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sábado, 19 de abril de 2008

LOS POETAS, Alexander Blok


En las afueras de la ciudad crece solitario un barrio
Sobre una tierra movediza y pantanosa.
Allí viven los poetas y se saludan
Unos a otros con una sonrisa arrogante.

El día se levanta inútil y radiante
Sobre este triste pantano:
Sus habitantes lo dedican al vino
Y al trabajo arduo y persistente.

Cuando se emborrachan se juran amistad,
Conversan cínica y despiadadamente
Hasta el amanecer. Luego, entregados a su pasión
Trabajan cual necios sin remedio.

De pronto, salen a rastras de sus buhardillas
Para mirar cómo arde el mar entre la tarde:
Con los ojos abiertos quedan cautivados
Por las trenzas doradas de las muchachas que pasan.

Enternecidos sueñan el Siglo de Oro,

Amigablemente riñen a sus editores
Y lloran con amargura sobre una florecilla
O sobre alguna nubecilla perlada.

¡Así viven los poetas, amigo lector!
Quizás tú pienses que todo esto sea peor
Que tus diarios débiles y vanos esfuerzos,
Que tu charco pequeño burgués.

No, querido lector, mi crítico ciego,
Por lo menos los poetas tienen
Sus musas, sus nubecillas, su Siglo de Oro,
¡Todo lo que para ti es inaccesible...!

Tú estás a gusto contigo mismo, con tu esposa,
Con tu vida reducida,
Pero los poetas sufren de dipsomanía mundial
Y para ellos es poco una vida así.

No importa que mueran, como perros, tras la valla
O que la vida los haya enlodado.
Creen que algún Dios los trajo aquí
Para que besaran la ventisca y la nieve...

Alexander Blok,
Rusia

(Traducción de Jorge Bustamante García).

(Texto proporcionado por Jesús Ricse Villar
).

viernes, 18 de abril de 2008

AMIGOS, Julio Carmona



No me canso de leer
A este Vallejo
Con sus huesos humanos
Doliéndome en el verbo.

No me canso de hundir
Mi lengua en los múltiples
Ojos de Neruda
Y su última voz
Sonándome en la dicha.

No me detengo y tomo
Desde su amplio corazón
A Eluard y sus pulmones
Llenos de mundo y
“odio
al reino de los burgueses
al reino de los policías y los curas”.

No por eso mis demás
Amigos,
Compañeros del sueño
Y la vigilia,
Llegan a escarbarme menos:
Mis amigos
Me palpan con su amor
Mis asperezas.

Mis amigos,
Junto a Paul, Pablo y César,
Me exprimen la tenaz
Filantropía de la muerte
En este vacío de amor
Que me enardece.

Julio Carmona,
Perú


jueves, 17 de abril de 2008

A CÉSAR VALLEJO, Gustavo Valcárcel


a David y Jorge Turner



ESTOY sufriendo
Cuánto debiste haber sufrido
A espaldas del amor
De bruces sobre el mundo
Oliendo oliendo la tristeza ajena.


Qué valiente manera de sufrir
Por la pierna de los cojos
Por el verbo de los mudos
O la alondra de los ciegos.


Poesía heroica, coronación del sufrimiento,
Camarada, camarada,
En qué tarde te nació la pena
Sobre qué a llegaste a la sufriente zeta.


Cuando escríbote estas cartas
Pienso en piedra, hablo en roca,
Gimo en Ande, para llegar
Donde tú sufres las palabras
De puro tierno que eres.


Te encuentro en el crucero de la vida
Partida en muchas sílabas el alma
Prometiendo traerle a la consonante una vocal
Y un verso a la palabra huérfana.


Mucho debiste haber sufrido
En noches parecidas, en días innombrables,
Cuando se deben tantas cosas
Y no hay nada que cobrar.


Pero más debiste haber sufrido
Al ver por la misma calle regresar
Al niño sin la golosina
A la joven sin el vestido nuevo
Al estudiante sin la nota buena
Al poeta sin su libro
Al obrero sin trabajo
Y a ti mismo en medio de lo horrendo.


Pero aún más debiste haber sufrido
Por Pedro y Pablo, por Juana y Carmen,
Por el Perú y España, por todo el universo
Y el camarada aquél del catafalco ensangrentado.


Y con el dolor al frente y a la izquierda
Con la pena arriba, abajo, a la derecha,
Con la tristeza en ti, atrás de todos,
En medio de tanto sufrimiento
Sólo el comunismo te fue alegre.


Gustavo Valcárcel,

Perú


(Texto tomado del blog COSAS QUE (ME) PASAN)




miércoles, 16 de abril de 2008

PIEDRA NEGRA SOBRE PIEDRA ROJA, Juan Gonzalo Rose


Ya no le tenéis miedo
A César el Vallejo,

Ya no guerrea,
Ya no suda,
Ya no canta,
Hundís vuestra cabeza en su boca tremenda,
Ya no muerde,
Hasta le amáis ahora
Vosotros mercaderes
Polizontes
Profesionales del hacerse el sueco.

Habéis dicho que venga
Ahora que está muerto ¡así qué gracia!
Hasta podéis ponerlo en vuestras mesas
Y usar de ceniceros sus alvéolos,
Colgar de su esqueleto una campana
Para la cita con que el Directorio
(Un toro calvo y otros cuatro gatos)
Iluminan la sala respetable
Con curvas-secretarias y alegatos.

¿Y para qué traerlo?
¿Queréis estar seguros de que ha muerto?
¿Queréis poner el dedo en esa llaga?
Él no la tiene, mártir, al costado:
Su llaga está en la tierra,
Está en la tierra y se llama España.

O lo que queréis acaso con vosotros, por temor
A que todos rodeemos su cadáver
Y le digamos: ¡César levántate y combate!
Y entonces él, usando otra vez su vos llorada,
Repita como entonces: la harina es de los pobres
Y los demás se pelan ¡camarada!,
O lo queréis
Para decirle Juanito: toca no hace nada
Para decirle a Yohnny: hinca, no hace nada
(Se toca y no se lee: ¡peruanada!

Casi os comprendo, casi:
Estando en vuestras manos
Lo pondréis en museos
A él, que como nadie
Llevaba tan Vallejos sus huesos por las calles,
Casi os comprendo, claro,
Le aplicaréis domados psicoanálisis
Para explicar por qué llegado un día
Él se fue a la España guerrillera, con su voz
Con su cholo y su manera...
(No faltará pintor iluminado
-Señor de rentas pulcro y afeitado
De esos que pintan muy de cuando en cuando-
Que le haga un cuadro donde se le vea
Vestido de sargento y comulgando).

Ya no le tenéis miedo
A César el Vallejo,
Ya no guerrea,
Ya no suda,
Ya no canta,
Ya no os dice aquello:
No quiero ver yo piedra sobre piedra
De ese Perú de sedas y de cuarzo
¡Pero temblad!: su poesía vive
Y anda por la tierra reclutando
Los guerrilleros que vendrán en Marzo.

Juan Gonzalo Rose,
Perú

martes, 15 de abril de 2008

ESPAÑA APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ , César Vallejo


Masa


Al fin de la batalla,
Y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
Y le dijo: “No mueras, te amo tanto!”.
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:

“No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
Clamando: “Tanto amor y no poder nada contra la muerte”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
Con un ruego común: “¡Quédate hermano!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
Le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
Incorporóse lentamente,
Abrazó al primer hombre; echóse a andar…


Mass

When the battle over,
And the fighter dead, a man came towards him
And said to him, “Don’t die, I love you so much!”
Butt he corpse, alas, went on dying.

Two men approached him and said again,
“Don’t leave us ¡Courage! Come back to life!”
Butt he corpse, alas, went on dying.

Twenty, a hundread, a thousand, five-hundread thousand
Came up to him, crying: “So much love and to be unable to overcome death!”
Butt he corpse, alas, went on dying.

Millions of individuals sorrounded him;
With a common request: “Brother, stay!”
Butt he corpse, alas, went on dying.

Then all the menof the Earth surrounded him;
Deeply moved, the sad corpse saw them;
He got up slowly, Embraced the first man, started to walk…

(Traducido al inglés por Ronald Hopper).


Masse

A la fin de la bataille
Et mort le combattant, un home vers lui s’avança
Et lui dit: “Ne meurs pas; je t’aime tant!”
Mais le cadáver, hélas! continua de mourir.

Deux autres vinrent à lui, lui répétant:
“Ne nous quitte pas! Courage! Reviens à la vie”
Mais le cadáver, hélas! continua de mourir.

Vingt, cent, mille, et cinq cent mille autres accoururent,
Clamant: “Tant d’amour, et ne rien pouvoir contre la mort!”
Mais le cadáver, hélas! continua de mourir.

Des millions d’hommes s’unirent
Dans une commune prière: “Reste-nous, frère!”
Mais le cadáver, hélas! continua de mourir.

Alors, tous les hommes de la terre l’entourèrent;
Le cadáver les vit, triste,èmotionné;
Lentement se dressa,
Prit le premier homme dans ses bras; se mit à marcher…

(Traducido al francés por: Georgette de Vallejo).

Masa

Auja majanacuy puchucaytam,
Majanacuj huañucun chayri, huc runa paypa casjanman chayaycuspan:
“¡Ama huañullaychu, nirajtam cuyayqui”, niycurja.
Ayañataj ¡huay! huiñaychacuspanri huañucuycuchcarja.

Iscay runaña asuycuspan musujmanta rimapayaycurjacu:
“¡Ama sajehuaycuchu! ¡Jalinchacuy! ¡Causayman cutirimuy!”, rispancu.
Ayañataj ¡huay! huiñaychacuspanri huañucuycuchcarja.

Hinaman payman chayaycurjacu iscay chunca, pachac,
Huaranja, pichja pachac huaranja runa
Japarillahuanña: “¡Hucnananaj cuyacuy imaynamá manaja
Atipanchu huañuypa callpanta!”, nispancu.
Ayañataj ¡huay! huiñaychacuspanri huañucuycuchcarja.

Huara-huaranjampiña huñunacuncu muyuriynimpi ruracuna
Huc simillapiña mañacuspancu: “¡Jeparicuy ñojaycuhuan huaujellay!”
Ayañataj ¡huay! huiñaychacuspanri huañucuycuchcarja.

Hinaptin tejsi muyuntinmanta runacunaña
Chaupicharjuncu; ayari chayña jahuarirjon paycunata llaquisja
Sonjon chaspisja;
Hinaman allichallamanta hatarirjuspan
Marjaricuycurja jayllampi caj runata; chaymantari puriyta jallaycurja …

(Traducido al quechua por Teodoro Meneses ).

(Textos proporcionados por Fransiles Gallardo).

Масса

В Конец сражения,
V
konets srabrrenia
И умершего боец, пришел человек

Y umershego boets, prishol chelavek
к нему .Y сказал ему:
k
ñemú . Y skazal yemú
"не умирай, любил тебя настолько! "

ne umerai, liuvil tibia nastolka
Но труп вздох! он продолжил умирать.

No trup vzdoj¡ on prodalrril umerat
К нему приблизились два и они повторили:

K ñemú priblizilis dva y oñi pavtarili
"не оставляй нас! Стоимость! Возвращайся в жизнь",

Ne
octabliai nas! Ctoimas! Basbrashaisia v rrizni
но труп вздох! он продолжил умирать.

No
trup vzdoj! on prodalrril umerat
Обратились к нему двадцать, сто, тысяча,
Obratilis
k nemú dbadsat, sto, tiisicha
пятьсот тысячи, Взывая:
piatsot
tiisicha, Vziibaya
"Настолько любовь и совсем не мочь против смерти ",

Nastolka lliubov y cavsiem ne moch protiv smerti
но труп вздох! он продолжил умирать.
No trup vzdoj! on prodalrril umerat
Его окружили миллионы индивидов,
cобщая просьба:
Yegvo akrurrili millioni indibidov
"Оставайся братом! ", но труп

Astavaicia Bratám!, no trup
Тогда, все мужчины земли окружили Его;

Tagda, vsie murrchinii zemlí akrurrili Egvo
их увидел грустный, взволнованный труп;
ij uvidel grustniei, vzvolnovanniei trup,
он присоединился медленно , Обнял первого человека;

on prisaediñilsia medlenna, Abñial pervovgva chelaveka
начал передвигаться в хождение
nachal peredvgatsia v jarrdenie


(Traducido al ruso por Jesús Ricse Villar, texto proporcionado por él mismo).

Massa

Finita la battaglia
E morto il combattente, a lui venne un uomo

E disse: "Non morire. Ti amo tanto."

Ahi, ma il cadavere seguitò a morire.

In due si avvicinarono e insistevano:
"Non lasciarci. Coraggio. Torna in vita."

Ahi, ma il cadavere seguitò a morire.

Accorsero venti, cento, mille, cinquecentomila,
Gridando: "Tanto amore, e nulla si può contro la morte".

Ahi, ma il cadavere seguitò a morire.

Lo circondarono milioni d'individui
Con preghiera comune: "Resat, fratello!"

Ahi, ma il cadavere seguitò a morire.

Allora tutti gli uomini della terra
Lo circondarono; li vide il cadavere triste, emozionato;

Si drizzò lentamente,

Abbracciò il primo uomo, si avviò.

(Traducido al italiano por Roberto Paoli. Texto Proporcionado por Sonia Castillo).




lunes, 14 de abril de 2008

ESPAÑA APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ, César Vallejo


Poema V

Solía escribir con su dedo grande en el aire:
"¡Viban los compañeros, Pedro Rojas!",
De Miranda de Ebro, padre y hombre,
Marido y hombre, ferroviario y hombre,
Padre y más hombre, Pedro y sus dos muertes.

Papel de viento, lo han matado: ¡pasa!
Pluma de carne, lo han matado: ¡pasa!
¡Abisa a todos los compañeros pronto!

Palo en el que han colgado su madero,
Lo han matado;
¡Lo han matado al pie de su dedo grande!
¡Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas!

¡Viban los compañeros
A la cabecera de su aire escrito!
¡Viban con esta b del buitre en las entrañas
De Pedro
Y de Rojas, del héroe y del mártir!

Registrándole, muerto, sorprendiéronle
En su cuerpo un gran cuerpo, para
El alma del mundo,
Y en la chaqueta una cuchara muerta.

Pedro también solía comer
Entre las criaturas de su carne, asear, pintar
La mesa y vivir dulcemente
En representación de todo el mundo.
Y esta cuchara anduvo en su chaqueta,
Despierto o bien cuando dormía, siempre,
Cuchara muerta viva, ella y sus símbolos.
¡Abisa a todos los compañeros, pronto!
¡Viban los compañeros al pie de esta cuchara viva para siempre!

Lo han matado, obligándole a morir
A Pedro, a Rojas, al obrero, al hombre, a aquel
Que nació muy niñín, mirando al cielo,
Y que luego creció, se puso rojo
Y luchó con sus células, sus nos, sus todavías, sus hambres, sus pedazos.

Lo han matado suavemente
Entre el cabello de su mujer, la Juana Vásquez,
A la hora del fuego, al año del balazo
Y cuando andaba cerca ya de todo.

Pedro Rojas, así, después de muerto,
Se levantó, besó su catafalco ensangrentado,
Lloró por España
Y volvió a escribir con el dedo en el aire:
"¡Viban los compañeros! Pedro Rojas".

Su cadáver estaba lleno de mundo.

César Vallejo,
Perú

domingo, 13 de abril de 2008

UN ARTISTA DEL TRAPECIO, Franz Kafka


Un artista del trapecio –como se sabe, este arte que se practica en lo alto de las cúpulas de los grandes circos es uno de los más difíciles entre todos los asequibles al hombre– había organizado su vida de tal manera –primero por afán profesional de perfección, después por costumbre que se había hecho tiránica– que, mientras trabajaba en la misma empresa, permanecía día y noche en el trapecio. Todas sus necesidades –por otra parte muy pequeñas– eran satisfechas por criados que se relevaban a intervalos y vigilaban debajo. Todo lo que arriba se necesitaba lo subían y bajaban en cestillos construidos para el caso.

De esta manera de vivir no se deducían para el trapecista dificultades con el resto del mundo. Sólo resultaba un poco molesto durante los demás números del programa, porque como no se podía ocultar que se había quedado allá arriba, aunque permanecía quieto, siempre alguna mirada del público se desviaba hacia él. Pero los directores se lo perdonaban, porque era un artista extraordinario, insustituible. Además era sabido que no vivía así por capricho y que sólo de aquella manera podía estar siempre entrenado y conservar la extrema perfección de su arte.

Además, allá arriba se estaba muy bien. Cuando, en los días cálidos del verano, se abrían las ventanas laterales que corrían alrededor de la cúpula y el sol y el aire irrumpían en el ámbito crepuscular del circo, era hasta bello. Su trato humano estaba muy limitado, naturalmente. Alguna vez trepaba por la cuerda de ascensión algún colega de turné, se sentaba a su lado en el trapecio, apoyado uno en la cuerda de la derecha, otro en la de la izquierda, y charlaban largamente. O bien los obreros que reparaban la techumbre cambiaban con él algunas palabras por una de las claraboyas o el electricista que comprobaba las conducciones de luz, en la galería más alta, le gritaba alguna palabra respetuosa, si bien poco comprensible.

A no ser entonces, estaba siempre solitario. Alguna vez un empleado que erraba cansadamente a las horas de la siesta por el circo vacío, elevaba su mirada a la casi atrayente altura, donde el trapecista descansaba o se ejercitaba en su arte sin saber que era observado.

Así hubiera podido vivir tranquilo el artista del trapecio a no ser por los inevitables viajes de lugar en lugar, que le molestaban en sumo grado. Cierto es que el empresario cuidaba de que este sufrimiento no se prolongara innecesariamente. El trapecista salía para la estación en un automóvil de carreras que corría, a la madrugada, por las calles desiertas, con la velocidad máxima; demasiado lenta, sin embargo, para su nostalgia del trapecio.

En el tren, estaba dispuesto un departamento para él solo, en donde encontraba, arriba, en la redecilla de los equipajes, una sustitución mezquina –pero, en algún modo, equivalente– de su manera de vivir.

En el sitio de destino ya estaba enarbolado el trapecio mucho antes de su llegada, cuando todavía no se habían cerrado las tablas ni colocado las puertas. Pero para el empresario era el instante más placentero aquel en que el trapecista apoyaba el pie en la cuerda de subida y en un santiamén se encaramaba de nuevo sobre su trapecio. A pesar de todas estas precauciones, los viajes perturbaban gravemente los nervios del trapecista, de modo que, por muy afortunados que fueran económicamente para el empresario, siempre le resultaban penosos.

Una vez que viajaban, el artista en la redecilla como soñando, y el empresario recostado en el rincón de la ventana, leyendo un libro, el hombre del trapecio le apostrofó suavemente. Y le dijo, mordiéndose los labios, que en lo sucesivo necesitaba para su vivir, no un trapecio, como hasta entonces, sino dos, dos trapecios, uno frente a otro. El empresario accedió en seguida. Pero el trapecista, como si quisiera mostrar que la aceptación del empresario no tenía más importancia que su oposición, añadió que nunca más, en ninguna ocasión, trabajaría únicamente sobre un trapecio. Parecía horrorizarse ante la idea de que pudiera acontecerle alguna vez. El empresario, deteniéndose y observando a su artista, declaró nuevamente su absoluta conformidad. Dos trapecios son mejor que uno solo. Además, los nuevos trapecios serían más variados y vistosos.

Pero el artista se echó a llorar de pronto. El empresario, profundamente conmovido, se levantó de un salto y le preguntó qué le ocurría, y como no recibiera ninguna respuesta, se subió al asiento, lo acarició y abrazó y estrechó su rostro contra el suyo, hasta sentir las lágrimas en su piel. Después de muchas preguntas y palabras cariñosas, el trapecista exclamó, sollozando:

–Sólo con una barra en las manos, ¡cómo podría yo vivir!

Entonces, ya fue muy fácil al empresario consolarle. Le prometió que en la primera estación, en la primera parada y fonda, telegrafiaría para que instalasen el segundo trapecio, y se reprochó a sí mismo duramente la crueldad de haber dejado al artista trabajar tanto tiempo en un solo trapecio. En fin, le dio las gracias por haberle hecho observar al cabo aquella omisión imperdonable. De esta suerte, pudo el empresario tranquilizar al artista y volverse a su rincón.

En cambio, él no estaba tranquilo; con grave preocupación espiaba, a hurtadillas, por encima del libro, al trapecista. Si semejantes pensamientos habían empezado a atormentarle, ¿podrían ya cesar por completo? ¿No seguirían aumentando día por día? ¿No amenazarían su existencia? Y el empresario, alarmado, creyó ver en aquel sueño, aparentemente tranquilo, en que habían terminado los lloros, comenzar a dibujarse la primera arruga en la lisa frente infantil del artista del trapecio.

Franz Kafka,
Alemania