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lunes, 20 de junio de 2011

Gustavo Valcárcel: Reflejos bajo el agua del sol pálido que alumbra a los muertos

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
www.mesterdeobreria.blogspot.com

De izquierda a derecha: Gustavo Valcárcel, Violeta Carnero,
Manuel Scorza, Juan Gonzalo Rose


I

Me ahogo en medio de la soledad de muchos
tinta transpiro, sangre muerdo
cuando se acerca un poco el sueño que perdí.

Mi edad es un trompo a detenerse
porque ya no hundo mi cabellera
en las fuentes de su alma.

Resulta requisito sine qua non
dejar de ser cuerdo para amar
y ser analfabeto a rajatabla
para no poder firmar este poema suyo
que sólo rubricarán mis huesos.

II

Puente roto entre su recuerdo y lo infinito
devuélveme los restos de su nombre
aquéllos que regué en calles lejanísimas
de ciudades encendidas y hoteles inquietante.

III

Ya instalada la vejez  en mi esqueleto
miro en lontananza sus pupilas humeantes
colgados en el cielo como faroles fijos.
También siento sus dos piernas
flotando en la ingravidez de mi memoria
crucificadas sobre mí.

Ya de madrugada pican mis dos trópicos
las avecillas de sus besos
apenas desperté.

V
He llegado, he bajado, mejor dicho,
al invernadero del recuerdo.
La encuentro tendida largo a largo
coronado de pámpanos su sexo
un perfil de luz entre los labios
ensalmo de uvas brotando de sus muslos
mientras un río de espejos caudalosos
transportaba su mirada
a los estanques en que flotan los ahogados.

¿Quién apagó la luz de su morada
y trocó en fugaz lo que creí longevo?

La mujer invisible dejó huellas asombrosas.
Caigo de hinojos sobre ellas
y me pongo a reír entristecido.

IX

Muerte sin fin, amiga leve,
dame tus brazos largos, córtame las venas
polvo seré, sí, de tu universo hueco
polvo enamorado en la galaxia abstracta
donde el amor no existe.

Al fin me siento libre
rodando entre negros abismos siderales.
La vida ha pasado raudamente
ya nadie piensa odiar en el otoño
somos la eternidad en vacío neto
y el punto final de la tristeza.

X

Suave ternura la de su voz perdida
quejido de su aliento poseído
eco del mío
brújula sin rumbo cierto
rosa de los vientos deshojada
velamen sin la brisa más leve
se ha transformado ella en pura espuma
en ola sin ribera
en joya sin engarce
en pétalo sin flor.

Hace tiempo yo le hablaba
del sol pálido que alumbra a los muertos
hoy ambos somos su reflejo exacto
bajo el agua del tiempo que pasó.

XI


escena del dolor crepuscular
mansión de los pesares, hotel de las quejumbres
selva de pulquérrimas angustias
cotarro de sepulcros
estruendo de la ira
vestigio de la dicha
invocación al llanto
suerte de orquídea en arenal
alma esparcida, gloria del riñón
desplome de lo antiguo, minúsculo presente
desolación del vino, avance del infierno
dardo envenenado en Mí Menor
cobarde ruiseñor
táñame lo dicho, elmendrugo táñeme.
Tras una ronca armonía sin autor
aprenderé del todo a bien morir.

Rito del hambre penitente
arcada del ayer al día de hoy
sosegaré mis tripas zoológicas
con trozos pequeñitos de nostalgia.

Me asfixio, ¡oh proa delinvierno!
Oh espada del pretérito, me asfixian
y aunque quiero a mis volátiles cenizas
me acostaré bajo una lápida de yedra.
Estoy harto de esta vida
harto, harto.

XV

Puesta la piel al descubierto
de adentro para afuera la epidermis
transformado en llaga viva
avanza el poeta a paso redoblado
de saltamonte loco a saltaolvidos tierno
¿no es verdad, cielo de Lima?

Descendiente directo de la esperanza inédita
se esfumó el poeta de los ojos contritos
carbón mal apagado
alfarero sin arcilla.

En la esbelta chimenea
disperso el poeta quedará
bajo el cielo de Lima incinerado.

 Haraui, Año XVII, Lima, Diciembre de 1980 # 54 (Revista de poesía dirigida por el recordado poeta y maestro: Francisco Carrillo).


viernes, 17 de junio de 2011

Arturo Pérez-Reverte: Carta a un joven escritor

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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Pues sí, joven colega. Chico o chica. Pensaba en ti mientras tecleaba el artículo de la semana pasada. Recordé tus cartas escritas con amistad y respeto, el manuscrito inédito -quizá demasiado torpe o ingenuo, prematuro en todo caso- que me enviaste alguna vez. Recordé tu solicitud de consejo sobre cómo abordar la escritura. Cómo plantearte una novela seria. Tu justificada ambición de conseguir, algún día, que ese mundo complejo que tienes en la cabeza, hecho de libros leídos, de mirada inteligente, de imaginación y ensueños, se convierta en letra impresa y se multiplique en las vidas de otros, los lectores. Tus lectores.

Vaya por delante que no hay palabras mágicas. No hay truco que abra los escaparates de las librerías. Nada garantiza ver el fruto de tu esfuerzo, esa pasión donde te dejas la piel y la sangre, publicado algún día. Este mundo es así, y tales son las reglas. No hay otra receta que leer, escribir, corregir, tirar folios a la papelera y dedicarle horas, días, meses y años de trabajo duro -Oriana Fallacci me dijo en una ocasión que escribir mata más que las bombas-, sin que tampoco eso garantice nada. Escribir, publicar y que tus novelas sean leídas no depende sólo de eso. Cuenta el talento de cada cual. Y no todos lo tienen: no es lo mismo talento que vocación. Y el adiestramiento. Y la suerte. Hay magníficos escritores con mala suerte, y otros mediocres a quienes sonríe la fortuna. Los que publican en el momento adecuado, y los que no. También ésas son las reglas. Si no las asumes, no te metas. Recuerda algo: las prisas destruyeron a muchos escritores brillantes. Una novela prematura, incluso un éxito prematuro, pueden aniquilarte para siempre. Lo que distingue a un novelista es una mirada propia hacia el mundo y algo que contar sobre ello, así que procura vivir antes. No sólo en los libros o en la barra de un bar, sino afuera, en la vida. Espera a que ésta te deje huellas y cicatrices. A conocer las pasiones que mueven a los seres humanos, los salvan o los pierden. Escribe cuando tengas algo que contar. Tu juventud, tus estudios, tus amores tempranos, los conflictos con tus padres, no importan a nadie. Todos pasamos por ello alguna vez. Sabemos de qué va. Practica con eso, pero déjalo ahí. Sólo harás algo notable si eres un genio precoz, mas no corras el riesgo. Seguramente no es tu caso.

No seas ingenuo, pretencioso o imbécil: jamás escribas para otros escritores, ni sobre la imposibilidad de escribir una novela. Tampoco para los críticos de los suplementos literarios, ni para los amigos. Ni siquiera para un hipotético público futuro. Hazlo sólo si crees poder escribir el libro que a ti te gustaría leer y que nadie escribió nunca. Confía en tu talento, si lo tienes. Si dudas, empieza por reescribir los libros que amas; pero no imitando ni plagiando, sino a la luz de tu propia vida. Enriqueciéndolos con tu mirada original y única, si la tienes. En cualquier caso, no te enfades con quienes no aprecien tu trabajo; tal vez tus textos sean mediocres o poco originales. Ésas también son las reglas. Decía Robert Louis Stevenson que hay una plaga de escritores prescindibles, empeñados en publicar cosas que no interesan a nadie, y encima pretenden que la gente los lea y pague por ello.

Otra cosa. No pidas consejos. Unos te dirán exactamente lo que creen que deseas escuchar; y a otros, los sinceros, los apartarás de tu lado. Esta carrera de fondo se hace en solitario. Si a ciertas alturas no eres capaz de juzgar tú mismo, mal camino llevas. A ese punto sólo llegarás de una forma: leyendo mucho, intensamente. No cualquier cosa, sino todo lo que necesitas. Con lápiz para tomar notas, estudiando trucos narrativos -los hay nobles e innobles-, personajes, ambientes, descripciones, estructura, lenguaje. Ve a ello, aunque seas el más arrogante, con rigurosa humildad profesional. Interroga las novelas de los grandes maestros, los clásicos que lo hicieron como nunca podrás hacerlo tú, y saquea en ellos cuanto necesites, sin complejos ni remordimientos. Desde Homero hasta hoy, todos lo hicieron unos con otros. Y los buenos libros están ahí para eso, a disposición del audaz: son legítimo botín de guerra.

Decía Harold Acton que el verdadero escritor se distingue del aficionado en que aquél está siempre dispuesto a aceptar cuanto mejore su obra, sacrificando el ego a su oficio, mientras que el aficionado se considera perfecto. Y la palabra oficio no es casual. Aunque pueda haber arte en ello, escribir es sobre todo una dura artesanía. Territorio hostil, agotador, donde la musa, la inspiración, el momento de gloria o como quieras llamarlo, no sirve de nada cuando llega, si es que lo hace, y no te encuentra trabajando.

domingo, 22 de mayo de 2011

Gabriel García Márquez: El cataclismo de Damocles

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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Un minuto después de la última explosión, más de la mitad de los seres humanos habrá muerto, el polvo y el humo de los continentes en llamas derrotarán a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo. Un invierno de lluvias anaranjadas y huracanes helados invertirá el tiempo de los océanos y volteará el curso de los ríos, cuyos peces habrán muerto de sed en las aguas ardientes, y cuyos pájaros no encontrarán el cielo. Las nieves perpetuas cubrirán el desierto del Sahara, la vasta Amazonía desaparecerá de la faz del planeta destruido por el granizo, y la era del rock y de los corazones transplantados estará de regreso a su infancia glacial. Los pocos seres humanos que sobrevivan al primer espanto, y los que hubieran tenido el privilegio de un refugio seguro a las tres de la tarde del lunes aciago de la catástrofe magna, sólo habrán salvado la vida para morir después por el horror de sus recuerdos. La Creación habrá terminado. En el caos final de la humedad y las noches eternas, el único vestigio de lo que fue la vida serán las cucarachas.

Señores presidentes, señores primeros ministros, amigas, amigos:

Esto no es un mal plagio del delirio de Juan en su destierro de Patmos, sino la visión anticipada de un desastre cósmico que puede suceder en este mismo instante: la explosión -dirigida o accidental- de sólo una parte mínima del arsenal nuclear que duerme con un ojo y vela con el otro en las santabárbaras de las grandes potencias.

Así es: hoy, 6 de agosto de 1986, existen en el mundo más de 50.000 ojivas nucleares emplazadas. En términos caseros, esto quiere decir que cada ser humano, sin excluir a los niños, está sentado en un barril con unas cuatro toneladas de dinamita, cuya explosión total puede eliminar 12 veces todo rastro de vida en la Tierra. La potencia de aniquilación de esta amenaza colosal, que pende sobre nuestras cabezas como un cataclismo de Damocles, plantea la posibilidad teórica de inutilizar cuatro planetas más que los que giran alrededor del Sol, y de influir en el equilibrio del Sistema Solar. Ninguna ciencia, ningún arte, ninguna industria se ha doblado a sí misma tantas veces como la industria nuclear desde su origen, hace 41 años, ni ninguna otra creación del ingenio humano ha tenido nunca tanto poder de determinación sobre el destino del mundo.

El único consuelo de estas simplificaciones terroríficas -si de algo nos sirven-, es comprobar que la preservación de la vida humana en la Tierra sigue siendo todavía más barata que la peste nuclear. Pues con el sólo hecho de existir, el tremendo Apocalipsis cautivo en los silos de muerte de los países más ricos está malbaratando las posibilidades de una vida mejor para todos.

En la asistencia infantil, por ejemplo, esto es una verdad de aritmética primaria. La UNICEF calculó en 1981 un programa para resolver los problemas esenciales de los 500 millones de niños más pobres del mundo, incluidas sus madres. Comprendía la asistencia sanitaria de base, la educación elemental, la mejora de las condiciones higiénicas, del abastecimiento de agua potable y de la alimentación. Todo esto parecía un sueño imposible de 100.000 millones de dólares. Sin embargo, ese es apenas el costo de 100 bombarderos estratégicos B-1B, y de menos de 7.000 cohetes Crucero, en cuya producción ha de invertir el gobierno de los Estados Unidos 21.200 millones de dólares.

En la salud, por ejemplo: con el costo de 10 portaviones nucleares Nimitz, de los 15 que van a fabricar los Estados Unidos antes del año 2000, podría realizarse un programa preventivo que protegiera en esos mismos 14 años a más de 1.000 millones de personas contra el paludismo, y evitara la muerte -sólo en África- de más de 14 millones de niños.

En la alimentación, por ejemplo: el año pasado había en el mundo, según cálculos de la FAO, unos 565 millones de personas con hambre. Su promedio calórico indispensable habría costado menos de 149 cohetes MX, de los 223 que serán emplazados en Europa Occidental. Con 27 de ellos podrían comprarse los equipos agrícolas necesarios para que los países pobres adquieran la suficiencia alimentaría en los próximos cuatro años. Ese programa, además, no alcanzaría a costar ni la novena parte del presupuesto militar soviético de 1982.

En la educación, por ejemplo: con sólo dos submarinos atómicos tridente, de los 25 que planea fabricar el gobierno actual de los Estados Unidos, o con una cantidad similar de los submarinos Typhoon que está construyendo la Unión Soviética, podría intentarse por fin la fantasía de la alfabetización mundial. Por otra parte, la construcción de las escuelas y la calificación de los maestros que harán falta al Tercer Mundo para atender las demandas adicionales de la educación en los 10 años por venir, podrían pagarse con el costo de 245 cohetes Tridente II, y aún quedarían sobrando 419 cohetes para el mismo incremento de la educación en los 15 años siguientes.

Puede decirse, por último, que la cancelación de la deuda externa de todo el Tercer Mundo, y su recuperación económica durante 10 años, costaría poco más de la sexta parte de los gastos militares del mundo en ese mismo tiempo. Con todo, frente a este despilfarro económico descomunal, es todavía más inquietante y doloroso el despilfarro humano: la industria de la guerra mantiene en cautiverio al más grande contingente de sabios jamás reunido para empresa alguna en la historia de la humanidad. Gente nuestra, cuyo sitio natural no es allá sino aquí, en esta mesa, y cuya liberación es indispensable para que nos ayuden a crear, en el ámbito de la educación y la justicia, lo único que puede salvarnos de la barbarie: una cultura de la paz.

A pesar de estas certidumbres dramáticas, la carrera de las armas no se concede un instante de tregua. Ahora, mientras almorzamos, se construyó una nueva ojiva nuclear. Mañana, cuando despertemos, habrá nueve más en los guadarneses de muerte del hemisferio de los ricos. Con lo que costará una sola alcanzaría -aunque sólo fuera por un domingo de otoño- para perfumar de sándalo las cataratas del Niágara.

Un gran novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna vez si la Tierra no será el infierno de otros planetas. Tal vez sea mucho menos: una aldea sin memoria, dejada de la mano de sus dioses en el último suburbio de la gran patria universal. Pero la sospecha creciente de que es el único sitio del Sistema Solar donde se ha dado la prodigiosa aventura de la vida, nos arrastra sin piedad a una conclusión descorazonadora: la carrera de las armas va en sentido contrario de la inteligencia.

Y no sólo de la inteligencia humana, sino de la inteligencia misma de la naturaleza, cuya finalidad escapa inclusive a la clarividencia de la poesía. Desde la aparición de la vida visible en la Tierra debieron transcurrir 380 millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros 180 millones de años para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos a diferencia del bisabuelo pitecántropo, fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en la edad de oro de la ciencia, haber concebido el modo de que un proceso milenario tan dispendioso y colosal, pueda regresar a la nada de donde vino por el arte simple de oprimir un botón. Para tratar de impedir que eso ocurra estamos aquí, sumando nuestras voces a las innumerables que claman por un mundo sin armas y una paz con justicia. Pero aún si ocurre -y más aún si ocurre-, no será del todo inútil que estemos aquí. Dentro de millones de millones de milenios después de la explosión, una salamandra triunfal que habrá vuelto a recorrer la escala completa de las especies, será quizás coronada como la mujer más hermosa de la nueva creación. De nosotros depende, hombres y mujeres de ciencia, hombres y mujeres de las artes y las letras, hombres y mujeres de la inteligencia y la paz, de todos nosotros depende que los invitados a esa coronación quimérica no vayan a su fiesta con nuestros mismos terrores de hoy. Con toda modestia, pero también con toda la determinación del espíritu, propongo que hagamos ahora y aquí el compromiso de concebir y fabricar un arca de la memoria, capaz de sobrevivir al diluvio atómico. Una botella de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo, para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí existió la vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad. Y que sepa y haga saber para todos los tiempos quiénes fueron los culpables de nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que esta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y por qué intereses tan mezquinos la borraron del Universo.

Discurso pronunciado el 6 de agosto de 1986, en el aniversario 41 de la bomba de Hiroshima.

Ixtapa. México, 1986.


lunes, 16 de mayo de 2011

Nechi Dorado: ¿A qué sabe la traición?

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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Sabe a cielo de espanto,
a fuego sucio que arrasa el sentimiento,
carga el odio de un dios excomulgado
hacia el averno feroz, vuelto despojo.

Me sabe a rosa ensartada por su propia espina.
Me sabe a canto de sirena enronquecida.

Sabe a caricia de hielo y repugnancia,
sabe a reptar de serpiente entre la hierba
con furia de Hecatónquiro silbante,
devorando a sus hijos, de repente.

Me sabe a noche sin pan de los hambrientos,
sabe a suspiro contenido frente al miedo,
a rebelión asfixiada del aliento,
a soledad de viejo, en el olvido.

Sabe a arco iris de luto, tras la muerte.

Son cinco dedos huérfanos de mano,
O cinco manos huérfanas de dedos.
Manos heladas que emergen mutiladas
desde algún laberinto inexpugnable
desentrañando frases inconexas.

Va la traición oculta en recovecos intrincados
Atrapando, una a una, a las sonrisas,
en alguna telaraña camuflada.

Sabe a daga ensartada
en la espina dorsal de los sentidos,
abriéndole las vísceras al tiempo.

Sabe a puñal que se clava por la espalda
a corazón que sangra, sin remedio.
Sabe a un adiós instalado para siempre
sabe a puerta cerrada y a lamentos.

No hay vuelta atrás si la traición se instala
haciendo agonizar a la palabra,
entre paréntesis de margen impreciso.

Es como maldición que brota en madrigueras
decretando la muerte de los sueños,
produce enjambre de lágrimas que cuelgan cual caireles,
desflorando a la lealtad, con su veneno.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Julio Ortega: Cuando despertó, el dinosaurio había vuelto

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir"
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En una pausa de la Cátedra Cortázar, en la Universidad de Guadalajara, Felipe González contó que Alberto Fujimori, por entonces prófugo del Perú, le había propuesto un plan de cooperación entre el gobierno peruano y el español, con tal detalle y convicción, que lo creyó verdadero. “A mí también me engañó”, confesó Felipe, con entusiasmo, como si eso fuera la prueba máxima de su capacidad de creer. Carlos Fuentes repasó con elocuencia su galería de dictadores mexicanos pero tuvo que reconocer que Fujimori era imbatible en la mentira. Fue entonces que García Márquez, como siempre, tuvo que decir la última palabra. “He escrito una novela sobre Fujimori –dijo–, y se las voy a contar”. Ésta es la novela:

“Había una vez en el Japón un niño muy astuto que quería ser rico. ‘¿Qué puedo hacer para volverme rico?’, se preguntó; y se respondió: ‘Tengo que ser presidente de algún país lejano’. Le dio vueltas a su globo terráqueo buscando un país capaz de elegirlo, y puso su dedo sobre el Perú. Fue al Perú, lo eligieron, se volvió rico, y volvió al Japón“.

Todos rieron. Yo sentí la punzada de vergüenza nacional que le debemos a Fuji, me temo que para siempre.

Antes de su fuga, posterior captura y amenaza actual de su retorno, en Santiago de Chile, en una comida, un empresario me había contado que él y sus socios no invertían más en el Perú. Las comisiones que espera el gobierno, explicó, son mayores que el margen de ganancias.

No se podía salir a comer en Santiago sin tener que padecer otra historia sobre la corrupción en el Perú. Felizmente, para empatar con Chile, se descubrió que Pinochet no había sido menos corrupto: sus cuentas bancarias secretas revelaron que sus prédicas de la economía liberal, los valores de Occidente y la familia cristiana fueron una burla del pacto de resignación chilena.

Chile recuperó la dignidad jurídica cuando su poder judicial nos devolvió a Fujimori.

Ningún limeño, por mazamorrero que sea, podrá olvidar la lección de dignidad, esa emoción insólita, que fueron las marchas contra la corrupción y el asesinato. Todos hemos lavado la humillada bandera nacional.

Es cierto que tratándose del Perú todos, alguna vez, nos hemos equivocado. Pero la vuelta de Fujimori pertenece ya a otra dimensión del error: a la extirpación de la memoria civil. ¿Qué sentido político tiene el actual éxito económico si el modelo necesita a Pinochet o Fujimori? Hasta los economistas de Chile reconocen hoy que tienen una pobreza endémica. En el Perú, históricamente, el avance del sector moderno ha robustecido al sector más conservador, a las clases dominantes y sus alianzas, a costa de los sectores emergentes, cuya modernidad limita con sus pocos recursos no con su creatividad. Es suicida creer que el fujimorismo puede hacerse cargo del futuro en descargo del pasado. Nunca el futuro se ha construido abriendo las cárceles.

Que mi admirado PPK diga que Fujimori ha hecho cosas malas pero también cosas buenas es relativizar el mal, o sea, internalizarlo. Y que Hernando de Soto se juegue el peso que tiene por un título de propiedad, es suponer que el fujimorismo (socialmente, un clientelismo impune) es titulable. Pero que el Cardenal le eche en cara su juventud izquierdista a Mario Vargas Llosa, por decir lo que piensa sobre Fujimori, es exonerar, con la otra mano, el pasado del diablo. La próxima gran novela de Mario tendría que ser sobre la debacle moral de una clase social doméstica, su prensa filistea, y su corte de milagros mercantil.

Yo nunca he conocido a un fujimorista. Pero si Lima, que los conoce, vota por ellos en contra del Perú de las regiones, que los rechazan, demuestra cuánto puede retroceder la conciencia democrática, y qué poco adulta puede ser la moral pública. Cada uno tiene derecho a votar por quien quiera, pero debe ser responsable de las consecuencias. Si mañana, al despertar, encuentra al dinosaurio en Palacio, les deberá una buena explicación a sus fujinietos.

lunes, 25 de abril de 2011

Manuel Toledo: Gonzalo Rojas, un poeta libertino y divino

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"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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Tu poesía fue un regalo
de los dioses, gran Gonzalo
Rojas, y por eso el cielo
sin tu voz está de duelo.
Gonzalo Rojas ganó el Premio Cervantes en 2003.

"Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa. / No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día".

Así comienza el poema "Contra la muerte", del libro homónimo de Gonzalo Rojas, quien acaba de fallecer en Santiago de Chile.

"¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas / a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos / con volar más allá del infinito / si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir / fuera del tiempo oscuro?".

Cuando lo escribió, en 1964, vaticinaba que le faltaban "unos diez o veinte años para irme de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento, allá abajo".

Por suerte para él y para sus lectores, vivió mucho más.
Reconocimientos

"Contra la muerte" era apenas su segundo libro. El primero, "La miseria del hombre", lo había publicado en 1948.

Su primer poema publicado fue "La litera de arriba", en 1935.

Según don Gonzalo, mientras su primer poemario tuvo "un grado de audiencia dispar, pero intensa", el segundo "situó mi nombre en América Latina".

Cuando por fin se fue de bruces, a sus 93 años, su obra ya era conocida en toda Hispanoamérica, se había traducido a muchas lenguas y le había merecido reconocimientos como el Premio Nacional de Literatura de Chile y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, ambos en 1992, el José Hernández de Argentina y el Octavio Paz de Poesía y Ensayo de México, en 1998, el Walt Whitman en 2001 y el Cervantes en 2003.

Muchos apostaban a que sería el tercer Premio Nobel chileno, después de Gabriela Mistral y Pablo Neruda, pero él se reía de eso.

Según le dijo a BBC Mundo cuando ganó el Cervantes, no le importaban mucho los premios, aunque reconocía que algunos lo ayudaban desde el punto de vista financiero.

Lo que sí le alegraba es que en Chile, a pesar de que en su opinión todavía era un país "muy conservador", los jóvenes estuvieran leyendo cada vez más su poesía.

Infancia

El poeta nació el 20 de diciembre de 1917 en Lebu, la capital de la sureña provincia de Arauco, en la VIII Región del Bío Bío.

"La infancia es la edad más fecunda y es muy decisiva para la creación poética. Por eso, no quiero dejar de jugar"

Gonzalo Rojas

Su padre, un minero, murió cuando él tenía cuatro años y su madre se tuvo que hacer cargo de él y de sus siete hermanos.

"Todavía soy ese niño al que le gustaban el mar, las piedras y un potro colorado que mi padre me regaló. Me gustan mucho los caballos", me dijo, una vez que lo visité en su casa, en la ciudad de Chillán.

"Sigo siendo ese niño. Seguramente a ti te pasa igual. La infancia es la edad más fecunda y es muy decisiva para la creación poética. Por eso, no quiero dejar de jugar", añadió.

Exilio

Rojas estudió derecho y pedagogía en la Universidad de Chile y durante muchos años dio clases en Valparaíso y en Concepción, donde enseñó lo que para él era, según me confesó, "el tema más aburrido del mundo, la teoría literaria".

A principios de la década del 70, fue diplomático en China y en Cuba.

Tras el golpe militar de Augusto Pinochet, estuvo exiliado en la República Democrática Alemana, donde fue empleado por la Universidad de Rostock, aunque, según él, no lo dejaban enseñar, y en Venezuela, donde fue profesor en la Universidad Simón Bolívar.

De 1980 a 1994, vivió principalmente en Estados Unidos e impartió clases en las universidades de Columbia, Chicago y la Brigham Young University en Utah.

¿De qué más se te acusa?

En 1994 regresó a Chile y varios de sus libros más memorables aparecieron en los años siguientes, incluidos "Diálogo con Ovidio" (1999), "Metamorfosis de lo mismo" (2000), "¿Qué se ama cuando se ama?" (2000) y "Réquiem de la mariposa" (2001).

Su último libro fue publicado por la editorial Pfeiffer en 2010.

Su último poemario publicado fue "Con arrimo y sin arrimo", en 2010, en cuyo título le hacía un guiño a San Juan de la Cruz, uno de sus poetas favoritos, junto a Ovidio, Santa Teresa de Jesús, Ezra Pound, Miguel Hernández y Marina Tsvietáeieva, entre muchos otros.

En él incluyó "De qué más se te acusa Gonzalo Rojas", un poema que demuestra que hasta el final de su vida seguía jugando.

La lista de las acusaciones es larga, entre ellas de ser "libertino y adivino, ciego por fuera pero no por dentro, de bazofia y más bazofia"; "de mear contra el cielo, de escupir a Dios por escupir"; "de apestado por los premios, yo no concursé"; "de viudo inconsolable sin ninguna de las dos" (las dos mujeres con quienes se casó, María Mackenzie e Hilda May, madres de sus hijos Rodrigo y Gonzalo); "de no haberme encatrado con la Tsvietáieva y esa sí que hubiera sido" y "de llegar desnudo a los diez mil y que se hunda el Mundo".

Al final, por ahí andará don Gonzalo, con su risa de muchacho y un vaso de whisky en la mano, burlándose de sus acusadores y hasta de la Muerte, a la que en "Materia de testamento" le legó "un crucifijo grande de latón".
 
Tomado de: BBC Mundo

jueves, 21 de abril de 2011

Otto René Castillo: Selección de poemas

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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El que muere por el pueblo
vive en su viento de fuego
en su corazón guerrero
en su triunfo venidero

Libertad

Tenemos
por ti
tantos golpes
acumulados
en la piel,
que ya ni de pie
cabemos en la muerte.

En mi país,
la libertad no es sólo
un delicado viento del alma,
sino también un coraje de piel.

En cada milímetro
de su llanura infinita
está tu nombre escrito:
libertad.

En las manos torturadas.

En los ojos,
abiertos al asombro
del luto.

En la frente,
cuando ella aletea dignidad.

En el pecho,
donde un aguante varón
nos crece en grande.

En la espalda y los pies
que sufren tanto.

En los testículos,
orgullecidos de sí.

Ahí tu nombre,
tu suave y tierno nombre,
cantando en esperanza y coraje.

Hemos sufrido
en tantas partes
los golpes del verdugo
y escrito en tan poca piel
tantas veces su nombre,
que ya no podemos morir,
porque la libertad
no tiene muerte.

Nos pueden
seguir golpeando,
que conste, si pueden.

Tú siempre serás la victoriosa,
libertad.

Y cuando nosotros
disparemos
el último cartucho,
tú serás la primera
que cante en la garganta
de mis compatriotas,
libertad.

Porque
nada hay más bello
sobre la anchura
de la tierra,
que un pueblo libre,
gallardo pie,
sobre un sistema
que concluye.

La libertad,
entonces,
vigila y sueña
cuando nosotros
entramos a la noche
o llegamos al día,
suavemente enamorados
de su nombre tan bello:
libertad.


Nuestra voz

Para que los pasos no me lloren,
canto.

Para tu rostro fronterizo del alma
que me ha nacido entre las manos:
canto.

Para decir que me has crecido clara
en los huesos amargos de la voz:
canto.

Para que nadie diga: ¡tierra mía!,
con toda la decisión de la nostalgia:
canto.

Por lo que no debe morir, tu pueblo:
canto.

Me lanzo a caminar sobre mi voz para decirte:
tú, interrogación de frutas y mariposas silvestres,
no perderás el paso en los andamios de mi grito,
porque hay un maya alfarero en su corazón,
que bajo el mar, adentro de la estrella,
humeando en las raíces, palpitando mundo,
enreda tu nombre en mis palabras.

Canto tu nombre, alegre como un violín de surcos,
porque viene al encuentro de mi dolor humano.

Me busca del abrazo del mar hasta el abrazo del viento
para ordenarme que no tolere el crepúsculo en mi boca.

Me acompaña emocionado el sacrificio de ser hombre,
para que nunca baje al lugar donde nació la traición
del vil que ató su corazón a la tiniebla ¡negándote!


Vámonos patria a caminar

Vámonos patria a caminar, yo te acompaño.

Yo bajaré los abismos que me digas.

Yo beberé tus cálices amargos.

Yo me quedaré ciego para que tengas ojos.

Yo me quedaré sin voz para que tú cantes.

Yo he de morir para que tu no mueras,
para que emerja tu rostro flameando al horizonte
de cada flor que nazca de mis huesos.

Tiene que ser así, indiscutiblemente.

Ya me canse de llevar tus lagrimas conmigo.

Ahora quiero caminar contigo, relampagueante.

Acompañante en tu jornada, porque soy un hombre
del pueblo, nacido en octubre para la faz del mundo.

Ay, patria.

A los coroneles que orinan tus muros
tenemos que arrancarlos de raíces,
colgarlos de un árbol de rocío agudo,
violento de cóleras de pueblo.

Por ello pido que caminemos juntos. Siempre
con los campesinos agrarios
y los obreros sindicales,
con el que tenga un corazón para quererte.

Vámonos patria a caminar, yo te acompaño.


Distante de tu rostro

Pequeña patria mía, dulce tormenta,
un litoral de amor elevan mis pupilas
y la garganta se me llena de silvestre alegría
cuando digo patria, obrero, golondrina.

Es que tengo mil años de amanecer agonizando
y acostarme cadáver sobre tu nombre inmenso,
flotante sobreo todos los alientos libertarios,
Guatemala, diciendo patria mía, pequeña campesina.

Ay, Guatemala,
cuando digo tu nombre retorno a la vida.

Me levanto del llanto a buscar tu sonrisa.

Subo las letras del alfabeto hasta la A
que desemboca al viento llena de alegría
y vuelvo a contemplarte como eres,
una raíz creciendo hacia la luz humana
con toda la presión del pueblo en las espaldas.

¡Desgraciados los traidores, madre patria, desgraciados!
¡Ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte!
¿Por qué nacieron hijos tan viles de madre cariñosa?

Así es la vida de los pueblo, amarga y dulce,
pero su lucha lo resuelve todo humanamente.

Por ello patria, van a nacerte madrugadas,
cuando el hombre revise luminosamente su pasado.

Por ello patria,
cuando digo tu nombre se rebela mi grito
y el viento se escapa de ser viento.

Los ríos se salen de su curso meditando
y vienen en manifestación para abrazarte.

Los mares conjugan en sus olas y horizontes
tu nombre herido de palabras azules, limpio,
para lavarte hasta el grito acantilado del pueblo,
donde nadan los peces con aletas de auroras.

La lucha del hombre te redime en la vida.

Patria, pequeña, hombre y tierra y libertad
cargando la esperanza por los caminos del alba.

Eres la antigua madre del dolor y el sufrimiento.

La que marcha con un niño de maíz entre los brazos.

La que inventa huracanes de amor y cerezales
y se da redonda sobre la faz del mundo
para que todos amen un poco de su nombre:
un pedazo brutal de sus montañas
o la heroica mano de sus hijos guerrilleros.

Pequeña patria, dulce tormenta mía,
canto ubicado en mi garganta
desde los siglos del maíz rebelde:
tengo mil años de llevar tu nombre
como un pequeño corazón futuro
cuyas alas comienzan a abrirse a la mañana.


Arte poética

Hermosa encuentra la vida
quien la construye hermosa.

Por eso amo en tí
lo que tú amas en mí:

La lucha por la construcción
hermosa de nuestro planeta.


Viudo del mundo

Compañeros míos
yo cumplo mi papel
luchando
con lo mejor que tengo.

Que lástima que tuviera
vida tan pequeña,
para tragedia tan grande
y para tanto trabajo
No me apena dejaros.

Con vosotros queda mi esperanza.
Sabéis,
me hubiera gustado
llegar hasta el final
de todos estos ajetreos
con vosotros,
en medio de júbilo
tan alto. Lo imagino
y no quisiera marcharme.

Pero lo sé, oscuramente
me lo dice la sangre
con su tímida voz,
que muy pronto
quedaré viudo del mundo.


Los amantes

Se habían
encontrado hace poco.

Y hace pronto
se habían separado,
llevándose
cada uno consigo
su nunca o su jamás
su afirmación de olvido,
su golpeador dolor.

Pero el último beso
que volara de sus bocas,
era un planeta azul.

Girando
en torno a su ausencia.

Y ellos
vivían de su luz
igual que de su recuerdo.


De los de siempre

Usted,
compañero
es de los de siempre.

De los que nunca
se rajaron,
¡carajo!

De los que nunca
incrustaron su cobardía
en la carne del pueblo.

De los que se aguantaron
contra palo y cárcel,
exilio y sombra.

Usted,
compañero,
es de los de siempre.

Y yo lo quiero mucho,
por su actitud honrada,
milenaria,
por su resistencia
de mole sensitiva,
por su fe,
más grande y más heróica
que los gólgotas
juntos
de todas las religiones.

Pero, ¿sabe?
los siglos
venideros
se pararán de puntillas
sobre los hombros del planeta,
para intentar
tocar
su dignidad,
que arderá
de coraje,
todavía.

Usted,
compañero,
que no traicionó
a su clase,
ni con torturas,
ni con cárceles,
ni con puercos billetes,

Usted,
astro de ternura,
tendrá edad de orgullo,
para las multitudes
delirantes
que saldrán
del fondo de la historia
a glorificarlo,
a usted,
al humano y modesto,
al sencillo proletario,
al de los de siempre,
al inquebrantable
acero del pueblo.

Selección proporcionada por Moravia Ochoa.