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viernes, 11 de julio de 2008

AHÍ ESTÁ LA POESÍA: DE PIE CONTRA LA MUERTE, Juan Gelman


(Texto del discurso al recibir el Premio Cervantes)


Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señor Ministro de Cultura, Señor Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, autoridades estatales, autonómicas, locales y académicas, amigas, amigos, señoras y señores:


Deseo, ante todo, expresar mi agradecimiento al jurado del Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, a la alta investidura que lo patrocina y a las instituciones que hacen posible esta honrosísima distinción, la más preciada de la lengua, que hoy se me otorga. Mi gratitud es profunda y desborda lo meramente personal. En el año 2006 se galardonó con este Premio al gran poeta español Antonio Gamoneda y en el 2007 lo recibe también un poeta, esta vez de Iberoamérica. Se premia a la poesía entonces, "que es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa" para don Quijote, doncella que, dice Cervantes en "Viaje del Parnaso":"


Puede pintar en la mitad del día
La noche, y en la noche más escura
El alba bella que las perlas cría...


Es de ingenio tan vivo y admirable
Que a veces toca en puntos que suspenden,
Por tener no se qué de inescrutable" .


A la poesía hoy se premia, como fuera premiada ayer y aun antes en este histórico Paraninfo donde voces muy altas resuenan todavía. Y es algo verdaderamente admirable en estos "Dürftiger Zeite", estos tiempos mezquinos, estos tiempos de penuria, como los calificaba Hölderin preguntándose "Wozu Dichter", para qué poetas. ¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de 5 años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte.


Safo habló del bello huerto en el que "un agua fresca rumorea entre las ramas de los manzanos, todo el lugar sombreado por las rosas y del ramaje tembloroso el sueño descendía", Mallarmé conoció la desnudez de los sueños dispersos, Santa Teresa recogía las imágenes y los fantasmas de los objetos que mueven apetitos, San Juan bebió el vino de amor que sólo una copa sirve, Cavalcanti vio a la mujer que hacía temblar de claridad el aire, Hildegarda de Bingen lloró las suaves lágrimas de la compunción, y tanta belleza cargada de más vida causa el temblor de todo el ser. ¿No será la palabra poética el sueño de otro sueño?


Santa Teresa y San Juan de la Cruz tuvieron para mí un significado muy particular en el exilio al que me condenó la dictadura militar argentina. Su lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí. Y cuánta compañía de imposible me brindaron. Ese es un destino "que no es sino morir muchas veces", comprobaba Teresa de Avila. Y yo moría muchas veces y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la pérdida de lo amado. La dictadura militar argentina desapareció a 30.000 personas y cabe señalar que la palabra "desaparecido" es una sola, pero encierra cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto. El Quijote me abría entonces manantiales de consuelo.


Lo leí por primera vez en mi adolescencia y con placer extremo después de cruzar, no sin esfuerzo, la barrera de las imposiciones escolares. Me acuciaba una pregunta: ¿cómo habrá sido el hombre, don Miguel? Conocía su vida de pobreza y sufrimiento, sus cárceles, su cautiverio en Argel, su Lepanto, los intentos fallidos de mejorar su suerte. Pero él, ¿quién era? Releía el autorretrato que trazó en el prólogo de las Novelas Ejemplares: "Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada", que nada me decía, salvo la mención de sus "alegres ojos". Comprendí entonces que él era en su escritura. Me interno en ella y aún hoy creo a veces escuchar sus carcajadas cuando acostaba al Caballero de la Triste Figura en el papel. Sólo quien, desde el dolor, ha escrito con verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante. Cómico es el rostro de la tragedia cuando se mira a sí misma.


Declaro que, en verdad, quise recorrer ante ustedes, con ustedes, los trabajos de Persiles y Sigismunda, o la locura quebradiza del licenciado Vidriera, o compartir la nueva admiración y la nueva maravilla del coloquio de los perros, o el combate verdaderamente ejemplar entre los poetas malos y los buenos que tiene lugar en "Viaje del Parnaso" y en el que cualquier buen poeta podía caer herido por un pésimo soneto bien arrojado. Pero tal como la lámpara alimentada a querosén que los campesinos de mi país encienden a la noche y alrededor de la cual se sientan a cenar, cuando hay, y luego a leer, cuando hay y cuando hay ganas, y a la que mosquitos y otros seres alados acuden ciegos de luz y la calor los mata, así yo, encandilado por don Alonso Quijano, no puedo sustraerme a su fulgor.


Muchas plumas hondas y brillantes han explorado los rincones del gran libro. Por eso, parafraseando al autor, declaro sin ironía alguna que, con seguridad, este discurso carece de invención, es menguado de estilo, pobre de conceptos, falto de toda erudición y doctrina. Sólo hablo como lector devoto de Cervantes, pero quién puede describir los territorios del asombro. Con mucha suerte y perspicacia, es posible apenas sentarse a la sombra de lo que siempre calla.


Cervantes se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la opresión, la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los tiempos de penuria que Hölderlin nombró. Se burla de ese intento de cambio y se burla de esa burla porque sabe que jamás será posible terminar con la utopía, recortar la capacidad de sueño y de deseo de los seres humanos. Cervantes inventó la primera novela moderna, que contiene y es madre de todas las novedades posteriores, de Kafka a Joyce. Y cuando en pleno siglo XX Michel Foucault encuentra en Raymond Roussel las características de la novela moderna, éstas: "el espacio, el vacío, la muerte, la transgresión, la distancia, el delirio, el doble, la locura, el simulacro, la fractura del sujeto", uno se pregunta ¿qué? ¿No existe todo eso, y más, en la escritura de Cervantes?


Su modernidad no se limita a un singular universo literario. La más humana es un espejo en el que podemos aún mirarnos sin deformaciones en este siglo XXI. Dice Don Quijote: "Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y la vida de quien la merecía gozar luengos siglos".


Desde el lugar de presunto caballero andante quejoso de que las armas de fuego hayan sustituido a las espadas, y que una bala lejana torne inútil el combate cuerpo a cuerpo, Don Quijote destaca un hecho que ha modificado por completo la concepción de la muerte en Occidente: es la aparición de la muerte a distancia, cada vez más segura para el que mata, cada vez más terrible para el que muere. Pasaron al olvido las ceremonias públicas y organizadas que presidía el mismo agonizante en su lecho: la despedida de los familiares, los amigos, los vecinos, el dictado del testamento ante los deudos. La muerte hospitalizada llega hoy con un cortejo de silencios y mentiras. Y qué decir de los 200.000 civiles de Hiroshima que el coronel Paul Tobbets aniquiló desde la altura apretando un simple botón. Piloteaba un aparato que bautizó con el nombre de su madre, arrojó la bomba atómica y después durmió tranquilo todas las noches, dijo. Pocos conocen el nombre de las víctimas cuya vida el coronel había segado. La muerte se ha vuelto anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de seres humanos son privados de la muerte propia. Así se da en Irak.


Creo, sin embargo, como el historiador y filósofo Juan Carlos Rodríguez, que el Quijote es una gran novela de amor. Del amor imposible. En el amor se da lo que no se tiene y se recibe lo que no se da y ahí está la presencia del ser amado nunca visto, el amor a un mundo más humano nunca visto y torpemente entrevisto, el amor a una mujer que no es y a una justicia para todos que no es. Son amores diferentes pero se juntan en un haz de fuego. ¿Y acaso no quisimos hacer quijotadas en alguna ocasión, ayudar a los flacos y menesterosos? ¿Luchando contra molinos de aspas de acero, que ya no de madera? ¿Despanzurrando odres de vino en vez de enfrentar a los dueños del dolor ajeno? ¿"En este valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos -dice Sancho-, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería"?


He celebrado hace dos años, con ocasión de la entrega del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, mi llegada a una España que no acepta las aventuras bélicas y que rompe clausuras sociales que hieren la intimidad de las personas. Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria histórica, único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur.


Para San Agustín, la memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se llama a los recuerdos que a uno se le antojan. Pero hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo, alimentan preguntas incesantes: ¿cómo murieron? ¿Quiénes los mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces.


Enterrar a sus muertos es una ley no escrita, dice Antígona, una ley fija siempre, inmutable, que no es una ley de hoy sino una ley eterna que nadie sabe cuándo comenzó a regir. "¡Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera!", exclama. Así habla de y con los familiares de desaparecidos bajo las dictaduras militares que devastaron nuestros países. Y los hombres no han logrado aún lo que Medea pedía: curar el infortunio con el canto.


Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero. La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular.


Pero volviendo a algunos párrafos atrás: hay tanto que decir de Cervantes, de este hombre tan fuera del uso de los otros. De sus neologismos, por ejemplo. Salvo él, nadie vio a una persona caminar asnalmente. O llevar en la cabeza un baciyelmo. O bachillear. Don Quijote aprueba la creación de palabras nuevas, porque "esto es enriquecer la lengua, sobre quien tienen poder el vulgo y el uso". Hace unos años ciertos poetas lanzaron una advertencia en tono casi legislativo: no hay que lastimar al lenguaje, como si éste fuera río coagulado, como si los pueblos no vinieran "lastimándolo" desde que empezaron a nombrar. Cuando Lope dice "siempre mañana y nunca mañanamos" agranda el lenguaje y muestra que el castellano vive, porque sólo no cambian las lenguas que están muertas. La lengua expande el lenguaje para hablar mejor consigo misma.


Esas invenciones laten en las entrañas de la lengua y traen balbuceos y brisas de la infancia como memoria de la palabra que de afuera vino, tocó al infante en su cuna y le abrió una herida que nunca ha de cerrar. Esas palabras nuevas, ¿no son acaso una victoria contra los límites del lenguaje? ¿Acaso el aire no nos sigue hablando? ¿Y el mar, la lluvia, no tienen muchas voces? ¿Cuántas palabras aún desconocidas guardan en sus silencios? Hay millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía.


Esto exige que el poeta despeje en sí caminos que no recorrió antes, que desbroce las malezas de su subjetividad, que no escuche el estrépito de la palabra impuesta, que explore los mil rostros que la vivencia abre en la imaginación, que encuentre la expresión que les dé rostro en la escritura. El internarse en sí mismo del poeta es un atrevimiento que lo expone a la intemperie. Aunque bien decía Rilke: "[...] lo que finalmente nos resguarda/ es nuestra desprotección." Ese atrevimiento conduce al poeta a un más adentro de sí que lo trasciende como ser. Es un trascender hacia sí mismo que se dirige a la verdad del corazón y a la verdad del mundo. Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa, recordó alguna vez que el poeta no vive para escribir. Escribe para vivir.

jueves, 10 de julio de 2008

CASI FABULA, Alejandro Romualdo


ROMUALDO VIVE

Van a venir a buscarnos
Con un pájaro negro,
Con una fruta dorada,
Con un caballo de copas.

Con un caballo de copas,
Una fruta dorada,
Un pájaro negro,
Van a venir a tentarnos.

Si tú, amor mío, te fueras
En el caballo de copas,
Y yo en el pájaro negro
Una fruta dorada dejaríamos
A los que vienen a tentarnos,
A los que vienen a matarnos,
A los que vienen a quitarnos
La libertad.

Alejandro Romualdo,
Perú

(Texto proporcionado por Carlos Meneses).


miércoles, 9 de julio de 2008

IMAGINACIÓN, ORIGINALIDAD Y RITMO, LOS TRES PILARES DE LA NARRACIÓN, Gabriel García Márquez



Según el diccionario de la Real Academia de la lengua, la fantasía es “una facultad que tiene el ánimo de reproducir por medio de imágenes”. Es difícil concebir una definición más pobre y confusa que esa primera acepción. En su segunda acepción dice que es “una ficción, cuento o novela, o pensamiento elevado o ingenioso”, lo cual no hace sino infundir mayor desconcierto en el ya creado por la definición inicial de la palabra imaginación, el mismo diccionario dice que es “ aprensión falsa de una cosa que no hay en realidad o no tiene fundamento”. Por su parte, don Joan Corominas, ese gran detective de las palabras castellanas -cuya lengua materna no era, por cierto, el castellano, sino el catalán-, estableció que fantasía e imaginación tienen el mismo origen y que en última instancia puede decirse sin mucho esfuerzo que son la misma cosa.

Uno de mis mayores defectos intelectuales es que nunca he logrado entender lo que quieren decir los diccionarios, y menos que cualquier otro el terrible esperpento represivo de la Academia de la Lengua. Por una vez he tenido la curiosidad de volver a él para establecer las diferencias entre la fantasía y la imaginación, y me encuentro con la desgracia que sus definiciones no sólo son muy poco comprensibles, sino que además están al revés. Quiero decir que, según yo lo entiendo, la fantasía es la que no tiene nada que ver con la realidad del mundo en que vivimos: es una pura invención fantástica, un infundio, y por cierto de un gusto poco recomendable en las bellas artes, como muy bien lo entendió el que le puso el nombre al chaleco fantasía.



Por muy fantástica que sea la concepción de que un hombre amanezca convertido en un gigantesco insecto, a nadie se le ocurrió decir que la fantasía sea la virtud creativa de Franz Kafka, y en cambio no cabe duda de que fue el recurso primordial de Walt Disney. Por el contrario, y al revés de lo que dice el diccionario, pienso que la imaginación es una facultad especial que tienen los artistas para crear una realidad nueva a partir de la realidad en que viven. Que, por lo demás, es la única creación artística que me parece válida. Hablemos, pues, de “la imaginación en la creación artística en América latina” y dejemos la fantasía para uso exclusivo de los malos Gobiernos.


En América Latina y el Caribe, los artistas han tenido que inventar muy poco, y tal vez su problema ha sido el contrario: hacer creíble su realidad. Siempre fue así desde nuestros orígenes históricos, hasta el punto que no hay -en nuestra literatura- escritores menos creíbles y, al mismo tiempo, más apegados a nuestra realidad que nuestros cronistas de Indias. También ellos -para decirlo con un lugar común irremplazable- se encontraron con que la realidad iba más lejos que la información.


El diario de Cristóbal Colón es la pieza más antigua de esa literatura. Empezando porque no se sabe a ciencia cierta si el texto existió en realidad, puesto que la versión que conocemos fue escrita por el padre Las Casas de unos originales que dijo haber conocido. En todo caso, esa versión es apenas un reflejo infiel de los asombrosos recursos de imaginación a que tuvo que apelar Cristóbal Colón para que los Reyes católicos le creyeran la grandeza de sus descubrimientos.


Colón dice que las gentes que salieron a recibirlo el 12 de octubre de 1492 “estaban como sus madres los parieron”. Otros cronistas coinciden con él en que los caribes, como era normal en un trópico todavía a salvo de la moral cristiana, andaban desnudos. Sin embargo, los ejemplares escogidos que llevó Colón al palacio real de Barcelona estaban ataviados con hojas de palmeras pintadas y plumas y collares de dientes y garras de animales raros. La explicación parece simple: el primer viaje de Colón, al revés de sus sueños, fue un desastre económico. Apenas si encontró el oro prometido, perdió la mayor de sus naves y no pudo llevar ninguna prueba tangible de sus descubrimientos. Vestir a sus cautivos como lo hizo fue un truco convincente de publicidad. El simple testimonio oral no hubiera bastado, un siglo después de que Marco Polo había regresado de China con realidades tan novedosas e inequívocas como los espaguetis y los gusanos de seda, y como lo habían sido la pólvora y la brújula.


Toda nuestra historia, desde el descubrimiento, se ha distinguido por la dificultad de hacerla creer. Uno de mis libros favoritos de siempre ha sido el Primer viaje en torno al globo, del italiano Antonio Pigafetta, que acompañó a Magallanes en su expedición alrededor del mundo. Pigafetta dice que vio en Brasil unos pájaros que no tenían cola, otros que no hacían nidos porque no tenían patas, pero cuyas hembras ponían y empollaban sus huevos en la espalda del macho y en medio del mar y otros que sólo se alimentaban de los excrementos de sus semejantes. Dice que vio cerdos con el ombligo en la espalda y unos pájaros grandes cuyos picos parecían una cuchara, pero carecían de lengua. También habló de un animal que tenía cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y cola y relincho de caballo. Fue Pigafetta quien contó la historia de cómo encontraron al primer gigante de Patagonia, y de cómo éste se desmayó cuando vio su propia cara reflejada en un espejo que le pusieron enfrente.


La leyenda del Dorado es, sin duda, la más bella, la más extraña y decisiva de nuestra historia. Buscando ese territorio fantástico, Gonzalo Jiménez de Quesada conquistó la mitad del territorio de lo que hoy es Colombia, y Francisco de Orellana descubrió el río Amazonas. Pero lo más fantástico es que lo descubrió al derecho, es decir, navegando de las cabeceras hasta la desembocadura, que es el sentido contrario en que se descubren los ríos. El Dorado, como el tesoro de Cuauhtémoc, siguió siendo un enigma para siempre. Como lo siguieron siendo las 11.000 llamas, cargadas cada una con cien libras de oro, que fueron despachadas desde el Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa, y que nunca llegaron a destino.



La realidad fue otra vez más lejos hace menos de un siglo, cuando una misión alemana encargada de elaborar el proyecto de construcción de un ferrocarril transoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable, pero con una condición: que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal muy difícil de conseguir en la región, sino que se hicieran de oro.


Tanta credulidad de los conquistadores sólo era comprensible después de la fiebre metafísica de la Edad Media y del delirio literario de las novelas de caballería. Sólo así se explica la desmesurada aventura de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que necesitó ocho años para llegar desde España a México a través de todo lo que hoy es el sur de Estados Unidos, en una expedición cuyos miembros se comieron unos a otros, hasta que sólo quedaron cinco de los seiscientos originales. El incentivo de Cabeza de Vaca, al parecer, no era la búsqueda del Dorado, sino algo más noble y poético: la fuente de la eterna juventud


Acostumbrado a unas novelas donde había unos ungüentos papa pegarle las cabezas cortadas a los caballeros, Gonzalo Pizarro no podía dudar cuando le contaron en Quito, en el siglo XVI, que muy cerca de allí había un reino con 3.000 artesanos dedicados a fabricar muebles de oro, y en cuyo palacio Real había escaleras de oro macizo y estaba custodiado por leones con cadenas de oro ¡Leones en los Andes! A Balboa le contaron un cuento semejante en Santa María del Darién y descubrió el Océano Pacífico. Gonzalo Pizarro no descubrió nada especial, pero el tamaño de su credulidad puede medirse por la expedición que armó para buscar el reino inversímil: 800 españoles, 4.000 indios, 150 caballos y más de 1.000 perros amaestrados en la caza de seres humanos.



Gabriel García Márquez,
Colombia



Artículo tomado de la revista digital argentina www.redaccionpopular.com


martes, 8 de julio de 2008

NOSOTROS AMAMOS LA VIDA, Mahmud Darwish



Nosotros amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella,
bailamos entre dos mártires y erigimos entre ellos un alminar de violetas o una palmera.

Nosotros amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella.

Robamos un hilo al gusano de seda para construir nuestro cielo y concluir este éxodo.


Abrimos la puerta del jardín para que el jazmín salga a las calles cual hermosa mañana.

Nosotros amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella.

Allá donde estemos, cultivamos plantas que crecen deprisa y recogemos mártires.

Soplamos en la flauta el color de la lejanía, dibujamos un relincho en el polvo del camino
y escribimos nuestros nombres piedra tras piedra.

¡Oh, relámpago! Ilumina para nosotros la noche, ilumínala un poco.

Nosotros amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella.


Mahmud Darwish,

Palestina

(Traducción de María Luisa Prieto. Texto tomado de la revista digital: poesíasemanal.com)




lunes, 7 de julio de 2008

LISTO PARA MATAR, Carl Sandburg


Diez minutos llevo mirándolo.

Por aquí he pasado antes muchas veces y me ha extrañado.

He aquí un monumento en bronce, recuerdo de un famoso general a caballo, con la bandera y la espada y revólver en mano.

Cuánto me gustaría hacer añicos todo ese catafalco, reducirlo a un montón de escombros, que se lo lleven a la chatarrería.


Te lo diré con toda claridad:

Luego de que el granjero, el minero, el tendero, el obrero, el bombero y el camionero

Hayan sido recordados en sus monumentos de bronce, dándoles la forma del trabajo de conseguirnos a todos, algo que comer, algo que vestir,


Cuando apilen unas cuantas siluetas

recortadas contra el cielo

aquí en el parque,

Y rememoren a los auténticos forzudos que hacen el trabajo del mundo, que dan de comer a la gente en vez de aniquilarla,


Entonces, a lo mejor sí que me plantaré aquí

A contemplar con tranquilidad a este general del ejército que enarbola su bandera al viento

Y cabalga como un demonio en su montura, listo para matar a todo el que se le ponga por delante, listo para que corra


La sangre roja

por la hierba nueva y tierna de la pradera, y que la empapen las entrañas de los hombres.

Carl Sandburg,

EE. UU.


domingo, 6 de julio de 2008

ODA AL MAESTRO WALT WHITMAN, Pablo Neruda




Yo no recuerdo

A qué edad

Ni dónde,
Si en el gran Sur mojado
O en la costa

Temible, bajo el breve
Grito de las gaviotas,

Toqué una mano y era
La mano de Walt Whitman:
Pisé la tierra
Con los pies desnudos
Anduve sobre el pasto,

Sobre el firme rocío
De Walt Whitman.


Durante

Mi juventud
Toda
Me acompañó esa mano,

Ese rocío,
Su firmeza de fino patriarca,
su extensión de pradera,

Y su misión de paz circulatoria.

Sin Desdeñar
Los dones
De la tierra,
La copiosa
Curva del capitel,
Ni la inicial
Purpúrea de la sabiduría,

Me enseñaste

A ser americano,

Levantaste
Mis ojos
A los libros,
Hacia

El tesoro

De los cereales:
Ancho,
En la claridad

De las llanuras,
Me hiciste ver
El alto
Monte
Tutelar. Del eco
Subterráneo,

Para mí

Recogiste

Todo,
Todo lo que nacía,

Cosechaste
Galopando en la alfalfa,
Cortando para mí las amapolas,
Visitando
Los ríos,
Acudiendo en la tarde
A las cocinas.

Pero no sólo

Tierra
Sacó a la luz
Tu pala;
Desenterraste
Al hombre,
Y el

Esclavo
Humillado
Contigo, balanceando
La negra dignidad de su estatura,

Caminó conquistando
La alegría.
Al fogonero,
Abajo,

En la caldera,
Mandaste
Un canastito
De frutillas,
A todas las esquinas de tu pueblo
Un verso
Tuyo llegó de visita
Y era como un trozo
De cuerpo limpio
El verso que llegaba,

Como
Tu propia barba pescadora

O el solemne camino de tus piernas de acacia.

Pasó entre los soldados
Tu silueta

De bardo, de enfermero,
De cuidador nocturno
Que conoce
El sonido
De la respiración en la agonía

Y espera con la aurora
El silencioso
Regreso

De la vida.


Buen panadero!
Primo hermano mayor
De mis raíces,

Cúpula
De araucaria,
Hace
Ya
Cien
Años
Que sobre el pasto tuyo
Y sus germinaciones,
El viento
Pasa
Sin gastar tus ojos.

Nuevos
Y crueles años en tu patria:
Persecuciones,
Lágrimas,
Prisiones,
Armas envenenadas

Y guerras iracundas,
No han aplastado
La hierba de tu libro,
El manantial vital
De su frescura.
Y, ay!
Los

Que asesinaron
A Lincoln
Ahora
Se acuestan en su cama,
Derribaron

Su sitial
De olorosa madera
Y erigieron un trono

Por desventura y sangre
Salpicado.

Pero

Canta en
Las estaciones
Suburbanas
Tu voz,
En
Los
Desembarcaderos
Vespertinos
Chapotea

Como
Un agua oscura

Tu palabra,
Tu pueblo
Blanco
Y negro,
Pueblo
De pobres,
Pueblo simple

Como

Todos

Los pueblos,

No olvida
Tu campana:
Se congrega cantando

Bajo
La magnitud
De tu espaciosa vida:
Entre los pueblos con tu amor camina
Acariciando

El desarrollo puro
De la fraternidad sobre la tierra.

Pablo Neruda,
Chile


sábado, 5 de julio de 2008

SOBRE UNA TUMBA CÁNDIDA, Delmira Agustini



«Ha muerto..., ha muerto...», dicen tan claro que no entiendo...

¡Verter licor tan suave en vaso tan tremendo!...
Tal vez fue un mal extraño tu mirar por divino,
tu alma por celeste, o tu perfil por fino...

Tal vez fueron tus brazos dos capullos de alas...
¡Eran cielo a tu paso los jardines, las salas,
Y te asomaste al mundo dulce como una muerta!
Acaso tu ventana quedó una noche abierta.

-¡Oh, tentación de alas, una ventana abierta!-
¡Y te sedujo un ángel por la estrella más pura...
Y tus alas abrieron, y cortaron la altura
En un tijeretazo de luz y de candor!

Y en la alcoba que tu alma tapizaba de armiño,
Donde ardían los vasos de rosas de cariño,
La Soledad llamaba en silencio al Horror...


Delmira Agustini,
Uruguay