Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
“La mujer del César no sólo debe ser honesta sino también parecerlo”, dice el famoso aforismo. Y bien se sabe que ningún deshonesto va a admitir que lo es. Porque la “regla de oro” de todo delincuente es reclamar inocencia. El raciocinio de éstos es que una sola palabra te puede hundir o te puede salvar: si dices “sí” en lugar de decir “no”. Pero lo decisivo para la validez de ese “¡Soy inocente!” es que esté refrendado por una conducta irreprochable.
¿Cómo creerle al magistrado que no va a hacer variar los resultados de las denuncias que se ventilan en contra de la universidad que le ha pagado los gastos de un viaje internacional? Ningún servidor público (especialmente entre los políticos y los jurídicos) debe aceptar ningún especial trato ni contrato con ninguna institución ni pública ni privada. ¿Un juez trabajando en una Universidad, hoy por hoy que las universidades tienen tantos recursos por los cuales muchas de sus autoridades se convierten en corruptas?
La duda de su honestidad surge cuando uno se pregunta: ¿esa universidad le habría dado el especial trato o contrato si no fuera magistrado? El servidor público no sólo debe ser honesto sino también parecerlo. Y la única manera de parecerlo es rechazando cualquier compromiso que ponga en tela de juicio su honestidad. ¡Qué saludable fuera enterarse en los próximos días que, por ejemplo, un solo juez (entre los muchos que hay) ha renunciado a ser profesor en la Universidad que le ofreció ese cargo adicional!
Sé que es mucho pedir. Porque estamos en el Perú. Y en el Perú hasta los presidentes siempre han encontrado argumentos para justificar sus incongruencias. Si un ex Presidente se acoge a la prescripción de su juicio para presumir de una inocencia no probada (porque prescripción no es sinónimo de inocencia), ¿qué se puede esperar de otros servidores públicos que hacen de sus cargos un modelo para censurar?
Y lo más censurable de esas inconductas es que se convierten en espejos para la juventud. Si la autoridad lo hace ¿por qué no el común mortal que no tiene ninguna otra obligación que salir adelante a como dé lugar, en un país en el que las oportunidades no están a la vuelta de la esquina?
Aunque siempre habrá oportunidad para todo aquel que sin el menor reparo justifica sus deshonestidades con esta frase que es el sumun del oportunismo: “Siempre juego a ganador.” Sí, pero no olvides que el premio es el olvido o el deshonor.
lunes, 16 de noviembre de 2009
domingo, 15 de noviembre de 2009
Raúl Zibechi: "El colonialismo cabalga de nuevo"
Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
Diagonal
Rebelión,
A partir del año 2010 llegarán los bicentenarios de la independencia de los países latinoamericanos. Visto lo ocurrido en anteriores efemérides, como en 1992 con los 500 años de la conquista, habrá polémica en torno a la historia y las explicaciones que se dan del pasado. Aportamos una reflexión.
Hace tan sólo cinco años nadie consideró oportuno celebrar el bicentenario de uno de los hechos más trascendentes de la historia moderna: la primera revolución negra triunfante en el mundo. Cuando los esclavos comandados por Toussaint L’Overture expulsaron de Haití a los colonizadores franceses, en nombre de los mismos ideales que en 1789 habían llevado al “Tercer Estado” a derrocar a la monarquía, sólo obtuvieron recelos y rechazo de los revolucionarios de la metrópoli.
Mulas
Las palabras del conde de Mirabeau merecen ser recordadas. Cuando desde la colonia recién liberada se consultó a las autoridades rebeldes sobre la participación de sus habitantes en la elección de la Asamblea Nacional, los revolucionarios franceses respondieron a los revolucionarios haitianos que los derechos del hombre y del ciudadano no se extendían a los negros, por la sencilla razón de que (aún) no eran ciudadanos.
Mirabeau fue más lejos al pedir a la Asamblea Nacional que recordara a los haitianos que “al calcular el número de diputados que corresponden proporcionalmente a la población de Francia, no tomamos en consideración ni el número de nuestros caballos, ni el de nuestras mulas”.
Algo muy similar ocurrió respecto a la revuelta andina de 1780, dirigida por indios y ejecutada por indios, cuyo bicentenario no fue merecedor de fastos pese a constituir un claro antecedente de la liberación de las colonias que sobrevendría tres décadas más tarde. Sus líderes más conocidos, Tupac Amaru, Tupac Katari y Bartolina Sisa, siguen siendo referentes de segundo nivel frente a los “libertadores” como San Martín y Simón Bolívar, pese a que estos jamás hubieran podido triunfar sin el debilitamiento del colonialismo provocado por aquellos.
Propias tradiciones
Es cierto que en la década de 1980 los países latinoamericanos estaban gobernados por férreas dictaduras militares, que en modo alguno estaban dispuestas a revisar sus preconceptos sobre la historia. Pero llama la atención que las izquierdas, tanto las del Norte como las del Sur, aún se muestren tan remisas a la hora de poner las cosas en su sitio.
En este continente los pueblos originarios se han levantado a lo largo de cinco siglos, aunque de modo más persistente en los 200 últimos años.
Sus procesos han sido bien diferentes de los que encabezaron los criollos. En efecto, los indios no se han inspirado en los principios de la Ilustración, sino en sus propias tradiciones. Quizá para las izquierdas sea ir demasiado lejos aceptar que existe una genealogía rebelde y emancipatoria no ilustrada ni racionalista, que aunque no ha merecido mayor atención de las academias y de los partidos de izquierda, está en la raíz del pensamiento y las prácticas ‘otras’ de los oprimidos andino-amazónicos.
Otra genealogía
Sinclair Thompson, en Cuando sólo reinasen los indios, uno de los trabajos históricos más penetrantes sobre la historia rebelde de los aymaras, concluye que “no existe casi ninguna evidencia de que la insurrección panandina estuviera inspirada en los philosophes de la revolución francesa o por el éxito de los criollos norteamericanos”. Por el contrario, los rebeldes de 1780 sustentaron demandas y acciones en sus tradiciones comunitarias y como pueblos, en las prácticas asamblearias, descentralizadas y en el tradicional sistema de cargos rotativo o por turnos.
No es fácil aceptar que existe otra genealogía revolucionaria que puede contribuir a fecundar los pensamientos y las prácticas emancipatorias cuando el legado occidental de cambio social, los modos y códigos como hemos practicado nuestras rebeldías, está mostrando límites tan severos como la propia civilización que los produjo. Como mínimo, debería aspirarse a promover entre las dos orillas emancipatorias en las que ha abrevado la humanidad, la oriental y la occidental, diálogos y mestizajes que las fecunden. Indagar en esa dirección es el camino elegido en solitario por el zapatismo y unos pocos otros movimientos del sótano.
Hazañas criollas
Por el contrario, tanto los gobiernos de derecha como de izquierda parecen coincidir en celebrar la gesta de los criollos, que tuvo sus primeros estertores en Bolivia y Ecuador en 1809 y uno de sus momentos de mayor brillo en Buenos Aires en 1810.
No hay que ir muy lejos para concluir que se trata de criollos festejando hazañas de criollos, lo que no estaría nada mal si no pasaran por alto la importante ayuda que recibieron Bolívar y Miranda de los haitianos y que en los ejércitos de todo el continente había una buena proporción de indios y mestizos que, una vez conseguida la independencia, fueron las primeras víctimas de los ‘libertadores’.
Con la solitaria excepción de José Artigas, los hoy llamados ‘héroes nacionales’ de las independencias, no hicieron más que utilizar a indios y negros como carne de cañón. Lo peor, pese a todo, vino después, como bien lo puede atestiguar el pueblo mapuche.
Las nuevas naciones fueron mucho más lejos que los colonizadores en la destrucción de los pueblos originarios, como lo prueba la guerra de exterminio denominada por la República de Chile como “Pacificación de la Araucanía”.
En ese sentido, los criollos mostraron una decisión genocida mucho más audaz y profunda que sus abuelos españoles y portugueses. Ahí está la guerra de Triple Alianza, donde Brasil, Argentina y Uruguay diezmaron a Paraguay, haciendo el trabajo sucio que demandaba el imperio inglés para derribar las trabas al comercio de un país que buscada su autonomía además de su independencia.
Reconquista
Sería una ironía del destino si los millonarios festejos que se preparan por parte de los ‘iberoamericanos’ estuvieran cofinanciados por empresas como Repsol, Telefónica ENCE o el Banco de Santander, que están jugando un activo papel en la recolonización del continente.
Tendría su lógica: una parte sustancial de las ganancias de esas empresas provienen de sus negocios en América Latina, mucho más que de los emprendimientos en los países del norte. Repsol y Telefónica, se beneficiaron de las dudosas privatizaciones de gobiernos corruptos como los del argentino Carlos Menem, a los que repartieron cuantiosos sobornos para hacerse con el botín. Algunos de sus más destacados ejecutivos, así como los think tank de las derechas, se muestran muy activos en ‘promover las democracias’, o sea, en derribar a los gobiernos de Venezuela y Bolivia, así como apoyar a las derechas más ultras de este continente.
Bien mirado, tienen mucho para festejar. En la década de 1990, gracias a la liberalización promovida por el Consenso de Washington, volvieron a cargar oro y plata en sus arcas con la misma fruición que sus antepasados lo hicieron cinco siglos atrás. Ahora, cuando algunos gobiernos, con cierta timidez, les impiden seguir con el saqueo, se dedican a uno de sus deportes favoritos: conspirar, en nombre de la democracia y el libre mercado, contra las decisiones soberanas de los pueblos. Los festejos que se preparan, ¿forman parte de esa conspiración?
Raúl Zibechi. Analista y responsable de Internacional en el semanario uruguayo Brecha
http://www.diagonal periodico.net/El-colonialismo-cabalga-de-nuevo.html
Diagonal
Rebelión,
A partir del año 2010 llegarán los bicentenarios de la independencia de los países latinoamericanos. Visto lo ocurrido en anteriores efemérides, como en 1992 con los 500 años de la conquista, habrá polémica en torno a la historia y las explicaciones que se dan del pasado. Aportamos una reflexión.
Hace tan sólo cinco años nadie consideró oportuno celebrar el bicentenario de uno de los hechos más trascendentes de la historia moderna: la primera revolución negra triunfante en el mundo. Cuando los esclavos comandados por Toussaint L’Overture expulsaron de Haití a los colonizadores franceses, en nombre de los mismos ideales que en 1789 habían llevado al “Tercer Estado” a derrocar a la monarquía, sólo obtuvieron recelos y rechazo de los revolucionarios de la metrópoli.
Mulas
Las palabras del conde de Mirabeau merecen ser recordadas. Cuando desde la colonia recién liberada se consultó a las autoridades rebeldes sobre la participación de sus habitantes en la elección de la Asamblea Nacional, los revolucionarios franceses respondieron a los revolucionarios haitianos que los derechos del hombre y del ciudadano no se extendían a los negros, por la sencilla razón de que (aún) no eran ciudadanos.
Mirabeau fue más lejos al pedir a la Asamblea Nacional que recordara a los haitianos que “al calcular el número de diputados que corresponden proporcionalmente a la población de Francia, no tomamos en consideración ni el número de nuestros caballos, ni el de nuestras mulas”.
Algo muy similar ocurrió respecto a la revuelta andina de 1780, dirigida por indios y ejecutada por indios, cuyo bicentenario no fue merecedor de fastos pese a constituir un claro antecedente de la liberación de las colonias que sobrevendría tres décadas más tarde. Sus líderes más conocidos, Tupac Amaru, Tupac Katari y Bartolina Sisa, siguen siendo referentes de segundo nivel frente a los “libertadores” como San Martín y Simón Bolívar, pese a que estos jamás hubieran podido triunfar sin el debilitamiento del colonialismo provocado por aquellos.
Propias tradiciones
Es cierto que en la década de 1980 los países latinoamericanos estaban gobernados por férreas dictaduras militares, que en modo alguno estaban dispuestas a revisar sus preconceptos sobre la historia. Pero llama la atención que las izquierdas, tanto las del Norte como las del Sur, aún se muestren tan remisas a la hora de poner las cosas en su sitio.
En este continente los pueblos originarios se han levantado a lo largo de cinco siglos, aunque de modo más persistente en los 200 últimos años.
Sus procesos han sido bien diferentes de los que encabezaron los criollos. En efecto, los indios no se han inspirado en los principios de la Ilustración, sino en sus propias tradiciones. Quizá para las izquierdas sea ir demasiado lejos aceptar que existe una genealogía rebelde y emancipatoria no ilustrada ni racionalista, que aunque no ha merecido mayor atención de las academias y de los partidos de izquierda, está en la raíz del pensamiento y las prácticas ‘otras’ de los oprimidos andino-amazónicos.
Otra genealogía
Sinclair Thompson, en Cuando sólo reinasen los indios, uno de los trabajos históricos más penetrantes sobre la historia rebelde de los aymaras, concluye que “no existe casi ninguna evidencia de que la insurrección panandina estuviera inspirada en los philosophes de la revolución francesa o por el éxito de los criollos norteamericanos”. Por el contrario, los rebeldes de 1780 sustentaron demandas y acciones en sus tradiciones comunitarias y como pueblos, en las prácticas asamblearias, descentralizadas y en el tradicional sistema de cargos rotativo o por turnos.
No es fácil aceptar que existe otra genealogía revolucionaria que puede contribuir a fecundar los pensamientos y las prácticas emancipatorias cuando el legado occidental de cambio social, los modos y códigos como hemos practicado nuestras rebeldías, está mostrando límites tan severos como la propia civilización que los produjo. Como mínimo, debería aspirarse a promover entre las dos orillas emancipatorias en las que ha abrevado la humanidad, la oriental y la occidental, diálogos y mestizajes que las fecunden. Indagar en esa dirección es el camino elegido en solitario por el zapatismo y unos pocos otros movimientos del sótano.
Hazañas criollas
Por el contrario, tanto los gobiernos de derecha como de izquierda parecen coincidir en celebrar la gesta de los criollos, que tuvo sus primeros estertores en Bolivia y Ecuador en 1809 y uno de sus momentos de mayor brillo en Buenos Aires en 1810.
No hay que ir muy lejos para concluir que se trata de criollos festejando hazañas de criollos, lo que no estaría nada mal si no pasaran por alto la importante ayuda que recibieron Bolívar y Miranda de los haitianos y que en los ejércitos de todo el continente había una buena proporción de indios y mestizos que, una vez conseguida la independencia, fueron las primeras víctimas de los ‘libertadores’.
Con la solitaria excepción de José Artigas, los hoy llamados ‘héroes nacionales’ de las independencias, no hicieron más que utilizar a indios y negros como carne de cañón. Lo peor, pese a todo, vino después, como bien lo puede atestiguar el pueblo mapuche.
Las nuevas naciones fueron mucho más lejos que los colonizadores en la destrucción de los pueblos originarios, como lo prueba la guerra de exterminio denominada por la República de Chile como “Pacificación de la Araucanía”.
En ese sentido, los criollos mostraron una decisión genocida mucho más audaz y profunda que sus abuelos españoles y portugueses. Ahí está la guerra de Triple Alianza, donde Brasil, Argentina y Uruguay diezmaron a Paraguay, haciendo el trabajo sucio que demandaba el imperio inglés para derribar las trabas al comercio de un país que buscada su autonomía además de su independencia.
Reconquista
Sería una ironía del destino si los millonarios festejos que se preparan por parte de los ‘iberoamericanos’ estuvieran cofinanciados por empresas como Repsol, Telefónica ENCE o el Banco de Santander, que están jugando un activo papel en la recolonización del continente.
Tendría su lógica: una parte sustancial de las ganancias de esas empresas provienen de sus negocios en América Latina, mucho más que de los emprendimientos en los países del norte. Repsol y Telefónica, se beneficiaron de las dudosas privatizaciones de gobiernos corruptos como los del argentino Carlos Menem, a los que repartieron cuantiosos sobornos para hacerse con el botín. Algunos de sus más destacados ejecutivos, así como los think tank de las derechas, se muestran muy activos en ‘promover las democracias’, o sea, en derribar a los gobiernos de Venezuela y Bolivia, así como apoyar a las derechas más ultras de este continente.
Bien mirado, tienen mucho para festejar. En la década de 1990, gracias a la liberalización promovida por el Consenso de Washington, volvieron a cargar oro y plata en sus arcas con la misma fruición que sus antepasados lo hicieron cinco siglos atrás. Ahora, cuando algunos gobiernos, con cierta timidez, les impiden seguir con el saqueo, se dedican a uno de sus deportes favoritos: conspirar, en nombre de la democracia y el libre mercado, contra las decisiones soberanas de los pueblos. Los festejos que se preparan, ¿forman parte de esa conspiración?
Raúl Zibechi. Analista y responsable de Internacional en el semanario uruguayo Brecha
http://www.diagonal periodico.net/El-colonialismo-cabalga-de-nuevo.html
sábado, 14 de noviembre de 2009
José M. Vallejo "Homero Aridjis: ¿Un escritor marginalizado?"
Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
Del mismo modo como la obsesión por el tiempo marca la obra literaria de Marcel Proust en “En la busca del tiempo perdido,” observamos en el poeta y escritor mexicano Homero Aridjis, Michoacan 1940, una marcada obstinación, una sorprendente fascinación por el astro rey, el Sol y sus misterios, jeroglíficos y actos sacramentales traducidos en el mundo alucinante de las mariposas, las flores, el polen y los mitos mayas-aztecas relacionados. Tal vez por haberse iniciado como poeta, reconocido tempranamente en su talento por Octavio Paz, y haber sido premiado y celebrado posteriormente por su lírica versátil y vivencial, la novelística de este autor post boom hispanoamericano continúa, sin advertirse, la significativa técnica narrativa del también mexicano Juan Rulfo con los distintos planos cronológicos de pueblos vivos y muertos examinados por su propios habitantes. Es así que en la novela “El Hombre que amaba el Sol (2005)” y en la “Leyenda de los soles (1993)” el lector puede familiarizarse mediante la percepción poética, fuera de la retórica habitual, con la imagen mítica vinculada a la historia mexicana. Se profundiza a no dudarlo el sol de las pirámides definido por el autor como “el sol de los cerros de la creación mexicana de los cuatro soles y la era del quinto sol, como la actual.”
El aporte gramatical-lingüístico manejado por Aridjis, de alternancias temporales y espaciales mantiene a través de la lectura el contrapunto de varias narraciones simultáneas bajo un hilo conductor. Los prototipos originales se presentan por oposición y semejanza en la estructura totalizadora de la novela “El hombre que amaba el sol.” Las esporádicas apariciones de Margarita, la esposa de Tomás muerta súbitamente, son fragmentos de recuerdos donde se juntan hechos mágicos y rutinarios. Recuerdos donde están presentes las largas conversaciones de los diálogos de monólogos, los de ella centrados en las noticias estrafalarias y alarmantes, los de él en la fijación de los misterios del sol. “En Inglaterra los vehículos tienen el volante a la derecha” “En Rusia la falta de sol en invierno puede producir una tristeza azul, un desorden afectivo estacional. Con frecuencia la gente se cura de esa tristeza azul con alcohol.” “Se han avistado platillos voladores en la Zona del Silencio.” “Arrestaron al jefe de la policía de Chihuahua por dedicarse al secuestro y a la violación de menores.” Y Tomás responde “¿no crees que existen correspondencias entre las formas solares y las formas terrestres?” “La miel, ¿qué cosa hay más solar que la miel?” “Las flores amarillas de los campos son rayos solares materializados.” “Soñé que en otra vida fui el sacerdote egipcio que compuso la “Letanía de Ra” y en Teotihuacan el dios que creó el quinto sol de las cenizas de los cuatro soles anteriores.”
A través de esta novela existen saltos de la realidad al inframundo de los difuntos y los antepasados precolombinos, lugar donde las alucinaciones solares de Tomás, profesor destituido de un liceo escolar, motejado como el loco del sol, transportan al lector hacia la arqueología y la mitología de los complejos dioses mexicanos base de las abundantes leyendas populares. Clasificada su obra como del post boom, me inclino más, por el estilo, hacia la asignación de “nueva literatura” o como la llamo “literatura del siglo XXI” por su regreso al realismo con interrupciones “mágicas” en una prosa más sencilla de leer al poner énfasis en las culturas antiguas, las leyendas, la historia y el arte. De allí que Tomás, el carácter principal de la novela, adquiere por sí mismo el apellido de Tonatiuh que es el nombre del sol en el idioma nativo mexicano “Náhuatl” y a partir de ese instante su existencia transcurre en el centro de un mundo alucinado en búsqueda de la luz o sea el origen de las creencias indígenas desde los Incas en el Perú hasta los Aztecas en México. “El sol que va haciendo el día” y en el caso de Tomás “el que va haciendo la vida.”
También como en las novelas cubanas, Aridjis, se plantea en la narración el sincretismo religioso de los credos originarios con el catolicismo perteneciente al colonialismo. “En nuestro mundo el eclipse es una lucha entre el águila, nagual del sol, y el jaguar, la muerte. Miren dice un curandero nahua: “el jaguar del cielo nocturno se está tragando al Quinto Sol.” “Es el eclipse del divino sol por la intersección de la Inmaculada Luna, María Nuestra Señora Venerada en su sagrada imagen de Guadalupe, para librar de contagiosas pestes, y asegurar la salud de la especie humana,” se arrodilló una monja. “Bravo, ve y piensa: la danza del sol y de la luna con la tierra se está llevando a cabo” exclamó un maestro de escuela. “me tiemblan las chiches y mi vagina sangra”, una joven del Club de las Selenas alzó un alcatraz. ¿Vieron? Se me puso la carne de gallina, como si el eclipse del sol se hiciera dentro de mí.” … “En nuestra cultura –afirma el curandero-el eclipse de sol se dice Tonatiuh Qualo, que significa: el sol es comido, devorado en pedazos por el jaguar.” “Este eclipse mostrará al Cristo cósmico y a la María de los mares lunares la era del cambio,” aseveró la monja.
En la novela, Teresa, ahijada de Tomás quien fue su alumna en el liceo, está enamorada del viudo en permanente consulta con su esposa muerta Margarita, y él también es seducido por los encantos de su ex alumna padeciendo múltiples desvaríos sexuales nunca realizados. Este amor platónico transcurre plácido hasta la vejez, pues Tomás al sentirse inspirado a trabajar en sus investigaciones sobre el sol, se olvida del amor materializado. En realidad, en el conjunto de la novela, como en Pedro Páramo de Rulfo, estamos siempre en las fronteras de la vida y la muerte. El desafío de Aridjis, escritor de cierta manera marginalizado en su propio país por la crítica dedicada en su mayor parte a la propaganda de ventas y no a los logros literarios, primero el negocio luego la cultura, se enfrenta a la novela lineal o sea a la de construcción tradicional en la que han caído escritores como Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa con sus “Best Sellers,” en principio, hoy en día, ambos dedicados a temas triviales y sexuales (prostitución), luego de sus éxitos iniciales como novelistas de rango incluidos, sin crear estilos propios, como Carpentier, Cortázar y García Márquez, en el boom latinoamericano. El tono de estas obras triviales es invariablemente la descripción y no la denuncia acerca de la explotación del ser humano en las variantes étnicas, clasistas o de discriminación de la mujer en el mundo actual, donde está censurada cualquier apología dirigida a la segregación y la exclusión.
Poeta, narrador y diplomático, embajador de México ante la UNESCO, Homero Aridjis es también un combativo activista por los derechos humanos y la defensa del medio ambiente, habiendo creado el Grupo de Los Cien, conjunto de renombrados intelectuales y artistas comprometidos con la preservación de la naturaleza y el ecosistema, dinamismo no bien visto por las autoridades oficiales de México, aunque vitales para su creación literaria. Fuerza motriz progresista impugnada en su país de origen, motivo por el cual el autor se ha visto frecuentemente estorbado (marginalizado) en cuanto a la divulgación de su obra fundamental de hacer convergir la protección del agua, la tierra, los árboles, la vida animal, con la creación poética y novelística. Con 38 libros publicados traducidos a varios idiomas, y varios galardones literarios, la marginalización en el mundo de la cultura mexicana y latinoamericana oficial tiene que ver, sin duda, con su posición política e ideológica.
Del mismo modo como la obsesión por el tiempo marca la obra literaria de Marcel Proust en “En la busca del tiempo perdido,” observamos en el poeta y escritor mexicano Homero Aridjis, Michoacan 1940, una marcada obstinación, una sorprendente fascinación por el astro rey, el Sol y sus misterios, jeroglíficos y actos sacramentales traducidos en el mundo alucinante de las mariposas, las flores, el polen y los mitos mayas-aztecas relacionados. Tal vez por haberse iniciado como poeta, reconocido tempranamente en su talento por Octavio Paz, y haber sido premiado y celebrado posteriormente por su lírica versátil y vivencial, la novelística de este autor post boom hispanoamericano continúa, sin advertirse, la significativa técnica narrativa del también mexicano Juan Rulfo con los distintos planos cronológicos de pueblos vivos y muertos examinados por su propios habitantes. Es así que en la novela “El Hombre que amaba el Sol (2005)” y en la “Leyenda de los soles (1993)” el lector puede familiarizarse mediante la percepción poética, fuera de la retórica habitual, con la imagen mítica vinculada a la historia mexicana. Se profundiza a no dudarlo el sol de las pirámides definido por el autor como “el sol de los cerros de la creación mexicana de los cuatro soles y la era del quinto sol, como la actual.”
El aporte gramatical-lingüístico manejado por Aridjis, de alternancias temporales y espaciales mantiene a través de la lectura el contrapunto de varias narraciones simultáneas bajo un hilo conductor. Los prototipos originales se presentan por oposición y semejanza en la estructura totalizadora de la novela “El hombre que amaba el sol.” Las esporádicas apariciones de Margarita, la esposa de Tomás muerta súbitamente, son fragmentos de recuerdos donde se juntan hechos mágicos y rutinarios. Recuerdos donde están presentes las largas conversaciones de los diálogos de monólogos, los de ella centrados en las noticias estrafalarias y alarmantes, los de él en la fijación de los misterios del sol. “En Inglaterra los vehículos tienen el volante a la derecha” “En Rusia la falta de sol en invierno puede producir una tristeza azul, un desorden afectivo estacional. Con frecuencia la gente se cura de esa tristeza azul con alcohol.” “Se han avistado platillos voladores en la Zona del Silencio.” “Arrestaron al jefe de la policía de Chihuahua por dedicarse al secuestro y a la violación de menores.” Y Tomás responde “¿no crees que existen correspondencias entre las formas solares y las formas terrestres?” “La miel, ¿qué cosa hay más solar que la miel?” “Las flores amarillas de los campos son rayos solares materializados.” “Soñé que en otra vida fui el sacerdote egipcio que compuso la “Letanía de Ra” y en Teotihuacan el dios que creó el quinto sol de las cenizas de los cuatro soles anteriores.”
A través de esta novela existen saltos de la realidad al inframundo de los difuntos y los antepasados precolombinos, lugar donde las alucinaciones solares de Tomás, profesor destituido de un liceo escolar, motejado como el loco del sol, transportan al lector hacia la arqueología y la mitología de los complejos dioses mexicanos base de las abundantes leyendas populares. Clasificada su obra como del post boom, me inclino más, por el estilo, hacia la asignación de “nueva literatura” o como la llamo “literatura del siglo XXI” por su regreso al realismo con interrupciones “mágicas” en una prosa más sencilla de leer al poner énfasis en las culturas antiguas, las leyendas, la historia y el arte. De allí que Tomás, el carácter principal de la novela, adquiere por sí mismo el apellido de Tonatiuh que es el nombre del sol en el idioma nativo mexicano “Náhuatl” y a partir de ese instante su existencia transcurre en el centro de un mundo alucinado en búsqueda de la luz o sea el origen de las creencias indígenas desde los Incas en el Perú hasta los Aztecas en México. “El sol que va haciendo el día” y en el caso de Tomás “el que va haciendo la vida.”
También como en las novelas cubanas, Aridjis, se plantea en la narración el sincretismo religioso de los credos originarios con el catolicismo perteneciente al colonialismo. “En nuestro mundo el eclipse es una lucha entre el águila, nagual del sol, y el jaguar, la muerte. Miren dice un curandero nahua: “el jaguar del cielo nocturno se está tragando al Quinto Sol.” “Es el eclipse del divino sol por la intersección de la Inmaculada Luna, María Nuestra Señora Venerada en su sagrada imagen de Guadalupe, para librar de contagiosas pestes, y asegurar la salud de la especie humana,” se arrodilló una monja. “Bravo, ve y piensa: la danza del sol y de la luna con la tierra se está llevando a cabo” exclamó un maestro de escuela. “me tiemblan las chiches y mi vagina sangra”, una joven del Club de las Selenas alzó un alcatraz. ¿Vieron? Se me puso la carne de gallina, como si el eclipse del sol se hiciera dentro de mí.” … “En nuestra cultura –afirma el curandero-el eclipse de sol se dice Tonatiuh Qualo, que significa: el sol es comido, devorado en pedazos por el jaguar.” “Este eclipse mostrará al Cristo cósmico y a la María de los mares lunares la era del cambio,” aseveró la monja.
En la novela, Teresa, ahijada de Tomás quien fue su alumna en el liceo, está enamorada del viudo en permanente consulta con su esposa muerta Margarita, y él también es seducido por los encantos de su ex alumna padeciendo múltiples desvaríos sexuales nunca realizados. Este amor platónico transcurre plácido hasta la vejez, pues Tomás al sentirse inspirado a trabajar en sus investigaciones sobre el sol, se olvida del amor materializado. En realidad, en el conjunto de la novela, como en Pedro Páramo de Rulfo, estamos siempre en las fronteras de la vida y la muerte. El desafío de Aridjis, escritor de cierta manera marginalizado en su propio país por la crítica dedicada en su mayor parte a la propaganda de ventas y no a los logros literarios, primero el negocio luego la cultura, se enfrenta a la novela lineal o sea a la de construcción tradicional en la que han caído escritores como Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa con sus “Best Sellers,” en principio, hoy en día, ambos dedicados a temas triviales y sexuales (prostitución), luego de sus éxitos iniciales como novelistas de rango incluidos, sin crear estilos propios, como Carpentier, Cortázar y García Márquez, en el boom latinoamericano. El tono de estas obras triviales es invariablemente la descripción y no la denuncia acerca de la explotación del ser humano en las variantes étnicas, clasistas o de discriminación de la mujer en el mundo actual, donde está censurada cualquier apología dirigida a la segregación y la exclusión.
Poeta, narrador y diplomático, embajador de México ante la UNESCO, Homero Aridjis es también un combativo activista por los derechos humanos y la defensa del medio ambiente, habiendo creado el Grupo de Los Cien, conjunto de renombrados intelectuales y artistas comprometidos con la preservación de la naturaleza y el ecosistema, dinamismo no bien visto por las autoridades oficiales de México, aunque vitales para su creación literaria. Fuerza motriz progresista impugnada en su país de origen, motivo por el cual el autor se ha visto frecuentemente estorbado (marginalizado) en cuanto a la divulgación de su obra fundamental de hacer convergir la protección del agua, la tierra, los árboles, la vida animal, con la creación poética y novelística. Con 38 libros publicados traducidos a varios idiomas, y varios galardones literarios, la marginalización en el mundo de la cultura mexicana y latinoamericana oficial tiene que ver, sin duda, con su posición política e ideológica.
viernes, 13 de noviembre de 2009
Frei Betto: "Carta a un joven internauta"
Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
Sé que pasas largas horas en la computadora navegando por todos los rumbos disponibles. No te envidio la adolescencia. A tu edad yo me estaba iniciando en la militancia estudiantil y me inyectaba utopía en las venas. Ya había leído todo el Monteiro Lobato y me adentraba en las obras de Jorge Amado guiado por los "Capitanes de arena".
No me atraía la televisión y después del almuerzo me juntaba con mi pandilla en la calle, entregado a las emociones de amoríos juveniles, o me sentaba con mis amigos en la barra de una sangüichería para hablar del Cinema Nuovo, de la bossa nova -porque todo era nuevo- o de las obras de Jean Paul Sartre.
Sé que Internet es una inmensa ventana al mundo y a la historia, y suelo parafrasear diciendo que Google es mi pastor y nada me ha de faltará
Lo que me preocupa de ti es la falta de síntesis cognitiva. Al ponerte ante la computadora recibes una avalancha de informaciones y de imágenes, al igual que las oleadas de lava de un volcán se precipitan sobre una aldea. Sin tener claridad acerca de lo que realmente suscita tu interés, no consigues transformar información en conocimiento ni entretenimiento en cultura. Mariposeas por interminables sitios, mientras que tu mente navega a la deriva cual barca sin remos llevada al capricho de las olas.
¿Cuánto tiempo pierdes recorriendo sitios de conversación insulsa? Sí, está bien intercambiar mensajes con los amigos; pero al menos conviene saber qué decir y qué preguntar. Es excitante perderse por los corredores virtuales de personas anónimas acostumbradas al juego del escondite. ¡Pero cuidado! Esa joven que te fascina con tanto palabrerío picante quizás no pase de ser un viejo pedófilo que, encubierto por el anonimato, se disfraza de beldad.
Desconfía de quien no tiene nada que hacer, excepto atrincherarse durante horas en la digitación compulsiva a la caza de incautos que se dejan encandilar por mensajes eróticos.
Haz buen uso del Internet. Úsalo como herramienta de investigación para profundizar en tus estudios; visita los sitios que emiten cultura; conoce la biografía de personas que admiras; consulta la historia de tu época preferida; mira las increíbles imágenes del Universo captadas por el telescopio Hubble; escucha sinfonías y música pop.
¡Pero cuida tu salud! El uso prolongado de la computadora puede causarte lesiones en las manos por el esfuerzo repetitivo (leer) y volverte sedentario, obeso, sobre todo si, al lado del teclado, mantienes una botella de refresco y un paquete de papas fritas.
Cuida la vista, aumenta el tipo de las letras, deja que tus ojos se distraigan periódicamente en algún paisaje que no sea la simple pantalla del monitor.
Presta atención: no hay comida gratis. No te engañes con la idea de que la computadora te cuesta apenas el consumo de energía eléctrica, la mensualidad del proveedor y el acceso a Internet. Lo que mantiene en funcionamiento esta máquina en la que estoy redactando este artículo es la publicidad. Fíjate que aparecen anuncios por todos los rincones. Ellos enmarcan el Google, las noticias, la Wikipedia, etc. Es la polución consumista al acecho de nuestro inconsciente.
No te dejes esclavizar por la computadora. No permitas que robe tu tiempo de descanso, de leer un buen libro (de papel, no virtual), de convivencia con tu familia y tus amigos. Sométela a tu ritmo de vida. Ponla a funcionar sólo algunas horas al día.
Vence el arrebato que ella provoca en muchas personas.
Y no te dejes engañar. Nunca la máquina será más inteligente que el ser humano. Ella contiene millones de informaciones, pero no sabe nada. Es capaz de vencer en el ajedrez, pero porque alguien semejante a ti y a mí la programó para jugar. Exhibe las mejores películas y nos permite escuchar las músicas más emocionantes, pero nunca se deleitará con el amplio menú que nos ofrece.
Si prefieres la máquina a las personas y la usas como refugio de tu aversión a la sociabilidad, te recomiendo que busques un médico; porque tu autoestima está muy baja y la computadora nunca dirá que tienes que tratarla como si fuera un virus. O tu autoestima alcanzó las nubes y crees que no existen personas a tu altura, que es mejor quedarse solo.
En ambas hipótesis estás siendo canibalizado por la computadora. Y poco a poco te transformarás en un ser meramente virtual. Lo que no es ninguna virtud; antes bien la comprobación de que ya sufres de una enfermedad grave: el síndrome del onanismo electrónico.
(*) Frei Betto (1944) es un fraile dominico brasileño, teólogo y uno de los máximos exponentes de la Teología de la Liberación.
Sé que pasas largas horas en la computadora navegando por todos los rumbos disponibles. No te envidio la adolescencia. A tu edad yo me estaba iniciando en la militancia estudiantil y me inyectaba utopía en las venas. Ya había leído todo el Monteiro Lobato y me adentraba en las obras de Jorge Amado guiado por los "Capitanes de arena".
No me atraía la televisión y después del almuerzo me juntaba con mi pandilla en la calle, entregado a las emociones de amoríos juveniles, o me sentaba con mis amigos en la barra de una sangüichería para hablar del Cinema Nuovo, de la bossa nova -porque todo era nuevo- o de las obras de Jean Paul Sartre.
Sé que Internet es una inmensa ventana al mundo y a la historia, y suelo parafrasear diciendo que Google es mi pastor y nada me ha de faltará
Lo que me preocupa de ti es la falta de síntesis cognitiva. Al ponerte ante la computadora recibes una avalancha de informaciones y de imágenes, al igual que las oleadas de lava de un volcán se precipitan sobre una aldea. Sin tener claridad acerca de lo que realmente suscita tu interés, no consigues transformar información en conocimiento ni entretenimiento en cultura. Mariposeas por interminables sitios, mientras que tu mente navega a la deriva cual barca sin remos llevada al capricho de las olas.
¿Cuánto tiempo pierdes recorriendo sitios de conversación insulsa? Sí, está bien intercambiar mensajes con los amigos; pero al menos conviene saber qué decir y qué preguntar. Es excitante perderse por los corredores virtuales de personas anónimas acostumbradas al juego del escondite. ¡Pero cuidado! Esa joven que te fascina con tanto palabrerío picante quizás no pase de ser un viejo pedófilo que, encubierto por el anonimato, se disfraza de beldad.
Desconfía de quien no tiene nada que hacer, excepto atrincherarse durante horas en la digitación compulsiva a la caza de incautos que se dejan encandilar por mensajes eróticos.
Haz buen uso del Internet. Úsalo como herramienta de investigación para profundizar en tus estudios; visita los sitios que emiten cultura; conoce la biografía de personas que admiras; consulta la historia de tu época preferida; mira las increíbles imágenes del Universo captadas por el telescopio Hubble; escucha sinfonías y música pop.
¡Pero cuida tu salud! El uso prolongado de la computadora puede causarte lesiones en las manos por el esfuerzo repetitivo (leer) y volverte sedentario, obeso, sobre todo si, al lado del teclado, mantienes una botella de refresco y un paquete de papas fritas.
Cuida la vista, aumenta el tipo de las letras, deja que tus ojos se distraigan periódicamente en algún paisaje que no sea la simple pantalla del monitor.
Presta atención: no hay comida gratis. No te engañes con la idea de que la computadora te cuesta apenas el consumo de energía eléctrica, la mensualidad del proveedor y el acceso a Internet. Lo que mantiene en funcionamiento esta máquina en la que estoy redactando este artículo es la publicidad. Fíjate que aparecen anuncios por todos los rincones. Ellos enmarcan el Google, las noticias, la Wikipedia, etc. Es la polución consumista al acecho de nuestro inconsciente.
No te dejes esclavizar por la computadora. No permitas que robe tu tiempo de descanso, de leer un buen libro (de papel, no virtual), de convivencia con tu familia y tus amigos. Sométela a tu ritmo de vida. Ponla a funcionar sólo algunas horas al día.
Vence el arrebato que ella provoca en muchas personas.
Y no te dejes engañar. Nunca la máquina será más inteligente que el ser humano. Ella contiene millones de informaciones, pero no sabe nada. Es capaz de vencer en el ajedrez, pero porque alguien semejante a ti y a mí la programó para jugar. Exhibe las mejores películas y nos permite escuchar las músicas más emocionantes, pero nunca se deleitará con el amplio menú que nos ofrece.
Si prefieres la máquina a las personas y la usas como refugio de tu aversión a la sociabilidad, te recomiendo que busques un médico; porque tu autoestima está muy baja y la computadora nunca dirá que tienes que tratarla como si fuera un virus. O tu autoestima alcanzó las nubes y crees que no existen personas a tu altura, que es mejor quedarse solo.
En ambas hipótesis estás siendo canibalizado por la computadora. Y poco a poco te transformarás en un ser meramente virtual. Lo que no es ninguna virtud; antes bien la comprobación de que ya sufres de una enfermedad grave: el síndrome del onanismo electrónico.
(*) Frei Betto (1944) es un fraile dominico brasileño, teólogo y uno de los máximos exponentes de la Teología de la Liberación.
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Prosa: Betto
jueves, 12 de noviembre de 2009
Julio Carmona: "JUAN RAMÍREZ RUIZ: EN LA PERIFERIA DEL HOMBRE Y EN LO HONDO DEL POETA"
Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
(Avance de un trabajo mayor)
Al proponerme hacer la introducción de este artículo, paré en mientes que nunca fui presentado formalmente a Juan Ramírez Ruiz. Pero, desde los “años maravillosos” de la década del setenta, supimos reconocernos y saludarnos, a la distancia. Las décadas de los 70 y 80 estuvieron saturadas de hondos resentimientos o desconfianzas mutuas o recíprocas. Era una suerte de muros invisibles la que distanciaba a los grupos. La pasión política (muchas veces prejuiciosa y la más de las veces no esclarecida) tuvo mucho que ver en ese derrotero (de ruta y derrota).
Mi conocimiento de Juan Ramírez Ruiz hombre fue, pues, periférico, aunque respaldado por el respeto que su primera obra, Un par de vueltas por la realidad, me inspiró (y que la subsecuente, Las armas molidas, reafirmó). Creo haberlo escrito –al poco tiempo de conocida su desaparición física–: la última vez que nos vimos, en una exposición de pintura de Bruno Portuguez, en Chiclayo, nos dimos la mano y nos saludamos con un calor impropio del pasado, pero esclarecedor de que a los hombres no los separan los sentimientos sino los resentimientos.
Releyendo su poesía, me convenzo de que su sentimiento –excluyendo matices– no era diferente del mío. Fueron los resentimientos camuflados como ideología de grupo (Hora Zero, en su caso, y Primero de Mayo, en el mío) los que marcaron la distancia. Por ello, ese reencuentro, cálido, después de más de veinte años, me alegró; aunque también me causó desazón, porque lo vi muy desmejorado, no sólo físicamente porque su vitalidad de antes ya no era la misma, sino porque no vi en él esa fuerza en la mirada que lo singularizaba, aunque sí -siempre- la sonrisa enigmática (que muy bien ha captado la difundida foto en que aparece con su libro, Las armas molidas, en las manos).
No es éste, pues, un testimonio completo (como el de muchos otros manifestantes que tuvieron la oportunidad de tratarlo de cerca). No obstante es la opinión de un lector de su poesía. Seguramente, tampoco es una lectura completa, porque no puedo dejar de parcializarme. Es una costumbre lectora (discriminadora) que quedó como resabio de esa desconfianza política arriba acusada. Y, por ello, voy a pasar por alto el estudio estructural, estilístico o de renovada técnica poética (que la hay, y muy notoria) de su obra. Voy, sí, a incidir en la proyección de su sentimiento que, siendo tan vívido, no puede negligirse, y que no deja de tener vínculos con la posición de clase reflejada, consciente o inconscientemente, en su Un par de vueltas por la realidad, la única que analizaré aquí; abarcar todo su corpus poético, sería entrar en contradicción con los límites concedidos por la revista a este artículo.
La realidad
Un indicio de esa postura tendenciosa de la poética de Juan, aparte su explícita formulación en los textos introductorio y epilogal del libro aludido, está en el mismo título de éste: su palmario vínculo con la realidad. Ésta –la realidad, considero– es la piedra de toque del trabajo poético, en particular, y artístico, en general. Y en el caso de la poesía, específica, de Juan Ramírez Ruiz, la realidad no es un tópico accesorio. No es un telón de fondo ni un abalorio de utilería dramática. Porque aun cuando en ella se traten temas descarnados (la pobreza, la miseria, la angustia humanas: puestas en evidencia con casos puntuales y hasta personales) no deja de sentirse un escondido regocijo de pertenecer a esa realidad, con júbilo, como se manifiesta desde el primer poema, repitiéndose la misma expresión (y otras sinónimas) en todo lo extenso del texto. La soledad, el pesimismo, la angustia, no constituyen una sumatoria conclusiva de esa visión de la realidad: “¡Oiga usted! ¡A qué tanta queja, por qué tanto lamento!” (Un par de vueltas… “Máximo de velocidad”). Y aquí es preciso destacar un elemento técnico, complementario de este subyacente optimismo: los signos de admiración, caídos en descrédito para la lírica, son reivindicados por esta poética (nótese su uso reiterativo en muchos de los poemas del texto elegido).
La solidaridad
Desde el primer poema (“El júbilo”, ya mencionado) se anuncia el rechazo a la soledad (un tópico tan caro al imaginario burgués o pequeñoburgués). Su contrario es el acto solidario, biunívoco o multívoco, y, en el poema “El júbilo”, se manifiesta en principio como un diálogo que aspira a la multiplicación: “(…) Elfina/ deja la tarde en la calle, avisa y que vengan, que se alejen de las ofensas, que descuiden la/ acechanza, el improperio, la alevosía,/ aviso, dilo y abandona las oficinas,/ corre, ven con todos, corre, separa tus dedos/ de las máquinas sumadoras, cierra, cierra,/ los libros, los llaveros, los insultos, éste es el júbilo,/ este es el júbilo, reconócelo, Elfina, éste es el júbilo.”
Y, de inmediato, se señala el camino con un epígrafe extraído de “El (supuesto) Manual de los nuevos ferroviarios”, que me arriesgo en conjeturar como el título proyectivo de otro libro de Juan. Y el epígrafe tiene título “VIA FERREA”. Y alude al viaje (que es, al mismo tiempo, la lectura del libro), que requiere de un medio y, en este caso, el poeta ha elegido la metáfora del tren que es, nos dice: “un conjunto de vagones y cuando un tren se mueve, se mueven todos los vagones”, ¿por qué no pensar en toda empresa humana: en toda acción social que reclama no sólo unidad sino además solidaridad?, porque “cuando un vagón no está enlazado con otros se sale de la vía férrea y termina entre matorrales o estrellado contra las rocas, deshecho.” ¿Es ésta, a la vez, una imagen premonitoria de su propio fin? Cuánta cercanía entre la expresión “termina entre matorrales”, y el verso tan rememorado de Heraud: “morir entre pájaros y árboles”. Juan Ramírez Ruiz, el gran reclamador de la solidaridad (como lo estamos sugiriendo), terminó atenazado por la soledad, y concluyó su viaje como un cadáver anónimo luego de terminar “entre matorrales o estrellado contra las rocas, deshecho”.
Esta contradicción (de fusionar dolor con alegría, solidaridad con soledad) es tan propia de los trágicos, y viene a mi memoria Federico Hölderlin, el gran romántico alemán: “Solamente en el dolor cobramos conciencia de nuestra libertad interior (…) Dolor o alegría son parejamente buenos y quizá también irreales” (pese a que todas las evidencias presentan a esa dupla de dolor y alegría como lo esencial de la realidad, su emparejamiento, su fusión los hace parecer irreales). Pero volvamos a la imagen del tren; no es éste sólo el medio, es también el fin, el viaje en sí, porque en él está el ser humano, por eso nuestro poeta se apresura a rechazar este terrible silogismo: “Un tren vale más que todos los que están dentro de él”. El viaje, que –para nuestro poeta– está constituido por los vagones y los seres humanos que van “dentro de él”, no vale por sí mismo sino por su destino, y “el destino de un vagón es el de todos los vagones”.
La alegría y la solidaridad (y sus opuestos dialécticos, el dolor y la soledad) son elementos consustanciales de la realidad, y lo son, por ende, del realismo poético. Por eso, Juan no admite que se le califique de “poeta puro”: “(Aquí la noche del 14 de mayo/ me enteré que he tenido un aire puro/ porque alguien lo dijo entre botellas de pisco de Ica/ con rabia y para insultarme)”, él prefiere autoproclamarse lo contrario: “poeta realista” (y lo hace –reitero– desde el título del libro) y, por eso, en la continuación de los versos citados del poema “(Paradero)”, dirá: “Y yo salgo a la calle a repartirme como obsequio./ Por las calles de mi país camino con un sonido./ Y soy un lugar con mucha luz, /soy un aullante canto ambulatorio,/ mi cuerpo está lleno de poemas y/ salgo a la calle a repartirme como obsequio.” Para concluir la requisitoria solidaria de este poema: “Y cuando el individualismo se enreda y me llega a las pelotas/ aquí estoy yo vivo y fogoso” (…) “Yo entrego mi vehemencia y mi amor/ a esta vía que se ensancha hacia toda la extensión del universo”. Y la solidaridad es parte de la visión ecuménica de nuestro poeta: “Porque –él sabe con todo realismo que– ningún problema es personal” (verso éste, del último y grandioso poema que da título al libro).
Si a Juan, en vida, se le encasilló en un tardío vanguardismo y hasta en un sedicente purismo (expresión que -como hemos visto supra- no le era del todo grata), hoy, que ya pertenece a la inmortalidad, podemos rescatarlo con todo derecho para el realismo poético que es también el realismo político y el realismo vivífico.
(Avance de un trabajo mayor)
Al proponerme hacer la introducción de este artículo, paré en mientes que nunca fui presentado formalmente a Juan Ramírez Ruiz. Pero, desde los “años maravillosos” de la década del setenta, supimos reconocernos y saludarnos, a la distancia. Las décadas de los 70 y 80 estuvieron saturadas de hondos resentimientos o desconfianzas mutuas o recíprocas. Era una suerte de muros invisibles la que distanciaba a los grupos. La pasión política (muchas veces prejuiciosa y la más de las veces no esclarecida) tuvo mucho que ver en ese derrotero (de ruta y derrota).
Mi conocimiento de Juan Ramírez Ruiz hombre fue, pues, periférico, aunque respaldado por el respeto que su primera obra, Un par de vueltas por la realidad, me inspiró (y que la subsecuente, Las armas molidas, reafirmó). Creo haberlo escrito –al poco tiempo de conocida su desaparición física–: la última vez que nos vimos, en una exposición de pintura de Bruno Portuguez, en Chiclayo, nos dimos la mano y nos saludamos con un calor impropio del pasado, pero esclarecedor de que a los hombres no los separan los sentimientos sino los resentimientos.
Releyendo su poesía, me convenzo de que su sentimiento –excluyendo matices– no era diferente del mío. Fueron los resentimientos camuflados como ideología de grupo (Hora Zero, en su caso, y Primero de Mayo, en el mío) los que marcaron la distancia. Por ello, ese reencuentro, cálido, después de más de veinte años, me alegró; aunque también me causó desazón, porque lo vi muy desmejorado, no sólo físicamente porque su vitalidad de antes ya no era la misma, sino porque no vi en él esa fuerza en la mirada que lo singularizaba, aunque sí -siempre- la sonrisa enigmática (que muy bien ha captado la difundida foto en que aparece con su libro, Las armas molidas, en las manos).
No es éste, pues, un testimonio completo (como el de muchos otros manifestantes que tuvieron la oportunidad de tratarlo de cerca). No obstante es la opinión de un lector de su poesía. Seguramente, tampoco es una lectura completa, porque no puedo dejar de parcializarme. Es una costumbre lectora (discriminadora) que quedó como resabio de esa desconfianza política arriba acusada. Y, por ello, voy a pasar por alto el estudio estructural, estilístico o de renovada técnica poética (que la hay, y muy notoria) de su obra. Voy, sí, a incidir en la proyección de su sentimiento que, siendo tan vívido, no puede negligirse, y que no deja de tener vínculos con la posición de clase reflejada, consciente o inconscientemente, en su Un par de vueltas por la realidad, la única que analizaré aquí; abarcar todo su corpus poético, sería entrar en contradicción con los límites concedidos por la revista a este artículo.
La realidad
Un indicio de esa postura tendenciosa de la poética de Juan, aparte su explícita formulación en los textos introductorio y epilogal del libro aludido, está en el mismo título de éste: su palmario vínculo con la realidad. Ésta –la realidad, considero– es la piedra de toque del trabajo poético, en particular, y artístico, en general. Y en el caso de la poesía, específica, de Juan Ramírez Ruiz, la realidad no es un tópico accesorio. No es un telón de fondo ni un abalorio de utilería dramática. Porque aun cuando en ella se traten temas descarnados (la pobreza, la miseria, la angustia humanas: puestas en evidencia con casos puntuales y hasta personales) no deja de sentirse un escondido regocijo de pertenecer a esa realidad, con júbilo, como se manifiesta desde el primer poema, repitiéndose la misma expresión (y otras sinónimas) en todo lo extenso del texto. La soledad, el pesimismo, la angustia, no constituyen una sumatoria conclusiva de esa visión de la realidad: “¡Oiga usted! ¡A qué tanta queja, por qué tanto lamento!” (Un par de vueltas… “Máximo de velocidad”). Y aquí es preciso destacar un elemento técnico, complementario de este subyacente optimismo: los signos de admiración, caídos en descrédito para la lírica, son reivindicados por esta poética (nótese su uso reiterativo en muchos de los poemas del texto elegido).
La solidaridad
Desde el primer poema (“El júbilo”, ya mencionado) se anuncia el rechazo a la soledad (un tópico tan caro al imaginario burgués o pequeñoburgués). Su contrario es el acto solidario, biunívoco o multívoco, y, en el poema “El júbilo”, se manifiesta en principio como un diálogo que aspira a la multiplicación: “(…) Elfina/ deja la tarde en la calle, avisa y que vengan, que se alejen de las ofensas, que descuiden la/ acechanza, el improperio, la alevosía,/ aviso, dilo y abandona las oficinas,/ corre, ven con todos, corre, separa tus dedos/ de las máquinas sumadoras, cierra, cierra,/ los libros, los llaveros, los insultos, éste es el júbilo,/ este es el júbilo, reconócelo, Elfina, éste es el júbilo.”
Y, de inmediato, se señala el camino con un epígrafe extraído de “El (supuesto) Manual de los nuevos ferroviarios”, que me arriesgo en conjeturar como el título proyectivo de otro libro de Juan. Y el epígrafe tiene título “VIA FERREA”. Y alude al viaje (que es, al mismo tiempo, la lectura del libro), que requiere de un medio y, en este caso, el poeta ha elegido la metáfora del tren que es, nos dice: “un conjunto de vagones y cuando un tren se mueve, se mueven todos los vagones”, ¿por qué no pensar en toda empresa humana: en toda acción social que reclama no sólo unidad sino además solidaridad?, porque “cuando un vagón no está enlazado con otros se sale de la vía férrea y termina entre matorrales o estrellado contra las rocas, deshecho.” ¿Es ésta, a la vez, una imagen premonitoria de su propio fin? Cuánta cercanía entre la expresión “termina entre matorrales”, y el verso tan rememorado de Heraud: “morir entre pájaros y árboles”. Juan Ramírez Ruiz, el gran reclamador de la solidaridad (como lo estamos sugiriendo), terminó atenazado por la soledad, y concluyó su viaje como un cadáver anónimo luego de terminar “entre matorrales o estrellado contra las rocas, deshecho”.
Esta contradicción (de fusionar dolor con alegría, solidaridad con soledad) es tan propia de los trágicos, y viene a mi memoria Federico Hölderlin, el gran romántico alemán: “Solamente en el dolor cobramos conciencia de nuestra libertad interior (…) Dolor o alegría son parejamente buenos y quizá también irreales” (pese a que todas las evidencias presentan a esa dupla de dolor y alegría como lo esencial de la realidad, su emparejamiento, su fusión los hace parecer irreales). Pero volvamos a la imagen del tren; no es éste sólo el medio, es también el fin, el viaje en sí, porque en él está el ser humano, por eso nuestro poeta se apresura a rechazar este terrible silogismo: “Un tren vale más que todos los que están dentro de él”. El viaje, que –para nuestro poeta– está constituido por los vagones y los seres humanos que van “dentro de él”, no vale por sí mismo sino por su destino, y “el destino de un vagón es el de todos los vagones”.
La alegría y la solidaridad (y sus opuestos dialécticos, el dolor y la soledad) son elementos consustanciales de la realidad, y lo son, por ende, del realismo poético. Por eso, Juan no admite que se le califique de “poeta puro”: “(Aquí la noche del 14 de mayo/ me enteré que he tenido un aire puro/ porque alguien lo dijo entre botellas de pisco de Ica/ con rabia y para insultarme)”, él prefiere autoproclamarse lo contrario: “poeta realista” (y lo hace –reitero– desde el título del libro) y, por eso, en la continuación de los versos citados del poema “(Paradero)”, dirá: “Y yo salgo a la calle a repartirme como obsequio./ Por las calles de mi país camino con un sonido./ Y soy un lugar con mucha luz, /soy un aullante canto ambulatorio,/ mi cuerpo está lleno de poemas y/ salgo a la calle a repartirme como obsequio.” Para concluir la requisitoria solidaria de este poema: “Y cuando el individualismo se enreda y me llega a las pelotas/ aquí estoy yo vivo y fogoso” (…) “Yo entrego mi vehemencia y mi amor/ a esta vía que se ensancha hacia toda la extensión del universo”. Y la solidaridad es parte de la visión ecuménica de nuestro poeta: “Porque –él sabe con todo realismo que– ningún problema es personal” (verso éste, del último y grandioso poema que da título al libro).
Si a Juan, en vida, se le encasilló en un tardío vanguardismo y hasta en un sedicente purismo (expresión que -como hemos visto supra- no le era del todo grata), hoy, que ya pertenece a la inmortalidad, podemos rescatarlo con todo derecho para el realismo poético que es también el realismo político y el realismo vivífico.
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Prosa: Carmona
miércoles, 11 de noviembre de 2009
José M. Vallejo: "Tomás Eloy Martínez: la novela política"
Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
El peruano-español Mario Vargas Llosa posee tres facetas definidas en su trayectoria de escritor: la del narrador, el ensayista y la del político militante. ¿En cuál de ellas se siente más cómodo? Habría que buscar la respuesta en los mecanismos de su actividad diaria de hombre disciplinado y productor intelectual. La constancia o terquedad lo ayuda en sus cometidos, pero de allí a aceptarlo como un teórico veraz o analista literario científico nos puede llevar a muchos errores de apreciación. Valga esta introducción para contradecir la teoría mendaz o chapucera de Vargas Llosa cuando afirma que “la literatura está hecha de mentiras” y agrega: “la ficción novelesca permite al hombre vivir una vida distinta de la suya propia. Esa es la verdad que expresan las mentiras de las ficciones” (ensayo La verdad de las mentiras, 1990.) No voy a entrar en detalles respecto a mi profunda discrepancia con la apreciación del escritor peruano-español porque me alejaría del tema a tratar en este artículo; sin embargo, donde mejor se pone en evidencia la falsedad teórica de considerar a la ficción como una fábrica de mentiras es en la obra del escritor argentino Tomás Eloy Martínez.
Tal vez sin percibirlo en su totalidad, Tomás Eloy Martínez contradice en lo fundamental la arbitraria teoría de Vargas Llosa. Las principales novelas del autor argentino: Santa Evita, La Novela de Perón, El Vuelo de la Reina, El Cantor del Tango, se inscriben dentro de lo que podríamos llamar la ficción histórico-realista en la tradición novelística de Benito Pérez Galdós, Fédor Dovstoiewsky, Honorato de Balzac, Henry James, Joseph Conrad, lugar donde los principales personajes están envueltos en lo político y las visiones doctrinario-ideológicas. En su conjunto obras significativas de profundo cuestionamiento del pasado y presente de la historia vivida por los autores en cuanto a la visión de los acontecimientos públicos, la investigación de las pugnas políticas y la cuidadosa información en relación a la vida íntima de los líderes-personajes. En el caso específico de Tomás Eloy Martínez, su novelística abarca la historia política argentina en torno a las figuras emblemáticas de Perón y su primera esposa Evita. En un caso el paladín jefe supremo y en el otro la madre angelical, casi una santa. Pero en lo esencial el mundo ficticio de Martínez se dirige a la denuncia de la existencia de personajes corruptos, enajenados, complejos, en medio de enormes situaciones conflictivas de poderes propios, subalternos o subsidiarios. Además, se dirige a la revelación de la miseria material y el caos moral de una sociedad característica inspirada en el sueño de sentirse europea.
Martínez reproduce situaciones vividas en Argentina sin llegar a ser propositivo o atribuirse un discurso político-ideológico propio. En su intento literario, logrado de manera brillante, no trata a la narrativa como un simple reflejo de la realidad sino como un conjunto de interpretaciones cuya búsqueda se dirige también a explicar esa realidad. Por este camino el autor ingresa a la recreación constante de escenarios reales, a la inventiva propia de la creación literaria, al terreno de la imaginación clarividente y la penetración sagaz de los temas tratados. Precisamente, en esta narrativa de corte realista debemos preguntarnos ¿dónde están las mentiras que Vargas Llosa atribuye a la ficción novelística o literaria? La respuesta lógica es en ninguna parte, puesto que la inventiva y la ficción pueden llegar a ser una realidad o convertirse en una realidad que la historia oficial no pudo detectar pero existió. Por ejemplo muchas de las invenciones de Julio Verne se cumplieron en el tiempo y nunca aparentaron ser mentiras. Es en este sentido que hablamos, en la obra de Martínez, de una realidad observada, adivinada, transformada que de ninguna manera podemos valorarla como construida en base a mentiras. Por el contrario en la obra de este escritor argentino existe una relación íntima entre ficción y realidad, un punto de encuentro de dos visiones dialogantes y contrapuestas, donde por lo general, ocurre en la literatura, la ficción resulta muchas veces más verídica que la historia oficial o la establecida.
El realismo en la obra de Martínez no constituye un proyecto ideológico, nadie después de leer su obra de ficción histórico-realista o política va a ser persuadido de aceptar o rechazar el peronismo, pero sí de pensar alrededor de este fenómeno de la Argentina contemporánea. La recreación de la realidad argentina y más aún la de la ciudad de Buenos Aires, con saltos a lo mágico, a los mitos y la fantasía, reúne aspectos comparables a los del mosaico social crítico de la sociedad madrileña y sus clases sociales tan bien descritas en “Fortunata y Jacinta” y también en “Doña Perfecta” contra el clero y el control de la sociedad, novelas claves de la famosa obra de Pérez Galdós. También la narrativa de Martínez adquiere apariencias de la novelística francesa del siglo XX durante la post guerra, influencia del existencialismo de Sartre y Beauvoir y de la rebeldía de Albert Camus contra el absurdo de la condición humana. Sobre todo en “la novela de Perón” y “el vuelo de la reina” se observa un cuestionamiento político donde trabajan argumentos ideológicos y estéticos que reproduce la historia del peronismo en el apogeo (sueño y engaño populista) y la decadencia (ocaso del general.) La convocatoria a la memoria colectiva es otro hecho relevante en el lenguaje narrativo de Martínez porque estimula la discusión en torno al discurso autoritario emanado del poder del Estado y de los personajes adscritos a la jefatura del gobierno.
Las novelas políticas citadas de Tomás Eloy Martínez representan a su vez la constante búsqueda de la identidad nacional argentina, pues las descripciones entre lo real, lo ficticio, lo mágico y hasta lo esotérico comprenden no sólo la historia sino además la geografía, la idiosincrasia de sus habitantes, el arte, la arquitectura, la arqueología, la música y las costumbres. Descripciones todas ellas alejadas del naturalismo o formalismo del ambiente social o de la naturaleza para inmiscuirse en el drama de la acción de los personajes y de las circunstancias en que ellos viven. En esta dirección la novelística realista de Martínez sigue la base teórica en cuanto a que la literatura refleja la realidad tanto natural como social, siendo la visión del escritor un mundo vivido de donde va sacando los materiales necesarios para inventar la novela con plena autonomía y sin ningún escrúpulo. No obstante, el escritor argentino va un tanto más allá explicando o dándose una explicación posible al enfrentamiento político que vivió Argentina en los últimos años a causa del peronismo, las dictaduras militares sangrientas y el regreso de un general Perón en plena decadencia física y intelectual.
El peruano-español Mario Vargas Llosa posee tres facetas definidas en su trayectoria de escritor: la del narrador, el ensayista y la del político militante. ¿En cuál de ellas se siente más cómodo? Habría que buscar la respuesta en los mecanismos de su actividad diaria de hombre disciplinado y productor intelectual. La constancia o terquedad lo ayuda en sus cometidos, pero de allí a aceptarlo como un teórico veraz o analista literario científico nos puede llevar a muchos errores de apreciación. Valga esta introducción para contradecir la teoría mendaz o chapucera de Vargas Llosa cuando afirma que “la literatura está hecha de mentiras” y agrega: “la ficción novelesca permite al hombre vivir una vida distinta de la suya propia. Esa es la verdad que expresan las mentiras de las ficciones” (ensayo La verdad de las mentiras, 1990.) No voy a entrar en detalles respecto a mi profunda discrepancia con la apreciación del escritor peruano-español porque me alejaría del tema a tratar en este artículo; sin embargo, donde mejor se pone en evidencia la falsedad teórica de considerar a la ficción como una fábrica de mentiras es en la obra del escritor argentino Tomás Eloy Martínez.
Tal vez sin percibirlo en su totalidad, Tomás Eloy Martínez contradice en lo fundamental la arbitraria teoría de Vargas Llosa. Las principales novelas del autor argentino: Santa Evita, La Novela de Perón, El Vuelo de la Reina, El Cantor del Tango, se inscriben dentro de lo que podríamos llamar la ficción histórico-realista en la tradición novelística de Benito Pérez Galdós, Fédor Dovstoiewsky, Honorato de Balzac, Henry James, Joseph Conrad, lugar donde los principales personajes están envueltos en lo político y las visiones doctrinario-ideológicas. En su conjunto obras significativas de profundo cuestionamiento del pasado y presente de la historia vivida por los autores en cuanto a la visión de los acontecimientos públicos, la investigación de las pugnas políticas y la cuidadosa información en relación a la vida íntima de los líderes-personajes. En el caso específico de Tomás Eloy Martínez, su novelística abarca la historia política argentina en torno a las figuras emblemáticas de Perón y su primera esposa Evita. En un caso el paladín jefe supremo y en el otro la madre angelical, casi una santa. Pero en lo esencial el mundo ficticio de Martínez se dirige a la denuncia de la existencia de personajes corruptos, enajenados, complejos, en medio de enormes situaciones conflictivas de poderes propios, subalternos o subsidiarios. Además, se dirige a la revelación de la miseria material y el caos moral de una sociedad característica inspirada en el sueño de sentirse europea.
Martínez reproduce situaciones vividas en Argentina sin llegar a ser propositivo o atribuirse un discurso político-ideológico propio. En su intento literario, logrado de manera brillante, no trata a la narrativa como un simple reflejo de la realidad sino como un conjunto de interpretaciones cuya búsqueda se dirige también a explicar esa realidad. Por este camino el autor ingresa a la recreación constante de escenarios reales, a la inventiva propia de la creación literaria, al terreno de la imaginación clarividente y la penetración sagaz de los temas tratados. Precisamente, en esta narrativa de corte realista debemos preguntarnos ¿dónde están las mentiras que Vargas Llosa atribuye a la ficción novelística o literaria? La respuesta lógica es en ninguna parte, puesto que la inventiva y la ficción pueden llegar a ser una realidad o convertirse en una realidad que la historia oficial no pudo detectar pero existió. Por ejemplo muchas de las invenciones de Julio Verne se cumplieron en el tiempo y nunca aparentaron ser mentiras. Es en este sentido que hablamos, en la obra de Martínez, de una realidad observada, adivinada, transformada que de ninguna manera podemos valorarla como construida en base a mentiras. Por el contrario en la obra de este escritor argentino existe una relación íntima entre ficción y realidad, un punto de encuentro de dos visiones dialogantes y contrapuestas, donde por lo general, ocurre en la literatura, la ficción resulta muchas veces más verídica que la historia oficial o la establecida.
El realismo en la obra de Martínez no constituye un proyecto ideológico, nadie después de leer su obra de ficción histórico-realista o política va a ser persuadido de aceptar o rechazar el peronismo, pero sí de pensar alrededor de este fenómeno de la Argentina contemporánea. La recreación de la realidad argentina y más aún la de la ciudad de Buenos Aires, con saltos a lo mágico, a los mitos y la fantasía, reúne aspectos comparables a los del mosaico social crítico de la sociedad madrileña y sus clases sociales tan bien descritas en “Fortunata y Jacinta” y también en “Doña Perfecta” contra el clero y el control de la sociedad, novelas claves de la famosa obra de Pérez Galdós. También la narrativa de Martínez adquiere apariencias de la novelística francesa del siglo XX durante la post guerra, influencia del existencialismo de Sartre y Beauvoir y de la rebeldía de Albert Camus contra el absurdo de la condición humana. Sobre todo en “la novela de Perón” y “el vuelo de la reina” se observa un cuestionamiento político donde trabajan argumentos ideológicos y estéticos que reproduce la historia del peronismo en el apogeo (sueño y engaño populista) y la decadencia (ocaso del general.) La convocatoria a la memoria colectiva es otro hecho relevante en el lenguaje narrativo de Martínez porque estimula la discusión en torno al discurso autoritario emanado del poder del Estado y de los personajes adscritos a la jefatura del gobierno.
Las novelas políticas citadas de Tomás Eloy Martínez representan a su vez la constante búsqueda de la identidad nacional argentina, pues las descripciones entre lo real, lo ficticio, lo mágico y hasta lo esotérico comprenden no sólo la historia sino además la geografía, la idiosincrasia de sus habitantes, el arte, la arquitectura, la arqueología, la música y las costumbres. Descripciones todas ellas alejadas del naturalismo o formalismo del ambiente social o de la naturaleza para inmiscuirse en el drama de la acción de los personajes y de las circunstancias en que ellos viven. En esta dirección la novelística realista de Martínez sigue la base teórica en cuanto a que la literatura refleja la realidad tanto natural como social, siendo la visión del escritor un mundo vivido de donde va sacando los materiales necesarios para inventar la novela con plena autonomía y sin ningún escrúpulo. No obstante, el escritor argentino va un tanto más allá explicando o dándose una explicación posible al enfrentamiento político que vivió Argentina en los últimos años a causa del peronismo, las dictaduras militares sangrientas y el regreso de un general Perón en plena decadencia física y intelectual.
martes, 10 de noviembre de 2009
Leo Castillo: "Buen gusto del ensayo"
Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
El año 1571 Michel Eyquen, habiendo renunciado al cargo de Consejero del Parlamento, toma una de las más trascendentales decisiones en la historia del pensamiento: recluirse en el castillo de Montaigne con el propósito de entregarse ya para siempre a la lectura y meditación, como un camino que lo conduce hacia sí mismo, a lo largo y hondo de una drástica clausura que se prolongará veintiún años. En 1572, caballero de la Orden de San Miguel, gentilhombre ordinario de la Cámara del Rey, inicia la composición sistemática en una prosa cuidadosamente descuidada (*) de una numerosa serie de textos; "un habla simple e ingenua, tal en el papel cual en la boca; un habla suculenta y nerviosa, corta y apretada; no tanto delicada como vehemente y brusca; más bien difícil que aburridora; alejada de la afectación, desarreglada, descosida y audaz; cada trozo forma un cuerpo; no pedantesco, no frailesco, no abogadesco" que llamará, para siempre, Ensayos. Que la palabra es nueva, pero vieja la cosa, ya Bacon lo apunta.
Edmund Gosse ha declarado que el ensayo es "un escrito de moderada extensión, generalmente en prosa, que de un modo subjetivo y fácil trata de un asunto cualquiera". Este Proteo de los géneros literarios se caracteriza por la presencia explícita del autor, al punto que Michel, ya sin el apellido paterno Eyquen, sino de Montaigne, en nota del autor al lector advierte que se podrá encontrar con rasgos de su condición y humor, "porque es a mí mismo a quien pinto (…) yo mismo soy el asunto de mi libro". Tan personal es su ejercicio, que tiene de sus apetencias y rechazos, siendo trasunto fiel de su paladar, y sus ideas "sufren todos los síntomas de los fenómenos alérgicos", donde no se descarta aun el recurso de voces obscenas. Su carácter es incidental, indiferente incluso a todo plan riguroso, así que Guez de Balzac denuncia que en Montaigne cada frase podía ser un principio o un final, sabiendo el autor lo que estaba diciendo, pero no lo que iba a decir, algo como apuntes para un desarrollo ulterior. Desenfado, llaneza, una conversación junto al fuego, su carácter informal exige una pluma madura.
Entonces el periódico se convierte en un medio ideal para la práctica del ensayo, lo que comporta ciertos mortales riesgos, dado que el autor "en el ardor de la invención prodigará sus pensamientos en un exuberante desorden y el apremio de la publicación no tolerará que el juicio los revise o los modere", según se queja el doctor Johnson. Con The Tatler (1709) y The Spectator (publicación diaria entre 1711-12), Addison y Steele dan inicio a la gallarda tradición de los ensayistas en los periódicos. The Rambler, de Samuel Johnson (también mantiene el Idler), aparece dos veces por semana entre 1750-52.
Descartes, Pascal, el cáustico Voltaire, Rousseau… Pero tal vez Francia es almáciga, y la patria donde se aclimata el ensayo como originario sea Inglaterra: Swift, Coleridge, Hazzlit, De Quincy, Rushkin, Stevenson, Wilde, Woolf…, por no fatigar al lector, son una morosa lista que ilustra el aserto.
Habitualmente en Le Monde, The New York Times como en los más grandes diarios contemporáneos, se hayan ensayos que comprometen la crónica, la literatura, la ciencia o la historia. En Colombia, a falta de escritores, no hay más ensayistas en la prensa, que nuestros columnistas domésticos son los llamados de opinión igualmente doméstica, panfletistas, o bien literatos agotados en sus mezquinas y flebles consideraciones capillescas, el chisme gremial, sin cosa honorable que proponer..
[Leo Castillo, poeta y narrador colombiano]
© mediaIsla
El año 1571 Michel Eyquen, habiendo renunciado al cargo de Consejero del Parlamento, toma una de las más trascendentales decisiones en la historia del pensamiento: recluirse en el castillo de Montaigne con el propósito de entregarse ya para siempre a la lectura y meditación, como un camino que lo conduce hacia sí mismo, a lo largo y hondo de una drástica clausura que se prolongará veintiún años. En 1572, caballero de la Orden de San Miguel, gentilhombre ordinario de la Cámara del Rey, inicia la composición sistemática en una prosa cuidadosamente descuidada (*) de una numerosa serie de textos; "un habla simple e ingenua, tal en el papel cual en la boca; un habla suculenta y nerviosa, corta y apretada; no tanto delicada como vehemente y brusca; más bien difícil que aburridora; alejada de la afectación, desarreglada, descosida y audaz; cada trozo forma un cuerpo; no pedantesco, no frailesco, no abogadesco" que llamará, para siempre, Ensayos. Que la palabra es nueva, pero vieja la cosa, ya Bacon lo apunta.
Edmund Gosse ha declarado que el ensayo es "un escrito de moderada extensión, generalmente en prosa, que de un modo subjetivo y fácil trata de un asunto cualquiera". Este Proteo de los géneros literarios se caracteriza por la presencia explícita del autor, al punto que Michel, ya sin el apellido paterno Eyquen, sino de Montaigne, en nota del autor al lector advierte que se podrá encontrar con rasgos de su condición y humor, "porque es a mí mismo a quien pinto (…) yo mismo soy el asunto de mi libro". Tan personal es su ejercicio, que tiene de sus apetencias y rechazos, siendo trasunto fiel de su paladar, y sus ideas "sufren todos los síntomas de los fenómenos alérgicos", donde no se descarta aun el recurso de voces obscenas. Su carácter es incidental, indiferente incluso a todo plan riguroso, así que Guez de Balzac denuncia que en Montaigne cada frase podía ser un principio o un final, sabiendo el autor lo que estaba diciendo, pero no lo que iba a decir, algo como apuntes para un desarrollo ulterior. Desenfado, llaneza, una conversación junto al fuego, su carácter informal exige una pluma madura.
Entonces el periódico se convierte en un medio ideal para la práctica del ensayo, lo que comporta ciertos mortales riesgos, dado que el autor "en el ardor de la invención prodigará sus pensamientos en un exuberante desorden y el apremio de la publicación no tolerará que el juicio los revise o los modere", según se queja el doctor Johnson. Con The Tatler (1709) y The Spectator (publicación diaria entre 1711-12), Addison y Steele dan inicio a la gallarda tradición de los ensayistas en los periódicos. The Rambler, de Samuel Johnson (también mantiene el Idler), aparece dos veces por semana entre 1750-52.
Descartes, Pascal, el cáustico Voltaire, Rousseau… Pero tal vez Francia es almáciga, y la patria donde se aclimata el ensayo como originario sea Inglaterra: Swift, Coleridge, Hazzlit, De Quincy, Rushkin, Stevenson, Wilde, Woolf…, por no fatigar al lector, son una morosa lista que ilustra el aserto.
Habitualmente en Le Monde, The New York Times como en los más grandes diarios contemporáneos, se hayan ensayos que comprometen la crónica, la literatura, la ciencia o la historia. En Colombia, a falta de escritores, no hay más ensayistas en la prensa, que nuestros columnistas domésticos son los llamados de opinión igualmente doméstica, panfletistas, o bien literatos agotados en sus mezquinas y flebles consideraciones capillescas, el chisme gremial, sin cosa honorable que proponer..
[Leo Castillo, poeta y narrador colombiano]
© mediaIsla
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