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sábado, 26 de enero de 2008

CARTA A MARIA TERESA, Juan Gonzalo Rose


Para ti debo ser, pequeña hermana,

El hombre malo que hace llorar a mamá.

Yo me interrogo ahora

¿Por qué no he amado sólo

Las rosas repentinas,

Las mareas de junio,

Las lunas sobre el mar?

¿Por qué he debido amar

la rosa y la justicia,

El mar y la justicia,

La justicia y la luz?

Fui un niño como todos.

También mi infancia

La atravesaba un río

Y tenía una hora misteriosa

En la cual las palomas

A mi alma obedecían.

Pero me preguntaba

¿Por qué en mi calle

La alegría es un viento

Fugaz e inesperado?

¿Por qué no siembran trigo

También sobre mi pecho,

Si aquí en mi corazón,

Todas las noches,

Se desbordan los ríos?

Por eso fue una noche

El rostro de mi madre,

Astro de cera y llanto

En el cielo apagado de mi celda;

Por eso me negaron

El Perú en mi desvelo,

Y vanamente grito:

Devolvedme mi patria,

Devolvedme mi escuela de palomas,

Mi casa frente al mar,

Devolvedme su calle más pequeña,

Su lámpara más rota,

Su más ciego lugar.

A pesar de todo esto,

Para ti debo ser, pequeña hermana,

El fantasma que vuelca

La sal sobre la mesa,

El mal hado que rompe

Las puntas de los días:

Y es que a ti te hace daño

Ver llorar a mamá.

Mas una tarde, hermana,

Te han de herir en la calle

Los juguetes ajenos;

La risa de los pobres

Ceñirá tu cintura

Y andando de puntillas

Llegará tu perdón.

Cuando esa hora suene

Es que amarás las rosas,

Las mareas de junio,

El jardín de diciembre

Donde los niños van;

Es que amarás mis sueños

Y mis cosas,

¡Sabrás por qué se rompe

Fácilmente

Por la mitad el pan!

Cuando esa hora suene

Y se empadrine en padre mi orfandad,

Iremos de la mano

Por las calles de Lima,

En trinidad de gozo:

La risa de mamá.



Juan Gonzalo Rose,

Perú


viernes, 25 de enero de 2008

USTED TENÍA RAZÓN, TALLET: SOMOS HOMBRES DE TRANSICIÓN, Roberto Fernández Retamar


Entre los blancos a quienes, cuando son casi polares, se les ve circular la sangre por los ojos, debajo del pelo pajizo,
Y los negros nocturnos, azules a veces, escogidos y purificados a través de pruebas horribles, de modo que sólo los mejores sobrevivieron y son la única raza realmente superior del planeta;
Entre los que sobresaltaba la bomba que primero había hecho parpadear a la lámpara y remataba en un joven colgando del poste de la esquina,
Y los que aprendieron a vivir con el canto marchando vamos hacia un ideal, y deletrean Camilo (quizás más joven que nosotros) como nosotros Ignacio Agramonte (tan viejo ya como los egipcios cuando fuimos a las primeras aulas);
Entre los que tuvieron que esperar, sudándoles las manos, por un trabajo, por cualquier trabajo,
Y los que pueden escoger y rechazar trabajos sin humillarse, sin mentir, sin callar, y hay trabajos que nadie quiere hacerlos ya por dinero, y tienen que ir (tenemos que ir) los trabajadores voluntarios para que el país siga viviendo;
Entre las salpicadas flojeras, las negaciones de San Pedro, de casi todos los días en casi todas las calles,
Y el heroísmo de quienes han esparcido sus nombres por escuelas, granjas, comités de defensa, fábricas, etc.;
Entre una clase a la que no pertenecimos, porque no podíamos ir a sus colegios ni llegamos a creer en sus dioses,
Ni mandamos en sus oficinas ni vivimos en sus casas ni bailamos en sus salones ni nos bañamos en sus playas ni hicimos juntos el amor ni nos saludamos,
Y otra clase en la cual pedimos un lugar, pero no tenemos del todo sus memorias ni tenemos del todo las mismas humillaciones,
Y que señala con sus manos encallecidas, hinchadas, para siempre deformes,
A nuestras manos que alisó el papel o trastearon los números;
Entre el atormentado descubrimiento del placer,
La gloria eléctrica de los cuerpos y la pena, el temor de hacerlo mal, de ir a hacerlo mal,
Y la plenitud de la belleza y la gracia, la posesión hermosa de una mujer por un hombre, de una muchacha por un muchacho,
Escogidos uno a la otra como frutas, como verdades en la luz;
Entre el insomnio masificado por el reloj de la pared,
La mano que no puede firmar el acta de examen o llevarse la maldita cuchara de sopa a la boca,
El miedo al miedo, las lágrimas de la rabia sorda e impotente,
Y el júbilo del que recibe en el cuerpo la fatiga trabajadora del día y el reposo justiciero de la noche,
Del que levanta sin pensarlo herramientas y armas, y también un cuerpo querido que tiembla de ilusión;
Entre creer un montón de cosas, de la tierra, del cielo y del infierno,
Y no creer absolutamente nada, ni siquiera que el incrédulo exista de veras;
Entre la certidumbre de que todo es una gran trampa, una broma descomunal, y qué demonios estamos haciendo aquí, y qué es aquí,
Y la esperanza de que las cosas pueden ser diferentes, deben ser diferentes, serán diferentes;
Entre lo que no queremos ser más, y hubiéramos preferido no ser, y lo que todavía querríamos ser,
Y lo que queremos, lo que esperamos llegar a ser un día, si tenemos tiempo, corazón y entrañas;
Entre algún guapo de barrio, Roenervio por ejemplo, que podía más que uno, qué coño,
Y José Martí, que exaltaba y avergonzaba, brillando como una estrella;
Entre el pasado en el que, evidentemente, no habíamos estado, y por eso era pasado,
Y el porvenir en el que tampoco íbamos a estar, y por eso era porvenir,
Aunque nosotros fuéramos el pasado y el porvenir, que sin nosotros no existirían.
Y, desde luego, no queremos (y bien sabemos que no recibiremos) piedad ni perdón ni conmiseración,
Quizás ni siquiera comprensión, de los hombres mejores que vendrán luego, que deben venir luego; la historia no es para eso,
Sino para vivirla cada quien del todo, sin resquicios si es posible.
(Con amor, sí, porque es probable que sea lo único verdadero.)
Y los muertos estarán muertos, con sus ropas, sus libros, sus conversaciones, sus sueños, sus dolores, sus suspiros, sus grandezas, sus pequeñeces.
Y porque también nosotros hemos sido la historia, y también hemos construido alegría, hermosura y verdad, y hemos asistido a la luz, y alguna vez a lo mejor hemos sido la luz, como hoy formamos parte del presente.
Y porque después de todo, compañeros, quién sabe si sólo los muertos no son hombres de transición.

Roberto Fernández Retamar,
Cuba

jueves, 24 de enero de 2008

LA GENTE SABE LO QUE LA TIERRA SABE, Carl Sandburg


La gente sabe lo que la tierra sabe,

Los números pares e impares de la tierra,

Y lo que el suave viento cálido del verano marchita

O el encresparse de la impetuosa ventisca blanca;

A ninguno de ellos se le detiene,

Ninguno dice otra cosa que:

“No estoy discutiendo. Te digo.”

El antiguo poblador del desierto estaba gris

Y entrecano de tanto ver el sol:

“Por mí no importa si llueve.

Yo he visto llover.

Pero me gustaría que alguna vez

Lloviera pronto.

Así mi hijo podrá verlo.

Él nunca ha visto llover.”

“Aquí en el desierto”,

Dijo la primera mujer que lo dijo:

“El primer año no crees

Lo que los demás te cuentan

Y el segundo año no crees

Lo que tú mismo te cuentas.”

“Yo te dejo, yo te dejo”,

Cantaba tejiendo la mujer de Sonora.

“Yo te dejo,

Eres para un tonto de Sonora.”

Y el tonto habló de ella,

Tomando vino la mencionó:

“Ella puede enseñar a bailar a un par de zancos.”

“¿Qué es el este? ¿Has estado alguna vez en el este?”

Preguntó la mujer de Nueva Jersey a la chiquilla,

La diminuta niña que crecía en Arizona, quien dijo:

“Sí, he estado en el este,

El este es donde los árboles se interponen

Entre tú y el cielo.”

Por qué –otra niña, en Cleveland, Ohio,

En Cuyahoga, Ohio, preguntó:

“¿Papá,

De qué es propaganda

La luna?”

Y el chico de Winnetka, Illinois, que quería saber:

“¿Hay un tren tan largo que no se puedan contar los vagones?

¿Hay un pizarrón tan largo que contenga todos los números?”

¿Y ese ateniense de cuyo pecho el año pasado

Una delegación colocó una medalla para decir al mundo

He aquí un poeta campeón de peso pesado?

De pie, sobre una goleta de dos palos,

Arrojó su medalla bien lejos en el seno del mar.

“¿Y por qué no?

¿Alguien ha dado alguna vez una medalla al océano?

¿Qué poeta iguala a la música del mar?

¿Y dónde está el símbolo del pueblo si no en el mar?”

“¿Falta mucho para la próxima ciudad?”,

Preguntó el viajero de Arkansas

Al que se le consoló diciéndole:

“Parece más lejos de lo que es

Pero ya verás que no.”

Seis pies y seis pulgadas medía Davy Tipton

Y tenía las proporciones

Del rey de los pilotos del Misisipí,

Llenaba casi la timonera

Y asía el timón con una carcajada:

“Los grandes ríos deben tener grandes hombres.”

En el último tramo de una pista de carreras

En el corazón del país del pasto azul,

En Lexington, Kentucky,

Esparcieron las cenizas de un hombre

Que así lo había ordenado en su testamento.

Amaba los caballos

Y quiso que su polvo se mezclara

Con los cascos voladores del último tramo.


Carl Sandburg,
EE.UU.

miércoles, 23 de enero de 2008

CARTA I, Nazim Hikmet



Mi única en el mundo:
“Estalla mi cabeza, mi corazón flaquea” -dices en tu última carta-.
“Me moriría, si llegan a colgarte, si te pierdo”.
Tú vivirás, mujer,
Y mi recuerdo, igual que una humareda
Se perderá en el viento.
Tú vivirás, hermana del leonado cabello que tanto amo.
Los muertos no preocupan más de un año
A los que viven en el siglo XX.
La muerte...
Un hombre que se mece colgado de una cuerda:
A semejante muerte
Mi corazón no puede resignarse.
Pero, querida,
Tranquilízate:
Si la mano velluda de algún oscuro cíngaro
Termina echándome la soga al cuello,
Ellos en vano mirarán
En los ojos azules de Nazim
Para ver allí el miedo.
En el alba de mi última mañana
Veré a todos, a ti y a mis amigos,
Y llevaré tan sólo bajo tierra
La pesadumbre de un canto inconcluso.
Mujer,
Abeja mía del corazón de oro,
La de más dulces ojos que la miel:
¡Para qué te habré escrito que pedían mi muerte!
El proceso recién ha comenzado.
No se arranca, nomás, la cabeza a un hombre
Como se arranca un rábano.
Vamos, no te preocupes:
Tal posibilidad es muy lejana.
Si tienes unos pesos,
Cómprame un par de calzoncillos largos,
Pues todavía sufro de aquel reuma en la pierna.
Y no olvides que la mujer de un preso
No debe tener negros pensamientos.


Nazim Hikmet,
Turquía

martes, 22 de enero de 2008

LOS NUEVE MONSTRUOS, César Vallejo



I, desgraciadamente,

El dolor crece en el mundo a cada rato,

Crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,

Y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces

Y la condición del martirio, carnívora, voraz,

Es el dolor dos veces

Y la función de la yerba purísima, el dolor

Dos veces

Y el bien de ser, dolernos doblemente.

Jamás, hombres humanos,

Hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,

En el vaso, en la carnicería, en la aritmética!

Jamás tanto cariño doloroso,

Jamás tan cerca arremetió lo lejos,

Jamás el fuego nunca

Jugó mejor su rol de frío muerto!

Jamás, señor ministro de salud, fue la salud

Más mortal

Y la migraña extrajo tánta frente de la frente!

Y el mueble tuvo en su cajón dolor,

El corazón, en su cajón, dolor,

La lagartija, en su cajón, dolor.

Crece la desdicha, hermanos hombres,

Más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece

Con la res de Rousseau, con nuestras barbas;

Crece el mal por razones que ignoramos

Y es una inundación con propios líquidos,

Con propio barro y propia nube sólida!

Invierte el sufrimiento posiciones, da función

En que el humor acuoso es vertical

Al pavimento,

El ojo es visto y esta oreja oída,

Y esta oreja da nueve campanadas a la hora

Del rayo, y nueve carcajadas

A la hora del trigo, y nueve sones hembras

A la hora del llanto, y nueve cánticos

A la hora del hambre y nueve truenos

Y nueve látigos, menos un grito.

El dolor nos agarra, hermanos hombres,

Por detrás, de perfil,

Y nos aloca en los cinemas,

Nos clava en los gramófonos,

Nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente

A nuestros boletos, a nuestras cartas;

Y es muy grave sufrir, puede uno orar…

Pues de resultas

Del dolor, hay algunos

Que nacen, otros crecen, otros mueren,

Y otros que nacen y no mueren, otros

Que sin haber nacido, mueren, y otros

Que no nacen ni mueren (son los más)

Y también de resultas

Del sufrimiento, estoy triste

Hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,

De ver al pan, crucificado, al nabo,

Ensangrentado,

Llorando, a la cebolla,

Al cereal, en general, harina,

A la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,

Al vino, un ecce-homo,

Tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!

¡Cómo, hermanos humanos,

No deciros que ya no puedo y

Ya no puedo con tánto cajón,

Tánto minuto, tánta

Lagartija y tánta

Inversión, tánto lejos y tánta sed de sed!

Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?

¡Ah! Desgraciadamente, hombres humanos,

Hay, hermanos, muchísimo que hacer.


César Vallejo,
Perú


lunes, 21 de enero de 2008

¿QUIÉN DIJO MIEDO?, Alberto Hidalgo


Le apuntarán con rifles a la región del saco
El saco ha de dejarles perforar la camisa
La camisa de cándida permitirá que lleguen hasta el pecho
El pecho sabrá ahí mismo convertirse en rosa
La rosa echará pétalos por los cuatro costados de la sangre
La sangre comedida irá a aumentarle su caudal al río
El río asumirá la empurpurada fisonomía del obrero
Y el obrero sin pausas ha de seguir pidiendo
Pidiendo que le aumenten el salario aunque después sus restos vayan a exagerar el cementerio
Otros verán que tiene sus razones el salario para creer que es poco lo que le da a la casa La casa tiene esposa
A la esposa le cuelgan como flecos los hijos
A los hijos no hay pan que no les ladre
No hay ladrido pequeño que no implore un juguete
Ni juguete tan tonto que se ponga furioso porque lo rompe un niño
Pero al niño de veras solamente lo encarga la madre cuando sabe que ha llegado el aumento
Al aumento le dan de bofetadas sin asco los patrones e irreductible la inclemencia de éstos
Al perro de juguete
Al chico que lo ladra
Y a la madre atrevida que lo compra
No les queda otra cosa que la huelga
La huelga es la antesala de la muerte
La muerte son hileras de fusiles
Los fusiles son seres expertos en el arte de asesinar camisas
Las camisas se abrigan con los sacos
Los sacos son parientes de los pechos
En los pechos revientan las rosas de la sangre
Y la sangre nunca para hasta que llega al río
Y ese río de espantos desemboca
Inapelable
Inexorablemente
En el mar sin perdones
De la revolución


Alberto Hidalgo,

Perú


domingo, 20 de enero de 2008

FUE UNA ALEGRÍA DE UNA SOLA VEZ, Miguel Hernández


Fue una alegría de una sola vez,

De esas que no son nunca más iguales.

El corazón, lleno de historias tristes,

Fue arrebatado por las claridades.


Fue una alegría como la mañana,

Que puso azul el corazón, y grande,

Más comunicativo su latido,

Más esbelta su cumbre aleteante.


Fue una alegría que dolió de tanto

Encenderse, reírse, dilatarse.

Una mujer y yo la recogimos

Desde un niño rodeado de su carne.


Fue una alegría en el amanecer

Más virginal de todas las verdades.

Se inflamaban los gallos y callaron

Atravesados por su misma sangre.


Fue la primera vez de la alegría,

La sola vez de su total imagen.

Las otras alegrías se quedaron

Como granos de arena entre los mares.


Fue una alegría para siempre sola,

Para siempre dorada, destellante.

Pero es una tristeza para siempre,

Porque apenas nacida fue a enterrarse.



Miguel Hernández,

España