E. González Viaña |
Eduardo González Viaña es, hoy por hoy, uno de los más prolíficos
novelistas peruanos (descontando, tal vez, a Mario Vargas y a Alfredo Bryce).
Pero esto no sería destacable, si no fuera acompañado de excelencia. Son varias
las cualidades que subrayan esa valía: su prosa fluida y amena, un ingrediente
humorístico muy bien dosificado, la singular construcción de sus historias, el
desarrollo impecable de sus personajes, la descripción precisa de los
ambientes, desechando cualquier barroquismo trasnochado. Ubicable nuestro autor
y su obra en la ya reconocida generación del 60 de la literatura peruana, no
existirá mezquindad capaz de regatearle esta ubicación ni esa calidad aquí
relevadas.
Siempre estaré reconocido a Internet, medio electrónico utilísimo, que me
ha permitido establecer contacto con tan destacado narrador de Nuestra América.
Así como recibo sus mensajes, siempre motivadores, del "Correo de
Salem", lo mismo ocurre con algunos emails personales (o llamadas telefónicas)
a través de los cuales intercambiamos opiniones sobre temas literarios. Todo
ello habla de su calidad humana, de una sencillez y jovialidad encomiables, no
empañadas por la situación expectante con que su obra destaca en el consenso de
la literatura americana.
Él ha tenido la generosidad de enviarme su novela El amor de
Carmela me va a matar (Lima, Editorial Universitaria: Universidad
Ricardo Palma, 2011). Y la he leído de un tirón. Es una novela que tiene la
virtud de atrapar al lector (al menos, lo ha hecho conmigo) y de conducirlo, de
sorpresa en sorpresa, hasta la última línea. Son sorpresas que incluso causan
cierta desazón, porque -como en los encabalgamientos del verso- el lector
piensa que la historia toma un "camino equivocado", es decir, un
camino que no se desea: la muerte de la protagonista. Pongo el ejemplo puntual.
El capítulo XXVIII, se titula : "No seas loca, mamá", está formado
por un email que el hijo de la protagonista le dirige, haciéndole una
reconvención por su -según él- descabellada decisión de abandonar USA y
regresar a su natal Santa Marta, Colombia. Por supuesto, el hijo piensa (como
toda la familia, incluido el ex-esposo y las amigas) que a Carmela le está
yendo de maravillas en el país sin nombre. Pero es todo lo contrario. Y no es
que el amor de Carmela vaya a matar a alguien, sino que Carmela sin amor ya se
siente muerta en vida. Y faltando, pues, ya tres capítulos para que termine la
novela, el XXIX, lleva este título "decepcionante": "Muerte de
la madre". ¡No! ¿O sea que va a morir Carmela? Pero no es así. Era una
táctica narrativa para mantener el suspenso. Y, en realidad, quien muere es la
madre de Carmela.
En la solapa del libro hay algunos comentarios que relevan el leitmotiv del
libro: el drama de los inmigrantes en USA. Y, en efecto, Carmela lo es; pero, a
sus años (una mujer ya bastante madura, pero no "descartable", para
usar el término que describe a la perfección el consumismo de la sociedad
gringa), no ha viajado a USA para conseguir trabajo y realizar el "sueño
americano". No. Ella ha sido conquistada, a través de Internet (¡también
para esto se presta!), por un gringo que le ofrece matrimonio. Y le envía sus
pasajes de ida y vuelta. Pero la "realidad" es otra. En realidad, es
un sujeto desquiciado que, prácticamente, la secuestra y la chantajea por su
condición de ilegal (que él ha propiciado), y la hace trabajar para él, como
una esclava.
Entonces, se tiene que hacer un ajuste a lo señalado arriba. El leitmotiv
no es, en el fondo, "el drama de los inmigrantes". Este es, si se
quiere, su decorado, su parafernalia. En esencia "el amor de
Carmela..." es el símbolo del engaño al que están sometidos los pueblos
dependientes del imperio (de cualquier imperio). Que ven a la metrópoli como el
faro que anuncia la salida del vendaval. Y que -pasado el relumbrón- no era
sino la luz del candil que atrae a la mariposa nocturna.
Y esta decepción que es, por cierto, un tema dramático, en esta novela no
se desvía hacia lo melodramático, lo cual se logra con ciertas pinceladas de
humor que -ya lo adelanté al comienzo- tienen la virtud de estar bien
dosificadas. Y entonces podemos decir que asistimos al desarrollo de una
tragicomedia. Porque, si bien Carmela sucumbe, primero, a la voz meliflua de su
primer esposo, y logra rebelarse en busca de su libertad; sin embargo, vuelve a
ser víctima de otro canto de sirena. Que tampoco logra destruirla. Tal vez,
como el Ulises mitológico, se ha hecho inmune a esos encantos. Y tiene la
capacidad de reaccionar, con ciertos efectos, al final, de la novela policial;
pero con la efectividad del mensaje alentador que, repitiendo al poeta,
sentencia: "todos los incurables tienen cura/ cinco segundos antes de la
muerte."
Julio Carmona
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