I
Abierto
Irremediablemente
Al fruto descarnado
De tu ausencia,
Atestado
De pieles nocturnas,
Cargando moradas
De polvo y osamentas:
Heme aquí,
Viendo a la muerte
Ocultar
El ruido profundo
De tu lámpara.
II
Ay, Javier,
Si vieras
Cómo escarbo en el aire
De las calles
Buscando inútilmente
Tu presencia.
Y sólo encuentro
Un adverso follaje
De días enterrados,
Sólo
Ácidas cuevas
Alejando tu distancia.
III
Y yo digo,
Y me repito
Golpeándome los párpados:
¿Quiénes osaron
Arrojar su abismo
Sobre el pecho fulgurante
Del poeta?
¿Quiénes,
Quiénes hundieron
Sus cuchillos
En el agua tranquila
De su pecho…?
IV
También la noche,
También
Su hueso ciñéndonos
De lápidas oscuras,
Inaugurando
Desoladas alamedas,
Mientras un vaho
De ojerosa espuma
Derriba los regresos.
Pero tu pecho jamás,
Jamás la noche
En la clara habitación
De tus andanzas.
V
¿Dónde la inscripción
Del diamante que golpea
Su luz bajo los días?
Ay, Javier,
Sólo tus manos viudas
Tocando ahora
El harpa iluminada
De la sombra.
Sólo tu sombra
Anegándonos de luz
La antigua estancia.
Juan Ojea,
Perú
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