Pienso en la música de la poesía, al momento de escribir el epígrafe de
este artículo, y, justo, cuando me dispongo a escribir algo en torno a la
poesía de Winston Orrillo, porque una de las notas características de su poesía
es la musicalidad. Y, más específicamente, me refiero a su último libro, cuyo
título —realmente— desconcierta: Poemas
desconcertados. Pero, pasado el desconcierto inicial, no queda otra
alternativa que reconocer su pertinencia, porque es así la personalidad de su
autor que «rompe reglas, salta vallas y se planta en medio de la polémica»
(como atinadamente lo explica él en el Prólogo). Y, realmente, no es nada fácil
para mí adoptar esa disposición de escribir algo en el sentido aludido. Porque
sobre el particular hay bastante pan por rebanar. En principio, es tanta la
cantidad de poemas (no en vano han sido extraídos de más de veinte libros) que
abordarlos a todos, o a gran parte de ellos, daría para una tesis en la Escuela
de Literatura de cualquier Universidad que la tenga. Y, pues, lo mismo se puede
decir de su calidad.
Winston Orrillo, es ocioso decirlo, es uno de los más reconocidos poetas
de la generación del ’60. Pese a que él mismo manifiesta, en el Prólogo, que se
siente desconocido o no leído por la gente —incluidas las nuevas generaciones—
interesada por la poesía lírica, que no es poca (aunque de esta dé la impresión
de haber sido apabullada, en los últimos tiempos, por la narrativa).
Pero, volviendo a la iconoclastia del título, se puede decir que lo
característico de este libro es que contradice la famosa prevención que Rainer
María Rilke hizo a su joven corresponsal (en sus Cartas a un joven poeta) de ‘evitar la poesía amorosa y la poesía
política’ por haber sido tratadas con tanta profusión y por tantos grandes
poetas, que el hacerlo conlleva el riesgo de quedar rezagado para cualquier
valoración crítica. Y Orrillo escribe poemas de amor y poemas políticos, y, a
veces, consustanciados ambos; ejemplo: «… y hasta si el mismo/ Fondo Monetario/
se opone, amor,/ nos unciremos:/ derrotaremos/ juntos/ al cuervo/ del Balance …
y juntos/ zarparemos/ hacia el día/ de todos:/ hacia el blanco/ celaje/ que
humea/ en la pupila/ de aquellos/ que hoy ordeñan/ los pezones/ del alba.»
En esos dos ámbitos ha de fluctuar la expectativa del lector frente al
libro aludido. Y es una impronta que marca a toda la poesía de WO. Sin temor a
equivocarme, en todos sus libros está presente, desde el ya mítico La memoria del aire (título que
celebrara Paco Bendezú, si mal no recuerdo) o también el profético Travesía tenaz (que en esta selección ha
sido, injustamente, obviado). Aunque, también es fuerza reconocerlo, a esos dos
no se reducen sus temas. Está también, por ejemplo, el tema de la nostalgia y
su parafernalia del barrio, sus casas achacosas pero erguidas, y hasta el perro
afectuoso que aceza en los predios de la infancia (por no defraudar a Rilke) o
también los personajes típicos del laburo que nos redimen de nuestras «quemaduras»
en «oficinas y archivos y ascensores» (como el del poema «Se llamaba Pedrito»
de Catorce y un sonetos). Y tantos
otros más. Pero los destacados son como la vestimenta de su musa.
Porque la política es consustancial al ímpetu vital de WO. Él la ha asumido
con tal vehemencia que a veces rebasa los límites de lo permitido (como
pelearse con medio mundo abrazando, por ejemplo, la causa de Velasco Alvarado o
la de Hugo Chávez), pero también es digno de destacar que esa vehemencia se
sustenta en una honestidad a toda prueba, cuando de defender las causas de los
desheredados del festín se trata, y con una consecuencia que en muchos
exguerrilleros de café —que lo zahirieran en el pasado— se deja extrañar en su
práctica de hogaño. Porque, lo dice el poeta, todo es «Conciencia de Clase»:
«Pasa el/ tren de/ la vida/ y yo/ voy en 3ra.»
Y tratándose del amor (ya, al momento de aparecer su libro Manual de poesía amorosa, destaqué su
calidad de maestro en esta lid) WO tal vez sea un record man en ese sentido (sin que en él raye en la pedantería). Y
en esto sí, contradiciendo a Rilke, WO preferirá admitir la recomendación de
Neruda, en una entrevista sobre lo que se debería advertir a los jóvenes poetas:
«Que escriban poemas de amor», dijo. Porque Winston Orrillo no solo fue reconocido
como El Poeta Joven del Perú, en
1965, cuando cronológicamente lo era, sino que lo sigue siendo vitalmente,
tocado milagrosamente por la décima musa del amor, Safo, para quien cabe la
dedicatoria de esta «Arte poética»: «Eres tan bella/ como una fábrica/ a las
ocho/ de la mañana/ ¡produciendo!/ (pero en manos/ de sus obreros).»
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