermano. Que los encumbrados asistentes a la reunión que ha feriado a Lima se enteren de que el Perú no es sólo negocios y oportunidades. Que sepan que nuestro país tiene deudas viejas y deberes olvidados. Y que Javier Heraud también nos encarna y nos encara. (¡Pensar que hoy el buen Javier sería llamado, gracias al triunfo semántico de la Caverna, un terrorista!)

“Hace 45 años Javier Heraud fue muerto en el río Madre de Dios, en ese río enorme donde paradójicamente se ha instalado la base de lo que será el puente que unirá la carretera interoceánica que se espera traiga progreso y desarrollo en la zona. Hace 45 años, Puerto Maldonado, capital del departamento de Madre de Dios, era un pueblito de apenas unas cuadras y unos pocos miles de habitantes –no sé exactamente cuántos–.

Yo visité la tumba de mi hermano en noviembre de 1963, ­apenas unos meses después de su asesinato, y aprecié el atraso y el ­abandono. Javier, en realidad, iba de paso a Puerto Maldonado. No fue a quedarse ni a iniciar allí ninguna acción. Según versiones que recogí, el pueblo fue azuzado por curas y autoridades, los gamonales de siempre que tienen miedo a perder lo que tienen. Y lo mataron: a él, que sólo quería luchar por los pobres de su tierra.

Desde entonces acudí a su tumba en varias oportunidades y me hice amiga de algunos pobladores y autoridades, gente buena que cuidó la tumba de Javier con amor y dedicación. El cementerio “Los Pioneros” era un hermoso lugar donde paseaba y charlaba con Javier. El día de hoy su abandono es impresionante. Un lugar que debería ser la memoria colectiva del pueblo y sus precursores es un lugar abandonado, con maleza que no permite ver más allá de unos metros. La hermosa puerta de hierro fue clausurada y se abrió otra en una esquina, en lo que antes era el final del cementerio. Se ingresaba por allí y se lograba llegar casi sólo hasta la tumba de Javier. Lo demás estaba abandonado y hasta las tumbas habían sido destrozadas, no sé si por robos o por los traslados al nuevo cementerio.

Pero este 29 de abril la tumba de Javier estaba limpia y cuidada como siempre. Un cartel pegado decía: “Gracias hermanitas por venir a visitarme. Javier”. Ni el amigo que nos esperaba sabía que habíamos iniciado el viaje de regreso de Javier a Lima.

He dormido todo/ un año/ o tal vez he muerto/ sólo un tiempo/ no lo sé./ Pero sé que un año/ he estado ausente,/ sé que un año he descansado,/ sé que en ese tiempo/ las moras y las frutas/ secaban sus raíces/ triturándolas/ de sabor y regocijo/. Yo descansé/ en la tierra/ y felizmente/ mi corazón no se secó con la humedad/ del llanto,/ no sollozó,/ no reclamó tristezas pasadas/.

He vuelto ya./ Mamá, papá,/ he vuelto. Hermanos,/ aquí estoy/ como antes,/ cantando en las noches del invierno/ con mi seco corazón de pan y piedra/. Gustavo, tú has crecido/. ¿Y ya no cuentas/ con los dedos/ y ya no lees/ letra a letra/ y ya no sueñas/ con los tigres y elefantes?/ Es cierto, padres,/ hermanos, aquí estoy./

He estado un largo año/ tendido en la hierba del olvido/ cubierto por las hojas/ del ­amor y del otoño/. Ya he descansado un poco,/ lo confieso,/ yo partí/ sin despedirme,/ pero es que en mi corazón/ no cabían ya más flores/ en mi corazón no entraba ya/ el duro secreto de la vida/…

Y seguía caminando,/ pensando en el pan/ caliente de la casa,/ saboreando el arroz/ preparado por mi madre,/ sintiendo a mi cama con sus sábanas felices…/

Pues sí, trajimos a Javier de vuelta a Lima, a descansar junto a mi padre y cumpliendo un deseo vivo de mi madre. Ella misma firmó el poder que nos daba para iniciar las gestiones del traslado. Y lo hicimos con mucho amor.

Pedimos al Equipo Peruano de Antropología Forense para atenderlo como Javier se lo merecía. Yo deseo expresar la sensación que sentí cuando sus huesos aparecieron increíblemente ante nuestros ojos. Era como si Javier nos estuviese diciendo: “los he estado esperando 45 años”.

José Pablo y Franco han limpiado y recogido cuidadosamente el cúbito, el radio, el fémur, su mandíbula, sus dientes, vimos la muela del juicio apareciéndole, como justamente suele hacerlo, entre los 20 y 21 años (los que él tenía), su húmero, su tibia y peroné, su hermosa cabeza, su pelvis… Fue un regalo de hermano. Y el dolor de tantos años se transformó en ese consuelo que buscan todos los que pierden a un ser amado al que no pueden dar sepultura.

Hemos traído en ­avión a Javier, lo hemos tenido ­una noche con nosotros y lo hemos despedido los hermanos cantando Porque mi patria es hermosa,/ como una espada en el aire,/ y más grande ahora y/ más hermosa todavía,/ yo hablo y la defiendo con mi vida…
Y lo hemos sepultado junto a nuestro padre, según expreso deseo de esa mujer maravillosa que le dio vida y que ha vivido esperando este momento.

Por primera vez, al decolar el avión de Puerto Maldonado, no se me quebró la garganta por el llanto como cada vez que partía dejándolo solo en esas tierras. Ahora podremos visitarlo siempre y llevarle flores a su tumba. Si bien ­eso no lo devolverá con vida, sí nos dará consuelo y nos ­ayudará a ser mejores que antes, como él hubiese querido.

Cecilia Heraud,
Perú

jueves, 15 de mayo de 2008

Yo no me río de la muerte, Javier Heraud


HOMENAJE A JAVIER HERAUD


ELEGÍA


Tú quisiste descansar
En tierra muerta y en olvido.
Creías poder vivir solo
En el mar, o en los montes.
Luego supiste que la vida
Es soledad entre los hombres
Y soledad entre los valles.
Que los días que circulaban
En tu pecho sólo eran muestras
De dolor entre tu llanto. Pobre
Amigo. No sabías nada ni llorabas nada.

Yo nunca me río

De la muerte.

Simplemente

Sucede que

No tengo

Miedo

De

Morir

Entre

Pájaros y árboles.


Yo no me río de la muerte.
Pero a veces tengo sed
Y pido un poco de vida,
A veces tengo sed y pregunto
Diariamente, y como siempre
Sucede que no hallo respuestas
Sino una carcajada profunda
Y negra. Ya lo dije, nunca
Suelo reír de la muerte,
Pero sí conozco su blanco
Rostro, su tétrica vestimenta.


Yo no me río de la muerte.
Sin embargo, conozco su
Blanca casa, conozco su
Blanca vestimenta, conozco
Su humedad y su silencio.
Claro está, la muerte no
Me ha visitado todavía,
Y ustedes preguntarán: ¿qué
Conoces? No conozco nada.
Es cierto también eso.
Empero, sé que al llegar
Ella yo estaré esperando,
Yo estaré esperando de pie
O tal vez desayunando.
La miraré blandamente
(No se vaya a asustar)
Y como jamás he reído
De su túnica, la acompañaré,
Solitario y solitario.


Javier Heraud,

Perú




miércoles, 14 de mayo de 2008

MADRE HAY UNA SOLA, Isabel Allende



Por culpa del azar o de un desliz, cualquier mujer puede convertirse en madre.


La naturaleza la ha dotado a mansalva del 'instinto maternal' con la finalidad de preservar la especie.


Si no fuera por eso, lo que ella haría al ver a esa criatura minúscula, arrugada y chillona, sería arrojarla a la basura. Pero gracias al instinto maternal la mira embobada, la encuentra preciosa y se dispone a cuidarla gratis hasta que cumpla por lo menos 21 años.


Ser madre es considerar que es mucho más noble sonar narices y lavar pañales, que terminar los estudios, triunfar en una carrera o mantenerse delgada.


Es ejercer la vocación sin descanso, siempre con la cantaleta de que se laven los dientes, se acuesten temprano, saquen buenas notas, tomen leche, no fumen.


Es preocuparse de las vacunas, la limpieza de las orejas, los estudios, las palabrotas, los novios y las novias; sin ofenderse cuando la mandan a callar o le tiran la puerta en las narices, porque no están en nada...


Es quedarse desvelada esperando que vuelva la hija de la fiesta y cuando llega hacerse la dormida para no fastidiar.


Es temblar cuando el hijo aprende a manejar, anda en moto, se afeita, se enamora, presenta exámenes o le sacan las amígdalas.


Es llorar cuando ve a los niños contentos, y apretar los dientes y sonreír cuando los ve sufriendo.


Es servir de niñera, maestra, chofer, cocinera, lavandera, médico, policía, confesor y mecánico, sin cobrar sueldo alguno.


Es entregar su amor y su tiempo sin esperar que se lo agradezcan.


Es decir, que 'son cosas de la edad' cuando la mandan al cara...


Madre es alguien que nos quiere y nos cuida todos los días de su vida y que llora de emoción porque uno se acuerda de ella una vez al año: 'el día de la Madre'.


El peor defecto que tienen las madres es que se mueren antes de que uno alcance a retribuirles parte de lo que han hecho.


Lo dejan a uno desvalido, culpable e irremisiblemente huérfano.


Por suerte hay una sola. Porque nadie aguantaría el dolor de perderla dos veces.


Isabel Allende,
Chile

(Texto proporcionado por Roquelín Ramírez).

martes, 13 de mayo de 2008

AL HOMBRE SIN NOMBRE LA MUJER ETERNA, Yolanda Bedregal


Me llegaré al altar del hombre
en ofrenda de huída y rebeldía.

Hombre de ahora y de siempre,
abre tu mano a recibirme
y levántame al cielo como una hostia
aunque soy sólo pétalo de lágrima.

Hombre nuevo y eterno,
escúchame.
Sobre tu pecho roto
llamo y clamo.

Mi palabra golpea
-obsesionante ala obsesionada-
contra las sienes.

Mi palabra del grito
te taladra la frente,
sangre de luz de la herida
bautizará por un instante,
hombre frágil,
a la mujer eterna.

Eterna como el sueño fugaz.

Yo te miro sin ojos desde siempre.
tú me llevas en ti desde que existes.
Si antes no lo sabías,
ahora
ya no lo puedes olvidar.

Yo he crecido en el mar
sobre una ola que se alargó
para volverse tallo.
En ese tallo de agua limpia
he subido a mirar a los ojos de Dios.

Ahora me inclina un hálito a tu mano,
y estoy en ti como la mujer muerta
por la que todos los hombres han llorado.

Tú también has llorado
por tu hija, por tu madre,
por la mujer eterna de cuya muerte vives.

Ya no lo puedes olvidar.

Cuando tus ojos caminen en la sombra,
sentirás todavía por el cuerpo
una dulzura amarga y tibia:
beso en las palmas juntas
y una paloma que huye de tus dedos.

Con mi cara de piedra
yo estoy en la otra orilla.

Existo para ti en este momento;
y para mí no existo
porque soy más que eterna en cinco letras.

En el altar de Hombre fuerte como la vida,
hombre de hierro y hielo,
metal, sangre y espíritu,
cae la ofrenda íntegra
de la mujer lejana.

Mujer de canto y llanto
eterna como el sueño.


Yolanda Bedregal,
Bolivia


(El premio nacional de poesía en Bolivia lleva el nombre de la poeta. Este texto ha sido proporcionado por Luis Anamaría).



lunes, 12 de mayo de 2008

BIOGRAFÍA PARA USO DE LOS PÁJAROS, Jorge Carrera Andrade



Nací en el siglo de la defunción de la rosa
Cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles.
Quito veía andar la última diligencia
Y a su paso corrían en buen orden los árboles,
Las cercas y las casas de las nuevas parroquias,
En el umbral del campo
Donde las lentas vacas rumiaban el silencio
Y el viento espoleaba sus ligeros caballos.

Mi madre, revestida de poniente,
Guardó su juventud en una honda guitarra
Y sólo algunas tardes la mostraba a sus hijos
Envuelta entre la música, la luz y las palabras.
Yo amaba la hidrografía de la lluvia,
Las amarillas pulgas del manzano
Y los sapos que hacían sonar dos o tres veces
Su gordo cascabel de palo.

Sin cesar maniobraba la gran vela del aire.
Era la cordillera un litoral del cielo.
La tempestad venía, y al batir del tambor
Cargaban sus mojados regimientos;
Mas, luego el sol con sus patrullas de oro
Restauraba la paz agraria y transparente.
Yo veía a los hombres abrazar la cebada,
Sumergirse en el cielo unos jinetes
Y bajar a la costa olorosa de mangos
Los vagones cargados de mugidores bueyes.

El valle estaba allá con sus haciendas
Donde prendía el alba su reguero de gallos
Y al oeste la tierra donde ondeaba la caña
De azúcar su pacífico banderín, y el cacao
Guardaba en un estuche su fortuna secreta,
Y ceñían, la piña su coraza de olor,
La banana desnuda su túnica de seda.

Todo ha pasado ya, en sucesivo oleaje,
Como las vanas cifras de la espuma.
Los años van sin prisa enredando sus líquenes
Y el recuerdo es apenas un nenúfar
Que asoma entre dos aguas
Su rostro de ahogado.
La guitarra es tan sólo ataúd de canciones
Y se lamenta herido en la cabeza el gallo.
Han emigrado todos los ángeles terrestres,
Hasta el ángel moreno del cacao.


Jorge Carrera Andrade,

Ecuador

(Texto proporcionado por Luis Anamaría).