Diez minutos llevo mirándolo.
Por aquí he pasado antes muchas veces y me ha extrañado.
He aquí un monumento en bronce, recuerdo de un famoso general a caballo, con la bandera y la espada y revólver en mano.
Cuánto me gustaría hacer añicos todo ese catafalco, reducirlo a un montón de escombros, que se lo lleven a la chatarrería.
Te lo diré con toda claridad:
Luego de que el granjero, el minero, el tendero, el obrero, el bombero y el camionero
Hayan sido recordados en sus monumentos de bronce, dándoles la forma del trabajo de conseguirnos a todos, algo que comer, algo que vestir,
Cuando apilen unas cuantas siluetas
recortadas contra el cielo
aquí en el parque,
Y rememoren a los auténticos forzudos que hacen el trabajo del mundo, que dan de comer a la gente en vez de aniquilarla,
Entonces, a lo mejor sí que me plantaré aquí
A contemplar con tranquilidad a este general del ejército que enarbola su bandera al viento
Y cabalga como un demonio en su montura, listo para matar a todo el que se le ponga por delante, listo para que corra
La sangre roja
por la hierba nueva y tierna de la pradera, y que la empapen las entrañas de los hombres.
Carl Sandburg,
EE. UU.
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