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domingo, 12 de septiembre de 2010

Sivio Rodriguez: EL NECIO

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/

Avanzar hacia la luz no es necedad
Para no hacer de mi ícono pedazos,
para salvarme entre únicos e impares,
para cederme lugar en su Parnaso,
para darme un rinconcito en sus altares

me vienen a convidar a arrepentirme,
me vienen a convidar a que no pierda,
me vienen a convidar a indefinirme,
me vienen a convidar a tanta mierda.

Yo no sé lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino:
yo me muero como viví.

Yo quiero seguir jugando a lo perdido,
yo quiero ser a la zurda más que diestro,
yo quiero hacer un congreso del unido,
yo quiero rezar a fondo un hijonuestro.

Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no merece,
mas yo partiré soñando travesuras
(acaso multiplicar panes y peces).

Yo no sé lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino:
yo me muero como viví.

Dicen que me arrastrarán por sobre rocas
cuando la Revolución se venga abajo,
que machacarán mis manos y mi boca,
que me arrancarán los ojos y el badajo.

Será que la necedad parió conmigo,
la necedad de lo que hoy resulta necio:
la necedad de asumir al enemigo,
la necedad de vivir sin tener precio.
 
Yo no sé lo que es el destino,

caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino:
yo me muero como viví.

viernes, 10 de septiembre de 2010

César Vallejo: Entrevista (actual) a José María Eguren

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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El gran simbolista de “El Dios de la centella”, me dice con cierta amargura:

- ¡Oh, cuánto hay que luchar; cuánto se me ha combatido! Al iniciarme, amigos de alguna autoridad en estas cosas, me desalentaban siempre. Y yo, como usted comprende, al fin empezaba a creer que me estaba equivocando. Sólo, algún tiempo después, celebró González Prada mi verso.

Mientras se deslíe su voz ágil, cordial y hondamente sinuosa, sus ojos, de un sombrío alucinado, parecen buscar los recuerdos, y vagan por la sala lentamente.

El poeta Eguren es de talla mediana. En su rostro, de noble tono blanco algo tostado, sus treinta y seis años balbucean ya algunas líneas otoñales. Sus maneras espontáneas, cortadas en distinción y fluidez, inspiran desde el primer momento devoción y simpatía.

Nos habla; y sus explicaciones de algunos de sus símbolos nos sugieren las más raras ilusiones. Se me antoja un príncipe oriental que viaja en pos de sacras bayaderas imposibles.

- ¿Desde sus primeros ensayos -le pregunto- su manera ha sido la misma de ahora?

- Sí -me responde, con viva alegría-. Con un solo breve paréntesis de romanticismo. Muchas de las maestrías de Rubén Darío -agrega- las tuve yo, antes de que se conocieran aquéllas aquí. Sólo que, hasta hace poco no más, ningún periódico quiso publicar mis versos. Yo, desde luego, nunca me expuse a un rechazo.. Pero, ya sabe usted, nadie los aceptaba.

Después, me relata sus largos años de aislamiento literario, que habían de ser tan fecundos para las letras americanas.

- Y el simbolismo se ha impuesto ya en América -me dice con acento y rotundidad-. El simbolismo de la frase, esto es, el francés, existe ya consolidado en el continente; y en cuanto al simbolismo de pensamiento, también, pero con matices muy diversos. Por ejemplo, mi tendencia es distinta de cualquiera otra, según dice González Prada. Así es que, como usted ve, es imposible fijar una fisonomía compendial de la poesía americana presente.

Eguren se entusiasma y goza visiblemente en sus charlas sobre arte.

Me obsequia un aromático “inglés”, y entre humo y humo pasan por nuestros labios los nombres de Goncourt, Flaubert, de Leconte de Lisle y de algunos literatos americanos y nacionales, entremezclados de algún verso divino y eterno.

- Yo y usted tenemos que luchar mucho -me dice, con gesto de suave resignación.

- Pero usted ya ha triunfado en toda la América -le arguyo-. ¿Qué noticias tiene de afuera?

- En Argentina, Chile, Ecuador, Colombia, sé que me conocen y que reproducen con entusiasmo mis versos. Mantengo, además, numerosas relaciones con los intelectuales de esos países. En lo demás, ya veremos, ya veremos, pues todavía…

(Por mi mente pasan el dolor y el genio incomprendido, por su siglo, de Verlaine, de Poe, de Baudelaire).

- ¿Y en Trujillo? -me pregunta Eguren con vivo interés.

Yo ante esta pregunta me turbo; y sin hallar cómo salir del paso, me revuelvo y cambio de actitud en el diván, hasta que, al fin, como alentado súbitamente por un recuerdo, le respondo:

- En Trujillo…

Eguren me interrumpe, y me habla de los escritores de allá, amigos míos, para quienes dedica frases de entusiasta elogio.

- Además -redondea sus palabras con fina galantería- Trujillo es una ciudad simpática para mí, y creo que posee bastante cultura. Yo le doy las gracias.

Al despedirme, el día había volado.

De regreso, miro Barranco, con sus calles rectas pobladas de alamedas; con sus helechos arborescentes y sus pinos. Los chalets, de los más variados estilos, muestran jardines de pulcra elegancia y los vestíbulos abiertos a las brisas vespertinas; las lujosas residencias del confort burgués.

La hora virgiliana, turquesa y verde enérgico. Y el mar de rica plata.

César Vallejo La Semana, Trujillo, N° 2 30 de marzo de 1918

(Fina cortesía del poeta Ángel Gavidia).

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Vinicius de Moraes: Poema del amigo

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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Se necesita un amigo.

No es necesario que sea hombre,
basta que sea humano,
basta que tenga sentimientos,
basta que tenga corazón.

Se necesita que sepa hablar y callar,
sobre todo que sepa escuchar.

Tiene que gustar de la poesía,
de la madrugada, de los pájaros, del Sol,
de la Luna, del canto, de los vientos
y de las canciones de la brisa.

Debe tener amor, un gran amor por alguien,
o sentir entonces, la falta de no tener ese amor.

Debe amar al prójimo y respetar el dolor que
los peregrinos llevan consigo.

Debe guardar el secreto sin sacrificio.

Debe hablar siempre de frente y
no traicionar con mentiras o deslealtades.

No debe tener miedo de enfrentar nuestra mirada.

No es necesario que sea de primera mano,
ni es imprescindible que sea de segunda mano.

Puede haber sido engañado,
pues todos los amigos son engañados.

No es necesario que sea puro,
ni que sea totalmente impuro,
pero no debe ser vulgar.

Debe tener un ideal, y miedo de perderlo,
y en caso de no ser así,
debe sentir el gran vacío que esto deja.

Tiene que tener resonancias humanas,
su principal objetivo debe ser el del amigo.

Debe sentir pena por las personas tristes
y comprender el inmenso vacío de los solitarios.

Se busca un amigo para gustar
de los mismos gustos,
que se conmueva cuando es tratado de amigo.

Que sepa conversar de cosas simples,
de lloviznas y de grandes lluvias y
de los recuerdos de la infancia.

Se precisa un amigo para no enloquecer,
para contar lo que se vio de bello y
de triste durante el día, de los anhelos
y de las realizaciones, de los sueños y de la realidad.

Debe gustar de las calles desiertas,
de los charcos de agua y los caminos mojados,
del borde de la calle, del bosque después de la lluvia,
de acostarse en el pasto.

Se precisa un amigo que diga que vale la pena vivir,
no porque la vida es bella, sino porque estamos juntos.

Se necesita un amigo para dejar de llorar.

Para no vivir de cara al pasado,
en busca de memorias perdidas.

Que nos palmee los hombros,
sonriendo o llorando,
pero que nos llame amigo,
para tener la conciencia de que aún estamos vivos.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Julio Carmona: Confesiones de Tamara Fiol, ¿un novelón indigesto? (Segunda Parte)

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PROHIBIDO IR A LA IZQUIERDA



(SEGUNDA PARTE)

En la primera parte de este artículo tratamos el tema de las expresiones racistas que saturan la novela, muchas de ellas asumidas o consentidas por la protagonista Tamara Fiol. Y conste que TF no es blanca. Es descendiente de italiano y de negra, ella dice: “Pero ni hablar, mi abuela, Belén Goyeneche, con su lejana gota de sangre negra, era una verdadera belleza” (p. 288). Pero ¿por qué no fue, por lo menos la abuela, simplemente negra, y TF también sólo serrana y no descendiente de italiano, si la mayor parte de las senderistas de base lo era, a mucho orgullo? Pero no, el narrador –elegido por el autor– elige –a su vez– como personaje principal de su preocupación documental a esta supuesta luchadora social de una trayectoria muy sinuosa y –como la de él mismo– nada edificante, aunque, al parecer, con cierto carisma para su entorno. Veamos una auto semblanza de TF:

“Y mientras Pepito Corso cortaba la carne y me daba de comer en la boca, toda sonrisas, yo me dedicaba a observar a cada uno de mis amigos. ¿Con cuántos de ellos me había acostado? O mejor. ¿Con cuántos no me había acostado?” (p. 144).

Con ese auto-reconocimiento de su promiscuidad, difícilmente se puede admitir que sea válido considerarla como una “mujer de moral superior”, y cuya dipsomanía pone en entredicho la condición de luchadora que le atribuye el narrador, pues del texto mismo se desprende que más tiempo le dedica a la bohemia que al estudio o a la lucha, no digamos social sino ni siquiera estudiantil. Y esto es ratificado por ella misma; dice:

“En los dos últimos años” (previos a conocer a Raúl Arancibia) “me había acostumbrado a ver el turbio amanecer limeño desde la terraza del Zela o de cualquier otra cantina” (p. 287).

Esta declaración también desmiente lo aseverado por el narrador: que sucumbió “al poder erótico de un sujeto repulsivo como fue Raúl Arancibia”, porque la promiscuidad y la dipsomanía las practicaba antes de relacionarse con él. Dice TF:

“Una parte de mis amigos (la mayoría)” [craso error: tanto ‘una parte’ como ‘la mayoría’, por partida doble, son expresiones de número singular, pero el verbo va en plural] “eran de letras, humanidades y artes y la otra parte eran mis compañeros” [también aquí hay una mala construcción] “de lucha (¿) en la Federación y la Juventud, con quienes evité tener relaciones eróticas (por supuesto, alguna vez lo hice, debo confesar, con un irresistible impulso transgresor, como un acto profanador a las supuestas virtudes proletarias).” (¿) “En mis noches de vagabunda bohemia me pasaba a la cama del buen amigo que me había dado posada, no porque sintiese que se lo debía (por lo menos no sólo por eso), sino porque en esas altas madrugadas sentía la necesidad de protección y calor humano…” (p. 144).

Y aquí hay otra atingencia que hacer, pues esa expectativa de ver a “la imagen romántica de la mujer senderista” (anunciada con antelación por el mismo autor) deviene frustración, porque la protagonista, finalmente, se sabrá que no pertenece a Sendero Luminoso ni se demuestra que sea una luchadora política cabal. Pero se tiene que convenir que MG sí ha edificado con TF el “personaje femenino romántico” que vislumbró al idear la novela de Qymper (novela ésta que, se supone, sigue en preparación, con un protagonista también de apellido extranjero: ¿por qué no fue Quispe?). Y decimos que TF sí resulta ser un personaje romántico, pero dotado de un romanticismo baudelairiano, es decir, libertino, y ni siquiera liberal a lo Rimbaud, o, del tipo byroniano, heroico ni, por supuesto, revolucionario a lo Aurora Dupin, quien es citada por Marx con esta frase deslumbrante con que culmina su Miseria de la filosofía: “El combate o la muerte: la lucha sanguinaria o la nada. Así es como se halla expuesta invenciblemente la cuestión.” (George Sand). (1)

La saturación de la novela con expresiones racistas, aunque responda a la buena intención del novelista de ser fiel a la realidad (o porque ha tratado de contradecir “ese racismo hipócrita tan propio del Perú”, p. 318, y ha preferido describir un racismo desembozado), no deja de atosigar, aun cuando sean expresadas por personajes de mentalidad obtusa en algunos casos o en el lamentable de la protagonista, por ello consideramos que resulta ser un lastre que se va sumando a los ingredientes de lo indigesto; pero ello –como ya hemos dicho– pudo ser sopesado con la inclusión de otro u otros personajes que esgrimieran una concepción contraria; y al no ocurrir esto, ese aspecto de utilización excesiva de términos racistas hace que la novela se incline muy riesgosamente hacia una connotación naturalista. Veamos algunas muestras de ese racismo.

Raúl Arancibia, el personaje oscuro, traidor y reaccionario, se regodea recordando que su padre y su abuelo sentenciaban “que las dos cosas peores en el Perú era ser pobre de remate y llevar en la sangre la mancha indígena” (p. 162. Cursiva nuestra), y que aun el padre le dijera: “(a las cholas y a las negras úsalas para tu solaz, que para eso son riquísimas),” (p. 163). Inclusive llega a incluir en ese muestrario de “choleadas” a César Vallejo, destacando sólo su imagen de bohemio y mencionando un apodo irrelevante. Se dice de él: “¿Cómo se jamoneaba papá Adrián hablando del Cholo Vallejo, de Korroskoso como lo llamaban dentro del grupo. Afirmaba que el Cholo tenía una piel cetrina, oscura y su rostro de piedra parecía haber sido esculpido a punto (sic) de martillazos.” (p. 164). Cabe precisar que de las dos expresiones “Cholo” la primera va en cursiva en el original. Por lo que respecta al “rostro de piedra” no ha debido decirse que “parecía haber sido esculpido a punto” sino ‘a punta’ “de martillazos”, como sí lo escribe, correctamente, en la p. 170: “faltaban algunos años para que Ramón Mercader, por orden de Stalin, asesinara a punta de hachazos a Trostky (sic).”

Y he aquí que se da una ‘situación política límite’ que también consideramos minimiza ‘el desarrollo de la novela, como reflexión histórica’. Es decir, esa aseveración de que fue Stalin quien dio la orden de matar a Trotski es algo que la historia no ha comprobado, y que sólo los trotskistas y el imperialismo se encargan de promocionar hasta el cansancio. Y en CTF la satanización de Stalin es profusa, sin que exista ese contrapeso alertado. Sólo en una oportunidad, Raúl Arancibia, afirma haber sido él quien se atrevió a contradecir los ataques a Stalin y dice que eso le costó “su expulsión de las filas del trotskismo."

"Sin duda –comentó él– el pacto nazi-soviético fue una movida arriesgadísima, antinatural, maquiavélica, cínica, sangrienta, genocida, y todo lo que ustedes quieran, de Stalin, pero ¿no creían que con ello desbarató los planes de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, que querían empujar a Hitler contra la Unión Soviética, cuando ésta todavía estaba desarmada? En cambio con el Pacto, Stalin ganó tiempo, un tiempo precioso, de vida o muerte, mientras desarrollaba su industria pesada de guerra, con cuyos tanques y artillería recién salidos de las fábricas, el Ejército rojo en Stalingrado hizo morder el polvo de la derrota al ejército hitlerista y salvó a Occidente y a la humanidad entera de la barbarie nazi. Hubo un silencio prolongado, denso, espeso, que Arancibia dijo que casi se podía cortar con un cuchillo. ‘¡Así que teníamos entre nosotros a un agente del estalinismo!’, rompió el silencio Martorell, un catalán exaltado, al que siguió Ludovico Ñaupari: ‘¡Estalinista miserable! ¡Te voy a estrangular!’.” (p. 296).

Obsérvese que la intervención de Arancibia, “favorable a Stalin”, se da en un caso de política internacional, con una previa y adversa adjetivación que casi minimiza el encomio; pero no se dice nada respecto de las densas y exageradas menciones negativas y criminalización de sus actos y/o decisiones internos. Y esta es una situación que se da en una novela cuyo contexto tiene como principal protagonista (aunque en ausencia) a Sendero Luminoso que contaba entre sus paradigmas ideológicos, precisamente, a Stalin. Y esto último no se deja entrever en ningún momento. Y, más bien, la figura de Trotski, también profusamente señalada, resulta puesta de relieve, incluso desde la perspectiva estética de sus escritos. Veamos:

“Al día siguiente [de la expulsión de Arancibia], compró de segunda mano Cuestiones del leninismo [de Stalin], de la Editorial Claridad. Leyó al azar una página y se dijo que Israel Riofrío tenía razón cuando afirmaba que quien hubiese conocido la prosa brillante de Trotski no podía soportar el estilo clerical, de catecismo, de Stalin. Y era verdad, corazón [interviene TF dirigiéndose a Morgan], le pareció un libro elemental, escolástico, indigno de una inteligencia cultivada, pero que tenía la virtud de la sencillez, de llegar a las masas, señalándoles de manera indudable el camino que tenían que seguir.” (Ibíd.)

Y la intervención de TF es desconcertante porque, en principio, da la impresión de que su expresión “era verdad, corazón”, tiene que ver con la situación de Arancibia, pero lo que se saca en claro es que está coincidiendo con lo por él aseverado acerca del libro de Stalin: “elemental, escolástico, indigno de una inteligencia cultivada”. Sin percatarse que Trostski con esa supuesta “bondad estética” nunca logró hacer lo que Stalin: ser junto a Lenin en la revolución rusa, lo que Marx y Engels son para el comunismo internacional: dos pensamientos complementarios.

Y lo sorprendente es que de esa confrontación de dos estilos contrapuestos (el estético y el pragmático) el primero resulta favorecido en la valoración, coincidiendo con el mismo criterio que MG deja traslucir en sus últimos ensayos. Inclusive esa admisión de los “crímenes de Stalin” es asumida –sin restricciones– por MG en El pacto con el diablo, ahí dice: “… se publicaron algunos libros memorables como La derrota de Fadeiev (que escribió antes de convertirse en burócrata, lo cual lo llevó al suicidio después de la muerte de Stalin) y sobre todo Caballería roja, de Isaac Bábel (años después sería asesinado en una de las purgas estalinistas)…” (pp. 363-364).

Y, por otro lado, esa acusada inclinación esteticista con desmedro de la tendencia opuesta, realista, se pone de manifiesto en la misma CTF. Mientras en las pp. 379 y 380 se destacan los valores artísticos de un libro de Varga llosa, el narrador dice:

“De Vargas Llosa me recomendaron leer Historia de Mayta. Es un libro que detesta Muriel (como lo detesta, según he sabido, toda la izquierda peruana), pues según ella, a través de Mayta, el protagonista del libro (presentado como un homosexual irredento), se difama y degrada a los combatientes sociales y revolucionarios del Perú. A mí me pareció una novela eficaz por su composición y Mayta, más allá de su condición de militante trotskista, es un personaje literario logrado que me inspiró no exactamente simpatía pero sí piedad humana”,

en la p. 407 refiriéndose a la presentación de un libro de poesía social se relata la siguiente situación: dice el personaje Arancibia que en el Palermo (legendario bar de la Colmena) se presentaba un libro de poesía social. “Poesía de combate, de emergencia. Recordé esos versos del bueno de Juan Gonzalo: ‘Al paredón, al paredón / mi propio corazón si se pasa al enemigo’.” Pero en seguida viene el contraste. Dice: “Luego de presentado el engendro”, es decir, el libro de poesía social (tipo la de Juan Gonzalo Rose) era “un engendro”, y bien se sabe que esta expresión es peyorativa, es decir, alude a una obra intelectual o artística mal concebida. (Cursivas nuestras).

No ha de perderse de vista, por otro lado, que Juan Gonzalo Rose, junto con Gustavo Valcárcel, Manuel Scorza y otros, fue también integrante del grupo de poetas llamado “Poetas del Pueblo”. Y así como hemos visto arriba que se ha lanzado esa pulla contra la poesía social, también estos poetas son tratados con una ironía insultante, que se va preparando con el siguiente dato: “… el hermano Matías había sacado sus castañuelas y comenzó a cantar el himno Cara al Sol en reconocimiento del salvador de la España eterna, generalísimo Francisco Franco.” (p. 266), y ahí mismo dirá: “… toda la atención de Raúl Arancibia había estado puesta en el manejo de las castañuelas que acompañaban las inflexiones de voz y los sinuosos gestos del hermano Matías.” Evidentemente, es caricaturesco ver a alguien cantando un himno acompañándose de castañuelas. Pero, todavía en la p. 268, cuando se acabó la euforia fascista, se dice que: “Desde entonces, había recordado Arancibia, en el colegio se dejaron de hacer misas en honor del generalísimo Franco y desapareció el retrato de Mussolini que el padre Guido tenía en la dirección, ah, y había recordado con nostalgia el niño que todavía habitaba en Arancibia, pero ningún hermano sustituyó al hermano Matías y sus castañuelas.” Y es aquí que, ya preparado el lector con esta caricatura de las castañuelas y el himno fascista, se suelta la siguiente escena:

“Había recordado que una vez llegaron a Piura los llamados ‘poetas del pueblo’ y dieron un recital en el teatro municipal. Escuchándolos, Raúl Arancibia se había acordado de las castañuelas del hermano Matías, pero el cascabeleo había dejado de fastidiarle el oído cuando uno de los poetas de nombre Enrique (sic) Garrido Malaver leyó un poema que se llama ‘La piedra absoluta’, que no lo había aburrido ni dejado indiferente.” (p. 270).

Es decir, hay una ostensible sátira en contra de la poesía social. Mientras que el poema a que alude favorablemente de Julio Garrido Malaver está inserto dentro de lo que se conoce como poesía pura. Y esta sátira fuera intrascendente, pues se debe achacar a los gustos aburguesados del personaje; pero lo preocupante es que resulta coincidente con otras apreciaciones de MG en, por ejemplo, El pacto con el diablo, en donde resalta los valores formales de Mario Vargas Llosa, disculpando incluso sus ideas retrógradas; dice ahí: “En cuanto a mí, creo que Vargas Llosa es un gran novelista y un ensayista notable, irritante muchas veces por las ideas que defiende, pero siempre deleitable por su escritura.” (p. 15).

Son apreciaciones esteticistas o favorables a los “buenos escritores del campo enemigo”, mientras que a los escritores del campo popular no les perdona no sólo lo que para él son limitaciones formales, sino tampoco las ideas que defienden, y dice que: “… en su conjunto, la poesía social de Romualdo, como la del primer Rose, la de Scorza, la de Valcárcel, sin contar la de los epígonos, resulta (…) insuficiente, limitada, no en su plasmación (acaso algo elemental) sino en su misma concepción poética (…) En cualquier forma se trata de una poesía poco dialéctica, demasiado pasional y tal vez candorosa…” (La generación del 50, p. 98), y llega a justificar esta apreciación indicando que “… pasar por alto tales deficiencias revelaría una actitud patriarcal, de condescendencia, no de relaciones de igualdad.” (Ibíd., p. 99). Y no. La actitud patriarcal no se elimina tratándolos a todos como iguales, conciliando a los contrarios, sino actuando dialécticamente, vale decir: marcando sus diferencias a nivel de concepción del mundo y de ubicación en el mundo, juzgándolos en su época, que es conocer su circunstancia y reconocer su militancia política y poética.

Pero volviendo a la novela, en la p. 11, el narrador menciona, por primera vez, el reportaje a “Las mujeres de Sendero”, reportaje que sirve para hacer que intervengan dichas mujeres, mas no en el momento mismo de la entrevista, sino en el recuerdo de la misma, y menos en su accionar político. El reportaje actuante es el segundo, que lleva a cabo con Tamara Fiol. En la p. 13 vuelve a mencionar el tema del reportaje a las mujeres de Sendero. Y lo mismo ocurre en las pp. 16 y 17, y en esta última dice: “Le confesé a Tamara que, sin embargo, en lo más íntimo, me sentía insatisfecho. Molesto conmigo mismo porque no había podido atravesar el blindaje ideológico de esas mujeres austeras y temibles.” Si esa descripción de las mujeres de SL se ajusta a la realidad, y es algo que en reiteradas oportunidades lo dice el narrador y otros personajes, entonces ¿por qué él se echa la culpa por no ‘haber podido penetrar en su personalidad política’? Con el carácter, así descrito, de ellas, eso no lo habría logrado nadie.

Pero también en la misma página 17 se descubre la intención del novelista que encaja con su intención primigenia de presentar la “otra cara de la medalla”, de una luchadora social distinta a esa imagen dura o hermética de las mujeres de SL, pues es lo mismo que TF le dice al narrador: “Como estoy segura de que te han contado que he sido, que aún soy una luchadora social, quieres escarbar en mi vida para mostrar que las combatientes somos mujeres de carne y hueso. Que tenemos una vida interior compleja y atormentada. Que amamos y odiamos. Que tenemos pasiones terribles”, es decir, una imagen contraria a la estereotipada y hasta maniquea con que se presenta a las mujeres de SL.

Y, en esa perspectiva, se va insinuando sin que quede claro que TF es una luchadora social excepcional (lo que no llega a demostrarse y sólo queda en la calificación hagiográfica, convirtiéndose, pues, el periodista o reportero de guerra en un hagiógrafo, es decir, un biógrafo que resalta en exceso las cualidades y virtudes del biografiado) y, más aún, que pudiera haber tenido una relación –no hecha explícita en la novela– con SL, lo que se llega a convertir en una especie de misterio, que no llega a convencer por la vida –como ya lo destacamos– absolutamente disipada de TF, de quien, desde los veintinueve años que queda inválida, no se llega a mostrar ninguna acción efectivamente resaltante para considerarla una luchadora excepcional, y de los años anteriores al accidente, la mayoría de ellos los pasa de manera disipada y los pocos que pudieran ser considerados como de activista, tampoco se refieren a acciones relevantes en ese sentido, salvo las comunes a muchas activistas universitarias que, como se decía en aquella época, cumplían con su “servicio revolucionario obligatorio”, que no iba más allá de los mítines callejeros o las luchas con los apristas en los conatos de elecciones estudiantiles, acciones en las que muy esporádicamente ocurrían muertes (en una de las cuales a TF se la hace participar como instigadora, y a Quimper como un timorato y desconcertado ejecutor).

Inclusive, esa supuesta imagen de luchadora social es desmentida por la misma TF, quien en reiteradas oportunidades dice, como en la p. 17: “… te equivocas, varón. Has escogido mal. Salvo por el accidente que sufrí y por las operaciones y las terapias de rehabilitación a que me sometí para ponerme de nuevo en pie, nada de verdad importante me ha ocurrido. Entiéndelo, lindo. Un accidente le ocurre a cualquiera.”

Pero el narrador se empeña en demostrar lo contrario, tratando –al parecer– de presentar la imagen contraria del personaje creado por Mario Vargas Llosa: la “niña mala”, de su novela Travesuras de la niña mala (2), a quien se opone –a manera de contrapunto– un “niño bueno”. Es decir, tal parece que MG ha querido contraponer a la imagen de una “niña buena” (TF) la de un “niño malo” que vendría a ser Raúl Arancibia, llegando a llamarlo con expresión similar: “Soy el hombre malo que arruinó tu vida” (p. 361). Y en algún momento TF rememora que alguien la llamaba “niña” (p. 106. Cursiva en el original). Es más: esta última apreciación se puede ratificar comparando el final de ambas novelas, que casi es el mismo: TF, la “niña buena” se va a vivir en su casita que le ha dejado –como herencia– el “niño malo”. Del mismo modo que en la novela de Vargas Llosa, la “niña mala”, prácticamente –próxima a morir–, también le está dejando una casita al “niño bueno”.

Si lo señalado se enlaza con el trato condescendiente que MG le da en esta novela a Historia de Mayta (aparte de otros panegíricos a su autor en sus ensayos), se puede colegir que lo que está buscando es establecer una “amistad difícil” con Vargas Llosa, similar a la que éste tiene con el estado de Israel. Tal es el título de un artículo suyo, “Israel: La amistad difícil”, donde dice que la sionista “es solo una de las caras de Israel. Hay otra, admirable y ejemplar, desdibujada por la primera, pero más permanente y representativa, la de un país democrático (…)”. (3)

Y parece, pues, que MG se ha visto tentado de establecer con MV esa “amistad difícil”, haciendo que sus desatinos ideológicos sean minimizados por sus bondades artísticas, y es a partir de esta conversión hedonista de MG (“mi objetivo más anhelado es que los lectores descubran que, en forma conjunta con el maravilloso placer que nos brinda, la lectura de un libro o una novela puede convertirse en una experiencia fundamental en nuestra vida hasta el punto de transformarla.” p. 13), y luego de gozar con la lectura de MV, es que ha tenido una ‘experiencia fundamental en su vida hasta el punto de transformarla’.


1 Esta es, ciertamente, una frase premonitoria, perfectamente ejemplificable con el triunfo reciente del pueblo iraquí, porque el fin de la guerra o “retiro” de las tropas yanquis se debe a la resistencia del pueblo y no a la buena voluntad del agente de la CIA Barak Obama (http://www.papelesparalahistoria.blogspot.com)/.

2 Obsérvese que en ambos títulos, Travesuras de la niña mala y Confesiones de Tamara Fiol, se han suprimido el artículo “Las”.

3 Vargas Llosa, “Israel: La amistad difícil”, El Comercio, Lima, 13 de Junio de 2010. Esa actitud conciliadora se semeja mucho a la tesis “antiimperialista” de Haya de la Torre: admitir el lado bueno y rechazar el lado malo del imperialismo.

FIN.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Julio Carmona: Confesiones de Tamara Fiol, ¿un novelón indigesto?

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
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(PRIMERA PARTE)


Introducción

Miguel Gutiérrez escribió en su libro de ensayos La invención novelesca lo siguiente: “En general, los amigos –me refiero a los amigos del gremio– no se sienten felices cuando tú publicas. Cuando publiqué Hombres de caminos me sentí como ante un Tribunal. Con el dedo acusador uno de los amigos me dijo: ‘¡Has imitado a Faulkner!’. Otro: ‘Lástima. El tema del bandolerismo daba para una novela mayor’. Un tercero: ‘¡Qué descuidado eres con el lenguaje, Miguel!’.” (p. 159).

Y nos atrevemos a decir que a Miguel Gutiérrez las opiniones de sus amigos ‘le llegan (para usar un eufemismo) a la punta del pájaro’, pues quien lo entrevista –ficticiamente– pregunta:

“–Y tú, ¿cómo te sentiste?
–¿Quieres que te sea franco?
–Sabes que puedes confiar en mí.
–Sentí una erección formidable.” (Ibíd.)

Pero, después de leída la novela que aquí nos ocupa, Confesiones de Tamara Fiol (CTF) (1), creemos que Miguel Gutiérrez (MG, en adelante) debería deponer ese prejuicio que tiene respecto de “los amigos del gremio”, cuyas opiniones no necesariamente han de responder a oscuros resquemores o aviesas envidias, porque hasta dos de esas ‘opiniones de sus amigos’ a las que alude le son aplicables a CTF: ‘el descuido del lenguaje’ y ‘las limitaciones de la novela’.

Por lo que respecta al ‘descuido del lenguaje’, aquí sólo expondremos algunos ejemplos, como muestrario de evidentes errores, que difícilmente pueden anularse con el expediente de la “erección formidable”, ni con echarle la culpa al encargado de la corrección (Jorge Coaguila, quien figura como tal en los créditos editoriales, pues él –en todo caso– es corrector y no productor de errores). Pero, sin exagerar, se puede decir que son raras las páginas en las que no haya algún error (los márgenes del ejemplar que he manejado están saturados de notas y observaciones que ameritarían un artículo especial para explicarlas).

Y sobre ‘las limitaciones de la novela’, MG debería reconocer que es derecho de cualquier lector crítico opinar que ‘pudo dar para una novela mayor’. Pero si, ante este tipo de opiniones el autor se la va a pasar despotricando en ensayos posteriores, lo que se ha de entender de ello es que hay una cierta intolerancia a la crítica adversa y que, en todo caso, se quiere sólo una crítica complaciente, o que se está ninguneando a los opinantes o, por último, que todo ello responde a una piconada monda y lironda. Y de esa manera MG no hace sino contradecir lo que él mismo hizo respecto de Mario Vargas Llosa, cuando censuró el fin que da a uno de los personajes (Galileo Gall) de La guerra del fin del mundo, y dijo: “Con eso, me parece a mí, Vargas Llosa cerró la posibilidad de un desarrollo mayor de esa novela, como reflexión histórica” (2), o sea que sí se puede decir de una novela que “pudo dar para mayor” (aunque el autor considere que a él no le dio la gana de hacerlo así).

Y el hecho de que nosotros aquí creamos que el tema de CTF ‘daba para más’ explica el título de este comentario: “Confesiones de Tamara Fiol, ¿un novelón indigesto?” Aunque –es necesario aclararlo– la frase del interrogante la hemos tomado de la propia novela; en la p. 209, el narrador es recriminado por un interlocutor, de la siguiente manera: “Vamos, Morgan, déjate de cabronadas novelísticas. Lo tuyo es la crónica periodística. Convéncete. Y por lo que me cuentas de esa mina vas a terminar escribiendo un novelón indigesto.” (Cursiva nuestra).

Como se sabe, el novelista tiene libertades y licencias que le permiten transgredir el orden –y hasta la lógica– de la realidad. (3) Aunque esa libertad –también es preciso puntualizarlo–, como toda libertad, tiene sus límites, pues de lo contrario el escritor se convertiría en un iconoclasta antojadizo o un autócrata irredento. Y de ninguna manera creemos que sea ése el caso de nuestro gran amigo, y mejor novelista, Miguel Gutiérrez.

Obviamente, la condición amical que nos une a Miguel no nos inhibe sino, por el contrario, nos obliga a decir nuestra opinión de modestos lectores; modestia que –creemos– no ha de constituir un demérito de las observaciones que, desde una posición ideológica definida, nos sentimos llamados a hacer a cualquier obra frente a la cual tengamos algo qué decir. Porque nosotros creemos que no sólo los “críticos profesionales” tienen derecho a opinar; esto es algo inherente a todo lector. Opiniones que, por más limitadas o elementales o sesgadas que parezcan, son atendibles, si es que –como es nuestro caso– no buscan enervar la calidad narrativa del autor.

Desarrollo de las Confesiones

Y es pertinente señalar desde el principio que CTF viene a ratificar las virtudes narrativas de su autor, su dominio de la estructura novelística en sí, su capacidad de construir personajes humanos, no maniqueos, su habilidad para dosificar el suspenso y esconder los datos que, finalmente, iluminarán la sorpresa que el lector descubre como eficiente para la conclusión del relato, etc. Todo ello es insuperable en el trabajo artístico de MG. Pero esto, también hay que decirlo, gravita en el aspecto formal de la obra. Y bien se sabe que la obra no es sólo su aparato formal. También es portadora de un contenido, de una historia reflejada por los personajes que, quiérase o no, asimismo reflejan una determinada ideología, de la cual el autor –por más objetivo que se proponga ser– es, sin duda, responsable.

Y esa responsabilidad es relevada –como decisiva para el logro definitivo de la novela– por el mismo MG como teórico de la novela, en ensayos y entrevistas y hasta en artículos literarios. Por ejemplo, él dice que, a través de sus personajes, trata de “explorar el impacto de la historia, sobre todo cuando la historia está ligada a grandes acontecimientos, en la formación y transformación de una determinada conciencia” (“La novela del agravio”, Ibíd.) Y CTF trata de un acontecimiento trascendental: la guerra interna en el Perú de los ochenta. Un acontecimiento que, antes de ser tratado artísticamente de manera directa por MG –como en este caso de CTF– ya había sido abordado por él en su papel de crítico o estudioso literario (4), además de los trabajos artísticos precursores del tema que son sus dos importantes novelas: Hombres de caminos y La violencia del tiempo –como él mismo lo reconoce (5)–, novelas en las que apuesta por un nivel artístico que vaya “más allá de la visión que la novela proponga sobre este suceso histórico que ensangrentó el país y estremeció la conciencia de los peruanos” (Quehacer N° 132, p. 37), es decir, que la bondad artística no debe verse menoscabada por la propuesta ideológica que subyace en la novela, pero que tampoco ésta se vea clausurada por aquélla.

La novela de que aquí nos ocupamos había sido anunciada en varias ocasiones por su autor. Sin temor a equivocarnos, creemos que ya en el texto antes aludido “Épica y terror: un argumento de novela” (Quehacer N° 132-2001) se la insinuó. Dice ahí MG: “… otra idea más desatinada empezó a cautivarme: SL, acusado de impulsar una línea demasiado dura, necesita contar con una imagen femenina que sea como el rostro romántico de la organización senderista” (p. 47). Debo confesar que yo esperaba con gran expectativa la aparición de CTF, porque quería ver corroborada mi sospecha de que Tamara Fiol era la imagen femenina que constituiría ese rostro romántico, y, asimismo, ver si se lograba plasmar el principio, antes enunciado, del valor artístico dando forma a la propuesta ideológica o, para decirlo con palabras del mismo MG: ‘un suficiente nivel artístico (…) que tenga como trasfondo el clima creado por la guerra senderista’ (Quehacer, Ibíd., p. 37).

Desactivando el epígrafe

Vayamos por partes. Después de la dedicatoria de CTF se pasa a la página del epígrafe que vemos como un anuncio de “campo minado”, y nos vemos obligados a desactivar esa mina que es el epígrafe aludido:

"Digamos que ganaste la carrera
y que el premio
era otra carrera
que no bebiste el vino de la victoria
sino tu propia sal
que jamás escuchaste vítores
sino ladridos de perros
y que tu sombra
tu propia sombra
fue tu única
y desleal competidora".

Blanca Varela

Digamos, en principio, que el epígrafe es elección del autor (no del narrador, en tanto éste es otro personaje –también inventado por el autor– para que narre la historia de la novela). Y si, como en este caso, en ese epígrafe se reflejan aspectos relacionados con una determinada concepción del mundo, es obvio que es el autor quien los está proponiendo como atendibles, sin que de esto se pase a identificar las ideologías del autor del epígrafe y del autor de la novela.

Salvo declaración expresa en contrario, se hace una cita (se elige un epígrafe) porque se acepta su pertinencia. En el caso de CTF, la autora del epígrafe es la poeta Blanca Varela, quien siempre ha estado adscrita al canon de la poesía pura. Esto lo confirma el mismo MG cuando dice: “Blanca Varela, que luego de su vinculación con el grupo que se reúne en torno a ‘Las moradas’, vive la experiencia cosmopolita de París con Julio Cortázar y Octavio Paz y los existencialistas franceses, confiesa tener entre sus poetas preferidos a T.S. Eliot.” (La generación del cincuenta, p. 67).

Esa experiencia cosmopolita, existencialista, purista, apuesta por una visión pesimista, desencantada, escéptica, de la realidad; es más, para esa concepción el optimismo es una actitud digna de desconfianza. Y, leído el epígrafe, no se puede menos que percibir esas notas características del escepticismo, el pesimismo y el desencanto, en una palabra: el abismo (el callejón sin salida, el túnel hermético).

Todo ello saturado incluso con cierto humor corrosivo: “Digamos que ganaste la carrera / y que el premio / era otra carrera” (…) “que tu sombra / tu propia sombra / fue tu única / y desleal competidora”. Pero es una ironía que no redime del fracaso, porque si bien es cierto la lucha por algo (como todo en la vida) siempre tiene un lado positivo, aunque sea el hecho mismo de haber intentado cruzar el río, que –en sí– constituye alcanzar una meta: el haber vencido el propio miedo; sin embargo, no significa haber logrado la victoria; en tanto el objetivo final no se alcanzó. Entonces, el resultado no es una ‘victoria dulce’ sino ‘amarga’, y es así que la voz lírica, en segunda persona, dice: “que no bebiste el vino de la victoria / sino tu propia sal / que jamás escuchaste vítores / sino ladridos de perros”.

De lo dicho se colige que MG está admitiendo como válida esa manera de ver el mundo. Y, en la medida que CTF es la ficción que –en un artículo– MG se planteaba realizar, decía: "una ficción que no sea ni apología ni condena ni gratuito entretenimiento, sino una exploración honrada sobre un proceso tan complejo e intimidante, que dista de haberse cerrado, como nos los (sic) recordaron cruelmente las pavorosas imágenes de los atentados de Nueva York y Washington” (Quehacer N° 132, p. 40), se debe reconocer que, en efecto, MG acertó al elegir el epígrafe. Es decir, es aplicable a la acción armada de Sendero Luminoso.

Pero –cuidado– obsérvese que no lo está haciendo desde la perspectiva de la revolución, sino desde su propia decepción de ella. Y, en tal sentido, cabe preguntar: ¿MG está proponiendo que cualquier intento similar, que asuma la lucha armada como táctica para conquistar el poder por parte de las clases explotadas, siempre conducirá al fracaso? ¿Estamos condenados a asumir esa visión del pesimismo pequeñoburgués, que muy bien sintetizó Julio Ramón Ribeyro en la siguiente expresión: La tentación del fracaso?

Pero ¿es CTF una “exploración honrada” del conflicto?

Aunque esta debiera ser una conclusión a dilucidar al final, podemos empezar por ella, pues es el resultado que confirma o justifica el título de este trabajo. Y la respuesta la da el mismo narrador, Morgan Escott Batres (un periodista extranjero, corresponsal de guerra), quien dice lo siguiente: “… aunque mi trabajo resultara un golpe a mi economía, yo no pararía hasta terminar esta historia que, a medida que he ido investigando y recogiendo testimonios más que de la guerra, trata de la pasión amorosa de una luchadora y mujer de moral superior que sucumbe al poder erótico de un sujeto repulsivo como fue Raúl Arancibia.” (p. 221).

Y es así, en efecto: la novela CTF desmiente aquel anuncio del autor de que se proponía escribir una historia ‘que tenga como trasfondo el clima creado por la guerra senderista’, pues ésta –la guerra senderista– no aparece por ningún lado, y ni siquiera trata de una mujer senderista, sino de una mujer cuya condición de luchadora (resaltada por el narrador) no se llega a mostrar ni a demostrar, y cuya “moral superior” igualmente no se muestra ni se demuestra (sino todo lo contrario). Además, del texto mismo se desprende que Morgan no viene a documentar la guerra subversiva, sino a realizar dos reportajes, uno a las “Mujeres de Sendero” (que no es lo mismo que aquella, máxime si a quienes entrevista es a las senderistas prisioneras, y no a las militantes en actividad) y el otro reportaje o entrevista es a Tamara Fiol. Y se nota que estos dos asuntos lo apasionan más que la situación explosiva que se está desarrollando frente a sus ojos y sus oídos; un reportero de guerra muy sui generis que, por lo demás, no proyecta una figura edificante pues se solaza en sus aficiones de marihuanero (6), fumador empedernido, gran bebedor de cerveza y más preocupado por hacer el amor con una colega periodista, Muriel Tipiani, a la que igualmente cholea: “Muriel es una chica atractiva y recia (del tipo que he oído que aquí llaman cholo), de pechos breves y de curvas espectaculares.” (p. 56).

Este narrador, pues, no se iba a medir en repetir sin mesura todas las expresiones racistas que embadurnan la novela. Y de este exceso no puede exonerarse al autor, porque él ha podido poner una figura de contrapeso que hubiera exaltado los valores y perfiles positivos de las razas vilipendiadas: cholos, indígenas, serranos, negros, zambos, que son la inmensa mayoría de la población peruana, que ni siquiera figuran como masa o conglomerado anónimo, a manera de telón de fondo, porque sus presencias son esporádicas y de nominación puntual o particular.

Y, contrariamente a lo esperado, hay explícito un cierto pesar por la penuria de los “señores blancos” de Ayacucho, como cuando TF cuenta de un personaje que compró una casona a uno de esos señores y manifestó haberse sentido “una especie de estafador que se aprovechaba del hambre que venían padeciendo estos señores desde hacía muchísimos años, pues los únicos capitales que tenían eran sus antiguos solares y sus hijas, a quienes casaban con los catedráticos cholos (7) que habían llegado a Huamanga desde la reapertura de la Universidad de San Cristóbal” (p- 28). (8) Y, como juego de espejos, la misma TF sin conocer directamente a Cucho Canessa, lo describe como un “muchacho alto, atlético, blanco, castaño, guapo, buen basquetbolista y destacaba en matemáticas e historia” (p. 272), y cuando se entera de su asesinato siendo ya “Director del Servicio de Inteligencia de la Marina de Guerra, por terroristas presuntamente de Sendero Luminoso” (p. 347), sentirá conmiseración por él pese a que ella sólo lo conoce por las referencias que le da Raúl Arancibia –una especie de rival de Canessa, desde la niñez– en las que es rememorado como “un chico apuesto, lindo carismático, inteligente y solidario con sus compañeros, virtudes de las cuales Raúl Arancibia hacía escarnio” (p. 345). Son todas éstas remembranzas que hace TF, pero ella no manifiesta su rechazo cuando el mismo Arancibia le contaba que, en esa misma infancia, añoraba a un supuesto hermano que había sido robado por los gitanos, y de quien decía que “tenía la piel blanca, el pelo dorado, los ojos azules”, y con quien “trazaban los planes para dirigir la pandilla y hacer la guerra y derrotar y dominar a los cholos y negros del otro lado del río” (p. 158).

1 Miguel Gutiérrez, Confesiones de Tamara Fiol, Lima, Alfaguara: Editorial Santillana, 2009.

2 Abraham Siles Vallejos, “La novela del agravio”, entrevista a M.G., en: Quehacer, N° 77, Lima, mayo-junio, 1992, pp. 106. (Cursiva nuestra).

3 Una ilustración de esa libertad del novelista la da Arturo Pérez Reverte en El club Dumas. Ahí un personaje le dice a otro –haciendo referencia a Dumas–: “Aquel hombre rezumaba amor al pueblo y a la libertad”, y el otro le responde: “Aunque su respeto por el rigor de los hechos fuese relativo.” Y el primero retruca: “Eso es lo de menos. ¿Sabe qué respondía a quienes le acusaban de violar la Historia?... ‘La violo, es cierto. Pero le hago bellas criaturas’.” Arturo Pérez Reverte, El Club Dumas, Madrid, Santillana, 1999, p. 27.

4 Cf. Los andes en la novela peruana actual, Lima, Editorial San Marcos, 1999; El pacto con el diablo, Lima, Editorial San Marcos, 2007; “No pudimos descubrir el resplandor del fuego”, en Quehacer N° 39, Lima, febrero-marzo, 1986; “Épica y terror: un argumento de novela”, en Quehacer N° 132, Lima, septiembre-octubre, 2001.

5 “Tres de mis novelas” (alude a las dos mencionadas y a Babel, el paraíso) “escritas en la década del 80 y principios de los 90 tienen como secreto referente el clima cruento de guerra que vivía el país en esos años.” Quehacer N° 132, p. 38.

6 “La única vez que abordé este tema, a pedido de Muriel –estábamos en un hueco de Barranco, muy marihuaneados, a la luz de lamparines, pues había un apagón general–…” (p. 53).

Continuará.

lunes, 30 de agosto de 2010

Angelina Uzín Olleros* : La propuesta estética de Mariátegui y su resonancia política

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir"
es el lema de http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/


Homenajear a José Carlos Mariátegui es ante todo recobrar una voz silenciada, recuperar del olvido y traer a la memoria un pensamiento que, a pesar del tiempo transcurrido desde su muerte, sigue estando activo y recobra actualidad en el panorama latinoamericano de nuestro tiempo.

En su carta al escritor Enrique Espinoza, director de "La vida literaria", fechada el 10 de enero de 1927, se presenta como un autodidacta, propulsor de la reforma universitaria en Perú, orientado hacia el socialismo y autor de artículos que responden al método marxista. Su breve y concisa nota autobiográfica sirve para decirnos quién era y hacia dónde se dirigía. Algo podemos agregar: su coherencia, su erudición, su permanencia ante nosotros habitantes de los comienzos del siglo XXI.

En las sucesivas décadas luego de su desaparición física se ha debatido en el ámbito universitario y fuera de él si existe un arte latinoamericano, una filosofía latinoamericana; si es posible acuñar un pensamiento propio, autóctono, cargado de originalidad. Una orientación de dicha discusión se posiciona en el rechazo por toda cultura anterior a la conquista, reivindicando como verdadero aquello que procede de la civilización europea; en otra dirección vemos diversas perspectivas que promueven el rescate de las culturas precolombinas para proclamar que todo lo foráneo es colonialista y etnocéntrico.

Los olvidos y silencios vendrán de la mano de uno u otro punto de vista; Mariátegui nos señala un sendero alternativo a esta encerrona trágica: el reconocimiento del Inca como lo propio y lo que llega de la otra orilla del mundo como una forma más de lo humano, se trata pues de abrirnos a una manera de traducir pensamientos que pueden ser libertarios o pueden ser conservadores.

Podemos leer a Kant desde la izquierda o desde la derecha. Podemos tomar de Hegel una u otra lectura, forjar el mundo simbólico para integrarnos o para rechazar todo aquello que se considera bárbaro, salvaje, extraño.

Mariátegui dijo en su presentación de Amauta

".consideraremos siempre al Perú dentro del panorama del mundo. Estudiaremos todos los grandes movimientos de renovación políticos, filosóficos, artísticos, literarios, científicos. Todo lo humano es nuestro. Esta revista vincula a los hombres nuevos del Perú, primero con los de los otros pueblos de América, enseguida con los otros pueblos del mundo" 1.

La crítica literaria, la crítica filosófica, la crítica cultural, son en definitiva programas revolucionarios que no se agotan en preocupaciones teóricas sino que invitan y desafían a la praxis, a la toma de posición, al riesgo de defender ideas y prácticas que como diría Walter Benjamin le pasan el cepillo a contrapelo de la historia.

El pensamiento estético de Mariátegui no puede escindirse de su posicionamiento ideológico y de su apuesta política. El artista al igual que el intelectual debe comprometerse con su época, con las vicisitudes y desigualdades impuestas por el sistema capitalista; la obra de arte no puede ser convertida en una técnica bajo la mirada del experto para luego darle un valor en el mercado, la obra de arte no debe ser degradada a mera mercancía.

Como él mismo lo expresa:

".La burguesía quiere del artista un arte que corteje y adule su gusto mediocre. Quiere, en todo caso, un arte consagrado por sus peritos y sus tasadores. La obra de arte no tiene, en el mercado burgués, un valor intrínseco sino un valor fiduciario." 2.

Por estas razones, la crítica de arte es al mismo tiempo crítica social y cultural, ya que el arte no puede escapar a los modos de producción que imperan en su tiempo y la falsa conciencia que impone la clase dominante. El arte debe ser movido por la fe porque como el mismo Mariátegui lo afirma: marchar sin una fe es marchar sin una meta.

Enuncia entonces en cada época la problemática estética por la que tuvieron que atravesar los artistas en su lucha o en su conformismo, hasta arribar al panorama de comienzos de siglo XX caricaturizado por el capitalismo imperialista.

Agrega en el mismo artículo que

".El éxito de un pintor depende, más o menos, de las mismas condiciones que el éxito de un negocio.", igual suerte corre la política, transformada en una administración de los capitales que concentran el dominio a las que son sometidas las clases proletarias. Su consecuencia inmediata es que "Esta época de compleja crisis política es también una época de compleja crisis artística" 3.

El arte es capaz de nombrar lo innombrable de su tiempo, su lenguaje excede el habla ordinaria, el arte si no es revolucionario deja de ser aquello para lo que ha sido destinado desde siempre: un motor de transformación social e histórica; el alma de un hombre nuevo, de un mundo nuevo. "El artista que no siente las agitaciones, las inquietudes, las ansias de su pueblo y de su época, es un artista de sensibilidad mediocre, de comprensión anémica" 4.

Cuando el arte pierde su fe transformadora, su capacidad de creación cultural, su ánimo combativo y libertario queda atrapado en la protesta reaccionaria, aquella que enuncia su disconformidad con su época pero que no le permite cambiarla sino regresar a un pasado más lamentable aún; el arte que no propone un nuevo horizonte, se queda en el conservadurismo de una queja que prefiere descalificar la burguesía para reivindicar la aristocracia.

No existe un pesimismo exacerbado en su observación, no todo el arte de comienzos del siglo XX es conservador, porque advierte la presencia de un arte revolucionario o que está en camino de serlo, de lo que se trata es de diferenciar uno de otro; descifrar la injusticia de una época no lo condena a renunciar al optimismo de la transformación de lo dado.

Para Mariátegui

"La revolución artística está en marcha. Son muchas sus exageraciones, sus destemplanzas, sus desmanes. Pero es que no hay revolución mesurada, equilibrada, blanda, serena, plácida. Toda revolución tiene sus horrores. Es natural que las revoluciones artísticas tengan también los suyos. La actual está en el período de sus horrores máximos" 5.

El arte y la política comparten el lugar de la invención, como decía Simón Rodríguez "O inventamos o erramos". Para transformar el tiempo actual es necesario comprender sus modos de producción, su industria cultural, sus formas de legitimar el poder; sin embargo el intelectual, el filósofo, también debe emprender el camino de la invención, de la creación, del compromiso militante.

"No es posible entregarse a medias a la Revolución. La revolución es una obra política. Es una realización concreta. Lejos de las muchedumbres que la hacen, nadie puede servirla eficaz y válida¬mente. La labor revolucionaria no puede ser aislada, individual, dispersa. Los intelectuales de verdadera filiación revolucionaria no tienen más remedio que aceptar un puesto en una acción colectiva" 6.

Esta acción colectiva viene preñada de teorías y de herencias, la acompañan lo sueños y los anhelos de sus hombres y mujeres que se atreven a reclamar justicia; el arte es y seguirá siendo esa posibilidad del gesto que reúne a los oprimidos, que convoca a los sin parte, que reconoce a los sin voz; el arte es el acto que plasma las voces, los colores, las sinfonías que fueron sepultadas por los prejuicios y los crímenes en nombre del progreso y de la cultura de elite, el arte es la condición de posibilidad de la invención política, si el arte es revolucionario la política también lo será, pero ambos como parte de una cultura que puede integrar a su ciencia, a su literatura, a su pensamiento, a su producción, como integrantes de un proyecto revolucionario.

Actualmente tanto el arte como la política suelen ser víctimas de muchos prejuicios, uno de ellos radica en el hecho de afirmar que el arte no es un pensamiento, que la obra de arte no enuncia verdad alguna, que -en definitiva- lo artístico no debe estar acompañado por ninguna preocupación moral ni comprometerse con los avatares de su tiempo. Por su parte la política ha quedado reducida, en muchos casos, a la afiliación partidaria, y fuera de eso el ciudadano que paga impuestos afirma con mucha frecuencia no involucrarse políticamente en sus apreciaciones o en sus ideales.

Intelectuales y artistas, así como también científicos y profesionales, no sienten la necesidad ni la preocupación por el compromiso político con las circunstancias de su sociedad o la toma de decisiones de su país o su región.

El ser humano -desde la mirada revolucionaria- es una posibilidad que se abre en la condición de su existir, que se despliega y se manifiesta en su ser libre, lo humano se expresa en los proyectos arrojados a la existencia sin ser determinados por un otro superior, sino por el accionar mismo de su forma particular de existir. El ser humano es siempre un proyecto que se realiza en sus acciones, en sus decisiones y en sus elecciones, es por lo tanto todo lo que hace.

El papel de la conciencia de nuestro lugar en el mundo es fundamental para crear humanidad, para elegirnos a través de nuestra actuación en el mundo. Entre lo posible y lo real, entre lo deseado y lo sufrido, nuestra conciencia se controla a sí misma; por nuestra conciencia podemos cambiar la historia, podemos volvernos diferentes. Nuestra conciencia nos plantea a nosotros mismos como existentes especiales en el mundo, por ella sabemos que existimos y que podemos existir de diversas maneras.

La crítica de arte como conciencia reflexiva nos permite modificarnos a nosotros mismos, está centrada en la imaginación, en la imagen que hemos construido sobre nosotros y sobre lo que proyectamos de nuestra propia vida. En el optimismo de la libertad se encuentra el pesimismo por lo que el hombre hace o hizo de o con su libertad.

Lo humano es una posibilidad entre muchas, somos esa posible combinación de decisiones y elecciones que se despliegan en la acción; el humanismo ya no está garantizado por una razón humana benevolente y colonizadora, el humanismo es todo lo que el hombre es capaz de hacer.

La filosofía pudo ser "un arma para la revolución", arma simbólica o real concreta. Pero hoy las revoluciones han quedado opacadas por los cambios vertiginosos que no transforman nada, por las transparencias que no muestran todo -muestran tan sólo más apariencias-. El filósofo es un revolucionario devenido en comunicador social, un militante travestido en promotor cultural, algo similar ocurre con el artista.

Las armas de la revolución son las armas de la verdadera protesta y del compromiso libre, político, revolucionario de los que pensaron y piensan la utopía como lugar posible, como espacio en construcción, como sueño potencial para llevar al acto.

Para la historiadora de arte Maria Teresa Constantín 7, el límite entre artes plásticas y política se hace evidente en momentos de tensión social y política, cuando el artista "busca la calle" y juega a convertirse en "manifestante" para romper con los circuitos cerrados, los controles del mercado de las galerías y las limitaciones técnicas que no le permiten llegar inmediatamente a lo popular.

Constantín destaca dos momentos a propósito del arte como dispositivo de construcción política. La primera señal de unión entre arte y política se dio dos años antes de la Revolución Francesa (1789), cuando el artista Jacques-Louis David pintó "El juramento de los Horacios", una obra con la que intentaba significar los tiempos que se avecinaban sobre Francia, una época de búsqueda de una sociedad con libertad, igualdad y fraternidad.

En Argentina, la muestra "Tucumán Arde", realizada en 1968 -año del Mayo Francés y a meses del Cordobazo- por artistas de vanguardia rosarinos y porteños en la CGT de los Argentinos de Rosario y Capital Federal, fue la aproximación mejor lograda entre arte y política, según algunos teóricos del arte. Otros continúan discutiendo si se considera a la muestra, que denunció la pobreza provocada por los ingenios azucareros tucumanos, como arte o sólo una acción política.

Cuando el arte se posiciona políticamente suele ser censurado por la crítica burguesa que insiste en que el arte es una técnica despojada de ideología y moralmente neutra.

En el presente, los límites entre la crítica de arte y la protesta social están quizás desdibujados en términos políticos, por detrás o por debajo de la crítica, que se transforma en protesta, están siempre un destierro, un encierro, una intemperie, un borde, una desesperación. La crítica, la que hace posible la protesta, es la que puede construir un arco: un arco del triunfo para pasar de un lado a otro de la misma calle, cruzarnos de vereda.

La singularidad de América Latina está presente en su arte, en sus avatares políticos, en sus universos culturales unas veces en choque y otras veces en armonía. Mariátegui es un fiel representante de esa singularidad, su pensamiento, su obra no sólo cobra actualidad aquí y ahora en esta evocación, su obra está "cargada de futuro" como dijo Ángel Rama acerca de Los siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.

Mariátegui, escritor peruano, latinoamericano, ciudadano del mundo, como él decía: Todo lo humano es nuestro, todo lo humano es nuestro desde nuestra singularidad.

Muchas gracias.



Notas:
1. Mariátegui, J. C. Presentación de Amauta. Septiembre de 1926.
2. Mariátegui, J. C. El artista y su época. Publicado en Mundial Lima. 14 de octubre de 1925.
3. Mariátegui, J.C. Tópicos del arte moderno. Publicado en Variedades. Lima. 26 de enero de 1924.
4. Mariátegui, J. C. Crítica literaria. Pág. 57. "Los amantes de Venecia de Charles Maurras".
5. Ídem. Págs. 57-58. "Aspectos nuevos y viejos del futurismo".
6. Mariátegui, J. C. La escena contemporánea. "El grupo Clarté".
7. http://agencianan.blogspot.com/

Bibliografía:

Astesano, Eduardo. Historia socialista de América Latina. Editorial Relevo. Buenos Aires. 1973.
Mariátegui, José Carlos. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Prometeo. Argentina. 2010.
Mariátegui, J. C. El artista y la época. Biblioteca Amauta. Perú 1978.
Mariátegui, J. C. El proletariado y su organización. Editorial Grijalbo. México. 1970.
Mariátegui, J. C. Crítica literaria. Editorial Jorge Álvarez. Argentina. 1969.

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* Ponencia de Angelina Uzín Olleros, en el Encuentro Internacional sobre la Singularidad de América Latina a 80 años de la muerte de José Carlos Mariátegui.

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Fuente: Blog de Roberto Paez Gonzales: http://robertopaezgonzalez.wordpress.com/2010/08/22/propuesta-estetic...

jueves, 26 de agosto de 2010

Gabriel García Márquez: “El cataclismo de Damocles”

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/


Conferencia ofrecida por el Nobel de Literatura en Ixtapa, México, de 1986. Gabriel García Márquez pronunció el siguiente discurso el 6 de agosto de 1986, en el aniversario 41 de la bomba de Hiroshima.

Un minuto después de la última explosión, más de la mitad de los seres humanos habrá muerto, el polvo y el humo de los continentes en llamas derrotarán a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo. Un invierno de lluvias anaranjadas y huracanes helados invertirá el tiempo de los océanos y volteará el curso de los ríos, cuyos peces habrán muerto de sed en las aguas ardientes, y cuyos pájaros no encontrarán el cielo. Las nieves perpetuas cubrirán el desierto del Sahara, la vasta Amazonía desaparecerá de la faz del planeta destruido por el granizo, y la era del rock y de los corazones transplantados estará de regreso a su infancia glacial. Los pocos seres humanos que sobrevivan al primer espanto, y los que hubieran tenido el privilegio de un refugio seguro a las tres de la tarde del lunes aciago de la catástrofe magna, sólo habrán salvado la vida para morir después por el horror de sus recuerdos. La Creación habrá terminado. En el caos final de la humedad y las noches eternas, el único vestigio de lo que fue la vida serán las cucarachas.

Señores presidentes, señores primeros ministros, amigas, amigos:

Esto no es un mal plagio del delirio de Juan en su destierro de Patmos, sino la visión anticipada de un desastre cósmico que puede suceder en este mismo instante: la explosión -dirigida o accidental- de sólo una parte mínima del arsenal nuclear que duerme con un ojo y vela con el otro en las santabárbaras de las grandes potencias.

Así es: hoy, 6 de agosto de 1986, existen en el mundo más de 50.000 ojivas nucleares emplazadas. En términos caseros, esto quiere decir que cada ser humano, sin excluir a los niños, está sentado en un barril con unas cuatro toneladas de dinamita, cuya explosión total puede eliminar 12 veces todo rastro de vida en la Tierra. La potencia de aniquilación de esta amenaza colosal, que pende sobre nuestras cabezas como un cataclismo de Damocles, plantea la posibilidad teórica de inutilizar cuatro planetas más que los que giran alrededor del Sol, y de influir en el equilibrio del Sistema Solar. Ninguna ciencia, ningún arte, ninguna industria se ha doblado a sí misma tantas veces como la industria nuclear desde su origen, hace 41 años, ni ninguna otra creación del ingenio humano ha tenido nunca tanto poder de determinación sobre el destino del mundo.

El único consuelo de estas simplificaciones terroríficas -si de algo nos sirven-, es comprobar que la preservación de la vida humana en la Tierra sigue siendo todavía más barata que la peste nuclear. Pues con el sólo hecho de existir, el tremendo Apocalipsis cautivo en los silos de muerte de los países más ricos está malbaratando las posibilidades de una vida mejor para todos.

En la asistencia infantil, por ejemplo, esto es una verdad de aritmética primaria. La UNICEF calculó en 1981 un programa para resolver los problemas esenciales de los 500 millones de niños más pobres del mundo, incluidas sus madres. Comprendía la asistencia sanitaria de base, la educación elemental, la mejora de las condiciones higiénicas, del abastecimiento de agua potable y de la alimentación. Todo esto parecía un sueño imposible de 100.000 millones de dólares. Sin embargo, ese es apenas el costo de 100 bombarderos estratégicos B-1B, y de menos de 7.000 cohetes Crucero, en cuya producción ha de invertir el gobierno de los Estados Unidos 21.200 millones de dólares.

En la salud, por ejemplo: con el costo de 10 portaviones nucleares Nimitz, de los 15 que van a fabricar los Estados Unidos antes del año 2000, podría realizarse un programa preventivo que protegiera en esos mismos 14 años a más de 1.000 millones de personas contra el paludismo, y evitara la muerte -sólo en África- de más de 14 millones de niños.

En la alimentación, por ejemplo: el año pasado había en el mundo, según cálculos de la FAO, unos 565 millones de personas con hambre. Su promedio calórico indispensable habría costado menos de 149 cohetes MX, de los 223 que serán emplazados en Europa Occidental. Con 27 de ellos podrían comprarse los equipos agrícolas necesarios para que los países pobres adquieran la suficiencia alimentaría en los próximos cuatro años. Ese programa, además, no alcanzaría a costar ni la novena parte del presupuesto militar soviético de 1982.

En la educación, por ejemplo: con sólo dos submarinos atómicos tridente, de los 25 que planea fabricar el gobierno actual de los Estados Unidos, o con una cantidad similar de los submarinos Typhoon que está construyendo la Unión Soviética, podría intentarse por fin la fantasía de la alfabetización mundial. Por otra parte, la construcción de las escuelas y la calificación de los maestros que harán falta al Tercer Mundo para atender las demandas adicionales de la educación en los 10 años por venir, podrían pagarse con el costo de 245 cohetes Tridente II, y aún quedarían sobrando 419 cohetes para el mismo incremento de la educación en los 15 años siguientes.

Puede decirse, por último, que la cancelación de la deuda externa de todo el Tercer Mundo, y su recuperación económica durante 10 años, costaría poco más de la sexta parte de los gastos militares del mundo en ese mismo tiempo. Con todo, frente a este despilfarro económico descomunal, es todavía más inquietante y doloroso el despilfarro humano: la industria de la guerra mantiene en cautiverio al más grande contingente de sabios jamás reunido para empresa alguna en la historia de la humanidad. Gente nuestra, cuyo sitio natural no es allá sino aquí, en esta mesa, y cuya liberación es indispensable para que nos ayuden a crear, en el ámbito de la educación y la justicia, lo único que puede salvarnos de la barbarie: una cultura de la paz.

A pesar de estas certidumbres dramáticas, la carrera de las armas no se concede un instante de tregua. Ahora, mientras almorzamos, se construyó una nueva ojiva nuclear. Mañana, cuando despertemos, habrá nueve más en los guadarneses de muerte del hemisferio de los ricos. Con lo que costará una sola alcanzaría -aunque sólo fuera por un domingo de otoño- para perfumar de sándalo las cataratas del Niágara.

Un gran novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna vez si la Tierra no será el infierno de otros planetas. Tal vez sea mucho menos: una aldea sin memoria, dejada de la mano de sus dioses en el último suburbio de la gran patria universal. Pero la sospecha creciente de que es el único sitio del Sistema Solar donde se ha dado la prodigiosa aventura de la vida, nos arrastra sin piedad a una conclusión descorazonadora: la carrera de las armas va en sentido contrario de la inteligencia.

Y no sólo de la inteligencia humana, sino de la inteligencia misma de la naturaleza, cuya finalidad escapa inclusive a la clarividencia de la poesía. Desde la aparición de la vida visible en la Tierra debieron transcurrir 380 millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros 180 millones de años para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos a diferencia del bisabuelo pitecántropo, fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en la edad de oro de la ciencia, haber concebido el modo de que un proceso milenario tan dispendioso y colosal, pueda regresar a la nada de donde vino por el arte simple de oprimir un botón. Para tratar de impedir que eso ocurra estamos aquí, sumando nuestras voces a las innumerables que claman por un mundo sin armas y una paz con justicia. Pero aún si ocurre -y más aún si ocurre-, no será del todo inútil que estemos aquí. Dentro de millones de millones de milenios después de la explosión, una salamandra triunfal que habrá vuelto a recorrer la escala completa de las especies, será quizás coronada como la mujer más hermosa de la nueva creación. De nosotros depende, hombres y mujeres de ciencia, hombres y mujeres de las artes y las letras, hombres y mujeres de la inteligencia y la paz, de todos nosotros depende que los invitados a esa coronación quimérica no vayan a su fiesta con nuestros mismos terrores de hoy. Con toda modestia, pero también con toda la determinación del espíritu, propongo que hagamos ahora y aquí el compromiso de concebir y fabricar un arca de la memoria, capaz de sobrevivir al diluvio atómico. Una botella de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo, para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí existió la vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad. Y que sepa y haga saber para todos los tiempos quiénes fueron los culpables de nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que esta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y por qué intereses tan mezquinos la borraron del Universo.

(c) GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

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