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viernes, 22 de febrero de 2008

LAS CARTAS SECUESTRADAS, Juan Gonzalo Rose


Tengo en el alma una baranda en sombras.
A ella diariamente me asomo, matutino,
A preguntar si no ha llegado carta;
Y cuántas veces
La tristeza celebra con mi rostro
Sus óperas de nada.

Una carta.

Que me escriba una carta quien me hizo
Los ojos negros y la letra gótica,
Que me escriba una carta aquella amiga
Analfabeta de pasión cristiana;
Duraznos de mi tierra: que me escriban,
Vientos los de mi rambla: que me escriban,
Y redacte una carta pequeñita
Mi hermana abecedaria y pensativa.

Muertos los de mi infancia
Que se fueron
Dormidos entre el humo de las flores,
Novias que se marcharon
Bajo un farol diciendo eternidades,
Amigos hasta el vino torturado:
¿No hay una carta para Juan Gonzalo?

Si no fuera poeta, expresidiario,
Extranjero hasta el colmo de la gracia,
Descubridor de calles en la noche,
Coleccionista de apellidos pálidos:
Quisiera ser cartero de los tristes
Para que ellos bendigan mis zapatos.

El día que me muera ¿en una piedra?
El día que navegue ¿en una cama?
Desgarren mi camisa y en el pecho
¡Manos sobrevivientes que me amaron!
Entierren una carta.

Juan Gonzalo Rose,

Perú


jueves, 21 de febrero de 2008

POEMAS, Marcos Ana



Autobiografía

Mi pecado es terrible;
Quise llenar de estrellas
El corazón del hombre.
Por eso, aquí, entre rejas,
En veintidós inviernos
Perdí mis primaveras.
Preso desde mi infancia
Y a muerte mi condena,
Mis ojos van secando
Su luz contra las piedras.
Mas no hay sombra vengadora
Corriendo por mis venas.
¡España! es sólo el grito
De mi dolor que sueña…


Voy soñando


Soñar, siempre soñar,

Con banderas y besos;

La libertad y el aire

Soplando en mi cabello.

Campo y aire sin fin

-Oh, luz-, sin otro cerco

Que el amor de unos brazos

Enlazando mi cuello.

Soñar, siempre soñar,

Con los ojos sin sueño,

Que soy un hombre vivo…

Siendo tan sólo un preso.

Hay árboles y un río

Fijos en mi recuerdo;

Una infancia salvaje,

Un dulce amor ingenuo,

Y dos nombres grabados

En el chopo más viejo.

El cielo aquella tarde

Era como un espejo.

El choperal tendía,

Para el amor, senderos.

Todo era luz. La gloria

De mayo iba en mi pecho…

… … … … … … …

Un vilano de plata

Se enredó en sus cabellos;

Acudí tembloroso

Y con mis dedos trémulos…

Sus ojos me invadieron

De aromas y de sol.

El viento,

Inmóvil, nos miraba:

Fue aquél mi primer beso.

Soñar, siempre soñar,

Que vuelvo a todo aquello,

Lo que dejé y ya nunca

Lo encontraré al regreso.



Marcos Ana,
España

Estos poemas del legendario poeta español nos han sido proporcionados por la no menos legendaria poeta e invalorable amiga Rosina Valcárcel.


miércoles, 20 de febrero de 2008

LA ÚLTIMA NOCHE DEL MUNDO, Ray Bradbury


-¿Qué harías si supieras que ésta es la última noche del mundo?

-¿Qué haría? ¿Lo dices en serio?

-Sí, en serio.

-No sé. No lo he pensado.

El hombre se sirvió un poco más de café. En el fondo del vestíbulo las niñas jugaban sobre la alfombra con unos cubos de madera, bajo la luz de las lámparas verdes. En el aire de la tarde había un suave y limpio olor a café torrado.

-Bueno, será mejor que empieces a pensarlo.

-¡No lo dirás en serio!

El hombre, asintió.

-¿Una guerra?

El hombre sacudió la cabeza.

-¿No? ¿La bomba atómica, o la bomba de hidrógeno?

-No.

-¿Una guerra bacteriológica?

-Nada de eso -dijo el hombre, revolviendo suavemente el café-. Sólo, digamos, un libro que se cierra.

-Me parece que no entiendo.

-No. Y yo tampoco, realmente. Sólo es un presentimiento. A veces me asusta. A veces no siento ningún miedo, y sólo una cierta paz. -Miró a las niñas y los cabellos amarillos que brillaban a la luz de la lámpara-. No te lo he dicho. Ocurrió por vez primera hace cuatro noches.

-¿Qué?

-Un sueño. Soñé que todo iba a terminar Me lo decía una voz. Una voz irreconocible, pero una voz de todos modos. Y me decía que todo iba a detenerse en la Tierra. No pensé mucho en ese sueño al día siguiente, pero fui a la oficina y a media tarde sorprendí a Stan Willis mirando por la ventana, y le pregunté: ¿Qué piensas Stan?, y él me dijo: Tuve un sueño anoche. Antes de que me lo contara yo ya sabía qué sueño era ése. Podía habérselo dicho. Pero dejé que me lo contara.

-¿Era el mismo sueño?

-Idéntico. Le dije a Stan que yo había soñado lo mismo. No pareció sorprenderse. Al contrario, se tranquilizó. Luego nos pusimos a pasear por la oficina, sin darnos cuenta. No concertamos nada. Nos pusimos a caminar, simplemente, cada uno por su lado, y en todas partes vimos gentes con los ojos clavados en los escritorios, o que se observaban las manos, o que miraban la calle. Hablé con algunos. Stan hizo lo mismo.

-¿Y todos habían soñado?

-Todos. El mismo sueño, exactamente.

-¿Crees que será cierto?

-Sí, nunca estuve más seguro.

-¿Y cuándo terminará? El mundo, quiero decir

-Para nosotros, en cierto momento de la noche. Y a medida que la noche vaya moviéndose alrededor del mundo, llegará el fin. Tardará veinticuatro horas en total.

Durante unos instantes no tocaron el café. Luego levantaron lentamente las tazas y bebieron mirándose a los ojos.

-¿Merecemos esto? -preguntó la mujer

-No se trata de merecerlo o no. Es así, simplemente. Tú misma no has tratado de negarlo. ¿Por qué?

-Creo tener una razón.

-¿La que tenían todos en la oficina?

La Mujer asintió.

-No quise decirte nada. Fue anoche. Y hoy las vecinas hablaban de eso entre ellas. Todas soñaron lo mismo. Pensé que era sólo una coincidencia. -La mujer levantó de la mesa el diario de la tarde-. Los periódicos no dicen nada.

-Todo el mundo lo sabe. No es necesario. -El hombre se reclinó en su silla mirándola-. ¿Tienes miedo?

-No. Siempre pensé que tendría mucho miedo, pero no.

-¿Dónde está ese instinto de autoconservación del que tanto se habla?

-No lo sé. Nadie se excita demasiado cuando todo es lógico. Y esto es lógico. De acuerdo con nuestras vidas, no podía pasar otra cosa.

-No hemos sido tan malos, ¿no es cierto?

-No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que es eso. No hemos sido nada, mientras que casi todos los demás han sido muchas cosas, muchas cosas abominables.

En el vestíbulo las niñas se reían.

-Siempre pensé que cuando esto ocurriera la gente se pondría a gritar en las calles.

-Pues no. La gente no grita ante la realidad de las cosas.

-¿Sabes?, te perderé a ti y a las chicas. Nunca me gustó la ciudad, ni mi trabajo, ni nada, excepto vosotras tres. No me faltará nada más. Salvo, quizá, los cambios del tiempo, y un vaso de agua helada cuando hace calor, y el sueño. ¡Cómo podemos estar aquí, sentados, hablando de este modo?

-No se puede hacer otra cosa.

-Claro, eso es; pues si no estaríamos haciéndolo. Me imagino que hoy, por primera vez en la historia del mundo, todos saben qué van a hacer de noche.

-Me pregunto, sin embargo, qué harán los otros, esta tarde, y durante las próximas horas.

-Ir al teatro, escuchar la radio, mirar la televisión, jugar a las cartas, acostar a los niños, acostarse. Como siempre.

-En cierto modo, podemos estar orgullosos de eso... como siempre.

El hombre permaneció inmóvil durante un rato, y al fin se sirvió otro café.

-¿Por qué crees que será esta noche?

-Porque sí.

-¿Por qué no alguna otra noche del siglo pasado, o de hace cinco siglos o diez?

-Quizá porque nunca fue 19 de octubre de 1969, y ahora sí. Quizá porque esa fecha significa más que ninguna otra. Quizá porque este año las cosas son como son, en todo el mundo, y por eso es el fin.

-Hay bombarderos que esta noche estarán cumpliendo su vuelo de ida y vuelta a través del océano, y que nunca llegarán a tierra.

-Eso también lo explica, en parte.

-Bueno -dijo el hombre incorporándose-, ¿qué hacemos ahora? ¿Lavamos los platos?

Lavaron los platos, y los apilaron con un cuidado especial, A las ocho y media, acostaron a las niñas y les dieron el beso de buenas noches y apagaron las luces del cuarto y entornaron la puerta.

-No sé... -dijo el marido al salir del dormitorio, mirando hacia atrás, con la pipa entre los labios.

-¿Qué?

-¿Cerraremos la puerta del todo, o la dejaremos así, entornada, para que entre un poco de luz?

-¿Lo sabrán también las chicas?

-No, naturalmente que no.

El hombre y la mujer se sentaron y leyeron los periódicos y hablaron y escucharon un poco de música, y luego observaron, juntos, las brasas de la chimenea mientras el reloj daba las diez y media y las once y las once y media. Pensaron en las otras gentes del mundo, que también habían pasado la velada, cada uno a su modo.

-Bueno -dijo el hombre al fin.

Besó a su mujer durante un rato.

-Nos hemos llevado bien, después de todo -dijo la mujer

-¿Tienes ganas de llorar?- le preguntó el hombre.

-Creo que no.

Recorrieron la casa y apagaron las luces y entraron en el dormitorio. Se desvistieron en la fresca oscuridad de la noche, y retiraron las colchas.

-Las sábanas son tan limpias y frescas...

-Estoy cansada.

-Todos estamos cansados.

Se metieron en la cama.

-Un momento -dijo la mujer

El hombre oyó que su mujer se levantaba y entraba en la cocina. Un momento después estaba de vuelta.

-Me había olvidado de cerrar los grifos.

Había ahí algo tan cómico que el hombre tuvo que reírse.

La mujer también se rió. Sí, lo que había hecho era cómico de veras. Al fin dejaron de reírse, y se tendieron inmóviles en el fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las cabezas muy juntas.

-Buenas noches -dijo el hombre después de un rato.

-Buenas noches -dijo la mujer.

Ray Bradbury,
EE. UU.

martes, 19 de febrero de 2008

A LA MADRE DE UN MÁRTIR, Elsie Alvarado de Ricord


Un pañuelo a la madre, dadle un pañuelo blanco,
Que el llanto de una madre puede anegar el mundo.
Sólo quien es mujer y quien es madre
podrá asomarse a tu desgarramiento
Mujer que reconoces el cadáver de tu hijo,
Recoge de él su aliento para que no sucumba:
Ese aliento de lucha que superó al instinto
Al desangrar la vida por todos los que sufren.
Tú que eres invencible e inmortal, por fecunda,
Llora sobre sus ojos inmolados
Y clava en tu retina la razón de su muerte.

Vacia toda tu angustia, madre, porque algún día
Te exigirá la vida un corazón enorme
Para el valor supremo.

Tu vientre que ha alumbrado la humanidad, no cumple
Un castigo, comprende: cumple un adiestramiento.
Tus brazos que acunaron al niño tiernamente
Hoy se endurecen y alzan el cadáver del hijo.
Ni en la naturaleza ni en lo que el hombre ha creado
Hay una fuerza viva comparable a tus brazos:
Suaves, y a la vez férreos, y devotos, y enérgicos,
A través de los siglos se han hecho omnipotentes:
¡Las mujeres de Esparta los miran asombradas.

Todo el dolor humano, como a un mar, va a tu pecho:
La angustia de las clases explotadas,
El dolor de las razas sometidas,
El terror de las víctimas de las inquisiciones,
Se agrietan en tu pecho.
Y tu pecho lactando, fuente inexhausta, madre:
Te derramas de amor para salvar la especie.

Madre, qué singular transmutación ejerce
La historia sobre ti:
Por un fusil habrás de trocar tu pañuelo,
Tu rosario por una cartuchera
y tu canción de cuna por un himno guerrero.
Sólo tú que conoces lo que es el amor pleno,
Sólo tú eres capaz de ese gran crecimiento.

Qué indefinible esfuerzo desplegarás un día
Para guardar la nota de tu canción de cuna,
Para dejar una tiempo las rosas de Afrodita,
Su belleza y su aroma,
Por el sudor y el grito del amor colectivo.

Madre, el ser más perfecto de la naturaleza,
Tus brazos harán falta para librar al hombre.
Dale desde tus senos, con la vida, el arrojo;
Y en la miel de tus besos, la fuerza que precisa.

Un pañuelo a la madre del mártir, un pañuelo
Cuya inútil blancura, propicia para el llanto,
Se encenderá al contacto con la sangre del héroe,
Y será una bandera
En las manos inmensas de otros hijos del pueblo.

Elsie Alvarado de Ricord,
Panamá

lunes, 18 de febrero de 2008

CORRESPONSAL DE GUERRA, Manuel Jesús Orbegoso


Como una mosca impávida

Anduve alrededor

De varias guerras mundiales,

Mis amigos me llaman Corresponsal de Guerra.

Pero no lo soy ni lo he sido.

Apenas testimonié pasajes de esas guerras.


En Vietnam,

Frescos dibujos en las paredes de una escuelita

De párvulos luego de ser bombardeada

Por los norteamericanos.

Las cabecitas de los párvulos reventaron

Y sus masas encefálicas dibujaron en las paredes

Pequeños mapas como réplicas

De los países cómplices de la guerra.


En una tarde de pólvora y malos presentimientos,

El coronel levantó sus manos

Para darnos la bienvenida y nosotros avanzamos en el jeep.

Una bomba cayó a sus pies como una flor

Y solamente vimos la caída, no lo demás.

La bomba hizo volar en pedazos

Al coronel nigeriano

Y yo no pude decirle ni siquiera adiós.


En la frontera con Israel, un fedayín

Estaba por cruzar en pos de su tierra palestina

Y de pronto, vimos que se dobló y cayó al suelo.

Sus intestinos hicieron un dibujo abstracto

En una breve área del desierto extranjero.

Volteó los ojos en busca de amigos

O enemigos

No había nadie. Nosotros lo vimos

Morir despedazado,

Las alimañas lo miraban desde el cielo.


He recorrido calles manchadas de sangre

He visto nubarrones amenazantes

Y cielos muy tristes.

He visto rostros fieros,

Ciudades rencorosas y también lujuriosas.

El mundo es un burdel de rondas exquisitas

Y hombres indiferentes.


Pol Pot era culpado de genocidio.

Lo culpaban de más de un millón de muertos

Pol Pot no tenía los pómulos salientes

Como los asiáticos

Y más bien una sonrisa franca

Como los franceses.

Horas después de mi entrevista,

Vietnam lo arrojó del poder como a un perro.

Lo apresaron años después y lo exhibieron

A la prensa como a un mendigo.

Entonces, su corazón lo mató

De un solo disparo.


Las guerras son como un juego de pelota vasca

O un partido de futbol

Donde unos ganan y otros pierden.

Los niños en los alrededores juegan a la muerte,

Los viejos agónicos fuman cigarrillos simulados

Y las mujeres lloran al que mataron hace una hora.


Las guerras se dan por intereses creados o abusos de poder.

Las Malvinas no son de Inglaterra,

Pero Inglaterra tiene más poder que Argentina.

Los golpes de estado en el África son un juego.

Los negros del Tchad siempre como los de Ghana

Ordenan toques de queda a las 9 de la noche,

Nadie se mueve ni los que van en los tanques.

En tres meses más, el golpe le tocará darlo

Al otro equipo.


La guerra es como un juego de pelota vasca

O de futbol,

El que puede más, gana.

A veces ganan los que no deben ganar

Como pasó en Vietnam o pasará en Irak.

Entonces, la humanidad

Saldrá ganando.


Manuel Jesús Orbegoso,

Perú



domingo, 17 de febrero de 2008

DEL DOLOR COTIDIANO, Oswaldo Escobar Velado



Voy a cantar lo que nos duele cotidianamente
Y cae como una gota amarga
al corazón.

Voy a cantar los lunes que amanecen esperando
Agazapados mientras se abren las puertas
De las casas de préstamos
Para pasar por ellas.

Voy a cantar lo que otros poetas callan.

El dolor de los pobres es más bello
Porque es dolor exacto,
Recio,
Definitivo.

Pero el dolor de los pobres se canta a mi manera
Y yo canto gritando.

Una muchacha linda me saluda
Desde un Cadillac último modelo.
Yo la miro pasar, mientras un niño
Que habla con los ojos
Abre la golondrina de su mano.

Estas cosas amargas, cotidianas,
Se deben de cantar para abultarlas:
Porque ya no es posible que transcurran
Y que caigan.

¿Por qué no canta el pueblo alegremente?

NO me preguntes cosas tan estúpidas.
¿Cómo puede cantar el hombre que le falta
La estrella de la leche en la mañana?

¿Cómo puede cantar amaneciendo
Como un perro nocturno
Que tuvo que dormir en los portales?

¿Cómo puede cantar si no hay justicia,
Si sobran demagogos en la esquina,
Si todo es negro,
La noche, la mañana, el mes, hasta el vestido?

¡Y en medio de todo esto pensar que todavía
El poeta se pone una flor en la solapa!

Oswaldo Escobar Velado,
El Salvador


sábado, 16 de febrero de 2008

EPÍSTOLA A LOS POETAS QUE VENDRÁN, Manuel Scorza



Tal vez mañana los poetas pregunten
Por qué no celebramos la gracia de las muchachas;
Tal vez mañana los poetas pregunten
Por qué nuestros poemas
Eran largas avenidas
Por donde venía la ardiente cólera.

Yo respondo:
Por todas partes oíamos el llanto,
Por todas partes nos sitiaba un muro de olas negras.
¿Iba a ser la Poesía
Una solitaria columna de rocío?
Tenía que ser un relámpago perpetuo.

Mientras alguien padezca,
La rosa no podrá ser bella;
Mientras alguien mire al pan con envidia,
El trigo no podrá dormir;
Mientras llueva sobre el pecho de los mendigos,
Mi corazón no sonreirá.

Matad la tristeza, poetas.
Matemos a la tristeza con un palo.
No digáis el romance de los lirios.
Hay cosas más altas
Que llorar amores perdidos:
El rumor de un pueblo que despierta
¡Es más bello que el rocío!
El metal resplandeciente de su cólera
¡Es más bello que la espuma!
Un Hombre Libre
¡Es más puro que el diamante!

El poeta libertará al fuego
De su cárcel de ceniza.
El poeta encenderá la hoguera
Donde se queme este mundo sombrío.

Manuel Scorza,
Perú