Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com
lunes 12 de abril de 2010
SALUTACIÓN ANGÉLICA
Polémica sobre Vallejo ante la crítica
Por César Ángeles L.
En mi artículo «César y Georgette Vallejo entre las dos orillas y al pie del orbe» (Intermezzo Tropical 6/7: 141-144), debato ciertos criterios y conclusiones canónicas sobre ambos personajes, partiendo de la colaboración «Un Vallejo propio y mío», de José Rosas Ribeyro (en revista Martín 18/19: 157-167). En la revista virtual El Hablador, este último ha respondido mi mencionado texto con virulencia e ironía, lo cual me motiva a exponer los siguientes comentarios. Lo hago también porque, (no solo) en el Perú, el debate de posiciones en el campo cultural es escaso y usualmente sin nivel, prevaleciendo la componenda entre argollas intelectuales, y también por consideración a los lectores de las tres revistas mencionadas.
Al señor Rosas Ribeyro no lo acuso yo de mentiroso como él sí me acusa a mí (entre otros varios cargos). No lo acuso de nada, porque, como se dice en una película clásica de Francis Ford Coppola, «no es nada personal». Critico sí la posición conservadora que se esconde bajo un ropaje de renovación, librepensador e ilustrado. En Intermezzo Tropical (IT: revista de la que formo parte), nos une la convicción de que el terreno cultural está atravesado por la política, y nos interesa evidenciar las posiciones que muchas veces contienden de modo soterrado. Lo bueno de su réplica en El Hablador, y lo bueno de los debates, cuando no se pierden en atajos que a nada llevan, es que los velos caen definitivamente. De ahí que, en dicha airada réplica, se manipulen una serie de epítetos que, al igual que en el caso de Vallejo y sobre todo de su esposa Georgette, apuntan a caricaturizar al interlocutor, para así minimizar sus argumentos.
Los cargos que me lanza (de tener yo «anteojeras marxistas», ser «sectario», «religioso» y «miembro de la cofradía de Santa Georgette») son indemostrables sencillamente por ser falsos. Tampoco es verdad que «santifique» a políticos como Stalin ni a grandes poetas como César Vallejo. Todo ese arsenal de epítetos pretendidamente descalificadores proviene de su imaginación y de sus particulares problemas y fobias en relación con el marxismo, con las experiencias socialistas y sus representantes. Es el caso, por ejemplo, del sambenito «estalinista» que cierto sector «progre», con ánimos más apaciguados que en su incendiada juventud, suele utilizar en diversas partes del mundo para deslegitimar a quienes asumen posiciones claras y radicales ante el poder. De este modo, también, se desvía el centro del debate.
Hago frente al hecho de que, desde una posición anarca, del renegar del socialismo y del marxismo, haya tantos que vean en cualquier legítima adhesión a dicho camino algo dogmático, de sectas y aun religioso en el sentido ocultista de esta palabra. Por el contrario, creo que hacer visible la posición e ideología es, además de honesto, en el caso específico del socialismo y cuando este se asume con la mínima coherencia necesaria, útil y fértil en cualquier terreno, más aun cuando se está verdaderamente por la transformación de esta vida en algo mucho mejor de lo que heredamos.
Por otro lado, nada más sano –y marxista– que ver a los personajes de carne y hueso en su verdadera realidad. De ahí también que, en el caso específico de César Vallejo, haya yo trabajado otros lados suyos, y poco observados, como el humor, en contra de la canónica visión grave y sufrida del poeta. No promuevo ni refuerzo mitos. Lo anterior no niega, evidentemente, la condición doliente en la base de su poesía, sino que le otorga una dimensión distinta, integrada a los vectores de luz y constructividad que la animan, y a su vida misma. Creo sí que hacerse cargo de la vida y la crítica de cualquier persona o trayectoria se realiza siempre desde una posición política. Ningún retrato ni edición de datos es aséptica ni gratuita. Pensar lo contrario es una concepción idealista que no comparto. A fin de cuentas, la manera como contamos la historia y la de sus protagonistas refleja lo que vemos según nuestra propia perspectiva y experiencia. Confianza en el anteojo, no en el ojo, escribió Vallejo. No, señor José Rosas Ribeyro, nada de lo que he escrito antes o ahora sobre César y su esposa Georgette rechaza ni distorsiona sus caídas ni carencias, pero tampoco soslaya sus genialidades y aciertos. Mi batalla no es tampoco contra alguna persona en particular, sino que, al ser un convencido de que se es poeta desde el ser social de cada quien, desde las condiciones concretas que marcan la vida y la obra de cualquiera, pienso que esto mismo vale cuando se hace la crítica o la biografía de cualquier persona o creador.
Paradójicamente, la actitud desde la que usted se sitúa en su réplica en El Hablador es la misma que critica (a mi juicio equivocadamente) en Susana Reisz, a propósito del debate sobre María Emilia Cornejo; es decir, «tener dotes de ilusionista» al atribuir(me) «cosas que nunca he dicho». Para no abrumar a los lectores interesados en este asunto de César y Georgette Vallejo ante la crítica, me limitaré a lo esencial, reiterando, como acoté en IT 6/7, que hace falta una suerte de puesta al día de la exégesis vallejiana, donde se revele el who is who desde la confrontación de posiciones.
1. Nunca he negado que Vallejo tuviera dificultades económicas en Europa, ni que pidiera préstamos (devueltos o no), ni sus particulares tratos con las mujeres de su entorno, ni siquiera se ha negado la hipótesis que usted sostiene de que muriera por una enfermedad venérea como la gonorrea. Es decir, no hice ningún texto idealizador ni mitificador que rechace de plano todo lo que algunos afirman, pretendidamente, por una perspectiva más «humana» y terrenal de César Vallejo. Lo que declaradamente debatí es la línea de exégesis académica en la que usted se inserta, y donde todo lo anterior cobra primer plano. Al mismo tiempo, se desplaza o torna invisible lo que usted, ahora sí, reconoce a medias en El Hablador acerca de un gran creador como Vallejo: su praxis revolucionaria, su «defensa del comunismo» y su participación en el Congreso de Escritores Antifascistas en España (donde, en contra de su afirmación, sí tuvo protagonismo incluso homenajeando la memoria del poeta entonces asesinado por la ultraderecha española: Federico García Lorca. Relea, por ejemplo, el «Estudio preliminar», de Jesús Cabel, en la Correspondencia completa de Vallejo (p. XLVII), que ha priorizado para su argumentación en Martín y El Hablador).
2. En buena cuenta, no se han discutido los datos que José Rosas, como individuo, pone en su valoración de César Vallejo y su compañera. Lo que se ha criticado, si lee bien mi artículo, es la forma como edita la información biográfica de Vallejo para enfatizar una imagen del poeta en desmedro de otra(s). Cito un ejemplo –de la colaboración en Martín– e invito a que se lean los textos que motivan este debate:
Vallejo le pide incesantemente dinero a Pablo Abril de Vivero y a Juan Larrea, a Gerardo Diego en alguna ocasión como también a otros amigos y conocidos. Son préstamos sin retorno, dinero que sale de una cartera generosa y que no vuelve nunca a ella. Esta lucha por sobrevivir, esta permanente búsqueda de dinero es una de las constantes de las cartas de Vallejo. Y el poeta aparece un poco como pícaro que le saca dinero a uno para pagarle a otro y así una cadena que siempre se cierra en Abril de Vivero, Larrea y otros amigos que lo estiman y lo respetan y le dan dinero. Una vez cuando recibe una suma destinada a comprar un pasaje para regresar al Perú [del gobierno peruano], la utiliza para irse a Rusia; otra vez, utiliza lo que gana con colaboraciones periodísticas en permitirse algunos placeres, aunque luego, para sobrevivir día a día, tenga que recurrir de nuevo a préstamos que no pagará nunca (IT 6/7,163: énfasis mío).
De esta manera, se refuerza una imagen biográfica del autor de Los heraldos negros como un sujeto más bien disipado, frívolo y mendicante, soslayando lo que considero más urgente de relevar, sobre todo en estos tiempos, donde una serie de prácticas tramposas y burocráticas han desdibujado opciones de auténtico cambio en el mundo actual, gobernado por el salvaje neoliberalismo. Pienso que relevar el aporte creativo y vital de ciertas personalidades como Vallejo, por ejemplo, es algo inestimable mientras este mundo siga corrompido por el egoísmo y la discriminación desde las minorías en el poder. Más adelante vuelvo sobre la tendencia que se ha ido consolidando acerca de nuestro mayor escritor y lo que en ella se resalta, criticándola a partir de los objetivos políticos (visibles o no) que siempre operan en toda edición de los datos empíricos. Como se apreciará, no es ningún acierto que en la cruzada por «humanizar» a ciertas personalidades se trueque un supuesto cliché por otro aun más patético.
3. Acerca de Georgette de Vallejo, ella es central en el rescate de la obra y la vida de César, aunque algunos quieran ningunearla. No creo sinceramente que ella sea «responsable de la versión oficial sobre el inmenso poeta», como Rosas Ribeyro afirma. En los Apuntes biográficos, de Georgette, se observa más bien que salía al frente de varios intelectuales, conocidos y amigos de Vallejo con cuya posición no solo no coincidía, sino que combatía sin denuedo. No quiero repetir todo lo ya dicho al respecto en IT 6/7, pero, si usted no tiene esas oscuras anteojeras que me achaca, coincidiremos en que, por el contrario, una versión oficial y que ha llegado a prevalecer en el público masivo (que no siempre lee al poeta, pero cree conocerlo por lo que el canon de la crítica señala) es la de un César Vallejo sin recursos, enfermo, difícil, un gran poeta, pero con un destino infeliz y desdichado. A esto he llamado (y no solo yo, claro) propender a una visión «miserabilista». Díganos de qué otro modo se puede calificar la cita anterior donde tilda a Vallejo de ser «un pícaro» con sus amigos ―lo que no es un dato empírico, sino una interpretación toda suya―, o este otro aserto que aquí reproduzco, por considerarlo también representativo del tono que guía su artículo en Martín:
Más adelante, al cierre de su texto, José Rosas concluye: «[No te he olvidado] precisamente por los poemas que escribiste allí y en otras partes a pesar del frío, el hambre, las borracheras, las enfermedades, las zorrillas y Georgette» (IT 6/7, énfasis mío).
Como decir luminoso y envidiable en la poesía, pero con una vida que sería todo lo contrario: mediocre y digna de compasión. Esta critica, que podemos catalogar de bipolar, es común en muchos académicos y escritores del Perú y el extranjero en su aproximación a César Vallejo. Es más, si la luz y fuerza de su poética en nada parece ayudarles a matizar su retrato del autor de Poemas Humanos, más bien el excesivo patetismo con que caracterizan su biografía sí ha solido oscurecer su obra de un manera injusta y, dicho sin ambages, equivocada.
4. Reconforta que José Rosas llame «dama» a Georgette ahora en El Hablador, ya que en varios pasajes como la última cita eso queda bastante en duda, por decirlo suave. ¿En qué sentido aporta altura ética y veracidad situar entre lo peor que le habría pasado a Vallejo a una mujer que, además de rescatar su gran obra inédita de la crónica indiferencia del Estado peruano (es decir, la gris burocracia del consulado de París) a la muerte del poeta, dedicó varios años a esta tarea aun decidiendo radicar y morir en el difícil Perú? Eso mismo que usted hace con Georgette lo han hecho otros, que, aun muerta ella, luego de vilipendiarla de mil maneras, de seguro se ríen con esa «risita» de Lima a la que se refería asqueado el propio César habiéndola experimentado en carne (cárcel) propia, y de ese Perú oficial y oficioso que se regocija al hundir en el fango del imaginario y la vida concreta a los mejores hombres y mujeres de este país. Coyné tiene de seguro un lugar en el rescate del legado vallejiano (¿cuándo he negado eso?), pero él, como el español Juan Larrea y otros más, cuánto también han ido cambiando hasta convertirse en lo que el vallejista Max Silva critica:
Lo que en política es un demagogo, en vallejismo es un vallejogogo. El término me fue sugerido, entre chanzas y veras, por Jorge Puccinelli… El indiscutible representante de la vallejogogía es Juan Larrea… Vallejogogo peruano es Enrique Chirinos Soto.
[Reveladora también resulta su caracterización de André Coyné, y cómo este pasa de ser inicialmente un reconocido pionero en los trabajos críticos sobre Vallejo a ser un «vallejoclasta»:]
Debo aclarar que estoy lejos de creer que Vallejo sea intocable… Otra cosa es el modo en que se realiza la perspectiva crítica. En ese sentido, probaremos cómo Coyné maltrata con mala fe a César Vallejo (en «Tipos de vallejistas»: Vallejo/su tiempo y su obra. Actas del coloquio internacional. Universidad de Lima: 401, énfasis mío).
A propósito de Max Silva, ¿así que a usted le parece que ser amigo de Georgette lo descalifica para emitir juicios veraces sobre ella, su entorno, o la critica alrededor de Vallejo? Su argumento, además de antojadizo, contradice la total credibilidad que usted sí da a los amigos de Vallejo como Larrea, Coyné, More u otros, a quienes no ha descalificado por haber sido tales. Pienso que el grado de amistad o relación con alguien no determina nada a priori, y menos en una tarea de investigación con la verdad en la mano. Afirmar lo contrario es adherir a un prejuicio, un dicho acientífico.
5. Asimismo, ante la «sorpresa» que usted menciona haber experimentado, en Martín, sobre el uso del apelativo «zorrillas» ―y que recién ahora en El Hablador reconoce que también lo usó Vallejo con amigos suyos: es decir, ya no solo con las mujeres―, cabe ver este término en relación con lo sostenido por Juan Domingo Córdoba, el autor de la célebre foto de la pareja Vallejo en Versailles. Ya dije, en IT 6/7, que, en su libro César Vallejo del Perú profundo y sacrificado, aquel menciona que dicho apelativo lo trajo un mexicano a la bohemia parisina de entonces. En tanto amigo cercano de la pareja y, también, de Juan Larrea, Córdoba aporta apreciaciones sobre la vida amorosa y sexual de Vallejo, además de juegos verbales de Henriette (su primera pareja francesa) con César acerca del término «zorrillas», que relativizan las conclusiones de Rosas Ribeyro en su lectura de la Correspondencia vallejiana (Cf. 195-214).
Por lo demás, aunque no le guste a algunos por su declarado encono con Georgette, hay también varias cartas donde ella es algo muy distinta a una «zorrilla», como las que se pueden leer en la citada Correspondencia, desde la página 439 a la 455, dirigida a varios amigos. Georgette aparece aquí del lado del corazón del poeta, como su pareja y sin ninguneo ni maledicencia alguna, e incluso depositaria de cuidados solicitados para ella, varios años más joven que César, como en la postal al propio Juan Domingo Córdoba, que termina así: «mis respetos para tu señora. No olvides a mi mujer» (octubre 1931). Todo lo anterior pone en discusión no solo la supuesta «misoginia» que José Rosas enfáticamente sindica en Vallejo, sino sobre todo, como dije, la manera como edita los datos biográficos y extrae conclusiones absolutas, con un sentido que veremos a continuación.
6. En El Hablador, José Rosas dice haber reivindicado un Vallejo «propio y suyo»: bohemio, vital, su «lado bon vivant» y su ser «sobre todo poeta», que «todo en él no era dolo, sufrimiento y combate político». Pero ¿cómo entender las citas hechas anteriormente, o este final de su texto en Martín?:
Qué triste la calle Moliѐre el domingo (como hoy) al morir la tarde, qué triste tu tristeza que me llega a través del tiempo y se me incrusta en el pecho. Te confieso que no vine a tu barrio especialmente a visitarte. Estuve antes con Sophie Calle (¿una zorrilla acaso?). No, no la conociste, ella recién nació en 1953 y tú ya estabas muerto y enterrado. (167: énfasis mío).
¿No es esta una visión más cercana al canon ya mencionado sobre el poeta de la tristeza que se supone que fue Vallejo, sin matices algunos? Por eso afirmo que el Vallejo de José Rosas no es solo «propio ni suyo», sino de una visible línea de exégesis, que critico y por lo que estamos aquí.
Al mismo tiempo, se soslaya, ironiza y rechaza la posición política revolucionaria y transformadora de Vallejo. El artículo de Rosas Ribeyro, en Martín, empieza con su edición de datos y apreciaciones desde Desire Leavin: amiga del poeta y socialista desencantada, según refiere Rosas, por «los crímenes de Stalin» (otra vez) y, por ello, «anarquista». Asimismo, a propósito del encuentro entre César Moro y Vallejo en París, rememorado por Coyné, José Rosas reivindica el anarquismo y surrealismo del poeta de La tortuga ecuestre y desdeña «el marxismo elemental» de Vallejo, e ironiza más cuando por la correspondencia con Antenor Orrego, a la salida de Trilce (1922), concluye que «Vallejo no es todavía marxista con formación de manual de Academia de Ciencias de la URSS», y que, en tanto poeta, es aún «absolutamente lúcido». O sea, al tacho libros fundamentales en su pensamiento como El arte y la revolución y Contra el secreto profesional. Sin embargo, estos volúmenes y sus crónicas desde Europa, su exitoso libro sobre el momento fundacional de la Unión Soviética, así como su narrativa y su teatro resultan claves para el retrato unitario del creador (poesía incluida, en primer plano) que fue César Vallejo y quien creció, durante sus años y viajes en Europa, en diversos sentidos: en el terreno humano, ideológico y estético, todo simultáneamente, afirmándose como el socialista que era y es. José Rosas denomina como «marxismo elemental» la atendible crítica de Vallejo a las antinomias del surrealismo, cuando en verdad el autor de «Masa» incidió en la forma económica y política de los hechos culturales. Vallejo criticó, en todo caso, el «anarquismo» de la experiencia surrealista, el mero gesto epatante, grupal «de cenáculo», «cerebral» o intelectual, y no veo por qué, sino por una posición recalcitrante, se debiera obviar su juicio en el debate sobre la valoración de este importante movimiento del siglo XX.
7. Es en relación con lo anterior que usé la expresión vida heroica (parafraseando a José Carlos Mariátegui): para rescatar que, sobre las objetivas dificultades que tuvieron en vida Vallejo y Georgette, hay una obra heterogénea y esencial en nuestra contemporaneidad; que salió adelante interactuando con las nutrientes populares y de avanzada en su época, y que así labró y enseñó a labrar un camino poderoso para las generaciones que le sucedieron. No es el significado de heroísmo en el sentido de Superman o el Hombre Araña, ni de tantos falsos héroes de las repúblicas criollas latinoamericanas, ni menos del mito burgués del individuo que obtiene éxitos (por) encima de los demás, como de modo tradicional parece entender José Rosas (aquí cabe incluir, por afinidad ideológica, sus ironías y arbitrarias interpretaciones al testimonio de Max Silva sobre el apoyo que habría dado Georgette a las guerrillas del sesenta en el Perú).
El concepto de vida heroica lo tomo de la filosofía y las ideas políticas de Mariátegui acerca del socialismo peruano y de sus libros Ideología y política y Peruanicemos el Perú, y nos sirve para remarcar victorias populares inobjetables en el plano de la creación, la crítica y la política, en países como el Perú, con un imaginario masivo tan sistemática y deliberadamente educado en derrotas. De esa matriz nace, además, el recomendable libro La agonía de Mariátegui. La polémica con la Komintern (1980), de alguien que, como Rosas Ribeyro, hizo un doctorado de Historia en París: Alberto Flores Galindo (y quien publicó, además, con Ricardo Portocarrero, Invitación a la vida heroica: antología de «textos esenciales» de José Carlos Mariátegui, reeditada hace poco por el Congreso). Que su benevolencia otorgue a todos ellos algún crédito en este punto del debate.
8. A estas alturas, se ve que lo que irrita a Rosas Ribeyro no es tanto ni solo la supuesta «santidad» a la que Georgette y su «séquito» ―yo incluido, claro― habrían elevado a César, sino la posición y militancia de este en los agónicos días del civilismo en el Perú y, sobre todo, durante el periodo de entreguerras en Europa, expresadas con coherencia en su poesía hecha desde allí como en la cotidianeidad misma. Es decir, su crítica es política, no solo de carácter personal o por adjetivos más o menos. Entonces, ¿lo de que «Vallejo no fue un santo» viene por su suerte humana demasiado humana (incluida la gonorrea que le supone José Rosas), o por rebatir su posición marxista evidente en los poemas y la obra escrita desde Europa? Como he indicado en IT acerca de las razones también políticas para desdeñar a Georgette, me inclino por la última explicación. Los sentimientos y las representaciones están atravesados por la pasión política, la más humana de las pasiones, y no descubro nada al afirmar esto.
9. En suma, nada de santificaciones ni idealizaciones. En IT 6/7, expuse cuatro factores o razones que hallo, me imagino, para el odio que alguien como Georgette ha venido provocando en ciertos exégetas de Vallejo. Un odio que, considerando nuestras circunstancias personales y sociales, me suscitó hace años una espontánea simpatía aun sin haberla conocido, porque pienso que lo que el canon desplaza con injurias y hachazos suele ser más verdadero y renovador que lo que acoge en su seno. Usualmente, es un odio alimentado por el miedo a ser puesto en evidencia, a perder posiciones de control y manejo conservador en el plano de las representaciones culturales y políticas. Lo anterior se vio confirmado cuando leí sus citados Apuntes biográficos, y al conocer mejor su trayectoria vital y aportes de diverso tipo en relación con su célebre esposo. Por lo demás, no solo es mezquino y vano, sino que en nada ayuda para el retrato del César Vallejo de carne y hueso, y del poeta, pretender sepultarla (no una sino muchas veces) bajo una ruma de denuestos, más allá de cuál sea el origen de los mismos. Pero si se desdeña los criterios de los amigos (que también los tuvo y tiene) de Georgette, conviene releer el prólogo de Jesús Cabel en su Correspondencia completa de Vallejo. Al final, entre otras razones y calificativos muy divergentes de los usuales en relación con aquella, leemos lo siguiente:
Encuentro que la historia literaria del país no ha procedido con justicia con Georgette de Vallejo […]. Confieso que no me queda ninguna duda y puedo suscribir las palabras del filósofo David Sobrevilla: «hace unos años suscribí un memorial pidiendo la repatriación de los restos de Vallejo al Perú. Pero ahora, luego del estudio del epistolario del poeta y de conocer algunos detalles sobre los últimos años de su vida en nuestro país ―Georgette falleció en la Maison Santé sostenida como indigente por la Beneficencia Francesa―», he cambiado de opinión. Pienso que es preferible que Vallejo continúe reposando en el Cementerio de Montparnasse, como él quiso. Orrego tenía razón: el Perú jamás podrá cancelar el bochorno por la muerte del poeta. Ese bochorno solo ha aumentado ―si cabe― con la enfermedad y muerte de su viuda» (Correspondencia completa: LVI, énfasis mío).
Se trata de una firme y dramática adhesión a César y Georgette Vallejo, que se aúna de forma natural con mis argumentos expuestos en Intermezo Tropical 6/7 y reiterados aquí. No, no deseo que se retire ese libro de las escuelas. Por el contrario, ojalá se agitaran las conciencias de los jóvenes con el debate crítico de la obra completa de todos los grandes hombres y mujeres de todo tiempo, empezando por el Perú, que han contribuido de diversas maneras a transformar en verdad la vida. Que se debatiera abiertamente para recuperar la sensibilidad y el espíritu crítico de la juventud, que hace tanta falta. Que así se rompan definitivamente los diques sostenidos por las viejas imágenes y caricaturas establecidas y reproducidas durante décadas de verdades a medias y engaños, que pasan por testimonios fidedignos y ciencia erudita. Si hay un mito ―o dos― sobre César y Georgette Vallejo es el del abatimiento, la desdicha, la pobreza, las enfermedades, la desesperación y las infinitas deudas, es decir, el mito de la derrota, a la que con buena o mala voluntad el artículo del señor José Rosas Ribeyro contribuye como el de muchos otros que, amigos o no de la pareja, han labrado una representación negativa que se asemeja tanto a la que también se cierne sobre todos aquellos peligrosos disidentes y mílites de la revolución y la esperanza en diversas latitudes del orbe. En lo que a mí concierne, deseo contribuir sin reservas a derrumbar esa limitada y limitante tradición crítica para relevar lo que considero esencial y todavía acallado.
BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA
Revista de cultura y política Intermezzo Tropical 6/7: 141-144.
Revista de Artes & letras Martín 18/19 (2008). Lima, Universidad de San Martín de Porres.
Ángeles L., César (2002) “C. Vallejo que estás en los cc.” (poema).
Espejo Asturrizaga, Juan (1965) César Vallejo. Itinerario del hombre. 1892-1923. Lima, Librería Editorial Juan Mejía Baca.
Cabel, Jesús (2002) César Vallejo: correspondencia completa. Lima,
Pontificia Universidad Católica del Perú. Edición, estudio preliminar y notas de Jesús Cabel.
Córdoba, Juan Domingo (1995) César Vallejo del Perú profundo y sacrificado. Lima, Campodónico editor.
Gutiérrez Correa, Miguel “El Poeta César Vallejo y el Marxismo”.
Pachas Almeyda, Miguel (2008) Georgette Vallejo al fin de la Batalla. Lima, Juan Gutemberg.
Puccinelli, Jorge (1987) César Vallejo. Desde Europa. Crónicas y artículos 1923-1938. Lima, Fuente de Cultura Peruana. Recopilación, prólogo, notas y documentación por Jorge Puccinelli.
Sánchez Lihón, Danilo “Georgette Vallejo, ser otra vez uno”.
Silva Tuesta, Max (1992) “Tipos de vallejistas” (texto con 53 notas bibliográficas). En Vallejo: su tiempo y su obra. Actas del coloquio internacional. Universidad de Lima: 398-410.
Vallejo, Georgette (1974) “Apuntes biográficos sobre César Vallejo”. En Vallejo Obra poética completa. Lima, Mosca Azul editores: 351-457.
-----------------------(24/04/1976) “Como una estela de tu muerte”, entrevista a Georgette de Vallejo. En la revista española Triunfo.Varas, Domingo (04/01/2007) “La reivindicación de la viuda negra” (entrevista a Alberto Aznarán).
Varios (1994) Vallejo: su tiempo y su obra. Actas del coloquio internacional. Universidad de Lima; publicado en dos tomos.
Publicado por Intermezzo Tropical en 16:27
viernes, 16 de abril de 2010
martes, 13 de abril de 2010
José Luis Díaz-Granados: "Escritores y alcoholes"
Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com
Parece que al fin los biógrafos de Shakespeare han terminado por ponerse de acuerdo en que el poeta murió a causa de una intoxicación etílica a la temprana edad de 51 años. Aquel 23 de abril de 1616 —por coincidencia, el mismo día, mes y año en que moría Cervantes—, los vecinos comentaban que durante la noche anterior el autor de Romeo y Julieta "había bebido demasiado vino".
El que un autor literario haya sido de manera predominante consumidor de vegetales, de café o de drogas heroicas puede constituir algo sencillamente anecdótico: Balzac bebía 50 tazas de café negro al día (o mejor, durante la madrugada) y sólo así se sentía estimulado para escribir. George Bernard Shaw sólo comía vegetales sin haber probado jamás la carne ni el alcohol.
Y la mayoría de los novelistas del movimiento "beatnik" probaron la marihuana, la cocaína y el LSD. Pero que un escritor sea (o haya sido) un dipsómano impenitente parece ser casi un ritual paralelo al de su amor por las palabras.
No existe una razón lógica para creerlo. Incluso alcohólicos tan reconocidos como Hemingway, Karen Blixen o John Steinbeck aconsejaban no escribir jamás bajo los efectos etílicos. Sin embargo, no son pocos los textos y los libros en los que especialistas han intentado hallarle una explicación racional a esta extraña relación entre la creación literaria y la adicción al alcohol.
Precisamente Hemingway —quien en La Habana hizo famosos los eslogan: "Mi mojito en La Bodeguita; mi daiquiri en El Floridita"—, podía beber en un sólo día buenos tragos de vodka, ron y vino, al tiempo que ponderaba las "virtudes medicinales de la ginebra".
Un día, escribiendo en un café de París sintió sed. "Pedí un ron Saint James —recordó en sus memorias—. Con aquel frío me supo a gloria, y seguí escribiendo, sintiéndome muy bien y sintiendo que el buen ron de la Martinica me calentaba el cuerpo y el espíritu".
William Faulkner —quien al igual que el noruego Knut Hamsum recibió el Premio Nobel de manos del rey de Suecia en lamentable estado de embriaguez—, afirmaba que para escribir sólo se necesitaba un sitio acogedor, una mesa con una resma de papel, lápices y una botella de whisky. "¿Bourbon?, le preguntó el periodista refiriéndose al ron ordinario de Nueva Orleáns. No, respondió el novelista, no soy tan melindroso".
Las borracheras de James Joyce eran tan famosas en su exilio continental que no hay cronista de la "Generación Perdida" que no las registre. Su pobre mujer, Nora Barnacle, lidiaba con paciencia aquellas rascas de vino electrizante de Trieste, o del "Fendant de Sion" de Zurich, que según Joyce sabía a "mineral metálico". Según José María Valverde, "el alcohol y las reiteradas infecciones dentarias comenzaron a dañar los ojos de Joyce".
Zelda, la conflictiva mujer de Francis Scott Fitzgerald, sentía celos de la literatura. Apenas el autor de El Gran Gatsby se sentaba a escribir algunos párrafos de su nueva novela, ella lo arrastraba a una nueva borrachera hasta que él perdía el conocimiento luego de pelear y hacer las paces. Al otro día, trataba de curar la resaca sudando alcohol en largas caminatas con Hemingway para luego volver a intentar nuevos párrafos frente a su máquina.
Beodo hasta el "Delirium tremens" fue el desdichado y fascinante Edgar Alan Poe, al igual que Paul Verlaine, borracho feroz que casi mata con arma de fuego a su madre viuda, a su esposa y a su luciferino compañero Arthur Rimbaud. Pero el colmo del descaro lo llevó a cabo Truman Capote, el impecable narrador de A sangre fría, cuando ante 75 millones de televidentes declaró tartamudeando por la embriaguez: "soy marica, borracho y chismoso. Pero soy un genio".
El genial poeta galés Dylan Thomas, después de haber asombrado al mundo literario anglosajón con su Retrato del artista cachorro, realizó cuatro giras triunfales por los Estados Unidos, al término de las cuales murió luego de haber ingerido alcohol sin parar durante un mes. Tenía 39 años.
Un novelista olvidado, Halldor Kiljan Laxness, autor de Las campanas de Islandia, respondió a la pregunta de los reporteros acerca de lo que pensaba hacer con la fortuna obtenida con el Premio Nobel de Literatura en 1955: "Me la voy a beber". Lo que sin duda hizo, al igual que sus antecesores en el galardón: Sir Winston Churchill, dipsómano archiconocido, los ya citados Faulkner y Hemingway, el existencialista sueco Pär Lagerkvist y el controvertido André Gide.
El poeta colombiano León de Greiff, célebre por su cotidiana tertulia literaria del Café "Automático" de Bogotá, con Jorge Zalamea, Arturo Camacho Ramírez, Juan Lozano y Lozano, Jorge Artel y Luis Vidales, entre otros, celebró en sus versos las delicias extrañas del kirsh, el korn, el vodka, el aguardiente, el cogñac, la chicha y el mezcal. Pero también decía: "Bebamos en las cráteras de oro / que modeló el cincel benvenutino, / champán bullente y bullicioso vino".
Y no son pocos los poemas de De Greiff y de muchos otros poetas en los cuales se evoca al gran idólatra del vino Omar Khayyam, quien a su vez exaltó los dones y frutos de la bebida como símbolos de alegría vital y de optimismo.
En fin, la lista de los escritores-dipsómanos sería interminable y agotadora —Rulfo bebiendo pulque en las tiendas del D.F.; Miguel Ángel Asturias rescatado del guaro por una bella argentina; Onetti repleto de whisky mientras garrapateaba noticias en una agencia de prensa, "y el indio Darío borracho"—, pero haría válida la afirmación del poeta Juan Manuel Roca cuando se estaba proyectando la Casa de Poesía Silva en Bogotá:
—Aquí se debe exhibir la pluma de José Asunción Silva, la estilográfica de Guillermo Valencia, la pipa de León de Greiff, la máquina de escribir de Aurelio Arturo, el cacho de marihuana de Barba- Jacob y la botella de todos!
(Texto proporcionado por Con-Fabulación periódico virtual:
José Luis Díaz-Granados (Santa Marta, 1946), poeta, novelista y periodista cultural. Su novela Las puertas del infierno (1985), fue finalista del Premio Rómulo Gallegos. Su poesía se halla reunida en un volumen titulado La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003).)
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Parece que al fin los biógrafos de Shakespeare han terminado por ponerse de acuerdo en que el poeta murió a causa de una intoxicación etílica a la temprana edad de 51 años. Aquel 23 de abril de 1616 —por coincidencia, el mismo día, mes y año en que moría Cervantes—, los vecinos comentaban que durante la noche anterior el autor de Romeo y Julieta "había bebido demasiado vino".
El que un autor literario haya sido de manera predominante consumidor de vegetales, de café o de drogas heroicas puede constituir algo sencillamente anecdótico: Balzac bebía 50 tazas de café negro al día (o mejor, durante la madrugada) y sólo así se sentía estimulado para escribir. George Bernard Shaw sólo comía vegetales sin haber probado jamás la carne ni el alcohol.
Y la mayoría de los novelistas del movimiento "beatnik" probaron la marihuana, la cocaína y el LSD. Pero que un escritor sea (o haya sido) un dipsómano impenitente parece ser casi un ritual paralelo al de su amor por las palabras.
No existe una razón lógica para creerlo. Incluso alcohólicos tan reconocidos como Hemingway, Karen Blixen o John Steinbeck aconsejaban no escribir jamás bajo los efectos etílicos. Sin embargo, no son pocos los textos y los libros en los que especialistas han intentado hallarle una explicación racional a esta extraña relación entre la creación literaria y la adicción al alcohol.
Precisamente Hemingway —quien en La Habana hizo famosos los eslogan: "Mi mojito en La Bodeguita; mi daiquiri en El Floridita"—, podía beber en un sólo día buenos tragos de vodka, ron y vino, al tiempo que ponderaba las "virtudes medicinales de la ginebra".
Un día, escribiendo en un café de París sintió sed. "Pedí un ron Saint James —recordó en sus memorias—. Con aquel frío me supo a gloria, y seguí escribiendo, sintiéndome muy bien y sintiendo que el buen ron de la Martinica me calentaba el cuerpo y el espíritu".
William Faulkner —quien al igual que el noruego Knut Hamsum recibió el Premio Nobel de manos del rey de Suecia en lamentable estado de embriaguez—, afirmaba que para escribir sólo se necesitaba un sitio acogedor, una mesa con una resma de papel, lápices y una botella de whisky. "¿Bourbon?, le preguntó el periodista refiriéndose al ron ordinario de Nueva Orleáns. No, respondió el novelista, no soy tan melindroso".
Las borracheras de James Joyce eran tan famosas en su exilio continental que no hay cronista de la "Generación Perdida" que no las registre. Su pobre mujer, Nora Barnacle, lidiaba con paciencia aquellas rascas de vino electrizante de Trieste, o del "Fendant de Sion" de Zurich, que según Joyce sabía a "mineral metálico". Según José María Valverde, "el alcohol y las reiteradas infecciones dentarias comenzaron a dañar los ojos de Joyce".
Zelda, la conflictiva mujer de Francis Scott Fitzgerald, sentía celos de la literatura. Apenas el autor de El Gran Gatsby se sentaba a escribir algunos párrafos de su nueva novela, ella lo arrastraba a una nueva borrachera hasta que él perdía el conocimiento luego de pelear y hacer las paces. Al otro día, trataba de curar la resaca sudando alcohol en largas caminatas con Hemingway para luego volver a intentar nuevos párrafos frente a su máquina.
Beodo hasta el "Delirium tremens" fue el desdichado y fascinante Edgar Alan Poe, al igual que Paul Verlaine, borracho feroz que casi mata con arma de fuego a su madre viuda, a su esposa y a su luciferino compañero Arthur Rimbaud. Pero el colmo del descaro lo llevó a cabo Truman Capote, el impecable narrador de A sangre fría, cuando ante 75 millones de televidentes declaró tartamudeando por la embriaguez: "soy marica, borracho y chismoso. Pero soy un genio".
El genial poeta galés Dylan Thomas, después de haber asombrado al mundo literario anglosajón con su Retrato del artista cachorro, realizó cuatro giras triunfales por los Estados Unidos, al término de las cuales murió luego de haber ingerido alcohol sin parar durante un mes. Tenía 39 años.
Un novelista olvidado, Halldor Kiljan Laxness, autor de Las campanas de Islandia, respondió a la pregunta de los reporteros acerca de lo que pensaba hacer con la fortuna obtenida con el Premio Nobel de Literatura en 1955: "Me la voy a beber". Lo que sin duda hizo, al igual que sus antecesores en el galardón: Sir Winston Churchill, dipsómano archiconocido, los ya citados Faulkner y Hemingway, el existencialista sueco Pär Lagerkvist y el controvertido André Gide.
El poeta colombiano León de Greiff, célebre por su cotidiana tertulia literaria del Café "Automático" de Bogotá, con Jorge Zalamea, Arturo Camacho Ramírez, Juan Lozano y Lozano, Jorge Artel y Luis Vidales, entre otros, celebró en sus versos las delicias extrañas del kirsh, el korn, el vodka, el aguardiente, el cogñac, la chicha y el mezcal. Pero también decía: "Bebamos en las cráteras de oro / que modeló el cincel benvenutino, / champán bullente y bullicioso vino".
Y no son pocos los poemas de De Greiff y de muchos otros poetas en los cuales se evoca al gran idólatra del vino Omar Khayyam, quien a su vez exaltó los dones y frutos de la bebida como símbolos de alegría vital y de optimismo.
En fin, la lista de los escritores-dipsómanos sería interminable y agotadora —Rulfo bebiendo pulque en las tiendas del D.F.; Miguel Ángel Asturias rescatado del guaro por una bella argentina; Onetti repleto de whisky mientras garrapateaba noticias en una agencia de prensa, "y el indio Darío borracho"—, pero haría válida la afirmación del poeta Juan Manuel Roca cuando se estaba proyectando la Casa de Poesía Silva en Bogotá:
—Aquí se debe exhibir la pluma de José Asunción Silva, la estilográfica de Guillermo Valencia, la pipa de León de Greiff, la máquina de escribir de Aurelio Arturo, el cacho de marihuana de Barba- Jacob y la botella de todos!
(Texto proporcionado por Con-Fabulación periódico virtual:
José Luis Díaz-Granados (Santa Marta, 1946), poeta, novelista y periodista cultural. Su novela Las puertas del infierno (1985), fue finalista del Premio Rómulo Gallegos. Su poesía se halla reunida en un volumen titulado La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003).)
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domingo, 11 de abril de 2010
Julio Carmona: "Canto desde tu nombre"
Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com
Patria, carta de entrañas amorosas,
He subido a las alturas erizadas de tu nombre,
He llegado a duras penas a sus agudas notas,
Allí donde se hace grito congelado
Como el dolor en los labios de un hombre herido.
Llegué, vi y dejé
Intactos tus cerros,
No quité nada a tu cielo. Sólo grabé mi nombre
En su corteza de aire. Llegué para clavarme
En las espinas de tu altura, buscándote
El secreto, la flor, la maravilla.
Subí a tu cielo azul como a un campanario
Y no encontré lo dulce que de ti buscaba.
Anduve por tus calles blancas,
Comprobé sus techos rojos, mordí la pureza
De tus árboles. Y tus piedras, como todas
Las alas, fieles a su trabajo,
Me golpearon,
Y no encontré, no vi, no hallé
La chispa de mi búsqueda.
Pero, de pronto -ciego,
Ciego de mí-, me cosquilleó una mano,
Suave como un suspiro,
Tenue mano de nube derretida: era el hombre,
Era el hombre que venía convertido en amigos,
En pellejos de llamas para la noche dura,
Con ponchos y frazadas para un mejor mañana
(Que no es lo mismo que decir buenas noches).
Y fue el mote del día siguiente,
Y el queso nieve abierta en pecho tierno,
Y el disculpen hermanos la pobreza,
Fue lo que me condujo al borde mismo del sollozo.
Y quise no seguir buscando más.
Me parecía todo revelado.
Pero surgió la clara
Dulzura de Graciela Eucalipto
Ordeñando las ubres de la noche
Para la sed infinita de mi amor desierto,
Ordenando a mis ojos la admiración y el éxtasis
Para su doble calma de manantial sin ruido.
Todo sonaba a gusto de cereza:
El agua, el cardo, la totora, el cerro.
Y nuevamente y otra vez seguí buscando
Otras dulces bellezas, más altas hermosuras:
Y así aprendí a empinarme a tus alturas
Para coger la mano del tiempo detenida
En cada flor o piedra o lluvia sin reposo.
En tus alturas, Patria, tramonté
El recuerdo de mi obrero:
Por ese sufrimiento de las manos mordidas,
Del dolor y la angustia
Del caer desde siglos de sudores sin premio.
Y en tu espacio me vi pequeño, ínfimo.
Esas alturas no eran
Para mi escuela ausente de epidermis oscura,
De pulmones ajados
Por la cruda fiereza del humoso cemento.
Pero subir a tu nombre, Patria, es beber el cielo.
Y fui a enmendar mi adusta permanencia en la sombra.
En tus alturas todo era claro.
Pero también todo era helado.
Desde tu piel de piedra, pasando
Por el mote pelado hasta el ardiente
Cañazo (y del aguijón
Del agua ni se diga) todo era frío.
Todo era frío menos los ojos vistos o vividos
En fogones tiernísimos alimentando el trago
Calientito, en la fría madrugada
Del toro-velay “que morirá mañana”.
Todo era frío menos el llanto
Del arpa, del wakrapuko
Y el violín que volaba sus cuerdas
En medio de la noche,
Aleteando un poncho de calores
Para el baile redondo
De corazones hambrientos (tal en el día
Vi avegar al cernícalo
En la penumbra del totoral
Hurgando alas menudas).
Perú, carta escondida,
Recién allí en la historia
De mi amor ardió tu nombre,
Como un llanto de fuego llegó a enriquecerme:
Yo no tengo palabras sino mundos
Metidos del dolor al dolor:
Porque no todo es risa
En ti, Perú, si hasta tu nombre
Tiene más cicatrices que la vida; y sabes,
Perú,
Que no todo sufrimiento es pena dolorida,
Pero sabes también por tus heridas
Que si el dolor es pena pero pena vivida
Es un anuncio opaco,
Pero anuncio al fin y al cabo
De nuevos, bellos, buenos o mejores días.
(Este poema es el introductorio del poemario -inédito- Mester de obrería, de Julio Carmona).
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com
Patria, carta de entrañas amorosas,
He subido a las alturas erizadas de tu nombre,
He llegado a duras penas a sus agudas notas,
Allí donde se hace grito congelado
Como el dolor en los labios de un hombre herido.
Llegué, vi y dejé
Intactos tus cerros,
No quité nada a tu cielo. Sólo grabé mi nombre
En su corteza de aire. Llegué para clavarme
En las espinas de tu altura, buscándote
El secreto, la flor, la maravilla.
Subí a tu cielo azul como a un campanario
Y no encontré lo dulce que de ti buscaba.
Anduve por tus calles blancas,
Comprobé sus techos rojos, mordí la pureza
De tus árboles. Y tus piedras, como todas
Las alas, fieles a su trabajo,
Me golpearon,
Y no encontré, no vi, no hallé
La chispa de mi búsqueda.
Pero, de pronto -ciego,
Ciego de mí-, me cosquilleó una mano,
Suave como un suspiro,
Tenue mano de nube derretida: era el hombre,
Era el hombre que venía convertido en amigos,
En pellejos de llamas para la noche dura,
Con ponchos y frazadas para un mejor mañana
(Que no es lo mismo que decir buenas noches).
Y fue el mote del día siguiente,
Y el queso nieve abierta en pecho tierno,
Y el disculpen hermanos la pobreza,
Fue lo que me condujo al borde mismo del sollozo.
Y quise no seguir buscando más.
Me parecía todo revelado.
Pero surgió la clara
Dulzura de Graciela Eucalipto
Ordeñando las ubres de la noche
Para la sed infinita de mi amor desierto,
Ordenando a mis ojos la admiración y el éxtasis
Para su doble calma de manantial sin ruido.
Todo sonaba a gusto de cereza:
El agua, el cardo, la totora, el cerro.
Y nuevamente y otra vez seguí buscando
Otras dulces bellezas, más altas hermosuras:
Y así aprendí a empinarme a tus alturas
Para coger la mano del tiempo detenida
En cada flor o piedra o lluvia sin reposo.
En tus alturas, Patria, tramonté
El recuerdo de mi obrero:
Por ese sufrimiento de las manos mordidas,
Del dolor y la angustia
Del caer desde siglos de sudores sin premio.
Y en tu espacio me vi pequeño, ínfimo.
Esas alturas no eran
Para mi escuela ausente de epidermis oscura,
De pulmones ajados
Por la cruda fiereza del humoso cemento.
Pero subir a tu nombre, Patria, es beber el cielo.
Y fui a enmendar mi adusta permanencia en la sombra.
En tus alturas todo era claro.
Pero también todo era helado.
Desde tu piel de piedra, pasando
Por el mote pelado hasta el ardiente
Cañazo (y del aguijón
Del agua ni se diga) todo era frío.
Todo era frío menos los ojos vistos o vividos
En fogones tiernísimos alimentando el trago
Calientito, en la fría madrugada
Del toro-velay “que morirá mañana”.
Todo era frío menos el llanto
Del arpa, del wakrapuko
Y el violín que volaba sus cuerdas
En medio de la noche,
Aleteando un poncho de calores
Para el baile redondo
De corazones hambrientos (tal en el día
Vi avegar al cernícalo
En la penumbra del totoral
Hurgando alas menudas).
Perú, carta escondida,
Recién allí en la historia
De mi amor ardió tu nombre,
Como un llanto de fuego llegó a enriquecerme:
Yo no tengo palabras sino mundos
Metidos del dolor al dolor:
Porque no todo es risa
En ti, Perú, si hasta tu nombre
Tiene más cicatrices que la vida; y sabes,
Perú,
Que no todo sufrimiento es pena dolorida,
Pero sabes también por tus heridas
Que si el dolor es pena pero pena vivida
Es un anuncio opaco,
Pero anuncio al fin y al cabo
De nuevos, bellos, buenos o mejores días.
(Este poema es el introductorio del poemario -inédito- Mester de obrería, de Julio Carmona).
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Verso: Carmona
miércoles, 31 de marzo de 2010
Julio Piñones Lizama: LA SIGNIFICACIÓN SEMIÓTICA EN DIARIO DE MUERTE DE ENRIQUE LIHN
Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com
Introducción
En primera instancia, esta ponencia consiste en aplicar el concepto barthesiano de “significación” (2), a los conjuntos significantes de DDM con el fin de “apreciar la pluralidad que los constituye” (3). En consecuencia, se procurará hacer evidente el volumen significante de la obra, su polifonía y el dinamismo de sus significaciones; como también, la multiplicidad de correlaciones, nexos, connotaciones y citaciones que interactúan en estos textos, pudiéndose ingresar, tentativamente, al final, al problema de la reconstitución positiva o negativa del código al cual responden .
Enseguida, se procurará concretar las capacidades que se le reconocen a la connotación y a la función poética para establecer vinculaciones de distinto orden entre significantes estético / lingüísticos y nuevos significados generados por los sujetos de la enunciación, disponiendo para ello: de los discursos del enunciador, del destinatario implícito (también, productor de significados similares a los de la escritura); y de las contribuciones marginales que pudieran ofrecer los diversos actantes en este proceso de lectura. En suma, se pretende ofrecer al término de este ejercicio algunos resultados necesariamente abreviados y provisorios de lo alcanzado, configurando un perfil aproximado de lo que podría emerger de esta actividad como propuesta problemática de la “significación” de DDM, de E. .L. en el contexto de la poesía chilena contemporánea.
Para los efectos señalados, se proyectará una serie de operaciones de lectura sobre los conjuntos significantes de esta obra, reconociéndose que se hace uso de terminologías meta-lingüísticas procedentes de diversos autores que han hecho aportes en este terreno metodológico. En primer término, consideremos que Roland Barthes (RB) precisa la conceptualización que él atribuye al término “significación”, cómo distingue el empleo que le da a éste en sus investigaciones, cómo remarca las diferencias de este término y cómo lo distancia de las definiciones y acepciones corrientes de este vocablo. Son interesantes para los objetivos de esta ponencia el que la “significación” haya sido considerada por RB como: dinámica; integradora y productiva (4) y el que Ferdinand de Saussure (FS) hubiera remarcado el carácter intralingüístico de los signos que constituyen dicha “significación” (5).
Roberto Hozven (RH) ha remitido la configuración de la matriz conceptual básica de la investigación sobre este término, a la noción saussuriana de “valor”, destacando ante el destinatario que: “la unión del significante y del significado no agota el acto semántico, ya que el signo vale también por lo que lo rodea” (6). Además, RH pone sobre relieve una afirmación que, aunque no dicha en la definición saussuriana, en efecto, se encuentra implícita en ésta: “la pertenencia del signo a un sistema que es la lengua” (7). Considerando, tanto este “téngase presente” consistente en que el valor de los signos radica en su distintividad confrontados a otros signos del sistema (8); como, también, haciendo ingresar en esta matriz conceptual, la afirmación de Benveniste, quien sostiene que: “Cada signo entra en una red de relaciones y oposiciones que lo definen y lo delimitan en el interior de la lengua” (9); como también incorporando a estos fundamentos el concepto de “poeticidad” jakobsiano (10), equivalente, a su modo, al concepto de “connotación”; acordemos que tal marco metalingüístico fundamental hace posible contar con términos acotados, los cuales se proyectarán sobre el objeto de conocimiento anunciado, esto es, Diario de muerte, de Enrique Lihn.
Desarrollo
El aspecto diferencial que en primera instancia se revela al enunciatario de la obra estudiada, es decir, el primer relieve semiótico ineludible que corresponde asumir al destinador implícito, corresponde a, lo que antes que nada, se presenta ante él, esto es, el título de esta obra. Casi automáticamente, dicho título remite a este destinatario a una particular especie escritural existente en la tradición literaria universal: la del “Diario de vida” (DDV). Al ser transformada esta expresión, que contiene los múltiples caminos de la vitalidad, por medio de la nueva acuñación de lo denominado como DDM; se patentiza en esta transformación, cómo este último texto define su enunciación, insertándola en una ineluctable vía consistente en el discurso de un enunciador que transita hacia el fin de sus días. Este procedimiento, parcialmente conmutativo, genera una “correlación” opositiva que RB incluiría en su concepción del término “sentido” (11). Advirtiéndose este recurso del enunciador, es evidente que se ha empleado una “citación” de DDV para generar los rasgos letales del texto de DDM, esto es, la proyección de los caracteres de cada una de estas formas escriturales da como resultado semiótico la lectura de la distintividad entre ambas formas.
La comunidad de lectores que asuma el acontecer de esta “correlación” analógica y opositiva, podrá disponer de un primer dato textual que sintetiza y marca decisivamente las seriaciones posibles de los conjuntos significantes de DDM; como, a la vez, también contribuirá a perfilar una fundamental percepción de su volumen significante. Para realizar las operaciones del caso sobre el “correlato” señalado, consideremos como ejemplos estéticos relevantes de la forma escritural DDV: “El oficio de vivir”, de Cesare Pavese (12); “Noches de amor y de guerra”, de Eduardo Galeano; y, el “Diario íntimo”, de Gabriela Mistral, obra recientemente publicada gracias al trabajo del poeta Jaime Quezada (13), quien configuró y dotó de sentido a esta obra.
Al oponer las especies escriturales de ambos conjuntos significantes, ratificamos, en primera instancia, la existencia de una seriación opositiva de índole semiótica, fuertemente contrastante entre ellas por las diferenciaciones e implicancias de todo orden que derivan de la constitución de cada una de estas formas. En una segunda instancia, también debe explicitarse que la “citación” del “Diario de vida” es concurrente junto a dichas oposiciones en una segunda lectura que revela lo que RB llama “sentido”; puesto que la analogía que conecta los dos “Diarios.., es una “citación” parcial que remite el texto de E.L. al tradicional DDV, mostrándolos como hechos significativos existenciales desde el momento en que nace la denominación de DDM.
Se verifica así, no sólo la distintividad, sino que también la vinculación de un “sentido” extratextual de nexos que relacionan ambas literaturas que participan de las condiciones propias de dos tipos de escritos que remiten a un mismo “código” (14) y a lo connotado en este código, esto es, el pertenecer ambos a una clase de escritura en que se expone el transcurrir existencial por medio de un texto que se escribe, más o menos, día a día. Esta conexión puede permitirnos acceder al inicio de los “códigos” de ambas formas literarias y a su posterior devenir. Desde la concepción barthesiana de “código”, DDM está constituido por conjuntos poéticos significantes que apuntan hacia perspectivas referidas al mundo que se está abandonando; hacia expectativas realizadas o frustradas de una historia personal; son lazos presentes que se imbrican con un pasado lejano; huellas que conducen hacia un fin próximo. En torno al código de DDM, se reúnen todas las relaciones semióticas que se oponen al término Vida.
Este tipo de correlación extra-textual de DDM remite a otro espacio escritural, tal rasgo relaciona su acontecer a la seriación histórica personal de quien escribe un DDV, lo que, connotativamente, remarca la índole inversa de DDM como un destino que se cierra; así como el desarrollo de un DDV es un camino de apertura a expectativas felices o desgraciadas; las cuales participan, en todo caso de un camino personal que supone la inmortalidad de los mortales, esto es, la desaprensión con que se suele existir. DDM es, de este modo, la develación de una verdad desnuda y desde ésta surgen los enunciados del destinador que vive con lucidez el fatalismo que enfrenta. Tal lucidez posibilita que su visión de la realidad contenga capacidades comprensivas que plasman textos únicos por la capacidad de sus sistemas expresivos para manifestar el dolor humano.
Los conjuntos significantes de DDM expresan discursos cuyas relaciones connotativas se constituyen en huellas semióticas de un proceso de escritura que va dejando un registro textual propio de la lenta extinción del sujeto de la enunciación. Las “marcas” semióticas de tal registro se encuentran a lo largo de la enunciación de DDM de modo recurrente. Desde el punto de vista del enunciatario, estas “marcas” son reconocibles como ingresos cognoscitivos experenciales de un destinador implícito que navega en el río de una temporalidad que fatalmente terminará en el vacío.
Otra operación de lectura opositiva que es posible realizar por medio de este ejercicio, singulariza, con rasgos textuales propios de DDM, lo vital con la categoría semántica de la distinción “vida / muerte”, que se ha considerado como “una primera articulación del universo semántico individual” (15). Esta serie opositiva puede proyectarse hacia la categoría afectiva desde la cual el destinador implícito enuncia los temples de su agonía: en la antítesis de otra posible binomia, los términos euforia / disforia, se connota lo disfórico como emoción predominante del sujeto de la enunciación.
Los diferentes términos del discurso de este último reciben una “sobredeterminación” (16), por medio de connotaciones letales y de un conjunto identificable de factores de poeticidad que remarcan este fenómeno, sobre todo, por el rol actancial de la muerte que impone su sello a este discurso poético. Esto acontece desde los primeros versos de DDM que citaremos:
“Nada tiene que ver el dolor con el dolor
Nada tiene que ver la desesperación con la desesperación”(17)
En una primera aproximación, estas enunciaciones son perceptibles como formas de meta-lenguaje acontecidas al interior del texto por medio del enunciador, quien –lejos del tópico romántico-- plantea la imposibilidad de manifestar estas emociones límites por medio de las posibilidades expresivas que le brindan los medios del sistema lingüístico dentro del cual operan los actos de habla de sus poemas. Las segundas apariciones de las voces “dolor” y “desesperación” pueden considerarse como “citaciones” exactas de las primeras escrituras de los mismos vocablos y, sin embargo, aquéllas se constituyen en diferenciaciones semióticas de éstas por medio de las negaciones absolutas que presiden el paralelismo de ambos versos.
Viendo estas unidades versales con independencia una de otra, la segundo de éstas actúa como “paráfrasis” del verso anterior, entendiendo este término como “una operación meta-lingüística consistente en la producción, dentro de un mismo discurso, de una unidad discursiva semánticamente equivalente a otra unidad producida con anterioridad”(18).
Aplicando el concepto de significado para FS, el significado semiótico del primer verso de DDM habría que reconocerlo en la opositividad que se produce al confrontar una unidad lingüística con otros términos de la lengua. Sin embargo, aquí, es más, pues el destinador implícito declara que dos términos morfológicamente idénticos no guardan correspondencia alguna entre sí, es decir, ya no se trata de una confrontación de un signo con otro signo del sistema; sino que de la oposición dada entre dos vocablos iguales dentro de un mismo verso.
Benveniste había escrito que lo propio de cada signo es su diferenciación con relación a otros signos lingüísticos ¿y qué distingue al primer uso del vocablo “dolor” del segundo empleo del vocablo “dolor”? El mismo autor había condicionado la existencia del signo según fuera reconocido como significante por una comunidad lingüística, e, incluso, agregaba que dicho signo debería evocar, individual y colectivamente, similares asociaciones y oposiciones. Para cualquier comunidad lingüística, la reiteración escrita de un signo no presenta diferenciación alguna, los diversos contenidos con que cada subjetividad lee tal reiteración puede variar, ciertamente, en alguna medida; pero no en los términos de la negación absoluta que declara, categóricamente, el enunciador de los versos iniciales de DDM.
Siendo ésta la problematización metalingüística que nos plantea el enunciador, parece ser que su especificidad escapa a las precisiones de los autores citados y que nos encontraríamos ante un discurso que fractura la teorización semiótica, sistémica e individual, incluyendo el propio lenguaje del destinador; pues, en seguida, los versos posteriores incorporan a este proceso parafrástico, equivalencias semánticas similares a la impotencia expresiva del enunciador, aquél cuyo acto de lenguaje había revelado la dicotomía entre las disponibilidades de la lengua para transmitir por medio de un vocablo del sistema, la voluntad frustrada de expresar como él quisiera la magnitud inabarcable del sufrimiento que padece. Tal frustración se da con relación a otros, sus lectores, quienes, nunca conocerán la dimensión de este dolor, hasta que alcancen un conocimiento de la proximidad de la muerte, como el enunciador ha tenido acceso a este amargo conocimiento directamente. El siguiente verso metalingüístico dará carácter extensivo al problema expresivo planteado:
“Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas” (19)
Por una parte, diríamos que las palabras no tienen un estatuto ajeno a lo que le acontece a las experiencias y a todo el universo humano: su inevitable desgaste. Por otra parte, el grado de lucidez o desquiciamiento en que se encuentra el destinador es tal, que descubre la ruptura de un aspecto central de esta ponencia: el quiebre del significante con relación a lo significado en el proceso de significación, escisión que extiende su validez como paráfrasis ya formulada en los dos versos iniciales del poema y que viene a desconfigurar las conceptualizaciones iniciales de este trabajo. Las palabras han perdido esa transparencia que les permitía realizar los actos de significar. Se diría esto del lenguaje denotativo, usado cotidianamente; sin embargo, esto se está expresando por medio de un lenguaje artístico y, en esta medida, es una crítica que se vuelve en contra de quienes han ejercido la escritura literaria, contribuyendo a su desquiciamiento, dentro del cual, se incluye el propio enunciador:
“todas nuestras maneras de referirnos a las cosas están viciadas
y éste no es más que otro modo de viciarlas” (20)
El enunciador de un poema del autor español Blas de Otero, sumergido en la derrota, escribió que, a pesar de todo: “Nos queda la palabra”. Lo que se evidencia en esta problematización inicial de DDM, es, en cambio, hasta la pérdida de la fuerza de las palabras poéticas, llamadas, entre otros propósitos, a fulgurar en medio de la opacidad mediocre de los seres y de las cosas.
Otros datos textuales confirman esta recurrencia sobredeterminativa que pesa sobre el discurso del destinador, por ejemplo, en casos en que lo viciado del lenguaje es una condición de la cual participa la muerte; en que esta última actante es transformada, por medio de un procedimiento zoomórfico en las series que siguen:
“...viciada espera la muerte a sus nuevos amantes”
“...esa bestia tufosa es una tremenda devoradora”
“...la muerte (puede ser para “los médicos”) –la niña de sus ojos—un
querido problema”
“Quiero morir (de tal o cual manera)....” (21)
Y en un espacio más extenso, podrían citarse muchos otros ejemplos textuales que incluyen perífrasis, metáforas y otras determinaciones que, desde la “poeticidad” del texto aparecen rompiendo lugares comunes, frases hechas, escrituras, conductas sociales repelentes y convencionalistas, las cuales serían descodificables por medio de estrategias de lectura que cualquier enunciatario, de largo aliento, podría desplegar si se incorpora en este proceso receptivo.
Así, establecida la gravitación de este fenómeno actancial sobre el discurso de DDM, es posible avanzar en la anunciada dualidad abarcadora de las oposiciones dadas entre muerte y lenguaje. El meta-lenguaje del enunciador contribuye, desde las enunciaciones internas de sus textos, a expandir y profundizar esta confrontación por medio de la descalificación del “morir” como un “verbo descompuesto y absurdo” y en el sin sentido que resulta, siquiera, formular su voluntad de extinción vital; cuando en su situación ya hay una actante mortal manifestándole un fatalismo que no le ofrece ninguna opción; sino que le impone su tatuaje, su sello indeleble. Por ello, los textos meta-lingüísticos del enunciador pueden ser valorizados como factores substanciales en el proceso de reconocimiento escritural específico del gran tema binario que emerge de la relación connotativa que se establece entre muerte y lenguaje en esta obra, pues, además de todo lo anterior, el sujeto de la enunciación expresa que:
“No hay nombres en la zona muda” (22)
Esta afirmación podría validarse por unanimidad, con ligereza, como juicio universal absoluto; pero, aquí, sobre todo, estamos en presencia de un verso que responde a la marca que pesa sobre el futuro próximo del sujeto de la enunciación. Y esta marca se constituye en un signo de reconocimiento de la situación que rodea al destinador, quien tiene clara consciencia que se trata de un fenómeno que le acontecerá a él, como agonizante que vive la más extrema experiencia de un sentimiento nunca imaginado con tal profundidad, el cual no es posible, siquiera, verterlo hacia los demás y hacia sí mismo, por medio de acto de habla alguno.
Conclusiones provisorias:
I. La lectura presentada ha utilizado un método y un meta-lenguaje semióticos para ingresar en un objeto de estudio, esto es, los conjuntos significantes de DDM. Se ha buscado producir, como resultados de la actividad desarrollada, la “significación” y el “sentido” que emergen de tales poemas y del volumen significante de DDM. Estos soportes conceptuales se han proyectado como herramientas teórico/prácticas por medio de las cuales la escritura del enunciatario ha seguido las huellas relevantes de las enunciaciones formuladas por el destinador implícito.
II. Se ha evidenciado, que los fundamentos conceptuales de la semiótica expuestos en la introducción de esta ponencia, han sido puestos en jaque, por las frases de los sujetos de la enunciación y de los actantes que han excedido estos cimientos teóricos, cuando estos actos de lenguaje de DDM han sido cotejados con las conceptualizaciones semióticas sometidas a los embates rupturistas y a las declaraciones de nihilismo lingüístico absoluto del enunciador de DDM; en lo cual no deja de estar presente el problema de las condiciones del contexto que rodean a este destinador sobrederminado por los factores que actúan desde el entorno de su agonía.
III. La apertura de este campo problemático amaga la continuidad de los discursos de RB y FS con relación al discurso de DDM. Tales autores han postulado el concepto de “significación” como un proceso lingüístico que unía significantes y significados. La contradicción surge en esta lectura por la escisión entre ambos términos en los conjuntos significantes de DDM, según fuera comprobado por el enunciatario al relacionar e interpretar los actos de habla de aquel destinador. El discurso de éste no hace cuestión del ámbito comunicativo social; sino que la serie de expresiones meta-lingüísticas del enunciador destacan que el lenguaje poético ha perdido su capacidad de significar, por el desgaste y el desquiciamiento que revelan los vocablos requeridos para manifestar los estados de angustia en que se encuentra este destinador. Así es relevante la dicotomía reconocida por medio de la cual los alcances de un vocablo como “dolor” o “desesperación” no cubrían el vasto universo afectivo indefinible e intraducible de un ser humano situado al borde de la muerte.
IV. Sobre este hecho, Pedro Lastra en su “Nota preliminar” de DDM, destaca la adhesión de E.L. en favor de una “poesía situada”, la cual vincula al “texto con la circunstancia de sus enunciados”; el estudioso sostiene que, siendo esta posición constante en la obra de E.L.: “...tal vez ninguno de sus libros corrobore más intensamente ese propósito que Diario de muerte” (23). El enunciador de DDM al declarar las limitaciones del código lingüístico, lo hace desde la situación de agonía en la cual se encuentra la insoslayable referencia al autor real de esta obra.
V. Los relieves de “poeticidad” y la generación de los significados connotativos acontecidos en esta lectura de DDM han permitido exponer, su “significación”, su volumen significante y el sentido barthesianos de esta obra. La serie de citaciones asumidas han permitido identificar las constelaciones de signos de una “poesía situada” entre la Vida y la Muerte. Destinador y destinario han participado del fenómeno existencial expuesto bajo el prisma lingüístico problemático que ha revelado las dimensiones de una tragedia personal, morosa, cruel e implacable que remite al acontecer universal de una experiencia extensiva a todos los mortales.
VI. La aplicación del método semiótico constituyó, en todo caso, un aporte para esta exploración al orientar la escritura del enunciatario en torno a los aspectos subjetivos del discurso poético, dejando abiertas las expectativas que este trabajo no da por agotadas, sino que busca provocar otras investigaciones sobre el lenguaje, tema que atrajera hace décadas la atención de Martín Heidegger y que, en la actualidad sigue interesando, al ser profundizado por el discurso meta-lingüístico de Jacques Derrida. Por último, el discurso de DDM problematiza el acontecer presente y futuro de la poesía chilena, presentando el vacío y la crisis de su escritura.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Enrique Lihn, Diario de muerte, Santiago: Ed. Universitaria, 1990.
2. Roland Barthes, concepto de “significación”, en: BARTHES, BREMOND, METZ y otros. Elementos de semiología. La semiología. B. Aires: Tiempo Contemporáneo pp. 15-69. Citado por Roberto Hozven, “Glosario semiótico literario”, en El Estructuralismo literario francés, Stgo.: DEH, U. de Chile, 1970, p. 157.
3. RB, “principio de pluralidad”, en RH, op, cit., p. 144.
4. Tales características pueden inferirse de RB, considerando que: “ la significación puede ser concebida como un proceso; es el acto que une el significado y el significante, acto cuyo valor es el signo...”. RB citado por RH, op, cit., p. 157.
5. Según FS: “La significación no es (...) más que la contraparte de la imagen auditiva. Todo queda entre la imagen auditiva –Significante—y el concepto –Significado--, en los límites de la palabra considerada como un dominio cerrado, existente por sí mismo”. En RH, Ibíd.
6. FS en RH, Ibíd., op, cit, p. 170.
7. RH, Ibíd.
8. RH, Ibíd.
9. Benveniste, en Greimas y otros, Sémiotique, Madrid: Gredos,1982,436.
10. Roman Jakobson, citado por RH., op, cit., pp. 144-145.
11. Haciendo extensivo a DDM, visto como una especie de relato, lo dicho por RB sobre la comprensión del relato, consideramos como una primera correlación del “sentido” a lo que el autor francés expresara sobre esta otra diferenciación conceptual de este término, cuando escribiera que: “(...) llamamos sentido a todo tipo de correlación (...); a todo rasgo del relato que nos remita a otro momento del relato o a otro lugar de la cultura necesario para comprender el relato: (...) a todos los nexos (...), a todos los hechos significativos (...)”. RB, citado por RH, op, cit., 157.
12. Cesare Pavese, El oficio de vivir, Torino: 1952.
13. Jaime Quezada, editor, Bendita mi lengua sea / Diario íntimo de Gabriela Mistral, Santiago: Planeta / Ariel, 2002.
14. RB, citado por RH, op, cit. p. 94.
15. Sémiotique, op, cit., p. 436.
16. Freud, citado por RH, op, cit., p. 164.
17. E.L., DDM, op, cit. p. 13.
18. Sémiotique, op, cit., pp. 298-299.
19. E.L., DDM, op, cit., p. 13.
20. Ibíd.
21. E.L., DDM, pp. 13-14.
22. E.L., DDM, p. 13.
23. Pedro Lastra, en NOTA PRELIMINAR a DDM, op, cit., p. 11.
Texto proporcionado por Luis E. Aguilera (Chile).
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com
Introducción
En primera instancia, esta ponencia consiste en aplicar el concepto barthesiano de “significación” (2), a los conjuntos significantes de DDM con el fin de “apreciar la pluralidad que los constituye” (3). En consecuencia, se procurará hacer evidente el volumen significante de la obra, su polifonía y el dinamismo de sus significaciones; como también, la multiplicidad de correlaciones, nexos, connotaciones y citaciones que interactúan en estos textos, pudiéndose ingresar, tentativamente, al final, al problema de la reconstitución positiva o negativa del código al cual responden .
Enseguida, se procurará concretar las capacidades que se le reconocen a la connotación y a la función poética para establecer vinculaciones de distinto orden entre significantes estético / lingüísticos y nuevos significados generados por los sujetos de la enunciación, disponiendo para ello: de los discursos del enunciador, del destinatario implícito (también, productor de significados similares a los de la escritura); y de las contribuciones marginales que pudieran ofrecer los diversos actantes en este proceso de lectura. En suma, se pretende ofrecer al término de este ejercicio algunos resultados necesariamente abreviados y provisorios de lo alcanzado, configurando un perfil aproximado de lo que podría emerger de esta actividad como propuesta problemática de la “significación” de DDM, de E. .L. en el contexto de la poesía chilena contemporánea.
Para los efectos señalados, se proyectará una serie de operaciones de lectura sobre los conjuntos significantes de esta obra, reconociéndose que se hace uso de terminologías meta-lingüísticas procedentes de diversos autores que han hecho aportes en este terreno metodológico. En primer término, consideremos que Roland Barthes (RB) precisa la conceptualización que él atribuye al término “significación”, cómo distingue el empleo que le da a éste en sus investigaciones, cómo remarca las diferencias de este término y cómo lo distancia de las definiciones y acepciones corrientes de este vocablo. Son interesantes para los objetivos de esta ponencia el que la “significación” haya sido considerada por RB como: dinámica; integradora y productiva (4) y el que Ferdinand de Saussure (FS) hubiera remarcado el carácter intralingüístico de los signos que constituyen dicha “significación” (5).
Roberto Hozven (RH) ha remitido la configuración de la matriz conceptual básica de la investigación sobre este término, a la noción saussuriana de “valor”, destacando ante el destinatario que: “la unión del significante y del significado no agota el acto semántico, ya que el signo vale también por lo que lo rodea” (6). Además, RH pone sobre relieve una afirmación que, aunque no dicha en la definición saussuriana, en efecto, se encuentra implícita en ésta: “la pertenencia del signo a un sistema que es la lengua” (7). Considerando, tanto este “téngase presente” consistente en que el valor de los signos radica en su distintividad confrontados a otros signos del sistema (8); como, también, haciendo ingresar en esta matriz conceptual, la afirmación de Benveniste, quien sostiene que: “Cada signo entra en una red de relaciones y oposiciones que lo definen y lo delimitan en el interior de la lengua” (9); como también incorporando a estos fundamentos el concepto de “poeticidad” jakobsiano (10), equivalente, a su modo, al concepto de “connotación”; acordemos que tal marco metalingüístico fundamental hace posible contar con términos acotados, los cuales se proyectarán sobre el objeto de conocimiento anunciado, esto es, Diario de muerte, de Enrique Lihn.
Desarrollo
El aspecto diferencial que en primera instancia se revela al enunciatario de la obra estudiada, es decir, el primer relieve semiótico ineludible que corresponde asumir al destinador implícito, corresponde a, lo que antes que nada, se presenta ante él, esto es, el título de esta obra. Casi automáticamente, dicho título remite a este destinatario a una particular especie escritural existente en la tradición literaria universal: la del “Diario de vida” (DDV). Al ser transformada esta expresión, que contiene los múltiples caminos de la vitalidad, por medio de la nueva acuñación de lo denominado como DDM; se patentiza en esta transformación, cómo este último texto define su enunciación, insertándola en una ineluctable vía consistente en el discurso de un enunciador que transita hacia el fin de sus días. Este procedimiento, parcialmente conmutativo, genera una “correlación” opositiva que RB incluiría en su concepción del término “sentido” (11). Advirtiéndose este recurso del enunciador, es evidente que se ha empleado una “citación” de DDV para generar los rasgos letales del texto de DDM, esto es, la proyección de los caracteres de cada una de estas formas escriturales da como resultado semiótico la lectura de la distintividad entre ambas formas.
La comunidad de lectores que asuma el acontecer de esta “correlación” analógica y opositiva, podrá disponer de un primer dato textual que sintetiza y marca decisivamente las seriaciones posibles de los conjuntos significantes de DDM; como, a la vez, también contribuirá a perfilar una fundamental percepción de su volumen significante. Para realizar las operaciones del caso sobre el “correlato” señalado, consideremos como ejemplos estéticos relevantes de la forma escritural DDV: “El oficio de vivir”, de Cesare Pavese (12); “Noches de amor y de guerra”, de Eduardo Galeano; y, el “Diario íntimo”, de Gabriela Mistral, obra recientemente publicada gracias al trabajo del poeta Jaime Quezada (13), quien configuró y dotó de sentido a esta obra.
Al oponer las especies escriturales de ambos conjuntos significantes, ratificamos, en primera instancia, la existencia de una seriación opositiva de índole semiótica, fuertemente contrastante entre ellas por las diferenciaciones e implicancias de todo orden que derivan de la constitución de cada una de estas formas. En una segunda instancia, también debe explicitarse que la “citación” del “Diario de vida” es concurrente junto a dichas oposiciones en una segunda lectura que revela lo que RB llama “sentido”; puesto que la analogía que conecta los dos “Diarios.., es una “citación” parcial que remite el texto de E.L. al tradicional DDV, mostrándolos como hechos significativos existenciales desde el momento en que nace la denominación de DDM.
Se verifica así, no sólo la distintividad, sino que también la vinculación de un “sentido” extratextual de nexos que relacionan ambas literaturas que participan de las condiciones propias de dos tipos de escritos que remiten a un mismo “código” (14) y a lo connotado en este código, esto es, el pertenecer ambos a una clase de escritura en que se expone el transcurrir existencial por medio de un texto que se escribe, más o menos, día a día. Esta conexión puede permitirnos acceder al inicio de los “códigos” de ambas formas literarias y a su posterior devenir. Desde la concepción barthesiana de “código”, DDM está constituido por conjuntos poéticos significantes que apuntan hacia perspectivas referidas al mundo que se está abandonando; hacia expectativas realizadas o frustradas de una historia personal; son lazos presentes que se imbrican con un pasado lejano; huellas que conducen hacia un fin próximo. En torno al código de DDM, se reúnen todas las relaciones semióticas que se oponen al término Vida.
Este tipo de correlación extra-textual de DDM remite a otro espacio escritural, tal rasgo relaciona su acontecer a la seriación histórica personal de quien escribe un DDV, lo que, connotativamente, remarca la índole inversa de DDM como un destino que se cierra; así como el desarrollo de un DDV es un camino de apertura a expectativas felices o desgraciadas; las cuales participan, en todo caso de un camino personal que supone la inmortalidad de los mortales, esto es, la desaprensión con que se suele existir. DDM es, de este modo, la develación de una verdad desnuda y desde ésta surgen los enunciados del destinador que vive con lucidez el fatalismo que enfrenta. Tal lucidez posibilita que su visión de la realidad contenga capacidades comprensivas que plasman textos únicos por la capacidad de sus sistemas expresivos para manifestar el dolor humano.
Los conjuntos significantes de DDM expresan discursos cuyas relaciones connotativas se constituyen en huellas semióticas de un proceso de escritura que va dejando un registro textual propio de la lenta extinción del sujeto de la enunciación. Las “marcas” semióticas de tal registro se encuentran a lo largo de la enunciación de DDM de modo recurrente. Desde el punto de vista del enunciatario, estas “marcas” son reconocibles como ingresos cognoscitivos experenciales de un destinador implícito que navega en el río de una temporalidad que fatalmente terminará en el vacío.
Otra operación de lectura opositiva que es posible realizar por medio de este ejercicio, singulariza, con rasgos textuales propios de DDM, lo vital con la categoría semántica de la distinción “vida / muerte”, que se ha considerado como “una primera articulación del universo semántico individual” (15). Esta serie opositiva puede proyectarse hacia la categoría afectiva desde la cual el destinador implícito enuncia los temples de su agonía: en la antítesis de otra posible binomia, los términos euforia / disforia, se connota lo disfórico como emoción predominante del sujeto de la enunciación.
Los diferentes términos del discurso de este último reciben una “sobredeterminación” (16), por medio de connotaciones letales y de un conjunto identificable de factores de poeticidad que remarcan este fenómeno, sobre todo, por el rol actancial de la muerte que impone su sello a este discurso poético. Esto acontece desde los primeros versos de DDM que citaremos:
“Nada tiene que ver el dolor con el dolor
Nada tiene que ver la desesperación con la desesperación”(17)
En una primera aproximación, estas enunciaciones son perceptibles como formas de meta-lenguaje acontecidas al interior del texto por medio del enunciador, quien –lejos del tópico romántico-- plantea la imposibilidad de manifestar estas emociones límites por medio de las posibilidades expresivas que le brindan los medios del sistema lingüístico dentro del cual operan los actos de habla de sus poemas. Las segundas apariciones de las voces “dolor” y “desesperación” pueden considerarse como “citaciones” exactas de las primeras escrituras de los mismos vocablos y, sin embargo, aquéllas se constituyen en diferenciaciones semióticas de éstas por medio de las negaciones absolutas que presiden el paralelismo de ambos versos.
Viendo estas unidades versales con independencia una de otra, la segundo de éstas actúa como “paráfrasis” del verso anterior, entendiendo este término como “una operación meta-lingüística consistente en la producción, dentro de un mismo discurso, de una unidad discursiva semánticamente equivalente a otra unidad producida con anterioridad”(18).
Aplicando el concepto de significado para FS, el significado semiótico del primer verso de DDM habría que reconocerlo en la opositividad que se produce al confrontar una unidad lingüística con otros términos de la lengua. Sin embargo, aquí, es más, pues el destinador implícito declara que dos términos morfológicamente idénticos no guardan correspondencia alguna entre sí, es decir, ya no se trata de una confrontación de un signo con otro signo del sistema; sino que de la oposición dada entre dos vocablos iguales dentro de un mismo verso.
Benveniste había escrito que lo propio de cada signo es su diferenciación con relación a otros signos lingüísticos ¿y qué distingue al primer uso del vocablo “dolor” del segundo empleo del vocablo “dolor”? El mismo autor había condicionado la existencia del signo según fuera reconocido como significante por una comunidad lingüística, e, incluso, agregaba que dicho signo debería evocar, individual y colectivamente, similares asociaciones y oposiciones. Para cualquier comunidad lingüística, la reiteración escrita de un signo no presenta diferenciación alguna, los diversos contenidos con que cada subjetividad lee tal reiteración puede variar, ciertamente, en alguna medida; pero no en los términos de la negación absoluta que declara, categóricamente, el enunciador de los versos iniciales de DDM.
Siendo ésta la problematización metalingüística que nos plantea el enunciador, parece ser que su especificidad escapa a las precisiones de los autores citados y que nos encontraríamos ante un discurso que fractura la teorización semiótica, sistémica e individual, incluyendo el propio lenguaje del destinador; pues, en seguida, los versos posteriores incorporan a este proceso parafrástico, equivalencias semánticas similares a la impotencia expresiva del enunciador, aquél cuyo acto de lenguaje había revelado la dicotomía entre las disponibilidades de la lengua para transmitir por medio de un vocablo del sistema, la voluntad frustrada de expresar como él quisiera la magnitud inabarcable del sufrimiento que padece. Tal frustración se da con relación a otros, sus lectores, quienes, nunca conocerán la dimensión de este dolor, hasta que alcancen un conocimiento de la proximidad de la muerte, como el enunciador ha tenido acceso a este amargo conocimiento directamente. El siguiente verso metalingüístico dará carácter extensivo al problema expresivo planteado:
“Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas” (19)
Por una parte, diríamos que las palabras no tienen un estatuto ajeno a lo que le acontece a las experiencias y a todo el universo humano: su inevitable desgaste. Por otra parte, el grado de lucidez o desquiciamiento en que se encuentra el destinador es tal, que descubre la ruptura de un aspecto central de esta ponencia: el quiebre del significante con relación a lo significado en el proceso de significación, escisión que extiende su validez como paráfrasis ya formulada en los dos versos iniciales del poema y que viene a desconfigurar las conceptualizaciones iniciales de este trabajo. Las palabras han perdido esa transparencia que les permitía realizar los actos de significar. Se diría esto del lenguaje denotativo, usado cotidianamente; sin embargo, esto se está expresando por medio de un lenguaje artístico y, en esta medida, es una crítica que se vuelve en contra de quienes han ejercido la escritura literaria, contribuyendo a su desquiciamiento, dentro del cual, se incluye el propio enunciador:
“todas nuestras maneras de referirnos a las cosas están viciadas
y éste no es más que otro modo de viciarlas” (20)
El enunciador de un poema del autor español Blas de Otero, sumergido en la derrota, escribió que, a pesar de todo: “Nos queda la palabra”. Lo que se evidencia en esta problematización inicial de DDM, es, en cambio, hasta la pérdida de la fuerza de las palabras poéticas, llamadas, entre otros propósitos, a fulgurar en medio de la opacidad mediocre de los seres y de las cosas.
Otros datos textuales confirman esta recurrencia sobredeterminativa que pesa sobre el discurso del destinador, por ejemplo, en casos en que lo viciado del lenguaje es una condición de la cual participa la muerte; en que esta última actante es transformada, por medio de un procedimiento zoomórfico en las series que siguen:
“...viciada espera la muerte a sus nuevos amantes”
“...esa bestia tufosa es una tremenda devoradora”
“...la muerte (puede ser para “los médicos”) –la niña de sus ojos—un
querido problema”
“Quiero morir (de tal o cual manera)....” (21)
Y en un espacio más extenso, podrían citarse muchos otros ejemplos textuales que incluyen perífrasis, metáforas y otras determinaciones que, desde la “poeticidad” del texto aparecen rompiendo lugares comunes, frases hechas, escrituras, conductas sociales repelentes y convencionalistas, las cuales serían descodificables por medio de estrategias de lectura que cualquier enunciatario, de largo aliento, podría desplegar si se incorpora en este proceso receptivo.
Así, establecida la gravitación de este fenómeno actancial sobre el discurso de DDM, es posible avanzar en la anunciada dualidad abarcadora de las oposiciones dadas entre muerte y lenguaje. El meta-lenguaje del enunciador contribuye, desde las enunciaciones internas de sus textos, a expandir y profundizar esta confrontación por medio de la descalificación del “morir” como un “verbo descompuesto y absurdo” y en el sin sentido que resulta, siquiera, formular su voluntad de extinción vital; cuando en su situación ya hay una actante mortal manifestándole un fatalismo que no le ofrece ninguna opción; sino que le impone su tatuaje, su sello indeleble. Por ello, los textos meta-lingüísticos del enunciador pueden ser valorizados como factores substanciales en el proceso de reconocimiento escritural específico del gran tema binario que emerge de la relación connotativa que se establece entre muerte y lenguaje en esta obra, pues, además de todo lo anterior, el sujeto de la enunciación expresa que:
“No hay nombres en la zona muda” (22)
Esta afirmación podría validarse por unanimidad, con ligereza, como juicio universal absoluto; pero, aquí, sobre todo, estamos en presencia de un verso que responde a la marca que pesa sobre el futuro próximo del sujeto de la enunciación. Y esta marca se constituye en un signo de reconocimiento de la situación que rodea al destinador, quien tiene clara consciencia que se trata de un fenómeno que le acontecerá a él, como agonizante que vive la más extrema experiencia de un sentimiento nunca imaginado con tal profundidad, el cual no es posible, siquiera, verterlo hacia los demás y hacia sí mismo, por medio de acto de habla alguno.
Conclusiones provisorias:
I. La lectura presentada ha utilizado un método y un meta-lenguaje semióticos para ingresar en un objeto de estudio, esto es, los conjuntos significantes de DDM. Se ha buscado producir, como resultados de la actividad desarrollada, la “significación” y el “sentido” que emergen de tales poemas y del volumen significante de DDM. Estos soportes conceptuales se han proyectado como herramientas teórico/prácticas por medio de las cuales la escritura del enunciatario ha seguido las huellas relevantes de las enunciaciones formuladas por el destinador implícito.
II. Se ha evidenciado, que los fundamentos conceptuales de la semiótica expuestos en la introducción de esta ponencia, han sido puestos en jaque, por las frases de los sujetos de la enunciación y de los actantes que han excedido estos cimientos teóricos, cuando estos actos de lenguaje de DDM han sido cotejados con las conceptualizaciones semióticas sometidas a los embates rupturistas y a las declaraciones de nihilismo lingüístico absoluto del enunciador de DDM; en lo cual no deja de estar presente el problema de las condiciones del contexto que rodean a este destinador sobrederminado por los factores que actúan desde el entorno de su agonía.
III. La apertura de este campo problemático amaga la continuidad de los discursos de RB y FS con relación al discurso de DDM. Tales autores han postulado el concepto de “significación” como un proceso lingüístico que unía significantes y significados. La contradicción surge en esta lectura por la escisión entre ambos términos en los conjuntos significantes de DDM, según fuera comprobado por el enunciatario al relacionar e interpretar los actos de habla de aquel destinador. El discurso de éste no hace cuestión del ámbito comunicativo social; sino que la serie de expresiones meta-lingüísticas del enunciador destacan que el lenguaje poético ha perdido su capacidad de significar, por el desgaste y el desquiciamiento que revelan los vocablos requeridos para manifestar los estados de angustia en que se encuentra este destinador. Así es relevante la dicotomía reconocida por medio de la cual los alcances de un vocablo como “dolor” o “desesperación” no cubrían el vasto universo afectivo indefinible e intraducible de un ser humano situado al borde de la muerte.
IV. Sobre este hecho, Pedro Lastra en su “Nota preliminar” de DDM, destaca la adhesión de E.L. en favor de una “poesía situada”, la cual vincula al “texto con la circunstancia de sus enunciados”; el estudioso sostiene que, siendo esta posición constante en la obra de E.L.: “...tal vez ninguno de sus libros corrobore más intensamente ese propósito que Diario de muerte” (23). El enunciador de DDM al declarar las limitaciones del código lingüístico, lo hace desde la situación de agonía en la cual se encuentra la insoslayable referencia al autor real de esta obra.
V. Los relieves de “poeticidad” y la generación de los significados connotativos acontecidos en esta lectura de DDM han permitido exponer, su “significación”, su volumen significante y el sentido barthesianos de esta obra. La serie de citaciones asumidas han permitido identificar las constelaciones de signos de una “poesía situada” entre la Vida y la Muerte. Destinador y destinario han participado del fenómeno existencial expuesto bajo el prisma lingüístico problemático que ha revelado las dimensiones de una tragedia personal, morosa, cruel e implacable que remite al acontecer universal de una experiencia extensiva a todos los mortales.
VI. La aplicación del método semiótico constituyó, en todo caso, un aporte para esta exploración al orientar la escritura del enunciatario en torno a los aspectos subjetivos del discurso poético, dejando abiertas las expectativas que este trabajo no da por agotadas, sino que busca provocar otras investigaciones sobre el lenguaje, tema que atrajera hace décadas la atención de Martín Heidegger y que, en la actualidad sigue interesando, al ser profundizado por el discurso meta-lingüístico de Jacques Derrida. Por último, el discurso de DDM problematiza el acontecer presente y futuro de la poesía chilena, presentando el vacío y la crisis de su escritura.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Enrique Lihn, Diario de muerte, Santiago: Ed. Universitaria, 1990.
2. Roland Barthes, concepto de “significación”, en: BARTHES, BREMOND, METZ y otros. Elementos de semiología. La semiología. B. Aires: Tiempo Contemporáneo pp. 15-69. Citado por Roberto Hozven, “Glosario semiótico literario”, en El Estructuralismo literario francés, Stgo.: DEH, U. de Chile, 1970, p. 157.
3. RB, “principio de pluralidad”, en RH, op, cit., p. 144.
4. Tales características pueden inferirse de RB, considerando que: “ la significación puede ser concebida como un proceso; es el acto que une el significado y el significante, acto cuyo valor es el signo...”. RB citado por RH, op, cit., p. 157.
5. Según FS: “La significación no es (...) más que la contraparte de la imagen auditiva. Todo queda entre la imagen auditiva –Significante—y el concepto –Significado--, en los límites de la palabra considerada como un dominio cerrado, existente por sí mismo”. En RH, Ibíd.
6. FS en RH, Ibíd., op, cit, p. 170.
7. RH, Ibíd.
8. RH, Ibíd.
9. Benveniste, en Greimas y otros, Sémiotique, Madrid: Gredos,1982,436.
10. Roman Jakobson, citado por RH., op, cit., pp. 144-145.
11. Haciendo extensivo a DDM, visto como una especie de relato, lo dicho por RB sobre la comprensión del relato, consideramos como una primera correlación del “sentido” a lo que el autor francés expresara sobre esta otra diferenciación conceptual de este término, cuando escribiera que: “(...) llamamos sentido a todo tipo de correlación (...); a todo rasgo del relato que nos remita a otro momento del relato o a otro lugar de la cultura necesario para comprender el relato: (...) a todos los nexos (...), a todos los hechos significativos (...)”. RB, citado por RH, op, cit., 157.
12. Cesare Pavese, El oficio de vivir, Torino: 1952.
13. Jaime Quezada, editor, Bendita mi lengua sea / Diario íntimo de Gabriela Mistral, Santiago: Planeta / Ariel, 2002.
14. RB, citado por RH, op, cit. p. 94.
15. Sémiotique, op, cit., p. 436.
16. Freud, citado por RH, op, cit., p. 164.
17. E.L., DDM, op, cit. p. 13.
18. Sémiotique, op, cit., pp. 298-299.
19. E.L., DDM, op, cit., p. 13.
20. Ibíd.
21. E.L., DDM, pp. 13-14.
22. E.L., DDM, p. 13.
23. Pedro Lastra, en NOTA PRELIMINAR a DDM, op, cit., p. 11.
Texto proporcionado por Luis E. Aguilera (Chile).
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Prosa: Piñones
domingo, 28 de marzo de 2010
Felipe Alcaraz: Miguel Hernández, ¿poeta comunista o comunista poeta?
Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com
27-03-2010
El poeta granadino Javier Egea, que dedicó un gran esfuerzo a la producción de una poesía por fin materialista, al margen de la subjetividad burguesa, puso el siguiente pórtico a su concepción literaria: “Sólo hay dos formas de enfrentar la poesía. Y éstas no son otras que dejar claro desde el discurso poético que la propia poesía o está con la explotación o está contra ella”.
En el caso de Miguel Hernández Gilabert, nacido en Orihuela en octubre de 1910, su poesía y teatro tienen su asiento más definitorio en la delimitación marcada por Egea. Una definición que adquiere un discurso poético de primera magnitud, que no se rebaja por su popularidad: la gente “entiende” a Miguel Hernández no porque sea un poeta simple, sino porque es un poeta pleno; es, en todo caso, un poeta sencillo, es decir, un poeta que no oculta su entrega incondicional a una lucha sin cuartel, donde su poesía y teatro no buscan ningún balneario de neutralidad, ningún prestigio al margen de la apuesta poética (y vital) por otro mundo y por la defensa de la libertad hasta las últimas consecuencias. Se trata precisamente de eso: una literatura hasta sus últimas consecuencias. Sobra, pues, toda protección “paternalista” y académica a este poeta del pueblo en lucha. No sólo, pues, un poeta del pueblo, sino un poeta del pueblo en lucha. Y esa es su enorme “calidad”, aparte de la plenitud de su lenguaje.
E inmediatamente es preciso agregar algo que explica la apuesta: Miguel Hernández era comunista. Resulta que Miguel Hernández era comunista. ¿Se entendería su poesía sin aclarar este punto? Posiblemente sí. ¿Hubiera sido posible elaborarla sin la apuesta histórica concreta? Quizás no. Pero en todo caso es éticamente imposible ocultar algo que no es una etiqueta, ni “reduce” al escritor o lo “politiza”, tal como pueden enfocar su centenario los poetas y críticos postmodernos, de los que tan sobrados estamos en estos días: resulta que hay demasiados seguidores de Fukuyama, pero resulta también que vamos a celebrar, sin ningún intento de reducción, el centenario de un comunista: de un comunista poeta y de un poeta comunista; de alguien donde se funden, cosa que no siempre ocurre, una vida que no debemos olvidar y una obra que no envejece y se defiende perfectamente a sí misma, y a los intentos de reinterpretación y digestión desde el sistema.
La poesía y la vida de Miguel Hernández adquieren su sentido total en el frente (“El 18 de julio de 1936… entro yo, poeta, y conmigo mi poesía, en el trance más doloroso y trabajoso, pero más glorioso, al mismo tiempo, de mi vida”). Y es, a veces, una poesía a dentelladas. Dentelladas rojas y republicanas, dentelladas siempre desde la paz anhelante y la persona como amor y dignidad. Por eso muere, y ahí radica la “pequeña” historia de una resistencia final: “No me perdonarán nunca los señoritos que haya puesto mi poca, o mi mucha inteligencia, mi poco o mi mucho corazón, desde luego las dos cosas más grandes que todos ellos juntos, al servicio del pueblo de una manera franca y noble. Ellos preferirían que fuera un sinvergüenza. No lo han conseguido ni lo conseguirán”. Así, después de varios intentos fracasados por hacerle renegar de su poesía (y sus ideas) a cambio de libertad, muere en la prisión de Alicante, como si se cumpliera de todas formas la ejecución dictada. Murió con 31 años, enfermo de un tifus que degeneró en tuberculosis, dejando inacabado su libro “Cancionero y Romancero de ausencias”.
Esa ausencia inolvidable, es la que vamos a explicar, disputándole a las opciones postmodernas, neutrales, el sentido real de su vida y obra, y pretendiendo, desde el principio, que se anulen los procedimientos judiciales contra él. Es decir: no vamos a celebrar el centenario de un gran poeta, que lo era, aislando sus textos y deshuesándolos de historia e ideología. Vamos a defender y celebrar otra cosa: esa lucha que también se da en literatura, sin que por ello descienda un escalón técnico-artístico la obra, y que tiene su matriz en esa compresión del mundo desde el punto de vista, y contra, la explotación y el dominio. Una lucha durísima, sin componendas, pero que a veces se da de manera enteriza, como en el caso de Miguel Hernández.
Precisamente esta lucha, muchas veces a contracorazón (“Tristes guerras/ si no es amor la empresa.//Tristes, tristes”.), es la que necesita disfrazar u ocultar el sistema. Y esto es así porque ese sistema, pertrechado de los argumentos normalizadores de lo políticamente correcto, no resiste la mirada (literaria) de los perdedores, sobre todo si son perdedores pero no vencidos; y más todavía: si son perdedores pero no arrepentidos. Y como resulta claro que este no es el caso de Miguel Hernández, van a intentar por todos los medios digerir su figura, salvarla del “sectarismo de sus camaradas”. Porque en el fondo no quieren remediar su ausencia, sino trucarla, ya que no pueden construir el olvido. Y a esta nueva batalla, para salvar el rostro verdadero de Miguel, estamos convocados los comunistas.
http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article14044
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com
27-03-2010
El poeta granadino Javier Egea, que dedicó un gran esfuerzo a la producción de una poesía por fin materialista, al margen de la subjetividad burguesa, puso el siguiente pórtico a su concepción literaria: “Sólo hay dos formas de enfrentar la poesía. Y éstas no son otras que dejar claro desde el discurso poético que la propia poesía o está con la explotación o está contra ella”.
En el caso de Miguel Hernández Gilabert, nacido en Orihuela en octubre de 1910, su poesía y teatro tienen su asiento más definitorio en la delimitación marcada por Egea. Una definición que adquiere un discurso poético de primera magnitud, que no se rebaja por su popularidad: la gente “entiende” a Miguel Hernández no porque sea un poeta simple, sino porque es un poeta pleno; es, en todo caso, un poeta sencillo, es decir, un poeta que no oculta su entrega incondicional a una lucha sin cuartel, donde su poesía y teatro no buscan ningún balneario de neutralidad, ningún prestigio al margen de la apuesta poética (y vital) por otro mundo y por la defensa de la libertad hasta las últimas consecuencias. Se trata precisamente de eso: una literatura hasta sus últimas consecuencias. Sobra, pues, toda protección “paternalista” y académica a este poeta del pueblo en lucha. No sólo, pues, un poeta del pueblo, sino un poeta del pueblo en lucha. Y esa es su enorme “calidad”, aparte de la plenitud de su lenguaje.
E inmediatamente es preciso agregar algo que explica la apuesta: Miguel Hernández era comunista. Resulta que Miguel Hernández era comunista. ¿Se entendería su poesía sin aclarar este punto? Posiblemente sí. ¿Hubiera sido posible elaborarla sin la apuesta histórica concreta? Quizás no. Pero en todo caso es éticamente imposible ocultar algo que no es una etiqueta, ni “reduce” al escritor o lo “politiza”, tal como pueden enfocar su centenario los poetas y críticos postmodernos, de los que tan sobrados estamos en estos días: resulta que hay demasiados seguidores de Fukuyama, pero resulta también que vamos a celebrar, sin ningún intento de reducción, el centenario de un comunista: de un comunista poeta y de un poeta comunista; de alguien donde se funden, cosa que no siempre ocurre, una vida que no debemos olvidar y una obra que no envejece y se defiende perfectamente a sí misma, y a los intentos de reinterpretación y digestión desde el sistema.
La poesía y la vida de Miguel Hernández adquieren su sentido total en el frente (“El 18 de julio de 1936… entro yo, poeta, y conmigo mi poesía, en el trance más doloroso y trabajoso, pero más glorioso, al mismo tiempo, de mi vida”). Y es, a veces, una poesía a dentelladas. Dentelladas rojas y republicanas, dentelladas siempre desde la paz anhelante y la persona como amor y dignidad. Por eso muere, y ahí radica la “pequeña” historia de una resistencia final: “No me perdonarán nunca los señoritos que haya puesto mi poca, o mi mucha inteligencia, mi poco o mi mucho corazón, desde luego las dos cosas más grandes que todos ellos juntos, al servicio del pueblo de una manera franca y noble. Ellos preferirían que fuera un sinvergüenza. No lo han conseguido ni lo conseguirán”. Así, después de varios intentos fracasados por hacerle renegar de su poesía (y sus ideas) a cambio de libertad, muere en la prisión de Alicante, como si se cumpliera de todas formas la ejecución dictada. Murió con 31 años, enfermo de un tifus que degeneró en tuberculosis, dejando inacabado su libro “Cancionero y Romancero de ausencias”.
Esa ausencia inolvidable, es la que vamos a explicar, disputándole a las opciones postmodernas, neutrales, el sentido real de su vida y obra, y pretendiendo, desde el principio, que se anulen los procedimientos judiciales contra él. Es decir: no vamos a celebrar el centenario de un gran poeta, que lo era, aislando sus textos y deshuesándolos de historia e ideología. Vamos a defender y celebrar otra cosa: esa lucha que también se da en literatura, sin que por ello descienda un escalón técnico-artístico la obra, y que tiene su matriz en esa compresión del mundo desde el punto de vista, y contra, la explotación y el dominio. Una lucha durísima, sin componendas, pero que a veces se da de manera enteriza, como en el caso de Miguel Hernández.
Precisamente esta lucha, muchas veces a contracorazón (“Tristes guerras/ si no es amor la empresa.//Tristes, tristes”.), es la que necesita disfrazar u ocultar el sistema. Y esto es así porque ese sistema, pertrechado de los argumentos normalizadores de lo políticamente correcto, no resiste la mirada (literaria) de los perdedores, sobre todo si son perdedores pero no vencidos; y más todavía: si son perdedores pero no arrepentidos. Y como resulta claro que este no es el caso de Miguel Hernández, van a intentar por todos los medios digerir su figura, salvarla del “sectarismo de sus camaradas”. Porque en el fondo no quieren remediar su ausencia, sino trucarla, ya que no pueden construir el olvido. Y a esta nueva batalla, para salvar el rostro verdadero de Miguel, estamos convocados los comunistas.
http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article14044
sábado, 13 de marzo de 2010
MIGUEL DELIBES: UNA VOZ MÁS QUE SE APAGA DEL SIGLO XX
Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
(Texto proporcionado por Centro Cultural de España en Lima, Perú).
"Si no vives para servir, no sirves para vivir" es el lema de www.mesterdeobreria.blogspot.com
El mundo de las letras se viste de luto. Miguel Delibes fue un escritor español, maestro de periodistas, académico de la Lengua y escritor premiado con los máximos galardones de las letras españolas, como el 'Príncipe de Asturias' y el 'Cervantes'. A sus 89 años ha fallecido el novelista español por excelencia del siglo XX que situó en el mapa las costumbres, la gente, los paisajes y los caminos de una Castilla "la vieja" (Castilla -León) olvidada por muchos.
"El cazador que escribe", como se calificó el mismo, nació en Valladolid el 17 de octubre de 1920. Antes del estallido de la guerra civil estudió Comercio, Modelado y Dibujo. Ante la inminencia de ser movilizado se enroló como marinero voluntario en Canarias. Tras finalizar su carrera de Comercio, inicia la de Derecho y se matricula en la Escuela de Artes y Oficios, lo que le sirvió para mejorar sus dotes artísticas y ser contratado en 1941 como caricaturista en El Norte de Castilla, el diario vallisoletano por excelencia y decano de la prensa diaria española.
A partir de ese momento, se abrieron las puertas del periodismo para un joven Delibes de apenas 21 años. Publicó su primer artículo periodístico en El Norte, titulado “El deporte de la caza mayor”, y obtuvo el carné de periodista profesional en 1943, tras un curso intensivo en Madrid. El diario le otorgó el cargo de redactor, ocupándose de la sección dedicada a las críticas cinematográficas mientras continuaba realizando caricaturas. Dos años más tarde, obtuvo la cátedra de Derecho Mercantil, por lo que comenzó a impartir clases en la Escuela de Comercio
Dos años después de casarse con Ángeles de Castro (su mujer, su inspiración, su compañera y su apoyo), publica La sombra del Ciprés es alargada, la cual gana el Premio Nadal de 1948.
En 1949 publica su segunda novela, Aún es de día, con numerosos recortes de la censura. Además presenta, como libro de texto para sus clases, una Síntesis de Historia de España que será retirada al curso siguiente por no comentar adecuadamente los acontecimientos de la historia española más reciente. En 1952 es nombrado director de El Norte de Castilla, que intentará convertir en una trinchera contra el régimen.
En 1950 se inició una nueva etapa en la carrera literaria del escritor: tras sufrir un brote de tuberculosis publicó El camino, su tercera novela, en la que narra el proceso que sufre un niño en el descubrimiento de la vida y de la experiencia ante la amenaza de dejar el campo y marchar a la ciudad, obra que constituye su consagración definitiva en la narrativa española de la Posguerra. En 1952, fue nombrado subdirector del diario El Norte de Castilla, por lo que sus enfrentamientos con la censura se volvieron cada vez más directos y frecuentes. El escritor abrió una etapa en la que publicaba una nueva obra de manera prácticamente anual, a saber: Mi idolatrado hijo Sisí (1953), La partida (1954), Diario de un cazador (1955) -Premio Nacional de Narrativa-, Un novelista descubre América (1956), Siestas con viento sur (1957) -Premio Fastenrath-, Diario de un emigrante (1958) y La hoja roja (1959), de contenido existencialista, donde un fotógrafo rememora su vida al borde de la jubilación. En 1962 publica Las ratas, que obtiene el premio de la Crítica. Todo ello le lleva, en 1973, a ocupar el sillón "e" de la Real Academia Española.
Tras la muerte de Franco en 1975 publicó algunos de sus libros mayores, como Las guerras de nuestros antepasados (1975), El disputado voto del señor Cayo (1978) o Los santos inocentes (1981), adaptada para el cine con éxito por Mario Camus en 1984. Conseguido el reconocimiento literario, el oficial no tardó en llegar: en 1991 recibe el Premio Nacional de las Letras Españolas y en 1993 el Premio Cervantes. Aún ganaría, en 1999, el Premio Nacional de Narrativa por El hereje, publicada el año anterior y la que se convertiría en su última novela.
Paradojas de la vida, el mismo día que terminó de escribir El Hereje, le detectaron un cáncer de colon. Él mismo escribiría: "Aunque viví hasta el año dos mil..., el escritor Miguel Delibes murió en Madrid el 21 de mayo de 1998, en la mesa de operaciones de la clínica de La Luz (...) El cazador que escribe se termina al tiempo que el escritor que caza. Y bien: cuando mi obra, dicho lo dicho, está concluida, y por tal la doy, veo con satisfacción que los prestigiosos editores de Círculo de Lectores y Ediciones Destino se ocupan ahora de recopilarla y reunirla en siete volúmenes. Cada volumen, además, irá prologado por un destacado estudioso de mi obra. ¿Qué hacer sino sentirme halagado y agradecido? Si mi primera novela apareció en 1948 -hace ahora sesenta años- y la última en 1998, ha sido media centuria, la segunda del siglo XX, la que me he ocupado escribiendo y publicando libros. Y siempre, con el beneplácito de mis lectores. También a ellos, y a cuantos ahora se asomen a las páginas de estas Obras completas, quiero agradecer sinceramente su benevolencia y fidelidad".
(Texto proporcionado por Centro Cultural de España en Lima, Perú).
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