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jueves, 15 de mayo de 2008

Yo no me río de la muerte, Javier Heraud


HOMENAJE A JAVIER HERAUD


ELEGÍA


Tú quisiste descansar
En tierra muerta y en olvido.
Creías poder vivir solo
En el mar, o en los montes.
Luego supiste que la vida
Es soledad entre los hombres
Y soledad entre los valles.
Que los días que circulaban
En tu pecho sólo eran muestras
De dolor entre tu llanto. Pobre
Amigo. No sabías nada ni llorabas nada.

Yo nunca me río

De la muerte.

Simplemente

Sucede que

No tengo

Miedo

De

Morir

Entre

Pájaros y árboles.


Yo no me río de la muerte.
Pero a veces tengo sed
Y pido un poco de vida,
A veces tengo sed y pregunto
Diariamente, y como siempre
Sucede que no hallo respuestas
Sino una carcajada profunda
Y negra. Ya lo dije, nunca
Suelo reír de la muerte,
Pero sí conozco su blanco
Rostro, su tétrica vestimenta.


Yo no me río de la muerte.
Sin embargo, conozco su
Blanca casa, conozco su
Blanca vestimenta, conozco
Su humedad y su silencio.
Claro está, la muerte no
Me ha visitado todavía,
Y ustedes preguntarán: ¿qué
Conoces? No conozco nada.
Es cierto también eso.
Empero, sé que al llegar
Ella yo estaré esperando,
Yo estaré esperando de pie
O tal vez desayunando.
La miraré blandamente
(No se vaya a asustar)
Y como jamás he reído
De su túnica, la acompañaré,
Solitario y solitario.


Javier Heraud,

Perú




miércoles, 14 de mayo de 2008

MADRE HAY UNA SOLA, Isabel Allende



Por culpa del azar o de un desliz, cualquier mujer puede convertirse en madre.


La naturaleza la ha dotado a mansalva del 'instinto maternal' con la finalidad de preservar la especie.


Si no fuera por eso, lo que ella haría al ver a esa criatura minúscula, arrugada y chillona, sería arrojarla a la basura. Pero gracias al instinto maternal la mira embobada, la encuentra preciosa y se dispone a cuidarla gratis hasta que cumpla por lo menos 21 años.


Ser madre es considerar que es mucho más noble sonar narices y lavar pañales, que terminar los estudios, triunfar en una carrera o mantenerse delgada.


Es ejercer la vocación sin descanso, siempre con la cantaleta de que se laven los dientes, se acuesten temprano, saquen buenas notas, tomen leche, no fumen.


Es preocuparse de las vacunas, la limpieza de las orejas, los estudios, las palabrotas, los novios y las novias; sin ofenderse cuando la mandan a callar o le tiran la puerta en las narices, porque no están en nada...


Es quedarse desvelada esperando que vuelva la hija de la fiesta y cuando llega hacerse la dormida para no fastidiar.


Es temblar cuando el hijo aprende a manejar, anda en moto, se afeita, se enamora, presenta exámenes o le sacan las amígdalas.


Es llorar cuando ve a los niños contentos, y apretar los dientes y sonreír cuando los ve sufriendo.


Es servir de niñera, maestra, chofer, cocinera, lavandera, médico, policía, confesor y mecánico, sin cobrar sueldo alguno.


Es entregar su amor y su tiempo sin esperar que se lo agradezcan.


Es decir, que 'son cosas de la edad' cuando la mandan al cara...


Madre es alguien que nos quiere y nos cuida todos los días de su vida y que llora de emoción porque uno se acuerda de ella una vez al año: 'el día de la Madre'.


El peor defecto que tienen las madres es que se mueren antes de que uno alcance a retribuirles parte de lo que han hecho.


Lo dejan a uno desvalido, culpable e irremisiblemente huérfano.


Por suerte hay una sola. Porque nadie aguantaría el dolor de perderla dos veces.


Isabel Allende,
Chile

(Texto proporcionado por Roquelín Ramírez).

martes, 13 de mayo de 2008

AL HOMBRE SIN NOMBRE LA MUJER ETERNA, Yolanda Bedregal


Me llegaré al altar del hombre
en ofrenda de huída y rebeldía.

Hombre de ahora y de siempre,
abre tu mano a recibirme
y levántame al cielo como una hostia
aunque soy sólo pétalo de lágrima.

Hombre nuevo y eterno,
escúchame.
Sobre tu pecho roto
llamo y clamo.

Mi palabra golpea
-obsesionante ala obsesionada-
contra las sienes.

Mi palabra del grito
te taladra la frente,
sangre de luz de la herida
bautizará por un instante,
hombre frágil,
a la mujer eterna.

Eterna como el sueño fugaz.

Yo te miro sin ojos desde siempre.
tú me llevas en ti desde que existes.
Si antes no lo sabías,
ahora
ya no lo puedes olvidar.

Yo he crecido en el mar
sobre una ola que se alargó
para volverse tallo.
En ese tallo de agua limpia
he subido a mirar a los ojos de Dios.

Ahora me inclina un hálito a tu mano,
y estoy en ti como la mujer muerta
por la que todos los hombres han llorado.

Tú también has llorado
por tu hija, por tu madre,
por la mujer eterna de cuya muerte vives.

Ya no lo puedes olvidar.

Cuando tus ojos caminen en la sombra,
sentirás todavía por el cuerpo
una dulzura amarga y tibia:
beso en las palmas juntas
y una paloma que huye de tus dedos.

Con mi cara de piedra
yo estoy en la otra orilla.

Existo para ti en este momento;
y para mí no existo
porque soy más que eterna en cinco letras.

En el altar de Hombre fuerte como la vida,
hombre de hierro y hielo,
metal, sangre y espíritu,
cae la ofrenda íntegra
de la mujer lejana.

Mujer de canto y llanto
eterna como el sueño.


Yolanda Bedregal,
Bolivia


(El premio nacional de poesía en Bolivia lleva el nombre de la poeta. Este texto ha sido proporcionado por Luis Anamaría).



lunes, 12 de mayo de 2008

BIOGRAFÍA PARA USO DE LOS PÁJAROS, Jorge Carrera Andrade



Nací en el siglo de la defunción de la rosa
Cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles.
Quito veía andar la última diligencia
Y a su paso corrían en buen orden los árboles,
Las cercas y las casas de las nuevas parroquias,
En el umbral del campo
Donde las lentas vacas rumiaban el silencio
Y el viento espoleaba sus ligeros caballos.

Mi madre, revestida de poniente,
Guardó su juventud en una honda guitarra
Y sólo algunas tardes la mostraba a sus hijos
Envuelta entre la música, la luz y las palabras.
Yo amaba la hidrografía de la lluvia,
Las amarillas pulgas del manzano
Y los sapos que hacían sonar dos o tres veces
Su gordo cascabel de palo.

Sin cesar maniobraba la gran vela del aire.
Era la cordillera un litoral del cielo.
La tempestad venía, y al batir del tambor
Cargaban sus mojados regimientos;
Mas, luego el sol con sus patrullas de oro
Restauraba la paz agraria y transparente.
Yo veía a los hombres abrazar la cebada,
Sumergirse en el cielo unos jinetes
Y bajar a la costa olorosa de mangos
Los vagones cargados de mugidores bueyes.

El valle estaba allá con sus haciendas
Donde prendía el alba su reguero de gallos
Y al oeste la tierra donde ondeaba la caña
De azúcar su pacífico banderín, y el cacao
Guardaba en un estuche su fortuna secreta,
Y ceñían, la piña su coraza de olor,
La banana desnuda su túnica de seda.

Todo ha pasado ya, en sucesivo oleaje,
Como las vanas cifras de la espuma.
Los años van sin prisa enredando sus líquenes
Y el recuerdo es apenas un nenúfar
Que asoma entre dos aguas
Su rostro de ahogado.
La guitarra es tan sólo ataúd de canciones
Y se lamenta herido en la cabeza el gallo.
Han emigrado todos los ángeles terrestres,
Hasta el ángel moreno del cacao.


Jorge Carrera Andrade,

Ecuador

(Texto proporcionado por Luis Anamaría).


domingo, 11 de mayo de 2008

MADRE DE TODOS LOS DÍAS, Julio Carmona


Madre de todos los días
Y de esta noche social,
Madre que sufres y olvidas
Porque sabes perdonar.

Madre que frente al abismo
De la mentira y la muerte
Te yergues con tu cariño
Que es tu arma más potente.

Madre de la patria, madre
Del sol, la tierra y la espiga

En tu pecho hay vendavales
Para defender la vida.

Madre buena como el pan
Cuando alimentas a tu hijo,
Pero violento volcán
Contra el chacal y el felino.

Madre de todos los días,
Te yergues con tu cariño
Para defender la vida
Contra el chacal y el felino.

Julio Carmona,
Perú


sábado, 10 de mayo de 2008

LA MADRE EN CÉSAR VALLEJO, Danilo Sánchez Lihón


1. Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos

En múltiples poemas, así como en páginas sentidas de su prosa, César Vallejo evoca a su madre con amor entrañable. Hasta en su libro póstumo “Poemas Humanos”, escrito meses antes de morir, a los 46 años de edad, empieza diciendo:

Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande.

El poema XXIII de Trilce, publicado en 1922, está dedicado completamente a ella. Y comienza así:

Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos
pura yema infantil innumerable, madre.
Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente
mal plañidas, madre: tus mendigos.
Las dos hermanas últimas, Miguel que ha muerto
y yo arrastrando todavía
una trenza por cada letra del abecedario.

¿A quién se le ocurre expresarse de ese modo? “Tahona estuosa”. ¡Qué tal arrojo! ¡Y qué manera de tratar con la poesía! Porque, ¿quién lo entiende? De eso él no se preocupa. Había escrito en Los heraldos negros: “qui potest capere capiat” que quiere decir: El que pueda entender que entienda. ¿Arrogancia? ¿Capricho? No. Porque ya sea como sonido o ya sea como significado, madre es ciertamente tal como él lo dice: “tahona estuosa”. Cabal para el sentimiento y el concepto de madre. Así como Dios, en puro sonido, es “¡ommm!”, madre en puro sonido es “tahona estuosa”. En términos semánticos, tahona es: casa en donde se hace y se reparte el pan; y estuosa: íntima, cálida, abrigada.

2. Pero, ¡al fin la vida!

Y la madre es eso: tahona estuosa. Por algo dijo de Trilce:


“Sólo Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado en donde pudo quedar yerta mi pobre ánima viva”.


– ¿Y gorgas? –pregunta un alumno mío en San Marcos–. ¿Qué es?


Y, ciertamente. ¿A quién se le ocurre llamar a los hijos gorgas? ¡Gorgas!, que es alimento o comida para las aves. Y más concretamente de las aves de cetrería. ¿Y qué relación tiene el significado de esta palabra con los hijos pequeños de una mujer? Creo que toda. Absoluta y cabal analogía. Pero solamente a un genio se le ocurriría encontrar esa correspondencia. Y así cómo introduce este lenguaje total, introduce toda la vida, su biografía y su mundo. Y su muerte.


Porque uno de estos hermanos que él menciona en el poema, y lo dice, ya estaba muerto, hacía cinco años, pues Miguel murió el 22 de agosto de 1915 y este poema se escribió en 1920. Y su madre también ya era occisa, pues murió en 1918. Pero eso ¿qué importa? Aquí, con Vallejo, se transpone la vida y la muerte. Porque él conversa para adentro, para sí mismo. Habla de los insignificantes que resultan trascendentes, de lo nimio –como gorgas que resulta inusitado– de los cuatro mendigos que son él y sus hermanos pequeños.


¡Qué diferencia ¿no? con los grandes temas y con los autores con los cuales él ahora se equipara! Las batallas y los fastos de los dioses en Homero. El cielo, el purgatorio y el infierno en Dante. El amor, la duda o los celos, en Shakespeare. La exaltación de la vida y el mundo en Whitman. En Vallejo lo que se encumbra sin perder su condición humilde es la vida cotidiana, el hombre en sus funciones íntimas, como comer, ¡tan común y corriente! Pero, ¡al fin la vida!


3. El mundo con madre y sin madre

Y continúa:

En la sala de arriba nos repartías
de mañana, de tarde, de dual estiba,
aquellas ricas hostias de tiempo,
para que ahora nos sobrasen
cáscaras de relojes en flexión de las 24
en punto parados.

Hay dos mundos entonces. Uno es el de la sala de arriba en donde totalizando el día, en cual estiva, se repartían esas ricas hostias de tiempo que la madre ofrenda en esa comunión del amor total. Ese pan es sagrado, son hostias de tiempo que ella dona y entrega como sacerdotisa del amor maternal. Como aconteció en el mundo andino que fue destruido por mano codiciosa que impuso el saqueo y después la usura, mundo aquel del cual fuimos expulsados para habitar este otro en el cual somos reclusos y parias. Ese pan generoso es oblación y es sagrado. Tú lo diste, madre, y entonces es pan de amor, que ahora nos lo cobran. Y aquí se presenta la ruptura, lo quebrado y trágico: Y en vez de hostias de tiempo son cáscaras de relojes, sea salario, tiempo falso, mecánico y ajeno.

4. Tierna dulcera de amor

Madre, y ahora! Ahora, en cuál alvéolo
quedaría, en qué retoño capilar,
cierta migaja que hoy se me ata al cuello
y no quiere pasar...

Todo cambia cuando dice: “Madre, y ahora!”. El pan se ha convertido en migaja que en vez de pasar se ata al cuello por fuera. El pan nutricio se vuelve soga del ahorcado. En vez de pan para alimentar ahora es cuerda que aprisiona. Se cambió el mundo del afecto por el mundo sin madre, la cultura artificial del lucro se entrometió. Las fórmulas de la usura y la especulación se impusieron. El lenguaje de exaltado se ha tornado dolido, inhibido, no por los vocablos sino por la inflexión y el gesto, por la manera de hablar, por el tono confidente, de estupor y mohín. ¡Y pueblerino! Y todo medido en relación a una función básica cual es el acto de alimentarse y comer, de nutrirse.


La madre es bolo alimenticio, es bocado. En la primera instancia los bizcochos son dulces. En la segunda una migaja no es que se atasca sino que se ata al cuello. Y prosigue:


...Hoy que hasta
tus puros huesos estarán harina
que no habrá en qué amasar
¡tierna dulcera de amor,

5. En las cerradas manos recién nacidas

Así como en la poesía él llegó a lo real de lo real y a ser un poeta del dolor, del hambre y la orfandad, así en el amor de la madre llegó al amor que se traduce en pan. La madre es harina. Pero también es el cuenco donde se amasa el pan dulce, el bizcocho. Veamos: es el recipiente y la vasija, si no el amor no tiene forma ni estructura. La madre es contenido y continente, harina y utensilio, donde se pueda amasar el pan de la vida y ser el horno que lo cueza:


hasta en la cruda sombra, hasta en el gran molar
cuya encía late en aquel lácteo hoyuelo
que inadvertido lábrase y pulula ¡tú lo viste tánto!
en las cerradas manos recién nacidas.


Las figuras y metáforas son bucales u orales, también dentales y de la función de comer. Y del tener hambre. Pero luego sigue: “Tú lo viste tanto!” ¿Dónde? Tú lo adivinaste. ¿Dónde lo adivinó? “en las cerradas manos recién nacidas”. Es decir en los signos, en el mundo cifrado y secreto de la mano. Y aquí llegamos al enigma pleno y atroz, porque es en las cerradas manos de un recién nacido que solo el secreto de amor de una madre los expurga. Y otra vez estamos hundidos en el hecho cotidiano, inencontrable, salvo por el bendito y secreto amor de madre puesto en lo pequeño e insignificante: los trazos de una mano cerrada. ¡Oh atroz! ¡Oh desmesura! Fijarse la poesía, encontrar ella el secreto de todo, en las cerradas manos recién nacidas. ¿Qué estará allí? Todo. Allí está el mundo en su totalidad el mundo pasado, el presente y el futuro.

6. El alquiler del mundo donde nos dejas

Tal la tierra oirá en tu silenciar,
cómo nos van cobrando todos
el alquiler del mundo donde nos dejas
y el valor de aquel pan inacabable.

Poema de lo propio y ajeno. Lo propio y auténtico si viene de la madre. Fuera de ella es un mundo ajeno. Porque el mundo de la madre es generoso, del desprendimiento total que ella ampara, lo nutre, lo acoge y protege. Reino del puro amor, lo contrario es ajeno donde todo nos cobran y tenemos que pagarlo. Es el “alquiler” del mundo.


Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros
pequeños entonces, como tú verías,
no se lo podíamos haber arrebatado
a nadie; cuando tú nos lo diste,
¿di, mamá?

Es el poema del divorcio, del cambio desde una posición de generosidad hacia otra de desamparo y de necesidad. Y él militó y entregó la vida por restituir el mundo de la generosidad y la solidaridad humanas. Y se hizo paria, mendigo y excarcelario en el mundo de la necesidad, de lo ajeno y deshumanizado.

7. Madre, me voy mañana a Santiago

Pero hay otro texto de Trilce dedicado también a la madre y es el poema LXV escrito en mayo de 1920 antes de retornar a su terruño, Santiago de Chuco, cuando hacía dos años su madre ya había muerto. Y que dice:

Madre, me voy mañana a Santiago,
a mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando estoy mis desengaños y el rosado
de llaga de mis falsos trajines.

Pese a que la madre está muerta va a confiarle a ella sus desengaños y el rosado de llaga de sus falsos trajines. Porque la madre es quien entiende de estas cosas. Y es centro, hondura y vastedad. Es llanto para comulgar, para mojarme en él, para empaparme. Que es agua y lluvia. Es este el poema del retorno a la tierra natal: El llanto es aquello tan hondo que no puede ser expresado de otro modo. Estoy acomodando mis desengaños. Te estoy llevando madre en mi maleta no regalos ni obsequios como en la sociedad de consumo, sino mi corazón, mi alma, mi cuerpo malherido. Te estoy llevando mis despojos, porque he luchado y qué mejor homenaje que este a ti. Te estoy llevando mi confesión que nos hace más humanos. Llevo mi alma indefensa y mi ser adolorido, equivocado ante ti que eres verdad y puro amor. Los llevo para que tú alivies todas mis quejas de solo oírlas. Ella está muerta, pero eso ¿qué importa? Lo importante es que llegue. Este es el himno del retorno.

8. La puerta del templo

Mojarme en tu llanto es una purificación. ¿No es cierto? ¿Qué más auténtica purificación para un hombre de a verdad? Porque el llanto no siempre es de pena, es también de identificación y reconocimiento. También de felicidad. De la madre viendo llegar al hijo. Aunque esté muerte. O aunque nosotros hayamos muerto. Lo importante es llegar por los caminos del regreso. Es el poema del retorno, de la repatriación, de la madre que ve llegar al hijo de sorpresa. El hijo pródigo arrepentido. Y del padre o madre que acogen. No importa que ella ya esté fallecida. Hace dos años que murió. Y él lo sabe. Entonces, ¿a quién se refiere?

Me esperará tu arco de asombro,
las tonsuradas columnas de tus ansias
que se acaban la vida.

Que se acaban la vida es una manera de hablar en el pueblo de Santiago de Chuco. He allí el gesto, el rictus, el detalle auténtico para hablar. Porque, ¿qué madre no espera a un hijo que está lejos como si le hubieran desgajando o cercenando el ser? ¿Y qué es o puede ser un arco de asombro? Desde los brazos, que se elevan de alegría, hasta las cejas o la frente. El mundo mismo es un arco de asombro. O puede ser la puerta del templo. Puesto que es llegada y es recibimiento. Es el encuentro. Pero puede también ser el nacer. Para cada madre el hijo estará siempre naciendo.

9. Estoy plasmando tu fórmula de amor

Me esperará el patio,
el corredor de abajo con sus tondos y repulgos
de fiesta.

Por si acaso, no es “toldos” sino tondos y repulgos de fiesta. Se refiere al adorno minúsculo que se hace al borde de las empanadas apretando el dedo índice y el pulgar. No es el mundo exterior, de la calle ni de la plaza pública que haría suponer la evocación de una fiesta pueblerina, sino que lo representa en el minúsculo e íntimo repulgo de las empanadas. Con estos elementos Vallejo se hizo universal.


...Me esperará mi sillón ayo,
aquel buen quijarudo trasto de dinástico
cuero, que para no más rezongando a las nalgas
tataranietas, de correa a correhuela.

Madre es la tierra pero también la casa; el corredor, el patio. Se describe la casa, ¡y en época de fiesta! Pero no solo es la casa sino el sitio que se ocupa en la mesa subido en el sillón ayo. “Me esperará mi sillón ayo,”. Solo la infancia nos espera y acoge. Solo una madre nos escucha y bendice nuestro “rosado de llaga” y nuestros desengaños. Solo la tierra nos acepta otra vez de regreso, cuando retornamos a ella incluso estando muy lejos.

10. Madre popular, andina y aldeana

Estoy cribando mis cariños más puros.
Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?
¿no oyes tascar dianas?
estoy plasmando tu fórmula de amor
para todos los huecos de este suelo.

La madre está muerta y él le reclama que le oiga. Que oiga al hijo y es natural, porque madre e hijo en la comunicación han tendido un lazo imperecedero. Reclama que sienta no solo lo que le dice sino aquello que ni él sabe lo que es. “Estoy ejeando” “no oyes jadear la sonda”, que es una inmersión en lo profundo de nuestro ser. Ahora bien, ¿cualquier madre puede inspirar un poema así? Desde que hay culturas sin madre, no. La inclinación del mundo actual con el fenómeno de la globalización tiende a eliminar el ser madre. Esta que inspira el poema es una madre popular, andina. Y aldeana. Por eso el mundo andino es reservorio moral e inspiración para la humanidad del presente y del futuro.


“estoy plasmando tu fórmula de amor”.


¿Que sabiduría es mayor que el ser madre? ¿Y qué fórmula más perfecta de amor real, ideal o utópico que el ser madre?

Oh si se dispusieran los tácitos volantes
para todas las cintas más distantes,
para todas las citas más distintas.
Así, muerta inmortal. Así.

11. La madre es casa eterna

“muerta inmortal” es: estuvimos aquí y es para siempre. Nos amamos, siquiera un instante y ese amor ya no desaparecerá jamás. Es para siempre. Enlazamos nuestras almas y nuestros cuerpos y eso no desaparecerá jamás. Es fórmula de amor. Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre para ir por allí, humildóse hasta menos de la mitad del hombre, hasta ser el primer pequeño que tuviste. Porque eso es el varón frente a la mujer como género: donde mi padre con ser mi padre se humilló hasta ser el primer pequeño en reverenciarte.

Así, muerta inmortal.
Entre la columnata de tus huesos
que no puede caer ni a lloros,


12. Muerta inmortal

y a cuyo lado ni el destino pudo entrometer
ni un solo dedo suyo.
Así, muerta inmortal.
Así.

Columnatas y arcos. ¿Dónde estamos? ¿Qué nos evoca todo esto? Por su puesto: el templo, la iglesia, el altar. Es el edificio para orar. En donde el padre humildóse hasta menos de la mitad de un hombre, es decir, donde se arrodilló. Desamparado ante ti, ¡misterio adorable!

Así, muerta inmortal. Así.

Ya para siempre nadie te puede olvidar. Y así sea hace dos, diez o mil años, iremos a mojarnos en su bendición y en su llanto. Es lo irrevocable, lo insustituible que ni siquiera puede caer ni a lloros. Es lo eterno, tanto que ni nuestra pena, ni nuestra tristeza al llorarla, la hará sucumbir ni dejar de ser. Es eterna la madre. Es muerta inmortal. ¿Quién puede atentar contra lo que es inmortal? ¿El destino? No. Ni él que todo lo cambia y rige, puede entrometer ni un dedo suyo. La madre es el misterio perfecto, el origen de la vida y ella contiene la fórmula del amor consumado.

13. Mundo con madre es el mundo andino

La cultura andina, pertenencia esencial de César Vallejo, a la cual da expresión, voz y palabra, está signada por el sentimiento, la emoción y el sentido de madre. Todo en ella es madre, relación consustancial, afectiva y de filiación con el origen, la matriz y lo sagrado de la creación. Es, además, afinidad profundamente tierna y dulce; con mucho candor. Y César Vallejo tenía esas claves y anagramas incrustados en el alma. Y la pena es que, salvo en su infancia, le tocó vivir después en un mundo ajeno a esas relaciones afables. Y he allí la clave del dolor que él encarna. Madre, para la cultura andina es también la tierra que se respeta, reverencia y adora, con la cual no cabe desunión posible. La vida es inherente a la naturaleza, que es la madre tierra. Y madre es hogar, casa, rincón familiar. Y se puede ser todo lo humilde que se quiera pero sin aquellas ubicaciones de madre el mundo resulta miserable.


Aunque pobre la cultura andina construye casa. César Vallejo fue un exiliado de un mundo de amor y de solidaridad hacia otro hosco y desalmado, sin madre. De allí que anheló tanto y militó en la causa de erigir un orden nuevo, una casa solidaria y una mañana eterna en que desayunemos todos. Quizá ningún personaje puede encarnar tanto a la cultura andina como la madre, honda, sublime, enigmática; representando el misterio de la vida, lo que está adentro, lo que se calla, con quien solo se puede establecer una relación de afecto y totalidad.

Lo opuesto a la madre es la nada. Su no existencia da lugar al abandono, la desolación y orfandad. Y madre es, además de un ser biológico, nuestra tierra, la casa, nuestro sitio en la mesa y en el fogón familiar a la hora del yantar. Mundo con madre es el universo andino. Y que es lo que nos hace regresar desde muy lejos a nuestros pueblos de origen y a la patria idolatrada de nuestra infancia. Y esos contenidos son esenciales en la trayectoria vital de César Vallejo, que se reflejan en su obra, que como poeta instintivo lo supo sentir y expresar.

14. La madre biológica de César Vallejo

Hay imágenes de doña María de los Santos Mendoza Gurreonero, extraídas de fotos de conjunto, de las cuales se ha recortado y separado su retrato. Se la ve honda y esencial, envuelta en un reboso raído, sin nada artificial que lo distinga, ni un arete, ninguna cinta, ni siquiera un anillo. Se la siente arcilla, gleba, espiga; de rasgos muy andinos, telúricos y bondadosos. Con ojos profundos, cabello lacio, pómulos salientes. Con mucha alma, pan, harina, amasijo. Sencilla, servicial y caritativa.


Agua clara de manantial, agua fresca; mujer andina sufrida y cabal.


Se llamó María de los Santos Mendoza Gurrionero, hija del sacerdote Baltazar Joaquín de Mendoza, quien fue natural de España. Su madre en cambio fue lugareña de Santiago de Chuco. Nació en esta villa el 1 de noviembre de 1850. Se casó a los 17 años, el 22 de junio de 1867, con Francisco de Paula Vallejo Benites, también hijo de sacerdote, en la iglesia matriz del pueblo.

15. Ser íntimo

Al casarse, su madre y hermana le donaron la casa donde ella nació y nacerían luego sus doce hijos, siendo el último César Vallejo Mendoza, a quien dio a luz a los 42 años y en cuyo parto estuvo a punto de morir. Doña María de los Santos falleció después de tener un proceso de fiebre alta que se declaró en el mes de julio de 1918, para complicarse después en una enfermedad dolorosa y mortal en su época: la angina de pecho, que inflama los órganos de la deglución y la respiración.


Murió el 8 de agosto de 1918, cuando César Vallejo se encontraba en Lima y aún no había publicado libro alguno. Los Heraldos negros, recién aparecería en julio del año 1919, aunque lleva fecha de edición de 1918. Su sepultura está identificada en el cementerio general, en la colina que domina el pueblo de Santiago de Chuco.

César Vallejo fue directo a la universalidad no despojándose ni renunciando a su ser íntimo, como es la esencia y el sentido de madre, sino cavando allí y engrandeciéndolo heroicamente.

Danilo Sánchez Lihón,

Perú

viernes, 9 de mayo de 2008

OH, PRIMAVERA INABORDABLE Y SIN FINAL..., Alexander Blok

Oh, primavera inabordable y sin final,
Inabordable y sin final como los sueños.
Te reconozco, vida. Te asumo.
Y bajo el tintineo de broqueles te saludo.

Yo te acojo, mala suerte,
Y doy mi bienvenida a los aciertos
Pues no hay nada oprobioso en los encantados
Paisajes del llanto, ni en el misterio de la ventana,

Asumo las discusiones que desvelan
La madrugada en las oscuras cortinas de la ventana,
Para que la encantadora primavera
Excite mis miradas dilatadas.

Asumo las aldeas desérticas
Y los pozos de las ciudades terrenales,
La diáfana extensión de los cielos
y la candidez de los trabajos serviles.

Yo salgo, vida, a tu encuentro en el umbral
Con los cabellos rizados por el viento impetuoso
Y el enigmático nombre de Dios
En los labios fríos y apretados...

Ante la hostilidad de este encuentro
Siempre me defiendo,
Tú nunca eres accesible
¡Y el sueño embriagador se nos escapa!

Y miro y sospecho esta hostilidad,
Odiando, maldiciendo y amando:
Por el suplicio, por la muerte,
Pero de todas formas yo te asumo, vida!

Alexander Blok,
Rusia