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miércoles, 14 de julio de 2010

Julio Carmona: VIDA, ARTE Y AMISTAD

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir"
es el lema de http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/


Plática con Rosina Valcárcel
De niños soñábamos tener una patria llena de amigas y amigos. Hoy, bajo la frialdad absoluta de Lima, evoco a un escritor de los años ’70, cuando primaban el fuego, la esperanza y algunos dogmatismos políticos. Nos tocó compartir el primer premio de poesía José María Arguedas (APJP 1974). Ambos colaboramos con Redacción Popular, revista democrática a cargo de Raúl Isman, agudo hermano argentino (desde el 2006). Hago un viaje imaginario. Nos abrazamos como dos sobrevivientes, ya sin ocultar nuestro aprecio amical fortalecido durante los últimos diez años. Julio, el de los ojos obsidiana, la sonrisa franca y las manos cálidas me recibe en Piura (la tierra de mi madre), me invita un vaso de chicha y unos tamalitos verdes. Platico con él. Julio es parte de mis referentes afectivos tanto por su identificación con los pueblos, su rebeldía, espíritu solidario, como por su ritmo, ingenio singular, lealtad y ternura constante por la humanidad.

Rosina Valcárcel

INFANCIA

"Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla", decía don Antonio Machado. Yo también puedo expresar lo mismo, pero cambiando Sevilla por Chiclayo (que es como –según expresión de Eleodoro Vargas Vicuña– comparar un desnudo griego con un cholo calato). Pero son recuerdos, pues. Y, en efecto, la infancia es la etapa más feliz de la vida. Ahora que yo era un jodido (desde chiquito: “genio y figura”), eso sí debo reconocerlo; especialmente en las comidas. No me gustaba la sopa con verduras, éstas eran “disparates” para mí. Que la carne está dura o está gorda o que esa menestra no me gusta (sin haberla probado). Ya, hijito, entonces te hago un huevito frito –mamá. Así cualquiera, pues. Infancia feliz. Ahora te diré que eso me sirvió para dejar de comer grasas y carnes rojas, es decir me auto-obligué a “comer sano”; resultado: cuerpo sano y mente sana: mismo griego. Y, bueno, los amores infantiles: tal vez los más apabullantes, por las sensaciones misteriosas que traían aparejadas. Además, obligado a enamorarme de la maestra (no defraudé a Freud). La rememoro en la nebulosa de la nostalgia: una belleza (un tanto difuminada, pero belleza al fin). Y luego que me deshago de esa visión, me digo: ahora debe ser una ancianita (o tal vez ha muerto), si yo mismo estoy jugando entre esas dos opciones. ¿Te imaginas? Pero todo paraíso tiene su final. Y hay que enfrentarse a la vida brava. La maestra vida, camará. Y cuando uno ha sido buen alumno continúa aprendiendo en ella, para bien. Más aún si ya desde entonces iba creciendo el bichito de la creatividad. Todo eso mirado en retrospectiva es genial. Por eso, gracias, Rosi, por esta plática, resucitadora de ese mundo refundido en los meandros de la memoria.

RELACIÓN CON LA MADRE

Algo que me viene a la memoria, en relación con mi madre, es que en 1956 la acompañé a votar para las presidenciales, pues en esa oportunidad se concedió el voto a las mujeres. Era el fin de la dictadura de Odría. Mamá creo que votó por Manuel Prado. Ella no sabía nada de política. Pero siempre la escuchaba decir que para ella el mejor presidente había sido Leguía. Era evidente que lo decía influida por comentarios de mi abuelo quien era un tanto conservador. Imposible que él hubiera sido socialista si hasta medio potentado era. Pero toda su fortuna se hizo humo. Y el destino lo reivindicó con un nieto comunista. Yo no conocí al abuelo. Pero vi muchas fotos suyas: de grandes bigotes a la usanza de la época. Era aficionado a la fotografía. Y hasta medio inventor era, o como le llamaban entonces "curioso". Importaba artefactos un tanto raros. Hasta muy avanzada mi juventud se conservaba en casa uno de esos que le había servido para curar -decía mi madre- casos de locura. Se trataba de un pequeño aparato para aplicar electroshock. Él mismo era medio loco. Ninguno de sus hijos salió como él. Aunque todos fueron buenas personas (lo digo por referencias de mi madre). De todos -algo así como cinco- conocí al mayor. Él y mi madre sobrevivieron a los otros. Mi tío dejó muchos hijos, en varias “esposas”. Era un don Juan (precisamente, se llamaba Juan, Juan Carmona). Había otro, Moisés, que murió joven, y dibujaba y escribía poemas (llegué a ver algunos de sus dibujos y un poema suyo publicado en un diario de Chiclayo, pero nada de ello se conserva). Seguro por ahí me viene lo del dibujo, la escultura y la literatura. Pero quien influyó decisivamente en mi inclinación por la poesía fue mi madre. De profesión ama de casa, realizaba todas sus tareas domésticas cantando tristes, valses, yaravíes (tenía un cuaderno lleno de ellos: por allí creo que lo tengo entreverado entre tanta papelería en el "cuarto de los Buendía"). Hubiera sido imposible que ese repertorio de letras populares no influyera en mi espíritu. Por eso adopté el apellido de ella para firmar mis trabajos poéticos. Habría sido injusto firmarlos con mi apellido paterno (Fernández), pues de mi padre no recuerdo que hubiera hablado de poesía. Y, en todo caso habría dicho: "Podrá no haber poetas / pero siempre habrá policía". Lo vi muy poco en casa. Por razones de trabajo (y de otra familia) no estaba en Chiclayo. Después, definitivamente dejó de venir a nuestra casa. Y no lo volví a ver más. O cuando ocurrió llegué a percibir que yo no le inspiraba mucho afecto. Peor para él. Es justo, pues, que, si de algo sirve mi trabajo creador, vaya acompañado con el apellido de mi madre. Justo homenaje a una gran mujer.

DE BARRIOS Y PALOMILLADAS

Esa es una de mis falencias: no tuve un barrio estable y duradero. Cuando ya estaba haciendo amigos y agarrando ambiente, mamá nos decía (a mi hermana y a mí): "Llegó la hora de partir". Los primeros años de mi niñez transcurrieron en Chiclayo en una casa enorme, herencia de mi abuelo (y en la que lo mataron para robarle, pero éste es otro cuento). Qué digo, allí habré estado hasta los nueve años. Luego fuimos a vivir a Lima (allí fue cuando acompañé a mi madre a votar): la estadía en Lima duró unos tres años. Luego regresamos a Ferreñafe, al campo. En mi caso ocurrió lo contrario de la guerra popular, pues fui de la ciudad al campo. Fue la etapa bucólica de mi vida: entre pájaros y árboles. Mis amigos eran los hijos de los campesinos. Y estudié primaria hasta los quince años. Luego fui a Chiclayo a estudiar secundaria en el Colegio San José, y como fui becado al terminar primaria, allí pasé cinco años en el internado: otra experiencia maravillosa, etapa en la que hice algunos amigos, pero que después cuando terminan los estudios ya no se vuelven a ver más. Para entonces mi hermana se portó como un padre (única hermana, por eso digo: soy huérfano de hermana y madre). Ella era mayor que yo por dos años. Viajó a Lima con mi madre, y empezó a trabajar. Me ayudó hasta que acabé la secundaria. Y en cada período de vacaciones del colegio iba a Lima. Pero, en ese plan, nunca hice collera. Y, más bien, desde secundaria forjé amistad con personas mayores que yo (algún profesor: el poeta Alfredo José Delgado Bravo, por ejemplo: grandes reuniones “etilíricas”). Luego, al terminar secundaria, fui a Lima a reunirme con mi madre y hermana. Allí creció mi grupo de amigos mayores: Óscar Allaín, Manuel Acosta, la gente del Grupo Primero de Mayo (Víctor Mazzi, Jorge Bacacorzo, Eduardo Ibarra, Néstor Espinoza, Rosa del Carpio, Gladys Basagoitia... y tantos otros). Esta fue una etapa de bohemia, pero fecunda. En secundaria había escrito tres poemarios: uno que titulé "Enjambre" (recopilación de mis primeros poemas, que por ahí anda buscándome entre la papelería de aquel "cuarto de los Buendía"), los otros: "La crecida del alba" y "Raíz del vuelo" un tanto más orgánicos, pero también inéditos y escondidos (igual los aprecio). En Lima preparé mi primer poemario "oficial", digamos, el que me inicia incluso con el apellido de mi madre: MAR REVUELTA (1970), luego vino A NIVEL DE LA ARCILLA en 1972 (con prólogo de Víctor Mazzi, para entonces ya era miembro del GIPM, en este libro hay un poema a mi tío Juan Carmona).

CINE, DIRECTORES, PELÍCULAS

Con ese recorrido de mi infancia trashumante, juventud en el campo y en el internado, mi relación con el cine en esa época es casi nula, muy esporádica, o sólo para ver mexicanadas. Ya en San Marcos la cosa cambió. Pero nunca me he considerado un cinéfilo. Me gusta el cine. Sé apreciarlo. Mas no le pongo énfasis en aprenderme el nombre de los directores ni de los actores o actrices, salvo los que marcan. Por ejemplo, hubo una época (y de esto debe acordarse Manuel Pásara), en que no nos perdíamos ninguna película de Lina Weismuller (una buena directora, aunque un tanto relegada). “Pascualino siete bellezas”, por ejemplo. Quien debe acordarse con más detalles debe ser Manuel. Y bueno, las clásicas: 900, La clase obrera va al paraíso, Nos habíamos amado tanto, El acorazado Potemkin, una sobre Goya (coproducción checo-española): muy buena, la fuimos a ver con Pancho Izquierdo y Ana María Mur: grandes amigos. Y, bueno, así por el estilo.

DIBUJO, PINTURA Y ESCULTURA

Desde niño me apasionó el dibujo. Aprendí a dibujar calcando los dibujos de los “Chistes” (historietas). Lo hacía con una insistencia propia de los predestinados. Por eso cuando postulé a Bellas Artes, ingresé con el primer puesto en dibujo. Y me metí a escultura porque también desde la infancia (en el campo) había manoseado el barro tratando de hacer figuras, las que sin técnica terminaban en mera frustración. Pero también lo hice porque en esa época (1969, año en que también ingresé a San Marcos) en la Escuela daban todos los materiales para escultura: arcilla, fierro para las estructuras, yute y yeso para los moldes y vaciados, además las estecas y demás herramientas se las fabricaba uno mismo. Mientras que en pintura se tenía que comprar: bastidores, telas, óleos, pinceles, todo, y era carísimo. Y por entonces yo era recontrapobre, al extremo que debí abandonar la Escuela , porque –ese era su lado limitante– se tenía que asistir mañana, tarde y noche: taller de escultura, clases teóricas y taller de dibujo, respectivamente. No existía ningún resquicio para poder trabajar y estudiar. Así que dejé la Escuela. Y me quedé en San Marcos, a donde –como dije– ingresé el mismo año (1969), y ahí sí se podía trabajar de día y estudiar de noche. Una muestra de mi trabajo como escultor se encuentra en el patio de Letras de San Marcos: el rostro de Mariátegui emergiendo de una montaña; también el retrato de Luis de La Puente Uceda emergiendo de la pared del patio de Derecho, en cuya entrada erigimos una estatua del Che (trabajado al “alimón” con el escultor, de mi promoción en Bellas Artes, Aníbal Agüero: él sí concluyó los estudios de escultura), estatua con la que la policía se ensañó atentando contra ella en varias oportunidades hasta que, finalmente, la derribaron… ¡mas, no podrán matarlo! Y hasta ahora sigo dibujando y esculpiendo, no con la misma asiduidad primigenia, pero con mucho agrado.

MÚSICA, GÉNEROS, AUTORES

También quise ser músico. Mi hermana me regaló una guitarra, que hasta ahora conservo como adorno en el “cuarto de los Buendía”, y de la que hablo en mi poema a Javier Heraud: “… te siento en mi guitarra / siento que me impones su silencio / desgarrado, y una ganas enormes de seguirte…”. Pero la música no quiso saber nada conmigo. A pesar de que en mi época de bohemia (contagiado por la dinámica fertilidad de Manuel Acosta Ojeda) llegué a componer algunos valses, huaynos y mulisas, que tengo por ahí grabados en casettes y en algún disco de esos de 33 y 45 revoluciones. La música popular es mi fuerte (pero no la pop ni la chicha). Con una buena salsa me vuelvo trompo. Pero cuando el vendaval amaina recurro a mis clásicos: Beethoven, Chopin, Brahms, Liszt, el mismo Wagner, Tchaikovsky… sí, la música es lo máximo (junto con la poesía), lo demás es silencio…

SAN MARCOS Y SU INFLUENCIA

San Marcos. Nuestra querida universidad San Marcos. Era todo un mundo. El país en pequeño. Cuántas cosas hubiera dejado de aprender si no hubiera estado allí. Cuánta gente valiosa (y de la otra también: de los profesores negativos también se aprende) hubiera dejado de conocer. Pero estuve y viví allí los mejores años de mi juventud. A mucha honra fui comensal de la “Muerte Lenta” e inquilino de la Vivienda (tan manoseadas y vilipendiadas hogaño). Yo estuve el día (o, mejor, la noche) en que una bomba molotov fue arrojada al cielo raso del patio de Letras y hasta hoy, creo, se ve la mancha dejada por el fuego (fue mi bautismo de fuego, pues no hacía mucho que había ingresado). Eran tiempos de fuego y pasión nunca más reeditados. Todo sanmarquino auténtico no se reconoce a sí mismo por el cartón del grado o la licenciatura, sino por la marca indeleble que lleva en el alma hasta la muerte. Es lo que hace que uno -sin saberlo y sin proponérselo- siga produciendo como aprendió a hacerlo en esas gloriosas aulas en las que no había competencia por las mejores notas sino emulación para ser cada vez mejor.

PROFESORES Y MAESTROS

No quisiera hacer mención de maestros específicos, porque puedo olvidarme de alguno valioso, e incurriría en injusticia involuntaria. Creo que de todos los maestros se aprende algo (especialmente en San Marcos de esa época: los maravillosos años setenta). Pero sí puedo mencionar a tres –emblemáticos, sin duda–, ya fallecidos: Washington Delgado, Paco Carrillo y Antonio Cornejo Polar. Tres fuera de serie. Recuerdo siempre que un semestre me matriculé en un curso de Literatura Española, con el tema específico del romanticismo. Cuando llegué al aula asignada (una de las pequeñas que había en Letras) ya estaba allí, esperando parado en la puerta, Washington Delgado, con la mirada perdida a lo largo del pasadizo, con su parsimonia proverbial. Luego del saludo de rigor ingresamos al aula. Yo era el único alumno (ninguno más de los -seguramente- inscritos se hizo presente). Y esto fue así durante todo el ciclo. Pero Washington no dejó de dictar su clase con este único y solitario alumno. Me vi obligado a ser puntual. Yo que también abandonaba la mayoría de cursos para recursearme la sobrevivencia. En esa oportunidad personifiqué a la puntualidad. Fue, además, un privilegio. Yo lo escuchaba con suma atención. Y en un determinado momento lo escucho hablar de un romántico alemán que él llamó Van Kla (o algo así). Guarda, dije yo. Que nombrecito para raro. Entonces lo interrumpí. Cómo se escribe el nombre del autor que acaba de mencionar… Federico Von Kleist, escribió en la pizarra. Sorpresas te da la vida, camará (de ese autor tenía referencias porque ya había leído La lucha con el demonio, de Stefan Zweig).

AMISTADES

RV: Sabemos que conociste a Pancho Izquierdo, a Juan Cristóbal, Ana María Mur, Manuel Pásara. En qué circunstancia ocurrió, qué valoraste (y valoras) de cada uno. Bruno Portugués, Fanny Palacios, Raúl Isman, Analissa Melandri, Cristina Castello ¿qué representan?

--Todos esos nombres materializan en mi recuerdo a grandes amigos, todos de la misma talla porque –como diría Brecht– todos están parados a la misma altura. Cada cual mejor, según su especialidad y originalidad. Pero todos grandes creadores de vida. Pancho Izquierdo era un genio, pero -como todos los genios- era absolutamente indiferente de su genialidad. Él solo se ninguneaba. Pero qué gran dibujante era. Además un singular poeta (llegó a publicar un libro de poemas). Con Ana María Mur hicieron una pareja excepcional (a ambos les dediqué un poema en mi libro TUN TUN QUIÉN ES de 1982, titulado “Por qué dejé la Escuela”, me refiero a la de Bellas Artes). Eran igual de geniales, ambos. Y, tú sabes, polos iguales se repelen. Anita tenía (o tiene: hace muchos años que no la veo) una gran sensibilidad y un don especial para detectar “por dónde salta la liebre” de lo artístico al momento de valorar a la gente de la tribu. Bueno, Juan Cristóbal, un gran poeta, aunque por su personalidad bulliciosa (especialmente cuando estaba ebrio, hoy creo que ya no bebe o muy poco) se ganaba censores negativos, a veces gratuitos e injustos. En realidad es una gran persona (como todo gran artista). Manuel Pásara es uno de mis amigos de San Marcos, también poseedor de una gran sensibilidad, aunque renuente a publicar sus escritos. Estudiábamos Literatura, y coincidimos en algunos cursos (a pesar de que éramos de distintas promociones). Llegamos a hacer una gran amistad, de la que de modo alguno puedo excluir a Verónica Polak, su compañera de toda la vida. Y, por asociación, debo mencionar a José Antonio Pásara y a su compañera Tania Otoya (viven actualmente en EEUU). Lo mismo puedo decir de Bruno Portuguez y de Fanny Palacios, pintores de un talento enorme, y de una personalidad muy singular, dentro de la modestia que caracteriza a toda la gente de valor. Y aquí es pertinente recordar a algunos amigos conocidos en la Red Internacional: Raúl Isman un incansable luchador argentino, profesor universitario y escritor de quilates, la revista digital REDACCIÓN POPULAR que dirige es realmente excepcional; Annalisa Melandri en Italia es una amiga que la tecnología mediática me ha regalado: con un espíritu solidario inigualable y un gran amor por Nuestramérica, es realmente un orgullo intercambiar comunicaciones con ella; y, por último, Cristina Castello, argentina de nacimiento y francesa de corazón (comparte domicilio en ambas naciones), una poeta valiosa y luchadora por las causas nobles del mundo. En todos ellos es admirable su vitalidad y capacidad para la recepción, difusión y defensa de los más disímiles reclamos de los pobres del mundo. A todos les reservo un lugar muy especial en el sitio donde pervive el cariño. También hay otros amigos entrañables (y que me disculpen los que omito): Vilma Aguilar, Oswaldo Reynoso, Roberto Reyes y María Ramos, Winston Orrillo, Jorge Luis Roncal, Felipe Torres y Mery Zúñiga, Tito Oyague y Naty Flores (radican en España), Tulio Ozejo y Zenobia Lapa, Ever Arrascue y Sonia Estrada, Carlos Ostolaza, Rosina Valcárcel… Lo malo de vivir en provincias es que te alejas de las grandes amistades que, por lo común, hay que decirlo, viven en Lima. Por eso procuro ir periódicamente, para capitalizarme y desprovincianizarme.

DEL AMOR REAL Y DEL PLATÓNICO

Hoy, la amada real que llena todos mis días con su apabullante dedicación a lo nuestro es Teresa Yenque Coico, mi compañera de las dos últimas décadas (y hasta que la muerte nos separe, porque ni las peleas domésticas lo lograrán). Y en este rubro de los amores reales debo mencionar a mis dos sobrinos, Rodolfo y Milagros Berrospi Fernández: representantes de mi hermana en la Tierra , y escribo Tierra con mayúscula porque sus embajadas están en Chipre y en Miami, respectivamente. Mis amores platónicos son todas las mujeres de mis amigos a quienes, sin embargo, nunca he tocado ni tocaré con el pétalo de una rosa. Decir esto es un homenaje a ellas por bellas y valiosas como ellas solas. Las de carne y hueso, aquellas que estas manos acostumbradas a doblar fierros y amasar arcillas, a estrujar papeles ásperos y teclear letras sin cuento, tuvieron la dicha de recorrer sus diáfanas latitudes, no tienen nombres publicables. Sería pecar de vanidoso o de infidente. Y aunque no han sido muchas, las pocas que tuvieron la generosidad de permitirme ser su habitante insomne bien pueden estar seguras de que en ese instante supremo las amé como a ninguna otra. Porque cada quien tenía su propio fuego. Ahora en este invierno de los años y los daños, su cálida añoranza me sirve de rescoldo. Nada más.

Lima- Piura 13 julio de 2010.

lunes, 12 de julio de 2010

Daniel Cézare: Poema a la clase media

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de
 http://www.mesterdeobreria.blogspot.com/


Clase media

medio rica
medio culta
entre lo que cree ser y lo que es
media una distancia medio grande

Desde el medio mira medio mal
a los negritos
a los ricos
a los sabios
a los locos
a los pobres

Si escucha a un Hitler
medio le gusta
y si habla un Che
medio también

En el medio de la nada
medio duda
como todo le atrae (a medias)
analiza hasta la mitad
todos los hechos
y (medio confundida)
sale a la calle con media cacerola
entonces medio llega a importar
a los que mandan (medio en las sombras)
a veces, solo a veces, se dá cuenta
(medio tarde)
que la usaron de peón
en un ajedrez que no comprende
y que nunca la convierte en Reina

Así, medio rabiosa
se lamenta (a medias)
de ser el medio del que comen otros
a quienes no alcanzan a entender
ni medio.

miércoles, 7 de julio de 2010

Julio Carmona: Desactivando un epígrafe

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir"
es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com


Al abrir la última novela publicada por Miguel Gutiérrez, Confesiones de Tamara Fiol, se lee el siguiente epígrafe:



"Digamos que ganaste la carrera
y que el premio
era otra carrera
que no bebiste el vino de la victoria
sino tu propia sal
que jamás escuchaste vítores
sino ladridos de perros
y que tu sombra
tu propia sombra
fue tu única
y desleal competidora".


Blanca Varela


Digamos, en principio, que el epígrafe es elección del autor, no del narrador (o sea el personaje –también inventado por el autor– que narra la historia de la novela). Y si, como en este caso, en ese epígrafe se reflejan aspectos relacionados con una concepción del mundo, es obvio que es el autor quien los está proponiendo como atendibles, sin que de esto se pase a identificar las ideologías del autor del epígrafe y del autor de la novela.

Salvo declaración expresa en contrario, se hace una cita (se elige un epígrafe) porque se acepta su pertinencia. En el caso de CTF, la autora del epígrafe es la poeta Blanca Varela, quien siempre ha estado adscrita al canon de la poesía pura. Esto lo confirma el mismo MG cuando dice: “Blanca Varela, que luego de su vinculación con el grupo que se reúne en torno a ‘Las moradas’, vive la experiencia cosmopolita de París con Julio Cortázar y Octavio Paz y los existencialistas franceses, confiesa tener entre sus poetas preferidos a T.S. Eliot.” (La generación del cincuenta, p. 67).


Esa experiencia cosmopolita, existencialista, purista, apuesta por una visión pesimista, desencantada, escéptica, de la realidad; es más, para esa concepción el optimismo es una actitud digna de desconfianza. Y, leído el epígrafe, no se puede menos que percibir esas notas características del escepticismo, el pesimismo y el desencanto, en una palabra: el callejón sin salida, el túnel hermético, el abismo.


Todo ello saturado incluso con cierto humor corrosivo: “Digamos que ganaste la carrera / y que el premio / era otra carrera” (…) “que tu sombra / tu propia sombra / fue tu única / y desleal competidora”. Pero es una ironía que no redime del fracaso, porque si bien es cierto la lucha por algo (como todo en la vida) siempre tiene un lado positivo, aunque sea el hecho mismo de haber intentado cruzar el río, que –en sí– constituye alcanzar una meta: el haber vencido el propio miedo; sin embargo, no significa haber logrado la victoria; en tanto el objetivo final no se alcanzó. Entonces, el resultado no es una ‘victoria dulce’ sino ‘amarga’, y es así que la voz lírica, en segunda persona, dice: “que no bebiste el vino de la victoria / sino tu propia sal / que jamás escuchaste vítores / sino ladridos de perros”.


De lo dicho se colige que MG está admitiendo como válida esa manera de ver el mundo. Y, en la medida que CTF es la ficción que -en un artículo- MG se planteaba realizar, decía: "una ficción que no sea ni apología ni condena ni gratuito entretenimiento, sino una exploración honrada sobre un proceso tan complejo e intimidante, que dista de haberse cerrado, como nos los (sic) recordaron cruelmente las pavorosas imágenes de los atentados de Nueva York y Washington” (Quehacer N° 132, Lima, septiembre-octubre, 2001, p. 40), se debe reconocer que, en efecto, MG acertó al elegir el epígrafe. Es decir, es aplicable a la acción armada de Sendero Luminoso.

Pero -cuidado- no lo está haciendo desde la perspectiva de la revolución, sino desde su propia decepción. Y cabe preguntar: ¿MG está proponiendo que cualquier intento similar, que asuma la lucha armada como método para conquistar el poder por parte de las clases explotadas, siempre conducirá al fracaso? ¿Estamos condenados a asumir esa visión del pesimismo pequeñoburgués que muy bien sintetizó Julio Ramón Ribeyro en la siguiente expresión: La tentación del fracaso?

miércoles, 30 de junio de 2010

Bob Dylan: "Soplando en el viento"

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir"
es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com


¿Cuántos caminos debe un hombre andar

para que lo tengan por hombre?

¿Cuántos mares debe surcar una blanca paloma

para poder descansar en la arena?

¿Cuánto tiempo seguirán silbando las balas de cañón

antes de ser proscriptas para siempre?

La respuesta mi amigo, esta soplando en el viento.

La respuesta esta soplando en el viento.

¿Cuantas veces ha de mirar un hombre hacia arriba

para poder ver el cielo?

¿Cuántos oídos tiene que tener un hombre

para oír los lamentos del pueblo?

¿Cuántas muertes mas tendrá que haber

para que sepa que ha muerto demasiada gente?

¿Cuántos años puede existir una montaña

antes de ser arrastrada al mar?

¿Cuántos años puede vivir alguna gente

antes de que se les permita ser libres?

¿Cuántas veces puede un hombre volver la cabeza

pretendiendo ver lo que no ve?

La respuesta mi amigo, está soplando en el viento,

La respuesta está soplando en el viento.

lunes, 28 de junio de 2010

Henry Miller: “AL CUMPLIR OCHENTA”


Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir"
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(Homenaje al cumplirse treinta años de su deceso)

Si a los ochenta años no estás ni tullido ni inválido y gozas de buena salud, si todavía disfrutas una buena caminata y una comida sabrosa (con todo y acompañamientos), si duermes sin pastillas, si las aves y las flores, las montañas y el mar te siguen inspirando eres de lo más afortunado y deberías arrodillarte en la mañana y en la noche para darle gracias al Señor por mantenerte en forma. En cambio si eres joven pero ya tienes cansado el espíritu y estás a punto de convertirte en autómata, sería bueno que te atrevas a decir de tu jefe —en silencio, claro— “¡Al carajo con ese fulano, no es mi dueño!”. Si no te has quedado culiatornillado y si te sigue emocionando un buen trasero o un magnífico par de tetas, si todavía puedes enamorarte las veces que sea y si perdonas a tus padres por el delito de haberte traído al mundo, si te hace feliz no llegar a ningún lado y vivir al día, si puedes olvidar y perdonar y evitar volverte amargado, cascarrabias, resentido y cínico, hombre, ya vas ganando.

Lo que importa son las cosas pequeñas, no la fama ni el éxito o el dinero. La cima es muy estrecha, pero abajo hay muchos como tú que no se estorban ni se molestan. Ni por un instante se te ocurra que los genios viven felices; todo lo contrario, dan gracias por ser del montón.

Si tuviste una buena trayectoria, como es de suponer que yo la tuve, los últimos años podrían ser los más infelices de tu vida (salvo que hayas aprendido a tragarte tus mentiras). El éxito, desde el punto de vista mundano, es la plaga del escritor que aún tiene algo que decir, pues cuando llega la época en que podría disfrutar un poquito del ocio, resulta que está más ocupado que nunca porque se ha vuelto víctima de admiradores y adeptos y de todos los que desean explotar su nombre. Aquí se enfrenta otro tipo de lucha: el problema consiste en mantenerse libre y hacer sólo lo que uno quiere.

Con todo y una visión del mundo que es producto de una gran experiencia, con todo y una filosofía elaborada para la vida diaria, uno cae en la cuenta de que los tontos se vuelven más tontos y los pelmazos más pelmazos. De uno en uno la muerte se lleva a tus amigos o a los grandes hombres que reverenciabas; mientras más viejo, más pronto se te mueren. Al final te quedas solo y ves a tus hijos o a los hijos de tus hijos cometer los mismos errores absurdos, esos errores casi siempre lamentables que cometiste tú a su edad, y ni lo que digas ni nada de lo que hagas podrá evitarlo. Sin duda al observar a los jóvenes se termina por comprender lo idiota que uno mismo fue en su momento (y tal vez lo siga siendo).

Hay algo que para mí se vuelve cada vez más claro: en lo fundamental la gente no cambia con los años. Salvo raras excepciones la gente no evoluciona ni se transforma: un roble sigue siendo un roble; un cerdo, cerdo, y un zopenco, zopenco. Lejos de mejorar, el éxito por lo general acentúa las faltas o fracasos. No es raro que los tipos brillantes de la escuela en cierta medida dejen de serlo una vez que salen al mundo. Si en tu grupo te disgustaban ciertos chicos o si los despreciabas, después te parecerán peores convertidos en hombres de negocios, estadistas o generales de cinco estrellas. La vida nos obliga a aprender ciertas lecciones pero no necesariamente a crecer. Aquí entre nos, con dificultad cuento a una docena de individuos que logró aprender las lecciones de la vida; la gran mayoría no sabría ni su nombre si yo lo pronunciara.

En cuanto al mundo en general, no sólo no lo veo mejor que cuando era yo un niño de ocho años sino mil veces peor. Un escritor famoso alguna vez lo resumió de este modo: “el pasado me parece horrible, el presente gris y desolado y el futuro totalmente espeluznante”. Por fortuna, no comparto este sombrío punto de vista. En primer lugar, no me interesa el futuro; en cuanto al pasado, bueno o malo, le he sacado el mayor partido; lo que me quede de futuro es producto de mi pasado. El futuro del mundo se lo dejo a los filósofos y visionarios. Lo único que tenemos todos es el presente, pero muy pocos lo vivimos alguna vez a plenitud. No soy pesimista ni optimista; para mí el mundo no es esto ni aquello sino todo al mismo tiempo y así será para cada quien en su propia medida.

A los ochenta creo que soy una persona mucho más alegre que cuando tenía veinte o treinta años. Para nada querría ser adolescente otra vez: la juventud puede parecer gloriosa pero también duele sobrellevarla. Es más, lo que llamamos juventud no es tal, en mi opinión se trata más bien de algo así como una vejez prematura.

Con la maldición o la bendición de haber vivido una adolescencia eterna, alcancé cierta madurez pasados los treinta años. No fue sino hasta los cuarenta que comencé a sentirme joven en serio; para entonces ya estaba listo (Picasso dijo alguna vez: “uno comienza a volverse joven a los sesenta pero para entonces ya resulta demasiado tarde”). En esa época había perdido muchas ilusiones, pero por suerte mantenía el entusiasmo, la dicha de vivir y una curiosidad inagotable. Tal vez fue esa curiosidad —por todo y por cualquier cosa— lo que me convirtió en el escritor que soy. La curiosidad nunca me ha faltado y hasta el peor pelmazo me puede provocar interés (si aún tengo el ánimo de escuchar).

Con este atributo viene otro que valoro sobre todos los demás: el sentido del asombro. Sin importar qué tan limitado pueda volverse mi mundo, no me lo imagino sin mi capacidad de asombro; en cierto sentido creo que puedo definir esta capacidad como mi religión. No me pregunto de qué manera surgió la creación en que nos hallamos sumergidos, sólo la disfruto y la valoro. Rabiando por la condición de la vida y la forma en que la vivimos, ya dejé de creer que yo tengo el remedio. Quizá pueda modificar hasta cierto punto mi propia situación pero nunca la de los demás. Ni veo que nadie, en el pasado o el presente, por grande que fuera, haya podido realmente alterar la condition humaine.

El mayor temor de la gente al pensar en la vejez es que será incapaz de hacer nuevos amigos, mas quien tuvo alguna vez la facultad de cultivar nuevas amistades, no la perderá por viejo que sea. En mi opinión, después del amor, la amistad es lo más valioso que nos ofrece la vida. Nunca he tenido problemas para hacer amigos; de hecho, a veces esa facilidad se ha convertido en un obstáculo. Dice el dicho: “dime con quién andas y te diré quién eres”, pero mucho he reflexionado yo qué tan cierto es esto. Toda la vida tuve amigos provenientes de mundos totalmente disímiles, tuve y sigo teniendo amistad con personas que no son nadie y debo confesar que se cuentan entre mis mejores amigos. He sido amigo de criminales y de ricos despreciables. Mis amigos me mantienen vivo, me han dado ánimo para proseguir y también, muchas veces, me han aburrido hasta las lágrimas. En lo único que insisto con todos mis amigos, sin importar su clase social o su condición, es que hablen con la verdad; si no puedo ser abierto y franco con un migo, o él conmigo, no me interesa.

La capacidad de ser amigo de una mujer, en particular de la mujer a la que amas es, para mí, la mayor de las proezas. El amor y la amistad rara vez van de la mano. Es más fácil ser amigo de un hombre que de una mujer, sobre todo si es atractiva. En toda mi vida he conocido apenas unas cuantas parejas que son amigos además de amantes.

Tal vez lo más alentador de envejecer con gracia sea la capacidad cada día mayor de no tomar las cosas demasiado en serio. Una de las grandes diferencias entre un sabio genuino y un predicador radica en la jovialidad: cuando el sabio ríe la risa sale de la panza; cuando se ríe el predicador (raras veces) le sale de la mejilla equivocada. Al hombre sabio de verdad —¡incluso al santo!— no le interesa la moral; está por encima y más allá de tales consideraciones, tiene un espíritu libre.

Con la edad mis ideales, que por lo general niego tener, se alteran en forma definitiva. La idea es vivir sin ideales, sin principios, sin ismos ni ideologías. Quiero sumergirme en el océano de la vida como un pez en el mar. De joven me interesaba enormemente el estado del mundo; hoy, aunque todavía pataleo y me enfurezco, me contento con sólo deplorar el estado de las cosas. Puede sonar petulante hablar así pero en realidad significa que me he vuelto más humilde, más consciente de mis limitaciones y de las de mis semejantes. Ya no intento convertir a la gente a mi propia visión, ni sanarla, ni me siento superior porque no muestra gran inteligencia. Uno puede combatir el mal, pero contra la estupidez no existe arma posible. Creo que la condición ideal de la humanidad sería vivir en un estado de paz en el amor fraterno, pero debo confesar que no conozco forma alguna de producir tal condición. He aceptado el hecho, sumamente difícil, de que los seres humanos se inclinan a portarse de una forma que ruborizaría a los propios animales. Lo irónico, lo trágico, es que muchas veces nos comportamos de manera innoble en nombre de los que consideramos motivos sublimes. La bestia no se disculpa por matar a su presa; la bestia humana, en cambio, llega a invocar la bendición de Dios cuando masacra a su prójimo, olvida que Dios no está de su lado sino a su lado.

Aunque sigo siento lector, cada día me abstengo de más libros. Mientras que en los años mozos buscaba en ellos instrucción y orientación, hoy leo sobre todo por placer. Ya no me tomo tan en serio ni los libros ni a los autores, en especial los libros de “Pensadores”. Hoy su lectura me parece letal y cuando en realidad emprendo la lectura de lo que se podría llamar un libro serio, busco más corroboración que ilustración. El arte puede ser terapéutico, como dijo Nietzsche, pero sólo de modo indirecto. Todos necesitamos estímulo e inspiración, pero éstos nos llegan por distintos caminos y casi siempre en una forma que escandalizaría a los moralistas. Cualquier camino que uno elija será como caminar en la cuerda floja.

Tengo muy pocos amigos o conocidos de mi edad o de edad cercana. Aunque suelo sentirme incómodo en compañía de ancianos, me despiertan gran respeto y admiración dos hombres muy viejos que parecen eternamente jóvenes y creativos. Me refiero a Pablo Cassals y a Pablo Picasso, ambos hoy de más de noventa años. Esos nonagenarios juveniles ponen en vergüenza a los jóvenes, a hombres y mujeres de mediana edad y clase media, decrépitos en verdad, cadáveres vivientes, por así decirlo, esclavos de sus cómodas rutinas que imaginan que el status quo ha de durar siempre, o que tienen tanto miedo de que sea otro el desenlace que se retiran a sus refugios mentales para esperar el fin.

Jamás he sido parte de ninguna organización religiosa, política ni de ninguna otra índole. Nunca en mi vida he votado; he sido anarquista filosófico desde mi adolescencia. Soy un exiliado voluntario que tiene hogar en todas partes salvo en su propia casa. De niño tuve muchos ídolos y hoy, a los ochenta, aún tengo algunos: la capacidad para admirar a otros —aunque no necesariamente implique hacer lo mismo que ellos— me parece de suma importancia; pero importa más tener un maestro, el punto es cómo y dónde encontrarlo; casi siempre habita entre nosotros pero no lo reconocemos. Por otro lado he descubierto que tal vez uno pueda aprender más de un niño pequeño que de un maestro acreditado.

Pienso que el Maestro (con mayúscula) tiene la misma calidad del sabio y el profeta. Es una pena no poder criar ese tipo de ejemplares. Lo que suele llamarse educación para mí es una tontería absoluta que impide el crecimiento. A pesar de todos los cataclismos sociales y políticos por los que pasamos, los métodos educativos aceptados en todo el mundo civilizado siguen siendo, al menos a mi modo de ver, arcaicos y estúpidos; sólo contribuyen a perpetuar los males que nos hacen inválidos. William Blake dijo: “Los tigres de la ira son más sabios que los caballos de la educación”. Yo no aprendí nada de valor en la escuela; dudo que pudiera pasar un examen de primaria en cualquier materia incluso hoy. Aprendí más de los idiotas y de los don nadie que de los profesores de esto y aquello. La vida es el maestro, no el Consejo de Educación. Por extraño que parezca, me inclino a coincidir con aquel miserable nazi que dijo: “Cuando escucho la palabra Kultur me dan ganas de empuñar mi revólver”.

Nunca me han interesado los deportes organizados; me importa un carajo quién rompe ese récord o aquél. Los héroes del béisbol, el fútbol y el básquetbol me son prácticamente desconocidos. Me disgustan los juegos de competencia: uno no debe jugar para ganar sino para disfrutar el juego, sea lo que sea. Prefiero jugar en vez de hacer ejercicios y hacerlo solo en vez de formar parte de un equipo. Nadar, andar en bicicleta, caminar en el bosque o jugar pingpong satisface toda mi necesidad de ejercicio. No creo en las lagartijas, ni en levantar pesas ni en el fisicoculturismo; no creo que haya que hacer músculos a menos que se utilicen para algún fin vital. Creo que las artes de autodefensa deberían enseñarse desde una edad temprana y utilizarse sólo como tales (y si la guerra es el orden del día para las generaciones futuras, entonces debemos dejar de mandar nuestros hijos al catecismo y mejor enseñarles a convertirse en asesinos profesionales).

No creo en la alimentación sana ni en las dietas; lo más seguro es que no haya comido adecuadamente durante toda mi vida y estoy bien. Como para disfrutar mi comida. Haga lo que haga, primero ha de ser para disfrutar. No creo en los exámenes médicos; si algo me falla prefiero no saberlo, pues sólo me preocuparía y agravaría mi mal. Con frecuencia la naturaleza se encarga de nuestras dolencias mejor que cualquier médico. No creo que exista receta médica alguna para una larga vida; además, ¿quién quiere vivir cien años?, ¿qué caso tendría? Una vida breve y alegre es mucho mejor que una larga vida sustentada por el miedo, la cautela y la perpetua vigilancia médica. Con todo y el progreso de la medicina aún tenemos todo un santoral de enfermedades incurables; las bacterias y microbios siempre parecen tener la última palabra. Cuando todo falla, el cirujano sale a escena, nos corta en pedazos y nos despoja hasta del último centavo, ¿es eso el progreso?

Lo que le falta a nuestro mundo actual es grandeza, belleza, amor, compasión y libertad. Se fueron los días de los grandes hombres, los grandes líderes, los grandes pensadores. Para sustituirlos creamos un engendro de monstruos, asesinos, terroristas, que parecen inoculados de violencia, crueldad, hipocresía. Al citar los nombres de las figuras ilustres del pasado, como Pericles, Sócrates, Dante, Abelardo, Leonardo da Vinci, Shakespeare, William Blake o aun el loco de Luis de Baviera, se olvida uno de que aun en tiempos más gloriosos hubo extrema pobreza, tiranía, crímenes inconfesables, horrores de guerra, malevolencia y traición. Siempre han existido el bien y el mal, la fealdad y la belleza, lo noble y lo innoble, la esperanza y la desesperación. Parece imposible que los contrarios dejen de coexistir en lo que llamamos mundo civilizado.

Si no podemos mejorar las condiciones en que vivimos podemos al menos ofrecer una salida inmediata y sin dolor. Hay una forma de escape mediante la eutanasia, ¿por qué no se le ofrece a los millones de miserables desahuciados que carecen de toda posibilidad de disfrutar siquiera una vida de perros? No pedimos nacer, ¿por qué negársenos el privilegio de dejar el mundo cuando las cosas se vuelven insufribles? ¿Debemos esperar a que la bomba atómica nos acabe a todos juntos?

No me gusta terminar con una nota amarga. Como bien lo saben mis lectores, mi lema de toda la vida ha sido “siempre contento y siempre luminoso”. Tal vez por eso nunca me canso de citar a Rabelais: “para todos tus males te doy la risa”. Al mirar hacia el pasado, veo mi vida llena de momentos trágicos, pero la contemplo más como una comedia que como una tragedia. Una de esas comedias en las que mientras te doblas de risa también sientes que se te quiebra el corazón. ¿Qué mejor comedia podrá haber? El hombre que se toma demasiado en serio no tiene salvación. La tragedia que vive la gran mayoría de los seres humanos es otro asunto: para ello no veo elemento de alivio alguno. Cuando hablo de una salida sin dolor para los millones de personas que sufren no hablo con cinismo o como quien no ve esperanza alguna para la humanidad. En sí, la vida no tiene nada de malo, es el océano en el que nadamos y se trata de adaptarse o hundirse, pero nuestra capacidad como seres humanos radica en no contaminar las aguas de la vida, no destruir el espíritu que nos infunde aliento.

Lo más difícil para un individuo creativo es evitar el impulso de ver el mundo según su propia conveniencia y aceptar al prójimo por lo que es, malo o bueno o indiferente. Uno tiene que poner todo su esfuerzo aunque nunca resulte suficiente.

miércoles, 23 de junio de 2010

Vicky Peláez: Saramago y Monsiváis trascienden la muerte

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C. "Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com


‘Considero a la vida como una posada en la que tengo que quedarme hasta que llegue la diligencia del abismo’. (Fernando Pessoa, El Libro del Desasosiego)

En algunos pueblos de Huasteca, México, se cree que cuando una persona muere, se lleva en su viaje a otra dimensión a algún alma gemela más de compañía. Y así debe ser porque, dos luces, dos voces de congruencia y compromiso con los débiles y “pequeños” del mundo se nos han ido. Primero, la muerte envolvió en su manto al escritor portugués y Premio Nóbel de Literatura (1998), José Saramago, y después retornó por el cronista, ensayista y periodista popular mexicano Carlos Monsiváis para llevarlos a su posada “de el haber estado y ya no estar”.

Puede ser que sea cierta la leyenda porque los dos escritores habían compartido un viaje a Chiapas el 14 de marzo de 1998 durante el cual Monsiváis, conocedor de la zona y amigo de los zapatistas, le abrió los ojos sobre la dignidad de los pueblos tzotziles la que no pudieron destruir ni la pobreza, ni la humillación, ni el dolor durante más de 500 años de injusticia y opresión. Precisamente en aquel viaje Saramago recogió una piedrita de forma piramidal, como recuerdo de lo que jamás se puede olvidar, y luego, aquel trozo basáltico fue transformado por el escritor en una montaña de indignación a través de su artículo “En Recordación de Acteal.” Dijo que “el hombre, mi semejante, nuestro semejante, patentó la crueldad como fórmula de uso exclusivo en el planeta y desde la perversión de la crueldad ha organizado una filosofía, un pensamiento, una ideología, en definitiva, un sistema de dominio y de control que ha avocado al mundo a esta situación enferma en que hoy se encuentra”.

Mientras tanto, su compañero de viaje, Carlos Monsiváis, llamado cariñosamente por su pueblo, “Monsi,” y considerado como la conciencia moral de México, hacía estas denuncias de atrocidades sociales en su columna semanal: “Por mi madre, Bohemios” en la revista Proceso. Lo curioso fue que estos dos escritores luchadores contra la injusticia, Saramago de dimensión universal y de carácter reservado y Monsiváis inmerso en México, bohemio y alegre, amante de gatos, soñaban con escribir su propio “libro del dasosiego”, ya inventado por el escritor y poeta portugués, Fernando Pessoa. Tanto el ateo y comunista Saramago como Monsiváis, de formación protestante, creían que todo está mal en el mundo pero no perdían esperanza de componerlo. Saramago solía parafrasear las estrofas de un verso de Antonio Machado: “caminante no hay camino/ se hace camino al andar”.

El camino del autor de “Memorial del convento,” “Ensayo sobre la ceguera” o “Evangelio según Jesucristo” comenzó cuando en 1969 ingresó al Partido Comunista de Portugal, proscrito por el represivo gobierno fascista de Salazar. El destino de Monsiváis como cronista del México profundo se determinó en 1954 cuando vio a Frida Kahlo en una silla de ruedas empujada por Diego Rivera en una manifestación en contra del derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala y de allí asistió a todas las marchas, protestas y actos de resistencia que sus crónicas consignan.

Ambos, creadores y luchadores activos contra lo injusto invocaron a la humanidad crear nuevas ideas para salir del vacío. La muerte se los llevó, pero sus palabras sí están.

Vicky.pelaez@eldiariony.com

lunes, 21 de junio de 2010

Juan Gelman: "la poesía está ahí de pie frente a la muerte"

Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir"
es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com



Considerado uno de los mayores poetas vivos de Iberoamérica, el argentino cumple hoy 80 años; en entrevista con MILENIO habla del acto de la escritura y de la lengua como un lugar de muchas patrias.



Infatigable luchador y maestro del “oficio ardiente” que es la escritura, sobre el autor de Violín y otras cuestiones podría decirse que ha permanecido estas ocho décadas también “de pie” pero frente a la vida, con la palabra como arma de combate en un mundo que, asevera, “nos quiere uniformizar el alma”.


Perseguido por la dictadura argentina, el escritor escapó a Europa en los años setenta y luego de un exilio que continúo por décadas decidió viajar a México.


Desde aquí el periodista y colaborador de la sección Fronteras de MILENIO, se mantiene atento a los sucesos internacionales y se pronuncia contra el “horror” de esa persistencia del racismo y la ignorancia. “Hay gente que no aprende nunca”, lamenta.


El ganador del premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y del Cervantes, entre muchos otros, se dice contento de haber llegado a esta edad, el próximo jueves presentará, en el Centro Cultural España, una edición ilustrada de su libro Bajo la lluvia ajena, un texto donde aborda el doloroso exilio.


¿Qué ha significado para usted el exilio?


Una pérdida de mi país, acompañada de otras: muerte de familiares, amigos y compañeros bajo la dictadura militar y también la pérdida de un proyecto que procuró una sociedad más justa. Mi exilio transcurrió principalmente en Italia y Francia y se siente entonces con más fuerza la falta del ámbito familiar de la lengua, patria de la infancia, la familia, la niñez. Y afuera se es un forastero que no siempre es comprendido y que no siempre comprende.


¿Es entonces cuando la lengua se convierte en patria?


No hay más remedio. La lengua es un lugar de muchas patrias. Como durante el exilio me tocó estar en países donde no se habla el castellano, salvo breves estancias en Madrid y Nicaragua, uno se arma como una suerte de defensa y hay un aferramiento mayor a la propia lengua. Estar en medio de lenguas ajenas me llevó a estar más cerca de mis propias raíces.


¿Es la poesía una forma de resistencia?


Absolutamente sí. Es resistencia contra un mundo cada vez más mercantilizado en el que se nos quiere manufacturar y uniformizar el alma. La poesía abre puertas a la riqueza interior de cada uno de sus lectores.


¿La poesía ayuda a aliviar el dolor?


La poesía no es un desahogo. Se escribe por la necesidad de expresar lo que no tiene nombre todavía. El dolor no es necesariamente el motor de la poesía.


Uno de sus poemas habla del poeta “muerto de miedo y vivo de esperanza” ¿a qué se refieren esas palabras?


Reflejan un estadio de la escritura poética, el miedo a internarse en sí mismo de manera equivocada y la esperanza de hacerlo bien y encontrar la palabra. Me refiero al acto de escribir. La escritura es el momento de mayor felicidad. El miedo viene después, cuando ya se ha terminado el poema.


¿Cómo afronta el acto de la escritura? ¿Es disciplina? ¿Es inspiración?


La inspiración no se sabe cuando viene. Escribo cuando “la señora” llega y me golpea a la puerta y eso, no es todos los días. Algunas veces son periodos que duran tres meses otros que llevan años. Escribiré poesía hasta que “la señora” me abandone, hasta que se acabe y luego veré que pasa. Escribo en las noches cuando más cerca se está de uno mismo. Corrijo poco. Yo siento que en el momento de la escritura no por casualidad se juntaron ciertas palabras, en cambio, lo que me parece que no está logrado se va a la papelera.


La militancia política lo marcó desde muy joven ¿cómo se vincula la poesía con la política?


No se vincula. El único tema de la poesía es la poesía y por eso puede hablar de todo, incluso de política. Para escribir sobre cualquier tema: el amor, la injusticia, la soledad, la política, tiene que haber una coincidencia entre las circunstancias interiores con las exteriores. Cuando lo de adentro no coincide con lo exterior, entonces no se puede escribir sobre eso, porque el resultado serían sólo panfletos.


Ha recibido muchos premios, el Cervantes, el Reina Sofía. ¿Cambian su perspectiva esos reconocimientos?


En el momento el premio causa agradecimiento, además tiene un efecto positivo en el sentido de que la obra se lee un poco más. Desde el punto de vista de la escritura no sé es mejor ni peor poeta que antes del premio. El acto de la escritura no cambia con los premios. Ningún elogio escribe por vós.


¿Cómo celebrará sus 80 años?


Contento de haber llegado a esta edad y no tanto porque ha disminuido mucho el número de cumpleaños que celebraré en adelante. Voy a pasar mi cumpleaños con mi familia, pero lo voy a celebrar dentro de 20 días para tener la ilusión de que sigo en los 79.