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viernes, 15 de abril de 2011

Julio Carmona: César ve lejos

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir"
es el lema de http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/


La mirada del poeta
avizora el porvenir,
aunque esté lejos la meta,
aunque antes deba morir.
Se suele decir de César Vallejo -y no es erróneo- que es un poeta universal. De la talla de un Goethe, de un Dante, de un Cervantes. Y eso lo corrobora la misma intelectualidad universal. Por ejemplo, tres estudiosos de la literatura (paisanos de los genios nombrados, respectivamente): J.M. Cohen (Poesía de nuestro tiempo), Roberto Paoli (Los mapas anatómicos de César Vallejo) y Luis Monguió (La poesía post-modernista en el Perú), así lo dejan establecido en esas obras encerradas entre paréntesis.

Pero, pese a ese consenso irrefutable, es menester hacer algunas precisiones. Puede suponerse que una visión universalista dará como resultado una pérdida de la particularidad o nacionalidad de esos poetas. Un poco como si dijéramos que la contemplación del bosque nos impedirá distinguir el árbol. Pero -aunque suene a paradoja- hay que señalar que ocurre todo lo contrario: es, precisamente, su particularidad la impulsora de su universalidad. Goethe, Dante y Cervantes son poetas nacionales por antonomasia: de Alemania, Italia y España. Son los intérpretes de sus pueblos.

Lo mismo ocurre con nuestro César. Y fue mérito (es menester destacarlo) de José Carlos Mariátegui el haber sido el primero en precisarlo y reconocerlo así. Con Vallejo -dijo- se inicia un nuevo período en la literatura peruana: el período nacional, Los heraldos negros -afirmaba Mariátegui- podía haber sido su obra única. No por eso Vallejo habría dejado de inaugurar en el proceso de nuestra literatura una nueva época”. Y agregaba: “El gran poeta de Los Heraldos Negros y de Trilce- ese gran poeta que ha pasado ignorado y desconocido por las calles de Lima -tan propicias y rendidas a los laureles de los juglares de feria- se presenta, en su arte, como un precursor del nuevo espíritu, de la nueva conciencia”; porque -para Mariátegui- Vallejo “condensa la actitud espiritual de una raza, de un pueblo”. Pero, al mismo tiempo relevaba su universalidad diciendo que “Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal. Su alma ‘está TRISTE hasta la muerte’ de la tristeza de todos los hombres”.

Todo lo dicho por J.C. Mariátegui y por los intérpretes posteriores a él sobre la poesía de Vallejo, debe ser comprobado en su poesía misma. Y, si somos acuciosos, veremos que la mayor parte de los temas (y la forma de tratarlos) de su poesía tiene un punto de referencia: el Perú. Empero, son temas que no dejan de estar ligados a la humanidad. Esto lo universaliza sin desarraigarlo; aquello lo enraíza sin aprisionarlo. Recordemos en esta ocasión uno solo y quizá uno de los más conocidos de sus poemas: “Piedra negra sobre una piedra blanca”:

Me moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo.
me moriré en París- y no me corro-
talvez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
Todos si que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los hesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…

De inmediato se reconoce en los dos primero cuartetos el ensimismamiento del poeta. El está concentrado en sí mismo, al extremo de darnos una aparente “premonición de su muerte”. Y decimos ‘aparente’ porque racional o ideológicamente es algo que está fuera de su aceptación. En su libro, El Arte y la Revolución, Vallejo dice: “… la anticipación expresa y rotunda de hechos concretos, no pasa de un candoroso expediente de brujería barata y es cosa muy fácil. Basta ser un inconsciente con manía de alucinado. Así hacen las sibilas vulgares. No importa que se realice o no lo que anuncian”.

De tal suerte, pues, que Vallejo no estaba interesado en “predecir su muerte”. Lo que debe entenderse con esa expresión poética es la “sensación” de que así como muere todos los días, así ha de morir cualquier otro día (por eso es que, paradojalmente, ‘tiene el recuerdo’ de algo que “todavía no ha ocurrido”). Y “tal vez” -dice- será “un jueves”, porque –precisamente- es jueves cuando está escribiendo ese poema en un ambiente otoñal (es decir: triste, gris, opaco o sea tonalidades propicias para crear una sensación de deceso, de muerte), y, lo que es más importante, será jueves porque en ese jueves - como nunca- está solo. Y la soledad, como la muerte, es lo más personal del individuo, pero, al mismo tiempo, es lo más común del ser humano: para sentir la sensación de la soledad se tiene que estar solo (es lo particular), y es una sensación que todos la sentimos (es lo universal). Y, asimismo, la sensación de la propia muerte: ese “futuro temor” de que hablaba Rubén Darío. Esa imbricación del uno en el todo será también ‘teorizado’ por Vallejo en su libro Contra el secreto profesional: “Más profundo y poético es decir ‘yo’ -tomado naturalmente como símbolo de ‘todos’.”

El ‘yo’ Vallejiano está -además- en esa ciudad mundana que es París (el “centro del mundo” para la época). Todos los hombres presentes en ese París Universal’, están asimismo concentrados en el ‘yo’ del poeta, unidos por ese elemento común a todos: el aguacero, el agua, la humedad que hace -dígase de paso- doler los huesos (los húmeros que el poeta ‘se ha puesto a la mala’).

Y el yo poético se hará asaz personal con la autodenominación. Cuando nuestro poeta escribe: “César Vallejo ha muerto, le pegaban”, está formalizando en la práctica artística, la concepción dialéctica de unir los contrarios: lo particular en lo universal. Ese autonombrarse particulariza el hecho como si nos dijera: ‘Este hombre, con estos documentos de identidad en los que además del nombre está la nacionalidad: peruano, este hombre “particular ha muerto”. Pero también nos dice que antes de morir y durante toda su vida (‘en todo su camino’), le pegaban “todos sin que él les haga nada;/ le daban duro con un palo y duro/también con una soga”. Y el padecer esos golpes los sufre como hombre, como ser humano, y no porque caigan en su cuerpo literalmente, sino en su humanidad, pues él es parte de la humanidad: de toda la humanidad, la que sufre (los oprimidos) y la que hace sufrir (los opresores), pues todos le pegan: unos por no dejar de hacer sufrir a los oprimidos, y éstos por no rebelarse definitivamente contra esa opresión.

Es así, entonces, que el ciudadano Vallejo se funde con el humano Vallejo para universalizar lo particular. Y de ese dolor, de ese sufrimiento termina diciéndonos que “son testigos”/…la soledad, la lluvia, los caminos…”, es decir, los mismos elementos de la unidad dialéctica de contrarios: Lo particular dentro de lo universal. La soledad – ya lo hemos visto- es propia del individuo, del hombre solo, particular; pero asimismo nos dice que puede testificar la lluvia que es común a todos (como decíamos del ‘aguacero’): no olvidemos el refrán que dice “cuando llueve todos se mojan”. Y también son testigos los caminos, o sea la vida, propiamente, pues -así como a los caminos- a la vida la hacemos todos, en tanto (como decía otro grande de la poesía universal y humana, Antonio Machado): “caminante, no hay camino, / se hace camino al andar”.

Finalmente -y hay que subrayarlo- el destacar ese aserto de la universalidad vallejiana, no implica estar enajenando a Vallejo de lo nuestro, e, inversamente, el hecho de reclamar su esencia nacional no lo hace inaccesible a los hombres de otras latitudes. Y si esa cualidad especial de nuestro poeta la hemos ejemplificado con un poema en el que enuncia su muerte (por razones de espacio no podemos tocar otros temas y poemas múltiples e inagotables), eso tampoco es óbice para pensar, creer o hacer creer que él - en realidad- está muerto (aunque así lo sea físicamente).

Cuando se recuerda la fecha de su muerte, pues, con propiedad se está recordando al mismo tiempo su nacimiento a la inmortalidad, es decir la vigencia de una vida que sigue siendo vigente desde hace setenta y tres años (1938-2011). Y que seguirá siéndolo (como ocurre con Goethe, Dante o Cervantes) porque -entre otras cosas- todo lo por él escrito fue hecho para el pueblo, para los pobres, los oprimidos, incluso para los analfabetos: “Hacedlo por la libertad de todos” (escribió Vallejo en su poema Himno a los Voluntarios de la República), “por el analfabeto a quien escribo”. Y esta otra paradoja se explica porque cuando pasados los años ya no haya analfabetos en la tierra, los millones de seres que ya no lo sean, se deslumbrarán con la belleza de esa poesía, con la luz de su profundidad humana que hoy la oscuridad más inhumana -el analfabetismo- les impide gozar. Y -lo que es más importante- esos analfabetos de hoy, hombres libres de mañana, tendrán en la poesía de Vallejo el alimento solidario de su libertad, como hoy tienen en ella a una voz de lucha que reclama por sus derechos de doliente humanidad: “Señor Ministro de Salud: ¿Qué hacer?/ ¡ah! Desgraciadamente, hombres humanos,/ hay, hermanos, muchísimo que hacer”.

lunes, 4 de abril de 2011

Martín Guerra: "Los premios de Arguedas"

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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Pintura de Bruno Portuguez

02 de abril de 2011.

Durante el mes de enero de este año la directiva del Gremio de Escritores del Perú tuvo el acierto feliz de organizar una serie de homenajes a José María Arguedas los días miércoles del mes, siendo tan exitoso que en febrero se continuó con lo mismo. Fue en una de estas fechas en las que un miembro del público planteó -ante la crítica que uno de los expositores realizaba a la obra literaria de Mario Vargas Llosa- su desacuerdo y además señaló que Vargas Llosa era un escritor galardonado muchísimas veces y preguntó luego ¿qué premio había obtenido Arguedas para pretender que su obra fuera tan o más importante que la de Vargas?

Preguntas como esta, además de equivocadas en su perspectiva, encierran en su génesis un problema muy grande, el creer que los premios validan a los premiados. Y necesariamente no es así. Claro que hay muchísimos artistas, científicos, profesionales, trabajadores y deportistas galardonados que merecen muchísimo más que el laurel o laureles que se les otorga, por el valor crucial de su obra en el campo que esta se haya desarrollado. Pero eso no asegura de ninguna manera que ineludiblemente el ganador sea auténticamente eficiente en lo que hace o más talentoso u original que otros. Sería, además de pueril un criterio estrecho.

En la actualidad por citar un ejemplo, existen organizaciones privadas y/o públicas que crean condecoraciones con nombre propio, es decir compran premios o los establecen de acuerdo a su conveniencia, sin un jurado calificador, sin un concurso, sin opiniones calificadas y muchas veces falsificando la realidad. En esta sociedad actual en donde la sinceridad es una práctica cada vez más difícil de hallar en la vida pública de las instituciones, se observa esto tanto en premios desconocidos, conformados para una situación precisa, como por ejemplo hacer sobresalir a alguien que no tiene méritos propios, para - como dice la canción - “de un fondo de botella, hacer un rubí”; hasta en las famosísimas primas, como el Nobel. ¿Quién puede tomar en serio el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a un obsecuente interventor de las soberanías nacionales como Barack Obama?

Lo que anida en el fondo de esta concepción, es que el valor de un trabajo se debe sustentar en la manifestación pública de concordancia. De ser esta una sociedad colectivista aquello sería maravillosa, pero viviendo en una sociedad fragmentada, en donde la educación se elitiza paulatinamente, y en donde cada vez más lo formal se impone sobre lo real, esta visión se torna falsa y embaucadora.

No obstante, y para responder al defensor de Vargas Llosa; José María Arguedas si fue premiado muchas veces, en una época en donde no existían tantos concursos como ahora, y en donde los premios no se compraban ni se imponían como muchos de ahora.

Arguedas recibió tres premios internacionales: En 1935, el Segundo Premio en el Concurso Internacional de “Revista Americana” de Buenos Aires, por el libro “Agua”; en 1955, el Premio por el Concurso de Cuento del diario “El Nacional” de México, por la narración “La muerte de los hermanos Arango”; en 1963, el Certificado de mérito de la Fundación William Faulkner de Estados Unidos por la novela “Los ríos profundos”.

Y obtuvo cuatro distinciones nacionales: En 1958, el Premio Fomento a la Cultura “Javier Prado”, por su Tesis “La evolución de las comunidades indígenas”, para obtener el bachillerato en Etnología; en 1959, el Premio Fomento a la Cultura “Ricardo Palma” por la novela “Los ríos profundos”; 1962, el Premio Fomento a la Cultura “Ricardo Palma” por la novela “El Sexto” y en 1968, el Premio “Garcilaso de la Vega”, patrocinado por la Beneficencia Pública de Lima, para el “escritor peruano de género narrativo, poético, dramático o de ensayo, cuya obra constituya por su trascendencia, continuidad y ejemplaridad, una contribución objetivamente valiosa al arte y a las letras del Perú”[1].

Obtuvo también una beca de la UNESCO en 1958, para efectuar investigaciones en España y en Francia en el lapso de siete meses, producto de los cuales surge su tesis para lograr el doctorado, titulada “Las comunidades de España y del Perú” de 1963.

Por su extraordinaria labor como docente y difusor cultural recibió las Palmas Magisteriales en el grado de Comendador en julio de 1964 y una Resolución Suprema firmada por la presidencia de la República en agosto de 1964, reconociendo los “servicios prestados a favor de la cultura nacional”. Estas dos preseas se le asignaron durante el gobierno de Fernando Belaúnde, lo que no impediría que José María Arguedas renunciara inmediatamente después –en agosto- a la dirección de la Casa de la Cultura del Perú, por los impedimentos que causaba el grupo parlamentario aprista en lo referente a los temas de rescate cultural del país; así como criticara duramente la firma del Acta de Talara, que entregaba el país al capital norteamericano en setiembre de 1968, en carta a Francisco Igartúa, de la revista “Oiga”[2].

Hay que señalar también que perdió un concurso en 1953, el Premio Fomento a la Cultura “Ricardo Palma”, por la obra “Diamantes y pedernales”, que fue – creemos – injustamente declarado desierto. Luego de esta decepción Arguedas pensó no presentarse más a ningún concurso. Felizmente desechó esta opción. Es justamente “Diamantes y pedernales” una novela pequeña que ha merecido un estudio de antropología de la música el año 2007 por Chalena Vásquez[3]. Esta misma obra hizo rectificar al maestro Antonio Cornejo Polar un primer juicio equivocado respecto a ella. Dijo en 1977 Cornejo: “En mi libro sobre la obra narrativa de José María Arguedas dejé sin estudiar Diamantes y pedernales, una breve novela que apareció en 1954. Pensé entonces que dentro del conjunto global de la obra de Arguedas, Diamantes y pedernales era un texto menor, de “importancia discutible”. Aunque sin duda alguna la comparación con las otras novelas no le es favorable, pienso ahora que Diamantes y pedernales tiene mucha mayor significación de la que originalmente pude captar.”[4]. Esta extraordinaria narración hace sobresalir el tema de la discriminación racial y de género como manifestación de la desigualdad social, pero introduce además el maravilloso elemento de la expresión musical como principal canal comunicativo. El personaje indio y músico pretende además a una mujer imposible para sus ansias. Ya imaginamos el criterio del jurado para declarar desierto este concurso. Y tal vez para comparar novelas o cualquier producto artístico haya que establecer criterios, pues cada obra responde a momentos creativos y de evolución en la personalidad del autor, sujeta a las transformaciones del contexto social y político, diferentes.

Él mismo fue jurado en un sinnúmero de certámenes, siendo tal vez los más difundidos, el Concurso Folklórico de 1967 en Puno, y el Premio “Casa de las Américas” de Cuba, en 1968. Siempre tuvo como criterio de selección aquellas obras que mostraran una manifestación personal pero al mismo tiempo general del alma humana, que trabajando con los elementos mestizos, es decir con aportes culturales heterogéneos, desarrollaran su proceso creativo “viviéndolos y manejándolos con sabiduría e inspiración máximas”[5].

Y así como creemos que confrontar obras merece un tratamiento delicado y tal vez toda una teoría de la estética, pensamos también que comparar ingenua o simplemente a Arguedas con Vargas Llosa no tiene sentido, pues ambos responden a realidades diversas, pues tanto ética como conceptualmente la literatura y la ciencia fueron utilizadas y desarrolladas de formas diametralmente opuestas por los dos escritores. Arguedas escribió para rebelar y revelar en hermosa paronimia revolucionaria. Vargas Llosa lo hace para someter y desfigurar. Que si el autor de “La ciudad y los perros” ha obtenido más premios. Sí, es cierto, pero hay que decir que aunque no se tomaran en consideración las advertencias reseñadas al iniciar este escrito, y todo se convirtiera en un tema de competencia, entonces diremos que los premios a José María Arguedas por su obra incluyen reconocimientos por su trabajo en disciplinas tan diversas como la literatura, la antropología, la etnología, la pedagogía, el fomento a la cultura como folklorista y promotor cultural; así como el inmenso y eterno recuerdo de los hombres y las mujeres del Perú, agradecidos por su labor en defensa de las manifestaciones culturales de nuestros pueblos atávicamente abusados por los que hasta ahora y por ahora ejercen el poder. Mayor galardón no habría soñado Arguedas. Sólo por eso, Vargas Llosa está derrotado aún antes de morir, con la pluma todavía en ristre, por el olvido al que el pueblo lo someterá por siempre. ¿Adivinamos el futuro? Claro que no. Lo dirá la historia. Y la historia es el pueblo vivo.


[1] Todos estos datos se pueden ampliar revisando el trabajo de Mildred Merino de Zela, José María Arguedas, vida y obra / Bibliografía. En: José María Arguedas veinte años después: Huellas y horizonte (1969 – 1989). Escuela de Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos / Ikono Ediciones. Lima – Perú, 1991. Págs. 97 – 144.

[2] En la Biografía de José María Arguedas Altamirano, escrita por el profesor universitario Humberto Collado Román (Editorial San Marcos, Lima – Perú, 2005) se ubica esta carta equivocadamente en octubre del año 1968, resultando Arguedas crítico al golpe de Estado del General Juan Velasco Alvarado. Inclusive se le amonesta por no haberse expresado sobre “la muerte de los miembros del MIR por parte del Ejército. Pudo haberlo opinado favorable o desfavorablemente, pero no lo hizo.” (Pág. 115), dice el biógrafo. Sin embargo nada dice del Discurso pronunciado ante los estudiantes de la Universidad Nacional de Ingeniería en un homenaje a Javier Heraud, miembro del ELN, asesinado en 1963, en donde Arguedas dice: “Hasta el día de hoy, quienes tienen la responsabilidad del gobierno y del destino del Perú no han permitido sino un sólo campo de acción para quienes anhelan la justicia verdadera, es decir, el camino abierto hacia la igualdad económica y social que a la igualdad de la naturaleza humana corresponde: ése es el camino de la rebelión, el del acoso y el de la muerte.” Este texto fue publicado por primera vez en el número 53 del periódico “El caballo rojo”, en mayo de 1981 y vuelto a editar el año 2008 en “Unión Libre”, boletín del Gremio de Escritores del Perú. Claro que podría argumentarse que estas palabras fueron compuestas por un hecho ocurrido antes del gobierno de Belaúnde. Leamos ahora que dice Arguedas de este último y de los apristas, en artículo publicado en la revista “Oiga” el 05 de diciembre de 1969, pero escrito en julio: “El local del monstruoso partido que se hizo representar por los presidentes de las dos Cámaras en el Acta de Talara; el partido elector y socio de Prado; el que torpedeó, en desembozada alianza con la oligarquía y el imperialismo, los primeros intentos de reforma de Belaúnde a quien después incorporaron también en la “gran” alianza (…)” (El ejército peruano. Tomado de: ARGUEDAS, José María. ¡kachkaniraqmi! ¡Sigo siendo! Textos Esenciales (Compilación y notas: PINILLA, Carmen María). Fondo Editorial del Congreso del Perú. Lima – Perú, 2004. Págs. 581 - 584.).

[3] Revisar este texto en: http://www.lailatina.com.ve/index.php/opinion/1412-antropologia-de-la-musica-en-la-obra-literaria-de-arguedas.[4] CORNEJO POLAR, Antonio. Los universos narrativos de José María Arguedas. Editorial Horizonte. Lima – Perú, 1977. Pág. 138.

[5] ARGUEDAS, José María. La cultura: Un patrimonio difícil de colonizar. En: ¡kachkaniraqmi! ¡Sigo siendo! Textos Esenciales (Compilación y notas: PINILLA, Carmen María). Fondo Editorial del Congreso del Perú. Lima – Perú, 2004. Pág. 553.).

viernes, 25 de marzo de 2011

Otto René Castillo (1937-1967): VAMONOS PATRIA A CAMINAR

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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Vámonos patria a caminar, yo te acompaño.

Yo bajaré los abismos que me digas.
Yo beberé tus cálices amargos.
Yo me quedaré ciego para que tengas ojos.
Yo me quedaré sin voz para que tú cantes.
Yo he de morir para que tú no mueras,
para que emerja tu rostro flameando al horizonte
de cada flor que nazca de mis huesos.

Tiene que ser así, indiscutiblemente.

Ya me cansé de llevar tus lágrimas conmigo.
Ahora quiero caminar contigo, relampagueante.
Acompañarte en tu jornada, porque soy un hombre
del pueblo, nacido en octubre para la faz del mundo.

Ay, patria,
a los coroneles que orinan tus muros
tenemos que arrancarlos de raíces,
colgarlos en un árbol de rocío agudo,
violento de cóleras del pueblo.
Por ello pido que caminemos juntos. Siempre
con los campesinos agrarios
y los obreros sindicales,
con el que tenga un corazón para quererte.


Vámonos patria a caminar, yo te acompaño.

viernes, 18 de marzo de 2011

Pablo Neruda: "No tan alto"

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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De cuando en cuando y a lo lejos
hay que darse un baño de tumba.

Sin duda todo está muy bien
y todo está muy mal, sin duda.

Van y vienen los pasajeros,
crecen los niños y las calles,
por fin compramos la guitarra
que lloraba sola en la tienda.

Todo está bien, todo está mal.

Las copas se llenan y vuelven
naturalmente a estar vacías
y a veces en la madrugada,
se mueren misteriosamente.

Las copas y los que bebieron.

Hemos crecido tanto que ahora
no saludamos al vecino
y tantas mujeres nos aman
que no sabemos cómo hacerlo.

Qué ropas hermosas llevamos!
Y qué importantes opiniones!

Conocí a un hombre amarillo
que se creía anaranjado
y a un negro vestido de rubio.

Se ven y se ven tantas cosas.

Vi festejados los ladrones
por caballeros impecables
y esto se pasaba en inglés.
Y vi a los honrados, hambrientos,
buscando pan en la basura.
Yo sé que no me cree nadie.
Pero lo he visto con mis ojos.

Hay que darse un baño de tumba
y desde la tierra cerrada
mirar hacia arriba el orgullo.

Entonces se aprende a medir.
Se aprende a hablar, se aprende a ser.
Tal vez no seremos tan locos,
tal vez no seremos tan cuerdos.
Aprenderemos a morir.
A ser barro, a no tener ojos.
A ser apellido olvidado.

Hay unos poetas tan grandes
que no caben en una puerta
y unos negociantes veloces
que no recuerdan la pobreza.
Hay mujeres que no entrarán
por el ojo de una cebolla
y hay tantas cosas, tantas cosas,
y así son, y así no serán.

Si quieren no me cran nada.

Sólo quise enseñarles algo.

Yo soy profesor de la vida,
vago estudiante de la muerte
y si lo que sé no les sirve
no he dicho nada, sino todo.

viernes, 11 de marzo de 2011

David Viñas: "La señora muerta"

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
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Homenaje a David Viñas, que acaba de fallecer en su Buenos Aires querido. Una gran pérdida para las letras de Nuestra América. Argentina está de duelo: me aúno a su pesar.
Julio Carmona

—No me gusta el olor de la goma mojada — fue lo primero que dijo esa mujer.

Moure la miró un rato antes de contestar, pero no como lo había estado observando hasta ese momento, desde que la descubrió en la cola apoyada a medias contra la pared, con un gesto resignado e insolente a la vez. “Levante”, se dijo. “Levante seguro”, y le sonrió:

—No es goma lo que se está quemando.

—Ah, ¿no? —esa mujer lo miraba con desconfianza— ¿Qué es entonces?

—Inmundicias —murmuró Moure con malestar.

—¿Y de quién?

—De todos... de todos los de la cola. Hace dos días que vienen haciendo lo mismo.

Desde atrás, los que estaban en medio de la penumbra que flotaba sobre la calle, los empujaron para que avanzaran: ella se dio vuelta, apenas molesta de que la tocaran o de que le arrugaran el vestido, murmuró Ya va, ya me di cuenta, qué tanto, y avanzó unos pasos ceremoniosamente. Se había apoyado contra la chapa de un hotel y se miraba en el reflejo: era un enorme cuadrado de bronce y Moure advirtió que se palpaba los labios.

—¿Le duelen? —se le acercó.

—No. Estoy despeinada.

Y esa mujer seguía mirándose aunque esa chapa la reflejase deformada, con una boca más ancha y unos ojos estirados.

—Usted no tiene esa boca— señaló Moure.

Ella abrió y cerró la boca varias veces, como si estuviera en un parque de diversiones, con la desconfianza de un chico o de un provinciano:

—Sí, tengo una boca de muñeco —se juzgó con un aire despreciativo.

—No, no...— protestó Moure.

—Pero me gusta tener una boca así.

Unos metros más adelante se fue levantando un murmullo que aumentó la densidad y se prolongó un rato, como un moscardoneo. “No me puede fallar”, se propuso Moure. Una mujer con la cabeza cubierta con una pañoleta se le arrodilló delante, agachada la frente y parecía rezongar con una confusa irritación mientras se frotaba las manos; cuando la fila avanzó de nuevo, la mujer se fue arrastrando sobre las rodillas sin dejar de gangosear eso que decía, sin dejar de frotarse las manos.

—Rezan, ¿no?

—Sí —dijo Moure.

—Ah...—ella se persignó y lo hizo con torpeza, velozmente; parecía alarmada y miró ese cielo bajo como si hubiera escuchado el ruido de un avión y tratara de localizarlo. Pero el cielo estaba negro y no se veía nada. Después se tranquilizó, lo miró a Moure, se sonrió a medias, agradecida de algo y apoyó la cabeza contra la chapa del hotel.

—¿Está cansada? —la sostuvo Moure mientras se repetía “No me falla; no me puede fallar”. Al fin de cuentas, él había ido a la cola para eso.

Pero ella balanceaba la cabeza: eso no quería decir ni que sí ni que no, solamente que no estaba segura.

—¿Quiere irse?

—Cuando me sienta bien cansada.

Moure le oprimió el brazo:

—Pero mire que tenemos para rato.

Ella frunció las cejas:

—¿Lo dice en serio?

—Yo siempre hablo en serio.

—¿Y cuánto dice que falta?

Moure miró hacia delante y calculó dos cuadras, tres, una mancha larga que se estremecía en medio de la penumbra, los de atrás que volvieron a empujar con una pesadez insistente, la mujer de la pañoleta que seguía murmurando algo que no se entendía muy bien, ahí arrodillada, un soldado con una olla humeante que brilló bajo el farol:

—Unas tres horas —dijo.

—¿Tanto?

Moure presintió que a ella no le interesaba mucho

—Y, hay mucha gente —reflexionó.

—A la gente le gusta.

—¿Estar en la cola?

—Sí —dijo ella con desgano. Le gusta esperar algo, cualquier cosa...

La mujer arrodillada por momentos parecía irritarse con lo que rezaba, cabeceaba y fruncía la frente. “Esta noche no puede fallarme”, seguía pensando Moure. Y toda esa fila avanzaba muy lentamente, mucho más despacio que en una procesión. Moure calculó: allá adelante estarían por cruzar un puente, se le habrían roto las ruedas a un carro o el caballo se habría muerto en medio de la calle. Algo así pasaría. “Seguro”. Y había tan poca luz con esos trapos negros que envolvían los faroles y todo era tan borroso.

—¿Me permite? —ella se le apoyó bruscamente en un brazo, se descalzó, primero un pie, después el otro, y se los sobó con unos quejiditos de satisfacción. Pero cuando estaba en eso, volvieron a empujarla para que avanzase y ella repitió Ya está, ya va, no ven lo que estoy haciendo. Me van a pisar, tengo los pies desnudos... La mujer de la pañoleta levantó un momento la cabeza, verificó quién había dicho eso y siguió con su rezo.

—¿Un poco de sopa? —ofreció Moure.

—No —ella todavía estaba con los pies desnudos y pugnaba por mantener el equilibrio y calzarse— Me aburre la sopa.

—¿Ni un poco?

—No.

Moure señaló:

—Pero mire que le están ofreciendo...

Un soldado le había tendido una taza pero tuvo que recogerla, tenía una cara adormecida y se esforzaba por sonreírse: la contempló a esa mujer, intentó sonreírse con más convicción y lo único que logró fue un parpadeo, entonces la miró humildemente pero ella había hundido las manos en los bolsillos y sacudía los hombros:

—Me aburre la sopa —repetía— De chica, me la hacían tragar: de arvejas, de sémola, de verduras... Era un asco.

Moure sacó un cigarrillo y lo golpeó muchas veces antes de encenderlo. “Papa comida”, se felicitó. Estaban muy cerca de uno de esos montones de basura que habían quemado y que soltaban un calor denso, incómodo y un poco tembloroso; algunas personas salían de la fila, se acercaban, la cara y el pecho se les enrojecían y se quedaban un rato frotándose las manos como si estuvieran redondeando algo entre las palmas, un poco de harina o de barro. Después volvían a la fila y les susurraban a los dos que tenían al lado Vayan, vayan; no les dicen nada. Moure la codeó a esa mujer y señaló: otro se despegaba de la fila con una carrerita parecida, casi avergonzado, casi alegre.

—¿Fuma? —preguntó Moure.

Ella miró a los costados, atentamente, después un poco a la mujer que seguía arrodillada y rezongando:

—¿Aquí? ... —y no sacó las manos de los bolsillos.

Moure encendió el cigarrillo y largó unas bocanadas para que ella oliera: eso era bueno, caliente y llenaba la boca y el pecho. “Esto marcha solo”, se alegró. Ella le miraba la mano, sin indiferencia y de vez en cuando le espiaba los labios y la nariz se le hinchaba como si le costara respirar o como si todavía le molestara ese olor que había creído era de goma quemada.

—¿A usted le gustaba? —dijo de pronto.

Moure se sobresaltó para largó una lenta bocanada:

—¿Quién?

—La señora... ¿Quién va a ser sinó?

Moure tomó el cigarrillo entre las dos manos, lo acható y arrancó una hebra con la misma cautela con que se hubiera cortado una cutícula; después levantó la vista y la miró a esa mujer: era joven, tendría unos veinticinco, no mucho más. “Si me la pierdo soy un ...” Pero no se la iba a perder. Los de atrás empujaban, ésos no respetaban nada, no se dio por enterado y siguió mirándola: el cuello, ese pecho tan abierto, el vientre y la deseó bastante. Por fin dijo:

—Era joven...

—¿Usted cree que la podremos ver?

—Y, no sé. Habrá que esperar.

—Dicen que está muy linda.

—¿Sí?

—La embalsamaron. Por eso.

Había quedado un espacio entre ellos dos y la mujer arrodillada.

—Hay que correrse— dijo ella como si tratara de algo inevitable.

—Sí —advirtió Moure— Sí.

Y se quedaron mirando vagamente hacia delante: la mujer de la pañoleta se puso de pie y estuvo un buen rato observándose y tocándose las rodillas, un chico empezó a llorar y una mujer deslizó una mancha blanca sobre su mano y ahí la sostuvo y de nuevo pasaron los soldados, esta vez ofreciendo café, sin saltearse a nadie, desapasionadamente. Ella murmuró algo y Moure le escrutó la cara para ver qué quería. No. Me estaba acordando de algo. Nada más, dijo ella sin sacar las manos de los bolsillos; Moure advirtió que era de piel el sacón que tenía porque lo rozaba contra el dorso de la mano y pensó que le hubiera gustado acariciarlo con los dedos, con el pulgar sobre todo, pero no se animó.

—¿Vio? —era ella que señalaba con el mentón desganadamente.

Moure volvió la cabeza y vio a un hombre que orinaba al borde de la vereda y se sintió irritado, justamente irritado, porque ése podría haber ido a otro lugar o se hubiese aguantado o, en último caso, no se hubiera puesto en la fila, entre tantas mujeres, porque esas cosas siempre pasan y uno debe saber lo que se puede aguantar.

—Está mal, ¿no? —murmuró.

Pero ella se había apoyado contra una vidriera y bostezaba, olvidaba de sus pies y de ese hombre que orinaba, y lo hizo varias veces, porque no fue un solo bostezo prolongado sino una serie de tres o cuatro que la obligaron a fruncir la nariz y a secarse unas lágrimas con la punta del pañuelo.

—¿Tiene sueño?

Ella negó sin dejar de bostezar:

—Hambre tengo.

—¿Quiere...?

—Sí.

Y fue ella quien lo tomó del brazo y la que dijo que subieran a un auto y fueran primero a cualquier lugar. Algo cerca, fue lo único que exigió y no perentoriamente, sino como si recordara algún requisito o alguna ventaja. Se arrinconó a su lado en el auto y contemplaba sin ningún asombro las piernas de los que iban en las plataformas de los tranvías iluminados, a uno que llevaba sandalias, a los que la miraban largamente sin atreverse a sonreírse pero con muchas ganas de hacerlo cada vez que el auto se detenía en cualquier bocacalle. Cuando un marinero se inclinó un poco para verla mejor, ella golpeó con la mano en el vidrio. A ése lo espanté suspiró. Y usaba un perfume de malva, un perfume de vieja o de casa con pisos de madera. ¿Y cuánto querés? y Lo que vos quieras y el auto siguió corriendo. Moure se sintió agradecido, entusiasmado y le pasó el brazo sobre los hombros. Cerca, ¿no?, volvió a preguntar ella y Moure sacudió con la cabeza. Esa cola, la gente que esperaba con tanta indiferencia, amontonados, pasivos, la calle en tinieblas, él había esperado demasiado. Era lento y lo sabía, pero tampoco se podía atropellar. Pero ya estaba. Y solo, esas cosas se hacen solas. Cuanto más se piensa, sale peor. Cuando el coche se detuvo por primera vez y Moure advirtió que el chofer esperaba una nueva orden mirando el espejito, apenas dijo A otra. Pero cerca. Cuando ocurrió la segunda vez, eso de toparse con una puerta cerrada cuando alguien piensa exclusivamente, cálidamente en entrar de una vez y quedar a solas como dos chicos que se esconden dentro de un ropero para que el mundo de los adultos tan ordenado y con tanta gente que mira se desvanezca. Moure se empezó a irritar. No hay lugar —informaba el chofer— ¿Los llevo a otro? Sí, sí. Pronto. Y anduvieron dando vueltas por unas suaves calles arboladas y ella empezó a reírse porque sentía las manos de Moure que le oprimían las piernas, pero no como para acariciarla, como si fuera ella, es decir, una mujer, sino como si su piel fuera un pañuelo o una baranda o la propia ropa de Moure, algo de lo que se aferraba para secarse o para no caerse. Por favor... por favor, repetía Moure y le estrujaba la carne. También estaba la mirada del chofer, que delante de esos portones cerrados soltaba el volante como para dar explicaciones porque él no tenía nada que ver con todo esto. ¿Los llevo a otro? Sí. Pronto... Pero, pronto por favor. Y toparon con otro portón, una gran tabla pintada de gris cerrada con un candado, y la risa de esa mujer aumentó mientras Moure pensaba que lo que a ella le correspondía era quedarse en silencio, tomarlo de la mano y tranquilizarlo o pasarle los dedos por las sienes para que se le desarrugara la frente, pero las mujeres se ponen nerviosas y no sirven para nada y por eso son mujeres. El coche había parado por cuarta vez o sexta y el chofer repetía ese mismo ademán prescindencia.

—¿Todo está cerrado? —gritó Moure.

Los ojos del chofer apenas temblaron en ese espejito y ella se rió con una risa que le dobló la espalda.

—¡No te rías más, mujer! —la sacudió Moure.

Y ella sólo negó con la cabeza, sin hablar pero con más ganas de reírse, apretando los labios y no cubriéndose la boca con una mano.

—¿No se puede ir a otra parte? —Moure se había tomado del respaldo del chofer.

—Y, no se...

—¿Nada hay?

—Más lejos...

—¿Dónde?

—En la provincia.

—¿Seguro?

—No; seguro, no.

—Estaba de Dios que tenía que pasar esto —cabeceó Moure.

—Hay que aguantarse —el chofer permanecía rígido, conciliador— Es por la señora.

—¿Por la muerte de...? —necesitó Moure que lo precisaran.

—Sí, sí.

—¡Es demasiado por la yegua ésa!

Entonces bruscamente, esa mujer dejó de reírse y empezó a decir que no, con un gesto arisco, no, no, y a buscar la manija de la puerta.

—Ah, no... Eso sí que no. —murmuraba hasta que encontró la manija y abrió la puerta— Eso sí que no se lo permito... —Y se bajó.

martes, 8 de marzo de 2011

José Rouillón: En el Día Internacional de la Mujer

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/



Rosa Luxemburgo, comunista alemana, gran luchadora por los derechos de la mujer
y de la clase trabajadora.

En el Día Internacional de la Mujer.


Nuestro saludo a las mujeres.


Mujeres niñas,
mujeres adolescentes,
mujeres grandes,
mujeres chicas,
mujeres feas
mujeres lindas
mujeres más o menos
mujeres regañonas,
mujeres duras,
mujeres autoritarias,
mujeres habladoras,
mujeres con carácter,
mujeres dialogantes,
mujeres dulces,
mujeres tiernas,
mujeres acogedoras,
mujeres reflexivas,
mujeres críticas,
mujeres sonrientes,
mujeres pobres,
mujeres burguesas,
mujeres trabajadoras,
mujeres luchadoras,
mujeres combatientes,
mujeres madres,
mujeres esposas,
mujeres solteras,
mujeres religiosas,
mujeres ateas,
mujeres políticas.
mujeres sindicalistas.
mujeres artistas,
mujeres poetas,
mujeres cantantes,
mujeres compositoras,
mujeres deportistas.
mujeres maestras,
mujeres amas de casa,
mujeres educadoras,
mujeres intelectuales,
mujeres amantes,
mujeres ardientes,
mujeres soñadoras,
mujeres que nunca se cansan,
mujeres de acción,
mujeres revolucionarias,
mujeres militantes,
mujeres transformadoras.

¿falta alguna? ...¿un solo tipo de mujer? ¿mixturas? ... tú, por favor, lo completas!

A todas las mujeres que aman, siempre mujeres, -sin exclusiones- que quieren y trabajan por un mundo mejor, para que sea justo, fraterno y amoroso.

Nuestro respeto, saludo y homenaje.

José Rouillón

Foro-Red Paulo Freire-Perú.
 

domingo, 6 de marzo de 2011

Roberto Carrasquero: “Vargas Llosa... y la mediocridad de los ‘exquisitos’”

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/

Con sus dientes de conejo
y con su mirada hirsuta
quiso darla de vencejo
y es sólo un hijo de fruta.

El capitalismo es el capitalismo aunque alquile intelectuales para hermosearse

La burguesía intelectual, cuando se asusta, se vuelve nazi-fascista. Una vez más, ellos anuncian su desesperación organizando ofensivas nazi-fascistas culteranas. Se dicen "demócratas" y agitan sus banderas conspirativas para fundamentar, con eufemismos a granel, los golpes de estado que sus jefes les encargan. Los apoya la oligarquía mediática, la santa iglesia, los usureros bancarios, los industriales depredadores y no pocos terratenientes traficantes de armas.

La ilustración neoliberal quiere dar cátedra de canalladas golpistas. Presentan libros, dictan conferencias, asesoran a delincuentes, cobran dividendos y se aplauden entre ellos. Son la mano armada, con sofismas y demagogia, encargada de maquillar las monstruosidades del capitalismo. Cobran con su mano "fina" las canonjías cultas y las propinas de vanidad mediática que su patrón les maicea. Y después... se premian entre sí, se citan mutuamente en sus tratados y se erigen monumentos de jactancias sin pudor. Vividores culteranos incubados en la ignorancia de los jefes que pagan para esconder su idiotez. (La de todos ellos).

¿Tiene sentido seguir denunciándolos? ¿Hay alguien que no sepa el calibre obsceno de los lebreles intelectuales cultivados para la lisonja docta? ¿Hay alguien que se trague sus cuentos? Si. Ellos mismos y sus congéneres. Y por eso los denunciamos. No por intelectuales, no por ser de derecha, no por reaccionarios, no por sus limitaciones ideológicas. No sólo, por eso, pues. Si especialmente por su mansedumbre mercantil ante los criminales que saquean, explotan y asesinan a los trabajadores que de verdad trabajan y producen la riqueza. Si por su complicidad sabihonda y cínica, su coautoría demagógica con represores, golpistas y saqueadores. Si los denunciamos por su impudicia y sus petulancias letradas, puestas al servicio de poderes que financian ideólogos para hundir a los pueblos en la ignorancia, la hambruna y la tristeza. Los denunciamos por serviles, por asociación criminal y por desvergüenza... entre otras monerías burguesas. Los denunciamos, se reúnan donde se reúnan.

La batalla de las ideas, la guerra simbólica y la lucha contra la alienación

Al otro lado de ese reino de estulticia "culta", en oposición y en combate histórico, la clase trabajadora sabe, bien que sabe, de qué serán capaces los lacayos con grados -y posgrados- fanfarrones y lambiscones en simultáneo. Sabe esa clase que sabe mucho, que se debe estar atento, en guardia teórica y metodológica, atentos a la cantidad y a la calidad de las agresiones burguesas, con un ojo al gato y otro al garabato. Sabe que esto es una guerra, incluso de "cuarta generación", en la que no hay punto de reposo ni en la lucha emancipadora de la conciencia ni en la tarea de construir lenguajes y herramientas filosóficas nuevas. Es decir socialistas. No hay descanso ni en la sintaxis ni en la síntesis, ni en la escuela ni en la cama, ni en la panza ni en el espíritu.

Ese saber de la clase trabajadora ya deja sentir sus resultado s más fortalecedores, por ejemplo: ya se sabe que, por cultos que se presuman los lacayos intelectuales del dinero, su payasada conceptual tiene por finalidad aplicar golpizas intelectuales (y no sólo) al quien se atreva a razonar la explotación y oponerse a ella. Ya se sabe que la servidumbre de los académicos -que se bajan los pantalones frente al jefe- tiene por meta sacrosanta la supresión de la libertad intelectual para los pueblos y la eternización del capitalismo trasvertido de "humanista", de "culto", de "científico", de "culto". Ya se sabe que en su infinita lambisconería los intelectuales burgueses harán hasta lo imposible por ganarse palmaditas del patrón en sus cabezas "geniales". Son mercenarios que ofertan charlatanería útil para secuestrar conceptos como "democracia", "libertad", "justicia"... cómo les encantan estos términos... cómo gozan tergiversándolos, cómo se esmeran en arrebatárselos a la historia, a la lucha de clases y a los triunfos de los pueblos para ofrecerlos, en la bandeja de plata de su estupidez, a sus amos.

Hoy está clara la nausea generalizada que provocan los discursos y las alianzas delincuenciales de los sabihondos mercantilizados. Su distancia galáctica de las bases sociales, su patanería academicista, su verborrea snob y su "buen vivir" parasitario, son sellos de clase indelebles en una lucha revolucionaria hacia el socialismo que ya identifica con claridad la clase de metralla que soltarán en cada sitio donde se encuentran.

Es fácil rastrear los orígenes y peripecias que cada uno de estos señoritos y señorones de la servidumbre intelectual ha debido cumplir para hacerse "notables" entre la inmundicia burguesa. Unos herederos directos, otros trepadores burócratas, algunos mezcla de todo... ninguno luchador social entre las bases, ninguno trabajador de la cultura en combate por la emancipación de la conciencia, de la panza, del estado del ánimo... ninguno crítico verdadero de la monstruosidad capitalista y neoliberal, ninguno, en fin, vinculado con las luchas justas de los pueblos. Todo lo contrario. De cada uno en la lista de los intelectuales serviles es posible cuantificar repertorios nutridos de canalladas, traiciones, componendas negociados para calumniar, perseguir, reprimir y criminalizar toda lucha social, toda fuerza liberadora, todo proyecto de sociedad sin amos y sin esclavo.

Hay que ver el calibre inmundo de las estupideces que "teorizan". El jefe de Krause, Octavio Paz, santón de todos los payasos intelectuales neoliberales, sólo como ejemplo, rezaba a los cuatro vientos, sin pudor alguno, arrodillado ante su dios Salinas de Gortari, artífice también del TLC: " El mercado libre es el sistema mejor -tal vez el único- para asegurar el desarrollo económico de las sociedades y el bienestar de las mayorías. Así como las libertades políticas, en regímenes democráticos, implican el respeto a los derechos de las minorías y de los individuos, el libre juego de las fuerzas económicas –liberado de la voluntad arbitraria del Estado tanto como de los monopolios privados- de be estar regido por la ley y por la sociedad misma, es decir, por los productores, los intermediarios y los consumidores. El mercado no puede ser un simple y ciego mecanismo sino que es el resultado de un acuerdo colectivo... " [1] Palabras de Octavio Paz pronunciadas en: "El siglo XX: La experiencia de la libertad". [2]

Hoy, semejante idiotez probó, además de su condición de ideología rastrera, cuál sería el rumbo, el desempeño y las tareas de todos los discípulos y los discipulitos que hoy andan, por todo el mundo, exhibiendo sus mansedumbres y sus canalladas al servicio de golpes de estado nuevos... en todos los sentidos. Aquí estaremos para denunciarlos e impedírselos, al lado de los pueblos dignos, como en Venezuela, como en Cuba, como en Bolivia, como en Ecuador... como en cualquier lugar donde florece el socialismo desde abajo.

[1] Paráfrasis homenaje a Adolfo Sánchez Vázquez

[2] Octavio Buenabad: www.letraslibres.com/pdf.php?id=3009 y http://arbol-adentro.blogspot.com/2009/04/el-siglo-xx-la-experiencia-de-la.html